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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El truco de los espejos (12 page)

BOOK: El truco de los espejos
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Se interrumpió. La señorita Marple dijo suavemente:

—¡Así pues, Ruth tenía razón!

—¿Ruth?

Lewis Serrocold pareció sorprenderse. La señorita Marple se ruborizó.

—Hay algo que no le he dicho. Mi venida a esta casa no ha sido del todo casual. Si me permite que me explique… Me temo que no sepa decir las cosas. Por favor, tenga paciencia.

Lewis Serrocold escuchó mientras la señorita Marple le hablaba de la inquietud y sospecha de Ruth.

—Es extraordinario —comentó—. No tenía la menor idea de eso.

—Era todo tan ambiguo —repuso la solterona—. Ni la misma Ruth sabía por qué tenía esa extraña sensación. Debiera haber una razón… Sé por experiencia que siempre la hay…, pero, ella según me dijo, sólo percibió «algo raro».

—Bien, parece ser que estaba en lo cierto —dijo Lewis con acritud—. Ahora, señorita Marple, ya ve cuál es mi situación. ¿Debo decirle todo esto a Carrie Louise?

—Oh, no —repuso en el acto la señorita Marple con voz contrariada.

—¿Entonces piensa como yo? Y como Christian. ¿Pensaríamos igual si se tratase de una mujer corriente?

—Carrie Louise no es una mujer corriente. Vive porque confía en los demás… Dios mío, me estoy impresionando mucho. Pero comprendo que hasta que no sepamos quién…

—Sí, ahí está el quid. Pero, ¿se da usted cuenta, señorita Marple, del riesgo que existe no diciendo nada…?

—¿Y por eso quiere que yo…, cómo diría…, la vigile?

—Compréndame usted, es la única persona en quien puedo confiar —le dijo Lewis Serrocold con sencillez— Aquí todo el mundo parece quererla mucho. Pero, ¿son sinceros? En cambio, usted la conoce desde hace muchos años.

—Y además, he llegado sólo hace unos días —observó la señorita Marple.

—Exacto.

Lewis sonreía.

—Es una pregunta poco delicada… —comenzó a decir a modo de disculpa—. Pero, ¿quiénes se beneficiarían con la muerte de Carrie Louise?

—¡Dinero!—exclamó Lewis, con amargura—. Siempre tiene la culpa el dinero, ¿no es dolorosamente cierto?

—Bien. Creo que en este caso, ese detalle tiene importancia. Porque Carrie Louise es una persona agradable y uno no puede imaginar que haya quien la aborrezca. Quiero decir, que no puede tener enemigos. Así es que todo hay que atribuirlo como usted ha dicho, a una cuestión de dinero, ya que no es preciso que le diga, señor Serrocold, que hay gentes que harían cualquier cosa por conseguir el vil metal.

—Me figuro que tiene razón.

Y continuó:

—El inspector Curry ya ha considerado esa posibilidad. El señor Gilfoy llega hoy procedente de Nueva York y podrá dar información detallada, Gilfoy, Gilfoy, James y Gilfoy son una eminente firma de abogados. El padre de Gilfoy fue uno de los fundadores y se han encargado del testamento de Carolina y del de Eric Gulbrandsen. Ya la pondré al corriente…

—Gracias —repuso la señorita Marple con gratitud—. Las cosas legales siempre me han parecido tan complicadas…

—Eric Gulbrandsen, después de fundar el Colegio, varias sociedades, trusts y otras empresas benéficas, y de dejar una suma igual a su hija Mildred y a su hija adoptiva Pippa (la madre de Gina), dejó el resto de su inmensa fortuna en custodia, cuya renta debía cobrar Carolina durante toda su vida.

—¿Y después de su muerte?

—Después de su muerte deberá ser dividida equitativamente entre Mildred y Pippa… o sus hijos, en el caso de que ellas hubieran precedido a Carolina en el viaje eterno.

—Así que, en resumen, el dinero iría a parar a manos de la señora Strete y de Gina.

—Sí. Carolina posee también una considerable fortuna…, aunque no de la categoría de la de los Gulbrandsen. La mitad de ella la puso a mi nombre hace cuatro años. Del resto, deja diez mil libras a Jolly Bellever, y todo lo demás, repartido en partes iguales entre Alex y Esteban Restarick, sus dos hijastros.

—Oh, Dios mío —dijo la señorita Marple—. Malo. Muy malo.

—¿Qué quiere decir?

—Que todo el mundo tiene motivos de índole económica.

—Sí. Y, no obstante, no puedo creer que alguno de los que viven en esta casa sea capaz de cometer un crimen. No puedo… Mildred es su hija… y ya tiene lo suyo. Gina adora a su abuela. Es generosa y extravagante, pero no tiene sentimientos ambiciosos. Jolly Bellever ha demostrado su afecto por Carolina. Los dos Restarick la quieren como si fuese realmente su madre. No tienen dinero, pero una buena parte de las rentas de Carolina ha servido para financiar sus representaciones… y esto reza principalmente con Alex. Con franqueza, no puedo creer que uno de ellos haya sido capaz de envenenarla a sangre fría por el afán de heredarla a su muerte. No me es posible creerlo, señorita Marple.

—Luego está el esposo de Gina…

—Sí —repuso Lewis muy serio—. El esposo de Gina.

—No se sabe gran cosa de él, pero todo el mundo puede darse cuenta de que es un joven muy desgraciado.

Lewis suspiró.

—No se ha adaptado a este ambiente. No siente interés ni simpatía por nuestra obra caritativa. Pero, después de todo, ¿por qué iba a sentirlo? Es joven, rudo y viene de un país donde se aprecia a las personas según el éxito que tienen en la vida.

—Mientras que aquí justificamos todos los fracasos —repuso la señorita Marple.

Lewis Serrocold la miraba receloso, cosa que la hizo enrojecer intensamente y murmurar con cierta incoherencia:

—Algunas veces pienso que uno puede sobreponerse a los acontecimientos… Quiero decir que los jóvenes educados rectamente en un buen hogar… y con la entereza y el valor para salir adelante en la vida…, bueno, son en realidad lo que, para vivir, necesita una nación.

Lewis frunció el entrecejo, y las palabras de la señorita Marple fueron volviéndose cada vez más incoherentes.

—No es que no sepa apreciar… ya lo creo… la tarea de usted y Carrie Louise… un trabajo noble en verdad… verdadera compasión… y hay que tenerla… porque después de todo, lo que cuenta es lo que son las personas… buena y mala suerte… y se espera mucho más (y con toda razón) de los afortunados. Pero algunas veces considero el propio sentido de la ecuanimidad… pero, oh, no me refiero a usted, señor Serrocold. La verdad, no sé lo que quiero decir… pero los ingleses son bastante extraños en este sentido. Incluso en la guerra, se sienten tan orgullosos de sus derrotas y retiradas como de sus victorias. Los extranjeros nunca comprenden por qué están tan orgullosos de Dunkerque. Una de estas cosas que sería preferible no mencionar. Pero nosotros siempre consideramos embarazoso hablar de una victoria… y ¡fíjese en todos nuestros poetas! La Carga de la Brigada Ligera y todo esto… ¡Es realmente una característica muy curiosa!

La señorita Marple tomó aliento.

—Lo que quiero decir es que todo lo nuestro debe parecerle bastante original a este joven Walter Hudd.

—Sí —dijo Lewis—. Comprendo su punto de vista. Y Walter tiene una buena ficha de guerra. No hay duda de su valor.

—No es que eso sirva de gran ayuda —repuso la señorita Marple con ingenuidad—. Porque la guerra es una cosa, y la vida cotidiana otra muy distinta. Y para cometer un crimen, creo que se necesita valentía… o tal vez, más a menudo, sólo voluntad. Sí, voluntad.

—Pero no me atrevería a decir que Walter Hudd tenga motivos suficientes.

—¿No? —dijo miss Marple—. Odia vivir aquí. Está deseando marcharse. Quiere que Gina se marche. Y si es dinero lo que busca en realidad, sería importante para Gina conseguir todo el dinero posible antes de… er… unirse definitivamente a otra persona.

—Unirse a otra persona —repitió Lewis con asombro.

La señorita Marple se maravilló de la ceguera de aquel entusiasta de la reforma de la sociedad.

—Eso es lo que he dicho. Los dos Restarick están enamorados de ella.

—Oh, no lo creo —repuso Lewis.

Prosiguió:

—Esteban es una gran ayuda para nosotros… una ayuda de un valor incalculable. Lleva a los muchachos con habilidad e interés. Dieron una espléndida representación el mes pasado. Decorados, vestuario, todo hecho por ellos. Eso demuestra, como le digo siempre a Maverick, que es la falta de dramas en sus vidas lo que conduce a esos muchachos a la delincuencia. Es un instinto natural en los niños el dramatizar. Maverick dice… ah, sí, Maverick.

Lewis se interrumpió:

—Quiero que Maverick vea al inspector Curry para hablarle de Edgar. Todo esto es tan ridículo…

—¿Qué es lo que sabe en realidad de Edgar Lawson, señor Serrocold?

—Todo —repuso Lewis—. Todo, es decir, todo lo que uno necesita saber. Su nacimiento, educación… su enorme falta de confianza en sí mismo.

La señorita Marple se dispuso a interrumpirle.

—¿No es posible que fuese Edgar Lawson quien haya envenenado recatadamente a la señora Serrocold? —le preguntó.

—Muy poco probable. Sólo está aquí desde hace unas semanas. Y de todas maneras, ¡es ridículo! ¿Por qué iba a querer envenenar a mi esposa? ¿Qué iba a ganar con ello?

—Nada material, lo sé. Pero pudo tener alguna razón extraña. No es normal, ya sabe.

—¿Quiere decir que está perturbado?

—Eso supongo. No, no del todo. Lo que quiero decir es que no es normal.

No era una manera muy explícita de exponer lo que sentía, mas Lewis Serrocold aceptó sus palabras en su exacto valor.

—Sí —dijo con un suspiro—. No es normal, pobre chico. Y estaba tan mejorado. No puedo comprender esa súbita recaída…

La señorita Marple inclinóse hacia delante.

—Sí, eso es lo que quisiera saber. Si…

Interrumpióse al ver al inspector Curry entrar en la habitación.

Capítulo XII

Lewis Serrocold se dirigió hacia la puerta y abandonó la estancia, y el inspector Curry, mientras se sentaba, dirigió una mirada bastante extraña a la señorita Marple.

—Conque el señor Serrocold le ha pedido que haga de vigilante, ¿eh? —le dijo.

—Pues sí, señor. —Y agregó, a modo de disculpa—: Espero que no le importe…

—No me importa. Creo que es una buena idea. ¿Sabe el señor Serrocold lo bien dotada que está para desempeñar ese cargo?

—No le comprendo, inspector.

—Ya lo ve. Él cree que usted es sólo una anciana muy agradable que fue a la escuela con su esposa. Nosotros sabemos que es algo más que eso, señorita Marple. ¿No es cierto? El crimen no tiene secretos para usted. El señor Serrocold sólo conoce uno de sus aspectos… los principios más elementales. Confieso que yo me equivoco y soy anticuado, pero hay muchos muchachos decentes por ahí, muchachos que agradecerían una oportunidad. Más la honradez es la única recompensa… los millonarios no dejan sus fortunas para ayudar a los que valen. Bueno… no me haga caso. Estoy anticuado. He visto chicos y chicas que teniéndolo todo en contra, mala casa, mala suerte, todas las desventajas posibles, han sabido salir adelante. A ésos les dejaría yo mi dinero, si lo tuviera. Pero, claro, por eso no lo tendré nunca. Sólo mi pensión y un trocito de jardín.

Hizo una pausa y prosiguió:

—El inspector Blackerme habló de usted ayer noche. Dijo que usted tenía mucha experiencia para conocer el lado peor de la naturaleza humana. Bien, veamos cuál es su punto de vista. ¿Quién es el que ha de ir a la hoguera? ¿El esposo de Gina?

—Eso —repuso la señorita Marple—, sería muy conveniente para todos.

El inspector Curry sonrió.

—Naturalmente, no soy imparcial. Su manera de ser no le ayuda. Veamos su opinión. ¿Quién ha estado envenenando sistemáticamente a la señora Serrocold?

—Pues, uno siempre se siente inclinado a sospechar del esposo. O, en caso contrario, de la esposa. ¿No cree usted que es lo primero que se piensa en un caso de envenenamiento?

—Estoy completamente de acuerdo con usted —dijo el inspector Curry.

—Pero, la verdad… en este caso… —la solterona meneó la cabeza—. No, con franqueza… no me es posible sospechar del señor Serrocold. Porque usted sabe, inspector, que quiere de veras a su mujer. Claro que él podría fingir…, pero no finge. Es un cariño tranquilo, pero auténtico. Ama a su esposa y estoy completamente segura de que no la envenenaría.

—Sin mencionar el hecho de que no tendría ningún motivo para hacerlo. Ya le ha cedido su dinero.

—Claro que existen otras razones para que un hombre desee quitar de en medio a su esposa —dijo la señorita Marple—. Por ejemplo, el tener relaciones con alguna joven. Pero, la verdad, no creo que sea éste el caso. El señor Serrocold no se comporta como si tuviera preocupaciones de esta índole. Me temo —y parecía pesarosa— que tendremos que descartarle.

—Es lamentable, ¿no le parece? —dijo el inspector, sonriendo—. De todas formas, él no pudo haber matado a Gulbrandsen. Y me parece que no hay duda de que una cosa va unida a la otra. Quienquiera que esté envenenando a la señora Serrocold, mató a Gulbrandsen para impedir que hablase. Lo que hemos de considerar ahora es quién tuvo oportunidad de asesinar a Gulbrandsen la noche pasada. Y nuestro primer sospechoso… sin duda alguna… es el joven Walter Hudd. Fue él quien encendió una lámpara portátil que fundió los fusibles, dándole la oportunidad de abandonar el vestíbulo para dedicarse a cambiarlos. El contador está en el pasillo que parte del corredor principal, delante de la cocina. Fue durante su ausencia cuando sonó el disparo. Así es que el sospechoso número uno está perfectamente situado para cometer el crimen.

—¿Y el sospechoso número dos? —quiso saber la señorita Marple.

—El número dos es Alex Restarick, que estaba solo en su automóvil entre la verja y la casa, y tardó demasiado en llegar.

—¿Alguien más? —La solterona inclinóse, y añadió—: Es muy amable contándome todo esto.

—No es amabilidad —repuso el inspector Curry—. Tengo que conseguir su ayuda. Ha puesto el dedo en la llaga cuando ha dicho: «¿Alguien más?» Porque eso depende de usted. Anoche estuvo en el vestíbulo, y puede decirme quién salió…

—Sí, sí. Yo debiera poder decírselo…, pero, ¿puedo? Las circunstancias…

—¿Se refiere a que todos ustedes escuchaban la discusión que tenía lugar tras la puerta del despacho del señor Serrocold?

La señorita Marple asintió con vehemencia.

—Sí, comprenda, la verdad es que estábamos muy asustados. El señor Lawson parecía… desde luego… completamente loco. Aparte de Carrie Louise, que parecía muy tranquila, todos temíamos que pudiera causar daño al señor Serrocold. Ya sabe que gritaba y maldecía, y dijo las cosas más terribles… pudimos oírlo perfectamente… y con todo eso y la mayoría de luces apagadas… la verdad, no me fijé en nada más.

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