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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El truco de los espejos (16 page)

BOOK: El truco de los espejos
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—Eso es porque es tan bueno. ¡Nunca hubo un hombre más bueno que el señor Serrocold! Lo ha hecho todo por mí.

—¿Qué le impulsó a actuar como lo hizo?

Edgar parecía violento.

—Perdí la cabeza.

—Eso parece —repuso el inspector Curry secamente—. Usted dijo al señor Serrocold en presencia de testigos que había descubierto que él era su padre. ¿Era eso cierto?

—No.

—¿Qué es lo que le impulsó a pensarlo? ¿Acaso alguien le metió esa idea en la cabeza?

—Pues es un poco difícil de explicar.

—Inténtelo. No queremos forzarle.

—Pues, verán, tuve una infancia bastante dura. Los otros niños se burlaban de mí porque no tenía padre. Decían que era un bastardo… lo cual, era verdad, claro. Mi madre estaba siempre bebida y constantemente venían hombres a nuestra casa. Creo que mi padre era un marino extranjero. La casa estaba sucia, y se parecía bastante a un infierno. Y entonces di en pensar, en imaginar que mi padre no había sido un marinero extranjero, sino alguien importante… y solía inventar historias. Primero cosas de niños… que me habían cambiado al nacer… que en realidad yo era un heredero…, esas cosas. Luego fui a una nueva escuela y lo intenté un par de veces. Dije que mi padre era un Almirante de la Armada. Yo llegué a creerlo, y entonces no me sentía tan mal.

Hizo una pausa antes de continuar:

—Y luego… más tarde… inventé otras cosas y puse en práctica nuevas ideas. Solía vivir en hoteles donde contaba que era un piloto de guerra… o del Servicio Secreto. Toda clase de historias. Me era imposible dejar de decir mentiras. Pero yo no intentaba conseguir dinero por este medio. Sólo eran fanfarronadas para que la gente pensara algo más en mí. No tuve intención de aprovecharme. El señor Serrocold puede decírselo… y el doctor Maverick… tiene todos los informes.

El inspector Curry asintió con la cabeza. Ya había estudiado el caso de Edgar y leído su ficha policíaca.

—El señor Serrocold consiguió que me pusieran en libertad para traerme aquí. Dijo que necesitaba un secretario que le ayudara… y yo le ayudé. De verdad. Sólo que los demás se reían de mí. Siempre se estaban burlando de mí.

—¿Quiénes? ¿La señora Serrocold?

—No, ella no. Es una señora… siempre se muestra amable y cariñosa. Pero Gina me trataba como a un perro. Y también Esteban Restarick. Y la señora Strete me miraba como si yo no fuera un caballero. Lo mismo que la señorita Bellever… ¿y ella quién es? Una compañera a sueldo de la señora Serrocold, ¿no es cierto?

Curry pudo apreciar que se iba excitando.

—¿Y por eso no les encontraba muy simpáticos?

—Era porque yo soy un bastardo. De tener un padre no se hubieran portado así —repuso Edgar con pasión.

—¿Por eso se apropió de dos padres famosos?

Edgar enrojeció.

—Siempre tengo que estar mintiendo.

—Y por fin dijo que el señor Serrocold era su padre. ¿Por qué?

—Porque eso habría de hacerles callar para siempre, ¿no? Si él era mi padre, no podían hacerme nada.

—Sí. Pero le acusó de ser su enemigo… y de estarle persiguiendo.

—Lo sé… —se puso la mano por la frente—. Siempre me sale todo mal. Hay veces que no… que no veo las cosas muy claras. Estoy atontado.

—¿Y cogió el revólver de la habitación del señor Walter Hudd?

Edgar pareció extrañarse.

—¿Lo hice? ¿Es ahí donde lo encontré?

—¿No recuerda de dónde lo sacó?

—Quise amenazar con él al señor Serrocold. No tenía intención de asustarle. Fue una cosa puramente infantil.

—¿De dónde sacó el revólver? —volvió a preguntar el inspector, con paciencia.

—Usted lo ha dicho… de la habitación de Walter.

—¿Lo recuerda?

—Debí sacarlo de allí. No pudo ser de ninguna otra parte, ¿verdad?

—No lo sé; alguien… pudo habérselo dado.

Edgar guardaba silencio… con el rostro impasible.

—¿Es así como ocurrió?

Edgar repuso emocionado:

—No me acuerdo. Estaba trastornado. Estuve paseando por el jardín, presa de un ataque de rabia. Creí que la gente me espiaba, me vigilaba, con el afán de hundirme. Incluso esa anciana de cabellos blancos tan agradable… Ahora no puedo comprenderlo. Siento que debía estar loco. ¡No recuerdo ni dónde estuve ni lo que hice la mitad del tiempo!

—Seguramente recordará quién le dijo que el señor Serrocold era su padre.

Edgar continuó impasible.

—Nadie me lo dijo —replicó de pronto—. Se me ocurrió a mí.

El inspector suspiró. No estaba satisfecho, pero pudo darse cuenta de que por el momento no conseguiría adelantar nada.

—Bien, en el futuro vigile sus actos —le dijo.

—Sí, señor. Sí, desde luego.

Cuando Edgar se marchó, Curry meneó lentamente la cabeza.

—¡Estos casos patológicos son el demonio!

—¿Cree que alguien habrá influido en él?

—Mucho menos de lo que había imaginado. Es un débil mental, un jactancioso, un mentiroso… No obstante, hay cierta sencillez en él. Y es mucho más sugestionable de lo que hubiera podido suponer.

—Oh, sí, la señorita Marple tuvo razón en eso. Es una mujer muy astuta, pero me gustaría saber quién pudo ser. Él no lo dirá. Si lo supiéramos… Vamos, Lake, vamos a reconstruir exactamente la escena que tuvo lugar en el Gran Vestíbulo.

Esto concuerda a las mil maravillas.

El inspector Curry estaba sentado ante el piano, y el sargento Lake junio a la ventana, mirando al lago. Curry prosiguió:

—Si yo estoy sentado mirando la puerta del despacho, no puedo verle a usted.

El sargento Lake se levantó sin hacer ruido y se dirigió hacia la puerta de la biblioteca.

—Toda esta parte de la habitación estaba a oscuras. Las únicas luces encendidas eran las de junto a la puerta del despacho. No, Lake, ni le vería marchar. Una vez en la biblioteca usted podía salir por la otra puerta al corredor… en dos minutos a la habitación de los huéspedes, disparar contra Gulbrandsen y volver por la biblioteca para ocupar de nuevo la silla junto a esa ventana. Las mujeres sentadas ante el fuego le daban la espalda. La señora Serrocold estaba sentada aquí… a la derecha de la chimenea, cerca de la puerta del despacho. Todos están de acuerdo en decir que no se movió y es la única que estaba situada en la dirección en que todos miraban. La señorita Marple ahí, mirando al despacho por encima de la señora Serrocold. La señora Strete a la izquierda… y en una esquina muy oscura. Pudo haber entrado y salido sin ser vista. Sí, es posible.

Curry sonrió de pronto.

—Y yo también podía irme —se alejó sigilosamente del taburete del piano caminando junto a la pared hasta llegar a la puerta—. La única persona que podría notar que ya no estaba sentado al piano sería Gina Hudd. Y recuerde que Gina dijo: Esteban estaba sentado ante el piano al principio. No sé a dónde fue luego.

—¿Así cree usted que fue Esteban?

—No sé quién ha sido —repuso Curry—. No fue Edgar Lawson ni Lewis Serrocold ni su esposa ni la señorita Juana Marple. Pero en cuanto a los demás…, fue mucha casualidad. Y, no obstante, me gusta bastante ese muchacho. Sin embargo, eso no es ninguna prueba.

Rebuscó entre las partituras que estaban sobre el piano.

—¿Hindemith? ¿Quién es? Nunca oí hablar de él. ¡Shostakoyitch! Qué nombres tienen estos compositores. —Se puso en pie y alzó la tapa del anticuado taburete.

—Aquí hay más. El «Largo» de Haendel. Unos ejercicios de Czerny. La mayoría deben de ser de la época del viejo Gulbrandsen. «Conozco un bello jardín…» La mujer del vicario solía cantarlo cuando yo era niño…

Se detuvo… con las amarillentas páginas de la canción en la mano. Debajo, reposando sobre los Preludios de Chopin, vio una pequeña pistola automática.

—Esteban Restarick —exclamó el sargento Lake, alegremente.

—No saque ninguna conclusión precipitada —le aconsejó el inspector—. Apuesto diez contra uno a que eso es lo que pretenden que pensemos.

Capítulo XV

La señorita Marple subió la escalera y golpeó con los nudillos en la puerta del dormitorio de la señora Serrocold.

—¿Puedo pasar, Carrie Louise?

—Pues claro, Juana querida.

Carrie Louise se hallaba sentada ante su tocador, cepillando sus plateados cabellos. Volvió la cabeza para mirarla.

—¿Es que me necesita la policía? Estaré lista en seguida.

—¿Te encuentras bien?

—Pues claro que sí. Jolly se ha empeñado en que tomara el desayuno en la cama. ¡Y Gina ha entrado de puntillas como si estuviera a las puertas de la muerte! No creo que la gente comprenda que las tragedias como la muerte de Christian sorprenden menos a los viejos. Porque a nuestra edad sabemos que puede ocurrir cualquier cosa… y cuan poco importa lo que ocurre en este mundo.

—Si —repuso la señorita Marple, dudosa.

—¿Es que no opinas como yo, Juana? Yo hubiera asegurado que sí.

La señorita Marple murmuró despacio:

—Christian ha sido asesinado.

—Sí…, comprendo lo que quiere decir. ¿Tú crees que eso importa?

—¿Y tú no?

—A Christian desde luego que no le importa —dijo Carrie Louise con sencillez—. Importa a quien le asesinó.

—¿Tienes alguna idea de quién pudo ser?

—No, no tengo la menor idea. Ni siquiera puedo encontrar una razón. Debe haber sido por algo relacionado con su última visita… ya hará cosa de un mes. Porque de otro modo no creo que hubiera vuelto tan de repente sin un motivo especial. Sea lo que fuere, debió comenzar entonces. He estado pensando y pensando, pero no recuerdo nada anormal.

—¿Quiénes estaban en la casa?

—¡Oh! Los mismos que ahora…, sí, Alex acababa de llegar de Londres. Y… ah, sí, Ruth también estaba aquí.

—¿Ruth?

—Sí, nos hizo su acostumbrada visita relámpago.

—Ruth —repitió la solterona, mientras su mente trabajaba con gran actividad. ¿Christian Gulbrandsen y Ruth? Ruth se había marchado preocupada y recelosa, pero sin saber por qué. Algo extraño ocurría, según ella Christian Gulbrandsen también estuvo preocupado y receloso, pero él debió saber que alguien intentaba envenenar a Carrie Louise. ¿Cómo había llegado a abrigar sospechas? ¿Qué es lo que oiría o vería? ¿Fue algo que Ruth no supo apreciar en su exacto significado? La señorita Marple hubiera deseado saber qué pudo haber sido. Una ligera corazonada (fuera la que fuese) parecía poco probable que tuviera relación con Edgar Lawson, puesto que Ruth ni siquiera le había mencionado. Suspiró.

—Me ocultáis algo, ¿no es verdad? —preguntó Carrie Louise.

La señorita Marple pegó un respingo al oír su voz.

—¿Por qué dices eso?

—Porque es cierto. Jolly no, pero todos los demás sí. Incluso Lewis. Entró mientras estaba tomando el desayuno, y se comportó de un modo extraño. Bebió parte de mi café e incluso mordisqueó una de mis tostadas con mermelada. Eso es muy raro, porque siempre toma té, y no le gusta la mermelada; debía de estar pensando en otra cosa… y supongo que olvidaría de desayunarse. Siempre se olvida de las comidas, y me pareció tan preocupado…

—Un asesinato… —empezó a decir la señorita Marple.

Carrie Louise replicó en el acto.

—Oh, lo sé. Es algo terrible. Nunca me vi mezclada en ninguno hasta ahora. ¿Y tú, Juana? ¿Tú sí?

—Pues…, sí…, en efecto —admitió la solterona.

—Eso me dijo Ruth.

—¿Te lo contó la última vez que estuvo aquí? —quiso averiguar la señorita Marple.

—No, no creo que fuese entonces. La verdad, no lo recuerdo.

Carrie Louise hablaba vagamente, como si estuviera distraída.

—¿Qué estás pensando, Carrie Louise?

La señora Serrocold sonrió, pareciendo que volvía de muy lejos.

—Pensaba en Gina, y en lo que tú dijiste de Esteban Restarick. Gina es buena chica, ya sabes, y está verdaderamente enamorada de Wally. Estoy segura de esto.

La señorita Marple guardó silencio.

—A las chicas como Gina les gusta presumir un poco. Son jóvenes y les agrada demostrar su poder. Es natural. Ya sé que Hudd no es la clase de marido que había imaginado para Gina. En circunstancias normales no le hubiera conocido nunca. Pero le encontró y se enamoró de él… y es de presumir que sepa lo que le conviene.

—Es probable —repuso la señorita Marple.

—Pero es muy importante que Gina sea feliz.

La solterona la miró extrañada.

—Me figuro que es importante que todo el mundo lo sea.

—Oh, sí, pero Gina es un caso especial. Cuando recogimos a su madre… cuando adoptamos a Pippa…, nos dimos cuenta de que era un experimento que tenía que tener éxito a la fuerza. Sabes, la madre de Pippa…

Carrie Louise se interrumpió.

—¿Quién era la madre de Pippa? —quiso saber la señorita Marple.

La señora Serrocold la miraba vacilando.

—No es simple curiosidad. La verdad… bueno… necesito saber. Ya sabes que sé frenar mi lengua.

—Siempre supiste guardar un secreto. Juana. El doctor Galbraith… ahora es obispo de Cromer… lo sabe. Pero nadie más. La madre de Pippa fue Catalina Elsworth.

—¿Elsworth? ¿No era una mujer que administraba arsénico a su marido? Fue un caso muy famoso.

—Sí.

—¿La. mataron?

—Sí, pero sin la certeza de que le hubiera envenenado ella. El marido acostumbraba tomar arsénico…, entonces no se sabía mucho de estas cosas.

—Siempre pensamos que las declaraciones de la doncella fueron malintencionadas.

—¿Y Pippa era hija suya?

—Sí. Eric y yo decidimos ofrecer a la niña una nueva vida… con cariño, cuidados y todo lo que precisan los niños. Tuvimos éxito. Pippa fue… ella misma. La criatura más dulce y alegre que puedas imaginar.

La señorita Marple permaneció un buen rato en silencio. Carrie Louise se levantó del tocador.

—Ya estoy lista. Quisiera que pidieras al inspector, o a quien sea, que suba a mi salita. Estoy segura de que no le importará.

Al inspector Curry no le importó. Casi agradecía la oportunidad de ver a la señora Serrocold en sus dominios.

Mientras la esperaba, miró a su alrededor con curiosidad. Aquella habitación no respondía a la idea de que él tenía del boudoir de una mujer rica.

Había en ella un sofá anticuado y algunas sillas poco cómodas, estilo Victoriano, con los respaldos de madera trabajados. El tapizado muy viejo y descolorido, pero de diseño atractivo. Era una de las estancias más pequeñas de la casa, aunque con todo era mayor que cualquier salón de las modernas residencias, y tenía un aspecto cómodo y abigarrado con sus mesitas, sus chucherías y retratos. Curry contempló una antigua instantánea de dos niñas, una morena y avivada, y la otra feúcha y con la mirada ausente bajo un pesado flequillo. Había visto la misma expresión aquella mañana: «Pippa y Mildred», estaba escrito en la fotografía. Vio también un retrato de Eric Gulbrandsen colgado de la pared con un marco de ébano. Acababa de descubrir la efigie de un hombre bien parecido y ojos reidores que tomó por Juan Restarick, cuando se abrió la puerta dando paso a la señora Serrocold.

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