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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El truco de los espejos (21 page)

BOOK: El truco de los espejos
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»Asi que debía guiarme por tí, todas las cosas que parecían verdad, eran sólo ilusiones… Ilusiones creadas con un propósito definido… del mismo modo que los ilusionistas las crean para engañar al público. Nosotros éramos ese público.

»Alex Restarick comenzó a vislumbrar la verdad el primero, porque tuvo oportunidad de ver las cosas desde un ángulo distinto… desde el exterior. Estaba en la carretera con el inspector, mirando la casa, y comprendió las posibilidades que ofrecían las ventanas…, recordó el rumor de pasos apresurados que oyera aquella noche, y el cronómetro demostró el poquísimo tiempo que se necesitaba para estas cosas. El ayudante jadeaba mucho, y más tarde recordé que Lewis Serrocold también estaba sin aliento aquella noche, cuando abrió la puerta del despacho. Había estado corriendo mucho.

»Pero fue Edgar Lawson quien me dio la solución. Siempre le encontré algo extraño. Todo lo que decía y hacía era exactamente lo que se esperaba de él, y no obstante, resultaba raro. Porque en realidad era un hombre normal representando el papel de un esquizofrénico, y, claro…, siempre parecía algo teatral.

»Debió estar todo cuidadosamente pensado y planeado. Lewis comprendió, con ocasión de la última visita de Christian, que algo había despertado sus sospechas. Y le conocía lo bastante para saber que no descansaría hasta descubrir si tales sospechas eran ciertas o infundadas.

Carrie Louise se estremeció.

—Sí —dijo—. Christian siempre fue así. Lento y concienzudo, pero muy listo. Ignoro lo que le hizo entrar en sospechas, pero comenzó a investigar… y después descubrió la verdad.

El obispo comentó:

—Me culpo de no haber sido un socio más consciente.

—No era de esperar que usted entendiera gran cosa de negocios —repuso Carrie Louise—. Eso corresponde al señor Gilroy. Luego, cuando murió, la gran experiencia de Lewis hizo que le entregaran la dirección. Y eso, naturalmente, se le subió a la cabeza.

Un tinte sonrosado coloreó sus mejillas.

—Lewis era un gran hombre —dijo—. Un hombre de gran visión, y un creyente apasionado de lo que podía hacerse… con dinero. No lo quería para él… o por lo menos por avaricia… sino por el poder que proporciona… y quería tener ese poder para hacer mucho bien con él…

—Quería —dijo el obispo— ser Dios. —Su voz se hizo áspera—. Olvidó que el hombre es sólo un humilde instrumento de la voluntad divina.

—¿Y por eso desfalcó los fondos de la sociedad? —preguntó lo señorita Marple.

—No fue sólo eso… —El doctor Galbraith vacilaba.

—Dígaselo —le animó Carrie Louise—. Es mi mejor amiga.

—Lewis Serrocold era lo que pudiéramos llamar un mago de las finanzas. Durante sus muchos años de llevar la contabilidad, se divirtió inventando varios métodos que eran prácticamente estafas. Eso fue sólo un estudio académico, pero cuando comenzó a entrever las posibilidades que ofrecían empleando una fuerte suma de dinero, los puso en práctica. Ya sabe, tenía a su disposición material de primera clase. Entre los muchachos que pasaron por aquí, escogió unos cuantos con los que formó una banda reducida. Eran jóvenes con un fondo criminal por naturaleza, que adoraban las emociones, y con una inteligencia despierta. Todavía no hemos llegado al fondo de todo ello, pero parece ser que este círculo era adiestrado especialmente, luego colocado en posiciones estratégicas, donde bajo la dirección de Lewis falsificaban los libros de tal modo que desaparecían grandes sumas de dinero sin levantar la menor sospecha. Me figuro que las operaciones y ramificaciones de esta trama son tan complicadas que se tardará meses antes de que salgan a la luz. Pero el resultado neto es que bajo varios nombres, cuentas corrientes y compañías, Lewis Serrocold hubiera sido capaz de disponer de una suma colosal para un experimento colectivo, en el cual, los jóvenes delincuentes llegarían a poseer y administrar su propio territorio. Era su sueño fantástico.

—Que pudo haber sido realidad —repuso Carrie Louise.

—Sí, pudo convertirse en realidad. Pero los medios empleados por Lewis no eran honrados, y Christian Gulbrandsen los descubrió. Estaba muy preocupado, sobre todo al darse cuenta de lo que representaría para ti la probable persecución de Lewis, Carrie Louise.

—Por eso me preguntó por el estado de mi corazón, y estaba tan preocupado por mí. No supe comprenderlo.

—Entonces Lewis Serrocold regresó de su corto viaje y Christian salió a esperarle a la terraza, donde le dijo lo que ocurría. Lewis lo tomó con calma, según creo, y ambos convinieron en hacer lo posible para evitarte el disgusto. Christian dijo que me escribiría para que viniese a considerar la posición, como socio del Trust.

—Pero, naturalmente —prosiguió la señorita Marple—, Lewis Serrocold estaba preparado para esta contingencia. Lo tenía todo planeado. Había traído a la casa un joven que iba a representar el papel de Edgar Lawson. Claro que existía el verdadero Edgar Lawson en caso de que la policía pidiera su ficha. El falso Edgar sabía muy bien lo que debía hacer… representar el papel de un esquizofrénico víctima de manía persecutoria… y proporcionar a Lewis Serrocold una coartada durante unos minutos de vital importancia.

»También había pensado, cuál era el segundo paso a dar. La historia de que tú, Carrie Louise, estabas siendo envenenada lentamente… fue sólo la versión de Lewis de su conversación con Christian… eso, y unas pocas líneas que agregó a la carta mientras aguardaba a la policía. No fue difícil poner arsénico en la medicina. No hubo peligro para ti… puesto que él iba a impedir que la tomases. Lo de la caja de bombones fue otro detalle… y no estaban envenenados… sino los que él sustituyó astutamente antes de entregarlos al inspector Curry.

—Y Alex lo adivinó —dijo Carrie Louise.

—Sí…, por eso recogió los pedacitos de tus uñas. Hubieran demostrado si te habían administrado arsénico durante un largo período.

—Pobre Alex… y pobre Ernie.

Hubo unos momentos de silencio mientras pensaban en Christian Gulbrandsen, Alex Restarick y en Ernie… aquel muchachito… y en lo de prisa que un asesinato puede tergiversar las cosas.

—Pero, desde luego —dijo el obispo—, Lewis corrió un gran riesgo al persuadir a Edgar de que actuase como cómplice… aunque tuviera algo con que amenazarle…

Carrie Louise meneó la cabeza.

—No es precisamente por eso. Edgar sentía un gran afecto por Lewis.

—Sí —repuso la señorita Marple—. Como Leonardo Wylie y su padre. Me pregunto si tal vez…

Se detuvo con reparo.

—Me figuro que ves la similitud, ¿no? —le dijo Carrie Louise.

—¿Así es que lo supiste siempre?

—Me lo figuraba. Sabía que Lewis estaba loco por una actriz antes de conocerme a mí. Me lo contó. No fue nada serio, era de esas mujeres que andan tras el dinero y Lewis no le importaba, pero no tengo la menor duda de que ese muchacho, Edgar, es hijo de Lewis.

—Sí —replicó la señorita Marple—. Eso lo explica todo…

—Y al fin dio su vida por él —dijo Carrie Louise mirando suplicante al obispo—. Usted lo sabe.

—Celebro que haya terminado así —continuó—: dando su vida por salvar al muchacho… Las personas que pueden ser buenas, pueden a la vez ser muy malas. Siempre supe la verdad con respecto a Lewis…, pero… me quería mucho… y yo a él.

—¿Sospechaste alguna vez de él? —quiso saber la solterona.

—No —contestó Carrie Louise—. Porque estaba intrigada por lo del envenenamiento. Sabía que Lewis no me hubiera envenenado nunca y no obstante la carta de Christian decía claramente que alguien me estaba envenenando… por eso pensé que todo lo que creí saber de las personas debía ser un error…

—Pero cuando Alex y Ernie fueron encontrados muertos, ¿sospechaste? —insinuó la señorita Marple.

—Sí. Porque nadie más que Lewis podía haberse atrevido a tanto. Y comencé a pensar en quién pudiera ser el siguiente…

Se estremeció.

—Yo admiraba a Lewls. Admiraba su…,, ¿cómo diría yo…?, su bondad. Pero comprendo que cuando se es… bueno, hay que ser humilde también.

—Eso, Carrie Louise, es lo que siempre he admirado en ti… tu humildad —le dijo el doctor Galbraith.

Sus encantadores ojos azules se alzaron sorprendidos.

—Pero no soy lista… ni demasiado buena. Sólo sé admirar la bondad de los demás.

—Mi querida Carrie Louise —dijo la señorita Marple.

Epílogo

—Yo creo que abuelita estará perfectamente bien con tía Mildred —dijo Gina—. Ahora tía Mildred es mucho más agradable… menos retraída…, ¿sabe lo que quiero decir?

—Sí —repuso la señorita Marple.

—Por eso, Wally y yo regresaremos a los Estados Unidos dentro de quince días.

Gina miró a su esposo y agregó:

—Me olvidaré de Stonygates, de Italia, de toda mi infancia y me volveré cien por cien americana. A nuestro hijo le llamaremos Junior, como se suele hacer en América. No puede ser más razonable, ¿verdad, Wally?

—Desde luego que no, Catalina —dijo la señorita Marple.

Wally sonrió indulgentemente ante aquella anciana que equivocaba los nombres, y quiso corregirla con amabilidad.

—Gina, no Catalina.

Pero Gina echóse a reír.

—¡Sabe muy bien lo que dice! Y a ti te llamará Petruchio en cualquier momento.

—Sólo pensaba —dijo la señorita Marple dirigiéndose a Walter— en que se ha comportado usted muy sabiamente, muchacho.

—Cree que eres el marido más adecuado para mí —dijo Gina.

La señorita Marple contempló a la pareja. Era muy agradable ver a dos jóvenes tan enamorados… Y Walter Hudd estaba completamente transformado. Ya no era aquel joven malhumorado de su primer encuentro… sino un gigante alegre y sonriente.

—Ustedes dos me recuerdan… —comenzó a decir.

Gina corrió a poner su mano sobre los labios de la señorita Marple.

—No —exclamó—. No lo diga. No me gustan esas comparaciones con personas de su pueblo. En el fondo, encierran mala intención. ¿Sabe que, en realidad, es usted una mujer muy mala?

Sus ojos se empañaron.

—Cuando pienso en usted, tía Ruth y abuelita cuando las tres eran jóvenes… ¡No sé qué daría por saber cómo eran! No puedo imaginármelas de ninguna manera…

—Y no creo que lo consiga —repuso la señorita Marple—. Fue hace tanto tiempo.

FIN

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