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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

El truco de los espejos (19 page)

BOOK: El truco de los espejos
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Su esposo esquivó la mirada.

—Lo siento —dijo Carrie Louise al cabo de unos momentos—. Pero no puedo creer que sea verdad nada de lo que ha ocurrido últimamente. Edgar disparando contra ti. Gina y Esteban. Esa ridícula caja de bombones. No puede ser cierto.

Nadie habló. Carolina Louise Serrocold, luego de suspirar, dijo:

—Me figuro que he vivido durante mucho tiempo lejos de la realidad… por favor… quisiera estar sola… Tengo que procurar comprender…

Cuando la señorita Marple bajaba la escalera para dirigirse al Gran Vestíbulo, encontró a Alex Restarick de pie junto al arco de la puerta de entrada con el brazo extendido en un ademán extravagante.

—Pase, pase —dijo Alex alegremente como si fuera dueño del vestíbulo—. Pensaba en lo de ayer noche.

Lewis Serrocold, que había seguido a la señorita Marple desde la habitación de Carrie Louise, atravesó el Gran Vestíbulo refugiándose en su despacho y cerrando la puerta tras sí.

—¿Es que intenta reconstruir el crimen? —preguntó la señorita Marple con disimulado interés.

—¿Eh? —Alex la miraba con el ceño fruncido, que luego desarrugó.

—Oh, eso —repuso—. No, no es exactamente eso. Estaba mirándolo desde un punto de vista completamente distinto. Pensaba en ello en términos teatrales. No real, sino artificialmente. Venga aquí. Piense en los términos de un escenario. Luces, entradas, salidas. Personajes. Ruidos. Todo muy interesante. Creo que es un hombre bastante cruel. Esta mañana hizo todo lo que pudo para asustarme.

—¿Y lo consiguió?

—No estoy seguro.

Alex le describió el experimento del inspector de cronometrar el tiempo mientras su ayudante Dodgett realizaba la acción falto de aliento.

—El tiempo engaña mucho —le dijo—. Uno cree que estas cosas necesitan mucho, pero, claro, no es así.

—No —dijo la señorita Marple.

Representando al público, se cambió de sitio. El escenario consistía en un amplio tapiz que cubría toda la pared hasta perderse en la oscuridad, un piano de cola, una ventana y el asiento junto a ésta. Muy cerca de la ventana estaba la puerta que daba a la biblioteca. El taburete del piano sólo quedaba a unos ocho pies de la puerta que daba al pie de la escalera y al pasillo. Dos salidas muy convincentes. El público, naturalmente, tenía una bella vista de ambas.

Pero la noche anterior no hubo público. Nadie, por así decir, había estado contemplando el escenario que ahora tenía ante sus ojos la señorita Marple. La noche anterior el público daba la espalda a la escena.

«¿Cuánto debió tardar —pensaba la señorita Marple— en escurrirse de la estancia, recorrer el pasillo, disparar contra Gulbrandsen y regresar? Contando los minutos y segundos… muy poco en realidad… Pudo ser asi.» ¿Qué quiso dar a entender Carrie Louise cuando dijo a su esposo: "Esto es lo que tú crees…, pero estás equivocado, Lewis"?»

—Debo confesar que fue una observación muy acertada por parte del inspector —la voz de Alex la sacó de sus meditaciones—. Al decir que un escenario es algo real… hecho de madera y cartón, pegados con cola y tan real por el lado pintado como por el otro. «La ilusión está en los ojos de los espectadores», fue lo que dijo.

—Como los ilusionistas —murmuró la señorita Marple—.
El truco de los espejos,
creo que es la frase que emplean en el lenguaje teatral.

Esteban Restarick entraba en aquellos momentos respirando con cierta dificultad.

—Hola, Alex —le dijo—. Ese chicuelo, Ernie Greg… no sé si lo recuerdas…

—¿El que hizo el papel de Peste cuando representaste «La Doceava Noche»? Me pareció que tenía talento.

—Sí, lo tiene. También sus manos son muy hábiles. Hace muchos trabajos de carpintería. Sin embargo ahora eso no viene al caso. Ha estado diciéndole a Gina que sale por las noches y se pasea por los alrededores… que anoche estaba por aquí y se jacta de haber visto algo.

Alex giró en redondo.

—¿Qué es lo que ha visto?

—¡No quiere decirlo! Me parece que sólo trata de intervenir en esta representación. Es un mentiroso, pensé que tal vez debiera ser interrogado.

—Yo, de momento lo dejaría —repuso Alex con aspereza—. No vaya a creer que estamos muy interesados.

—Tal vez tengas razón. Esta noche, quizás.

Esteban dirigióse a la biblioteca.

La señorita Marple fue dando lentamente la vuelta al vestíbulo en su papel de auditorio movible, tropezando con Alex, que de pronto había echado a andar hacia atrás.

—Lo siento —dijo la señorita Marple.

Alex, con el ceño fruncido, repuso distraído:

—Perdone —y agregó sorprendido— Oh, es usted.

A la solterona le pareció aquélla una observación extraña viniendo de una persona con la que llevaba un rato charlando.

—Estaba pensando en otras cosas —le dijo—. Ese chico, Ernie… —hizo un gesto vago con ambas manos.

Luego, con un repentino cambio de acción, cruzó el vestíbulo, fue a la biblioteca, cerrando la puerta tras sí.

A través de la puerta cerrada se oía el rumor de las voces, pero la señorita Marple apenas prestó atención. Le interesaba lo que el versátil Ernie pudo haber visto, o inventado. No creyó ni por un momento que Ernie hubiera escogido una noche tan oscura como la anterior para poner en práctica sus habilidades como cerrajero y pasear por el parque. Lo más probable era que no hubiera salido aquella noche. Lo dicho, eran sólo baladronadas.

«Como Juan Backhouse», pensó la señorita Marple, que siempre tenía un buen surtido de comparaciones entre los habitantes de St. Mary Mead.

«Ayer noche le vi», decía siempre Juan Backhouse a todo el que pensaba iba a causar efecto.

Y era sorprendente ver los éxitos obtenidos. Pues muchas personas, según reflexión de la solterona, habían estado en sitios donde no deseaban ser vistas.

Alejó a Juan de su mente y concretó su pensamiento en algo vago que había despertado el relato de Alex sobre las observaciones del inspector Curry, y que le dieron una idea. A lo mejor la misma que se le había ocurrido a ella. ¿Sería igual? ¿Otra distinta?

Permaneció de pie donde tropezó con Alex, pensando entretanto:

«Esto no es un verdadero vestíbulo, sino un montón de cartones, lonas y maderas. Esto es un escenario…»

Algunas frases sueltas cruzaron, por su mente: «Ilusión… en los ojos de los espectadores.»
«El truco de los espejos…»
Peceras llenas de pececillos dorados… metros de cintas de colores… mujeres que desaparecen… Toda la falsedad del arte de los ilusionistas… Toda una gama de trucos bien dispuestos…

Algo acudió a su subconsciente… una imagen, algo que Alex había dicho… que le había descrito… El ayudante Dodgett jadeando… jadeando… Algo que flotaba en su mente… tomó forma de pronto…

—¡Pues, claro! —exclamó—. Eso debe de ser…

Capítulo XVIII

—¡Oh, Wally, qué susto me has dado!

Gina, que salía de la penumbra junto al teatro, se sobresaltó al ver la figura de Wally Hudd recortándose en la oscuridad. Todavía no era noche cerrada, pero la media luz hace que los objetos pierdan realidad y tomen formas fantásticas, de pesadilla.

—¿Qué estás haciendo aquí? Por lo general nunca te acercas al teatro.

—Puede que te anduviese buscando, Gina. Es el mejor sitio para encontrarte, ¿no es cierto?

La voz pastosa de Wally no dejó entrever ninguna insinuación especial y, no obstante, Gina acobardóse un tanto.

—Es un trabajo que me gusta. Me encanta el olor de la pintura y la lona fuerte y tensa de los decorados.

—Sí. Significa mucho para ti. Ya lo he visto. Dime, Gina, ¿cuánto tiempo crees tú que tardará en aclararse este asunto?

—La vista de la causa será mañana. Sólo podrá aplazarse quince días o cosa así. Por lo menos, eso es lo que me ha dado a entender el inspector Curry.

—Quince días —repitió Wally pensativo—. Ya. Digamos quizá tres semanas. Y después… seremos libres. Entonces volveré a los Estados Unidos.

—¡Oh! ¡Pero yo no puedo marcharme así! —exclamó Gina—. No puedo dejar a abuelita. Y ahora tenemos dos nuevas producciones en las que estamos trabajando…

—No he dicho nos iremos… sino que me iré yo.

Gina se detuvo para mirar a su esposo. El efecto de las sombras le hizo parecer muy alto. Una figura grande, tranquila…, pero en cierto modo ligeramente amenazadora.

—¿Quieres decir… —vacilaba— que no quieres que vaya contigo?

—Pues no… yo no he dicho eso.

—Entonces te da lo mismo que vaya o no. ¿No es eso?

—Escucha, Gina. De eso es de lo que tenemos que hablar. No sabíamos gran cosa el uno del otro cuando nos casamos… ni de nuestro pasado, ni de nuestras familias. Pensamos que no importaba… Lo único importante era pasarlo bien juntos. Fin del primer acto. Tus parientes no pensaron ni… piensan… bien de mí. Tal vez tengan razón. No soy de su clase. Pero si crees que voy a quedarme aquí, haciendo cosas que yo considero locuras… en ese caso… piénsalo bien. Yo quiero vivir en mi país, y dedicarme a una clase de trabajo que me guste y pueda hacer. La idea que yo tengo de lo que debe ser una esposa es la de una mujer como las que acompañaban a los antiguos buscadores de oro, dispuesta a todo: penalidades, países desconocidos, peligros… Tal vez sea pedirte demasiado, pero tienes que ser todo eso, o nada. Puede que yo te indujera a casarte. De ser así, será mejor que te dé la libertad para que puedas comenzar de nuevo. Tú decidirás. Si prefieres a uno de esos muchachos artistas… es tu vida y tienes derecho a escoger, pero yo me vuelvo a casa.

—Creo que eres un completo cerdo —dijo Gina—. Yo me divierto aquí.

—¿Sí? Pues yo, no. Me figuro que incluso un crimen te divierte.

—Eso que has dicho es una crueldad —dijo Gina aspirando con fuerza—. ¿No te das cuenta de que alguien ha estado envenenando a abuelita durante meses? ¡Es horrible!

—Ya te he dicho que no me gusta este sitio, ni las cosas que aquí ocurren. Me marcho.

—¡Si te dejan! ¿No te das cuenta de que es probable que te arresten por el asesinato de tío Christian? No me gusta como te mira el inspector Curry. Parece un gato a punto de saltar sobre el ratón. Y porque estabas arreglando las luces y no eres inglés, estoy segura de que te echarán la culpa.

—Necesitan tener pruebas.

—Tengo miedo por ti, Wally. Lo tengo desde el principio.

—Eso no sirve de nada. ¡Te digo que no tienen nada contra mí!

Caminaron en silencio, en dirección a la casa.

—No creo que desees realmente que regrese a América contigo —dijo Gina al cabo de un rato.

Walter Hudd no contestó.

Gina se volvió hacia él y golpeó el suelo con el pie.

—Te odio. Te odio. Eres horrible… despreciable… un ser cruel y sin sentimientos. ¡Después de todo lo que he intentado hacer por ti! Quieres librarte de mí. No te importa no volverme a ver. Bueno, ¡pues a mí tampoco me importa no verte más! Fui una tonta cuando me casé contigo. Conseguiré el divorcio lo más pronto posible, y me casaré con Esteban o Alex, y seré mucho más feliz que lo hubiera sido contigo. Y espero que tú vuelvas a los Estados Unidos y te cases con alguna mujer horrible que te haga muy desgraciado.

—¡Espléndido! —replicó Wally—. ¡Ahora ya sabemos a qué atenernos!

La señorita Marple vio a Gina y a Wally entrar juntos en la casa.

Se hallaba en el lugar donde el inspector Curry llevó a cabo su experimento con ayuda de Dodgett.

La voz de la señorita Bellever le hizo dar un respingo.

—Si se está ahí quieta, se enfriará, señorita Marple. Ya se ha ido el sol.

La señorita Marple, sumisa, echó a andar a su lado y juntas se dirigieron hacia la casa.

—Estaba pensando en los trucos de los ilusionistas —dijo la señorita Marple—. Tan difíciles que parecen cuando se quiere ver lo que hacen, y no obstante, tan sencillos que resultan una vez explicados. (Sin embargo, sigo sin entender cómo se las arreglan para sacar una pecera llena de peces.) ¿Ha visto alguna vez aserrar a una mujer por la mitad…? Es un truco emocionante. Recuerdo que me fascinaba cuando tenía once años. Y nunca pude imaginar cómo lo hacían. Pero el otro día vino un artículo en un periódico explicándolo todo. No creí que eso lo publicaran en los periódicos, ¿verdad? Parece que sólo hay una mujer… y son dos. La cabeza de una y los pies de otra. Uno cree que es una sola y son dos… y el efecto es magnífico, ¿no le parece?

La señorita Bellever la contemplaba ligeramente sorprendida.

Juana Marple no había estado nunca tan incoherente como entonces.

«Debe haber sido demasiado para la pobre señora», pensó.

—Cuando sólo se mira el lado de una cosa, sólo se ve ese lado —continuaba la solterona—. Pero todo encaja maravillosamente si uno puede decidir lo que es realidad y lo que es ilusión —agregó con brusquedad—. ¿Y Carrie Louise… se encuentra bien?

—Sí —repuso la señorita Bellever—. Está perfectamente. Pero debe haber sido un gran golpe para ella… descubrir que alguien quiere asesinarla. Quiero decir que para ella tiene que ser peor, porque no comprende esas violencias.

—Carrie Louise comprende muchas más cosas que usted y yo —contestó miss Marple pensativa—. Siempre fue así.

—Sé a lo que se refiere… Pero no vive en un mundo real.

—¿No?

—Nunca hubo una persona que viviera menos en este mundo que Caro… —dijo la señorita Bellever mirándola sorprendida.

—¿No cree usted que tal vez…? —se interrumpió al ver pasar a Edgar Lawson dando grandes zancadas. Éste hizo una inclinación de cabeza, pero volvió la cara al pasar ante ellas—. Ahora recuerdo a quién se parece —dijo la señorita Marple—. Se me acaba de ocurrir hace unos momentos. Me recuerda a un joven llamado Leonardo Wylie. Su padre era distinto, pero se volvió viejo y ciego y le temblaba el pulso, y la gente prefería que les visitara el hijo; pero el anciano se portó como un miserable, quedó muy abatido, dijo que ya no servía para nada, y Leonardo, que tenía un corazón muy tierno y era bastante tonto, comenzó a beber más de lo que debiera. Siempre olía a whisky y hacía el borracho cuando atendía a sus clientes. Su intención era que volvieran con su padre al ver que el más joven no era bueno.

—¿Y lo hicieron así?

—Claro que no —repuso la señorita Marple—. Cualquiera con algo de sentido pudo decirle lo que iba a ocurrir. Los pacientes se fueron con un dentista rival, el señor Reilly. Muchas personas de buen corazón no tienen sentido común. Además, Leonardo era tan poco convincente… La idea que tenía de un borracho era muy distinta de la realidad… y desparramaba el whisky por encima de sus ropas, ¿sabe…? hasta un extremo inconcebible.

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