El último argumento de los reyes (61 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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El albino liberó a Farrad de sus esposas y arrastró con un puño al dentista fuera de la silla. Se lo llevó agarrándole por el cuello hasta la puerta del fondo y con la mano que tenía libre abrió el cerrojo. Volvió un momento la cabeza para mirar furioso a Sult y éste le devolvió la mirada. Luego cerró tras él la puerta de un portazo.

Su Eminencia se sentó en la silla que había frente a Glokta.
Seguro que aún conserva el calor del sudoroso trasero del recto y valeroso maestro Farrad
. Barrió con una mano enguantada algunos de los dientes que quedaban en la mesa y los tiró al suelo.
Con la misma indiferencia que si fueran migas de pan
.

—Una conspiración está en marcha en el Agriont. ¿Hemos descubierto algo que pueda desenmascararla?

—He interrogado a la mayoría de los presos kantics y he obtenido un número suficiente de confesiones, así que no creo que debamos...

Sult agitó la mano con furia.

—No se trata de eso, imbécil. Me refiero al cabrón de Marovia y a sus adláteres, el Primero de los Magos, por así llamarle, y nuestro supuesto Rey.

¿Incluso ahora que los gurkos están llamando a la puerta?

—Eminencia, entendía que la guerra tendría prioridad sobre...

—Usted es incapaz de entender nada —dijo Sult con desprecio—. ¿Qué pruebas ha conseguido contra Bayaz?

En la Universidad me topé con lo que no debía y luego estuve a punto de que me ahogaran en la bañera.

—Hasta ahora... nada.

—¿Y qué me dice de la ascendencia del Rey Jezal Primero?

—Esa vía de investigación parece también... un callejón sin salida.
O una vía que conduce a mi muerte, si mis amos de Valint y Balk se enteran. Y se enteran de todo
.

Los labios del Archilector se curvaron.

—¿Entonces qué demonios ha estado haciendo últimamente?

Los últimos tres días he estado muy ocupado arrancando confesiones absurdas de los labios de hombres inocentes. ¿Cuándo se supone que iba a encontrar tiempo suficiente para derribar al Estado?

—He estado ocupado buscando espías gurkos...

—¿Por qué nunca escucho de usted más que excusas? Dado el acelerado declive de su eficacia empiezo a preguntarme cómo es posible que lograra impedir durante tanto tiempo que Dagoska cayera en manos de los gurkos. Debió de necesitar una enorme cantidad de dinero para reforzar las defensas de la ciudad.

Glokta requirió de todo su control de sí mismo para impedir que su ojo palpitante se le saltara de la cara.
No te muevas, gelatina de mierda, o estamos perdidos
.

—Convencí a los miembros del Gremio de los Especieros para que contribuyeran, haciéndoles ver que sus propios medios de vida estaban en peligro.

—Una generosidad muy desacostumbrada la suya. Ahora que lo pienso, todo el asunto de Dagoska me huele raro. Siempre me ha parecido extraño que decidiera deshacerse de la Maestre Eider en privado en lugar de enviármela.

Y pasamos de lo malo a lo peor.

—Un error de cálculo por mi parte, Eminencia. Pensé que así le ahorraría la molestia de...

—Acabar con los traidores no es para mí una molestia. Y usted lo sabe —alrededor de los duros ojos azules de Sult surgieron iracundas arrugas—. ¿No será que a pesar de todo lo que hemos pasado juntos me toma usted por un idiota?

Al hablar, Glokta sintió un molesto picor en su garganta reseca.

—De ninguna manera, Archilector.
No es más que un simple megalómano letal. Lo sabe. Sabe que yo no soy del todo su esclavo fiel. ¿Pero cuánto sabe? ¿Y quién se lo ha dicho?

—Le confié una misión imposible y por eso le he concedido el beneficio de la duda. Pero ese beneficio sólo durará lo que duren sus éxitos. Me fatiga tener que estar siempre espoleándole. Si no resuelve mis problemas con el nuevo Rey en las próximas dos semanas, encargaré al Superior Goyle que obtenga de usted las respuestas a mis interrogantes sobre el asunto de Dagoska. Que se las arranque a su carne contrahecha, si es preciso. ¿Está claro?

Como el cristal de Visserine. Dos semanas para encontrar las respuestas o... fragmentos de un cuerpo descuartizado flotando junto a los muelles. Pero el simple hecho de formular las preguntas bastará para que Valint y Balk informen de nuestro acuerdo a Su Eminencia y... hinchado por el agua del mar, horriblemente mutilado, irreconocible. Pobre Superior Glokta. Un hombre tan apuesto, tan querido. ¡Qué mala suerte la suya! ¿Para dónde tirara ahora?

—Comprendo, Archilector.

—Entonces, ¿por qué sigue ahí sentado?

Fue Ardee West en persona quien abrió la puerta, con un vaso de vino medio lleno en la mano.

—¡Ah, Superior Glokta, qué encantadora sorpresa! ¡Pase, por favor!

—Casi parece contenta de verme.
Una reacción nada habitual a mi llegada
.

—¿Por qué no iba a estarlo? —se echó gentilmente a un lado para abrirle paso—. ¿Cuántas muchachas tienen la suerte de tener como acompañante a un torturador? No hay nada mejor para conseguir pretendientes.

Glokta traspasó renqueando el umbral.

—¿Dónde está la doncella?

—Se puso como loca por no sé qué asunto relacionado con un ejército gurko y la dejé que se fuera. Está en casa de su madre, en Martenhorm.

—Confío en que usted también se estará preparando para irse, ¿no? —la siguió al cómodo salón, que tenía las contraventanas y las cortinas echadas y estaba iluminado por la luz oscilante de los rescoldos de la chimenea.

—Pues no. He decidido quedarme en la ciudad.

—¿De verdad? ¿La princesa trágica que languidece en su castillo vacío? ¿Abandonada por sus desleales sirvientes y retorciendo sus inofensivas manos mientras sus enemigos cercan el foso? —Gorka soltó un resoplido—. ¿Cree que le pega ese papel?

—Más que a usted el del jinete del corcel blanco que acude a rescatar a la princesa con su espada flameante —le miró con desprecio de arriba abajo—. Tenía la esperanza de que mi héroe conservara al menos la mitad de su dentadura.

—Creí que a estas alturas ya se habría acostumbrado a tener menos de lo que espera.
Yo desde luego ya lo estoy
.

—¿Qué quiere que le diga? Soy una romántica. ¿Ha venido aquí sólo para desinflar mis sueños?

—No. Eso es algo que me sale sin querer. Mi idea era más bien tomar una copa y mantener una conversación que no tuviera como trasfondo el tema de mis mutilaciones.

—Es difícil saber adónde irá a parar nuestra conversación, pero un vino sí que puedo ofrecerle —le sirvió una copa y él bebió su contenido en cuatro tragos. Después le tendió el vaso vacío mientras se relamía.

—En serio, antes de una semana los gurkos habrán puesto cerco a Adua. Le aconsejo que se vaya lo antes posible.

Ardee volvió a llenar las dos copas.

—¿No se ha dado cuenta de que la mitad de la ciudad ha tenido la misma idea? Ahora cualquier penco pulgoso que no haya sido requisado por el ejército cambia de manos por quinientos marcos. Masas de ciudadanos asustados huyen hacia todos los rincones de Midderland. Columnas de refugiados indefensos que vagan por campos embarrados, recorriendo un kilómetro al día. Ateridos de frío, cargados con lo poco que tienen. Presas fáciles para cualquier bandolero que se encuentre a cien kilómetros a la redonda.

—Cierto —admitió Glokta mientras se encaminaba trabajosamente hacia una butaca que había junto al fuego.

—¿Y además, adónde iba a ir? Le juro que no tengo ni un solo amigo o pariente en todo Midderland. ¿Pretende que me esconda en el bosque, me ponga a frotar un par de palos para encender un fuego y me dedique a cazar ardillas con las manos? ¿Cómo diablos iba a emborracharme en esas circunstancias? No, gracias, me parece que aquí estoy más segura y muchísimo más cómoda. Tengo carbón para la chimenea y la bodega bien surtida. Puedo resistir durante varios meses —señaló la pared agitando fláccidamente una mano—. Los gurkos vienen por el oeste y nosotros estamos en el lado este de la ciudad. Seguro que no estaría más segura ni en el mismísimo palacio.

Puede que tenga razón. Aquí por lo menos puedo vigilarla más o menos.

—De acuerdo, me inclino ante sus razonamientos. O me inclinaría si me lo permitiera la espalda.

Ardee se sentó frente a él.

—¿Y cómo es la vida en los pasillos del poder?

—Fría. Como suelen ser los pasillos —Glokta se pasó un dedo por los labios—. Me encuentro en una situación difícil.

—Yo de eso tengo experiencia.

—Ésta es bastante... compleja.

—Pues trate de explicármela en unos términos que una pobre tonta como yo pueda entender.

¿Qué mal hay en decírselo? Al fin y al cabo, ya estoy mirando a la muerte cara a cara.

—Dicho en unos términos que una pobre tonta pueda entender, imagínese que... por necesitar desesperadamente ciertos favores se ha prometido en matrimonio a dos hombres muy ricos y poderosos.

—Hummm. Sería mejor que sólo fuera uno.

—En este caso concreto, sería mejor que no fuera ninguno. Los dos son unos carcamales de una fealdad indescriptible.

Ardee se encogió de hombros.

—La fealdad se perdona enseguida a los ricos y poderosos.

—Pero es que esos dos pretendientes además son bastante propensos a padecer violentos ataques de celos. Unos ataques que podrían resultar extremadamente peligrosos si llegaran a enterarse de la desvergonzada infidelidad de su prometida. Usted confiaba en poder librarse de una de las dos promesas en algún momento, pero el día de la boda se acerca... y resulta que sigue estando... considerablemente comprometida con los dos. En realidad, más que nunca... ¿Qué hacer?

Ardee frunció los labios con gesto pensativo, tomó una bocanada de aire y luego, con ademán teatral, se echó un mechón hacia uno de sus hombros.

—Los volvería locos con mi ingenio sin igual y mi deslumbrante belleza y luego me las arreglaría para que los dos se batieran a duelo. El ganador obtendría como magnífica recompensa mi mano y no sospecharía ni por un instante que anteriormente había estado también prometida a su rival. Como es viejo, esperaría con ansia su inminente muerte para así convertirme en una rica y respetada viuda —le miró con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿Qué me dice a eso, caballero?

Glokta pestañeó.

—Me temo que la metáfora ha dejado de hacer al caso.

—Oh, vaya... —Ardee miró al techo con los ojos entornados y de pronto chasqueó los dedos—. Ya sé. Recurriré a las sutiles artes femeninas... —echó hacia atrás los hombros y levantó el busto—... para seducir a un tercer hombre, más poderoso y rico aún que los otros dos. Joven, apuesto y, ya que esto es una metáfora, supongo que también bastante atlético. Me casaré con él y con su ayuda destruiré a los otros dos y los dejaré abandonados y sin un maldito centavo. ¡Ja! ¿Qué le parece?

Glokta notó que su párpado se había puesto a palpitar y se lo apretó con una mano.
Interesante
.

—Un tercer pretendiente —murmuró—. La verdad es que no se me había ocurrido esa idea.

La silla de Skarling

Abajo, a lo lejos, el agua embravecida espumeaba. Había llovido mucho durante la noche y ahora el río corría crecido mordiendo con furia ciega la base de la peña. Frías aguas negras y fría espuma blanca chocando contra la piedra negra y fría. Unas formas minúsculas, de un amarillo dorado, de un ardiente naranja, de un intenso púrpura, de todos los colores del fuego, pasaban como una exhalación arrastradas por las locas corrientes, se dejaban llevar allá adonde las condujeran las lluvias.

Hojas en el agua, como él.

Y ahora parecía como si las lluvias fueran a arrastrarle a él hacia el Sur. Para seguir luchando un poco más. Para matar a hombres que nunca habían oído hablar de él. Sólo de pensarlo le entraban ganas de vomitar. Pero había dado su palabra y un hombre que no cumple su palabra ni es hombre ni es nada. Eso era lo que solía decirle a Logen su padre.

Se había pasado muchos y muy largos años sin dar ningún valor a nada. Ni su palabra, ni las palabras de su padre, ni la vida de otros hombres significaban nada para él. Había dejado que se pudrieran todas las promesas que había hecho a su esposa y a sus hijos. Había incumplido incontables veces la palabra dada a su gente, a sus amigos, a sí mismo. El Sanguinario. El hombre más temido del Norte. Un hombre que se había pasado todos los días de su vida caminando por un círculo de sangre. Un hombre que en su vida había hecho otra cosa que el mal. Y durante todo ese tiempo se había limitado a mirar al cielo y encogerse de hombros. A echar la culpa al que tuviera más cerca y a decirse a sí mismo que no tenía otra elección.

Bethod ya no existía. Logen se había vengado al fin, pero el mundo no se había convertido de repente en un lugar más habitable. El mundo seguía siendo el mismo y él también. Desplegó los dedos de la mano izquierda encima de la piedra húmeda. Unos dedos retorcidos y deformados por una docena de viejas fracturas, con los nudillos arañados y llenos de costras y las uñas agrietadas y sucias. Se quedó un momento contemplando el muñón que le era tan familiar.

—Sigo vivo —dijo en voz baja, casi sin poder creerlo.

Hizo una mueca de dolor al sentir una punzada en las costillas y soltó un gemido cuando se separó de la ventana para volverse hacia el gran salón. El salón del trono de Bethod, y ahora el suyo. La idea hizo que una escueta risotada le eructara en las tripas, pero hasta eso bastó para que le dieran un tirón los innumerables puntos de sutura que tenía en la mejilla y en un lado de la cara. Atravesó cojeando el gran salón, sufriendo con cada paso. El ruido de sus botas rebotó contra las vigas del techo, imponiéndose al lejano murmullo del río. Haces de luz difusa, llenos de polvo en suspensión, dibujaban un entramado sobre las tablas del suelo. Cerca de Logen, en un estrado, se encontraba la silla de Skarling.

El salón, la ciudad, la tierra de alrededor, todo había cambiado hasta el punto de ser ahora casi irreconocible, pero a Logen le pareció que la silla estaba igual que cuando Skarling vivía. Skarling el Desencapuchado, el más grande de los héroes del Norte. El hombre que había unido a los clanes para luchar contra la Unión, hacía mucho tiempo. El hombre que había unido las tierras del Norte con sus palabras y sus gestos, durante unos pocos años al menos.

Un asiento sencillo para un hombre sencillo: tallado con grandes y sólidos maderos, con la pintura borrada en sus bordes por el paso del tiempo, pulido por los hijos y nietos de Skarling y por los sucesivos hombres que habían acaudillado su clan a lo largo de los años. Hasta que el Sanguinario había llamado a las puertas de Carleon. Hasta que Bethod se apoderó de la silla y se hizo pasar por el nuevo Skarling, obligando al Norte a unirse por el fuego, el miedo y el acero.

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