El último argumento de los reyes (65 page)

BOOK: El último argumento de los reyes
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Glokta permaneció callado unos instantes.
Falta de costumbre, simplemente. Tengo que dar mi retorcida espalda a la Inquisición. ¿Qué me llamaría Sult? ¿Traidor? Sin duda. Y algo peor. Pero la principal lealtad de un hombre es la que tiene para consigo mismo. Yo ya me he sacrificado bastante
.

—No, Señoría. Vengo a hablar en nombre de Sand dan Glokta —se acercó renqueando a una silla y se dejó caer sobre ella sin esperar a que le invitaran a hacerlo.
Yo ya no estoy para andarme con cortesías
—. Francamente, necesito su ayuda.
Francamente, es usted mi última esperanza
.

—¿Mi ayuda? No creo que a usted le falten amigos poderosos.

—Sé por triste experiencia que los poderosos no se pueden permitir el lujo de tener amigos.

—Por desgracia eso es cierto. No se llega a mi posición, ni siquiera a la suya, sin haber aprendido que en última instancia todos estamos solos —Marovia le dirigió una mirada bondadosa mientras tomaba asiento en su alta silla.
Pero eso a mí no me tranquiliza en absoluto. Las sonrisas de este hombre me parecen tan letales como el ceño de Sult
—. Nuestros amigos han de ser aquellos que nos resulten más útiles. Y teniendo eso en cuenta, dígame en qué puedo ayudarle. Y lo que es más importante: qué puede ofrecerme usted a cambio.

—Necesitaré un poco de tiempo para explicárselo —el semblante de Glokta se contrajo al sentir un calambre en la pierna y tuvo que hacer un esfuerzo para estirarla por debajo de la mesa—. ¿Puedo hablarle con total sinceridad, Señoría?

Marovia se acarició la barba con gesto pensativo.

—La verdad es una mercancía muy valiosa. Me sorprende que un hombre de su experiencia la regale sin más ni más. Sobre todo a una persona que se encuentra, por así decirlo, en el campo opuesto al suyo.

—Una vez me dijeron que un hombre perdido en el desierto debe aceptar el agua que se le ofrezca, venga de donde venga.

—¿Y usted está perdido? En tal caso, hable sinceramente, Superior. Y veremos si me sobra un poco de agua fresca de mi cantimplora.

No es exactamente una promesa de socorro, pero es más de lo que puede esperarse de un hombre que hace poco tiempo era un acérrimo enemigo. Así pues... mi confesión
. Glokta repasó los recuerdos que guardaba de los dos últimos años.
Que son inmundos, vergonzosos y feos. ¿Por dónde empezar?

—Hace ya algún tiempo empecé a investigar ciertas irregularidades que se habían detectado en los negocios del Honorable Gremio de los Sederos.

—Recuerdo muy bien aquel lamentable asunto.

—En el curso de mis investigaciones, descubrí que los Sederos estaban financiados por un banco. Un banco muy rico y poderoso. Valint y Balk.

Glokta esperó cautelosamente una reacción, pero los ojos de Marovia ni siquiera pestañearon.

—Sé de la existencia de esa institución.

—Yo sospechaba que se hallaba implicado en los delitos de los Sederos, pues el propio Maestre Kault así me lo había hecho saber momentos antes de su infortunado fallecimiento. No obstante, Su Eminencia no quiso que yo siguiera investigando —el ojo izquierdo de Glokta parpadeó y empezó a lagrimear—. Discúlpeme —murmuró secándolo con un dedo—. Poco después me enviaron a Dagoska con la misión de defender la ciudad.

—Su concienzudo trabajo en aquella cuestión me causó alguna que otra incomodidad —Marovia hizo una mueca de amargura—. Pero le felicito. Hizo usted una extraordinaria labor.

—No me puedo atribuir todo el mérito. La misión que me había encomendado el Archilector era imposible de realizar. Dagoska estaba plagada de traidores y cercada por los gurkos.

Marovia soltó un resoplido.

—Le compadezco.

—Por desgracia nadie se compadeció de mí entonces. Como siempre, por aquí todo el mundo estaba muy ocupado intentando imponerse a su adversario. Las defensas de Dagoska se encontraban en un estado lamentable y yo no podía reforzarlas sin contar con el dinero...

—Su Eminencia no se lo proporcionó.

—Su Eminencia se negó a desprenderse de un solo marco. Pero en mi momento de mayor necesidad, me surgió un inesperado benefactor.

—¿Un pariente rico? Qué feliz casualidad.

—No del todo —Glokta se pasó la lengua por el espacio que en tiempos ocuparan sus dientes delanteros.
Los secretos empiezan a rebosar como rebosa la mierda en una letrina
—. Mi pariente rico no era otro que la banca Valint y Balk.

Marovia arrugó la frente.

—¿Le adelantaron dinero?

—Gracias a su generosidad pude contener a los gurkos durante tanto tiempo.

—Teniendo en cuenta que los poderosos no tienen amigos, ¿qué obtenía a cambio la banca Valint y Balk?

—¿En esencia? —Glokta miró con ojos serenos al Juez—. Todo cuanto quisiera. Al poco de regresar de Dagoska, estuve investigando la muerte del Príncipe Heredero Raynault.

—Un horrendo crimen.

—Por el cual fue ajusticiado el embajador gurko, que era inocente.

En el rostro de Marovia se insinuó una levísima sorpresa.

—¿Me lo está asegurando?

—Sin la menor duda. Pero la muerte del heredero del trono creaba otros problemas, problemas relacionados con la votación en el Consejo Abierto, y Su Eminencia se dio por satisfecho con la solución más cómoda. Yo intenté profundizar en el caso, pero me lo impidieron. Me lo impidieron Valint y Balk.

—¿Y usted sospecha que esos banqueros estaban implicados en la muerte del Príncipe Heredero?

—Sospecho muchas cosas de ellos, pero las pruebas no abundan.
Siempre lo mismo: demasiadas sospechas y pruebas insuficientes
.

—Ay, esos bancos —gruñó Marovia—. No son más que aire. Obtienen dinero con simples conjeturas, embustes y promesas. Su verdadera moneda es el secreto, más aún que el oro.

—He tenido ocasión de comprobarlo. Pero un hombre perdido en el desierto...

—¡Sí, sí! Por favor, prosiga.

Glokta se sorprendió al descubrir que se lo estaba pasando en grande. Su lengua casi se trastabillaba por el ansia que sentía de soltarlo todo.
Ahora que he empezado a desvelar los secretos que he ido acumulando durante tanto tiempo me encuentro con que no puedo parar. Me siento como un pordiosero que hubiera salido a gastar dinero a lo loco. Horrorizado, pero liberado. Angustiado, pero feliz. Supongo que es como cortarse uno mismo el cuello: una gloriosa liberación de la que sólo se puede gozar una vez. Y al igual que si me estuviera cortando el cuello, lo más probable es que todo esto acabe costándome la vida. En fin. Todos tenemos que morir. Y ni yo mismo me sentiría capaz de decir que no me lo merezco mil veces
.

Glokta se inclinó hacia delante.
Incluso aquí, incluso en este momento, no sé por qué, necesito decirlo en voz baja
.

—Al Archilector Sult no le gusta nuestro nuevo Rey. Sobre todo, no le gusta la influencia que Bayaz ejerce sobre él. Considera que su poder se ha visto seriamente mermado. Es más, cree que de alguna manera usted está detrás de todo ello.

Marovia le miró con el ceño fruncido.

—¿Ah, sí?

Sí. Y yo tampoco descarto del todo esa posibilidad.

—Me ha pedido que busque la forma de quitar a Bayaz de en medio... —su voz se redujo casi a un susurro—. O de quitar al Rey de en medio. Sospecho que si le fallo, tiene otros planes. Unos planes en los que, por alguna razón, está implicada la Universidad.

—Se diría que está acusando a Su Eminencia el Archilector de alta traición —los ojos de Marovia le miraban con el brillo y la dureza de un par de clavos nuevos.
Con desconfianza, a la vez que con un ansia enorme
—. ¿Ha descubierto algo que pueda ser utilizado en contra del Rey?

—Antes de tan siquiera poder planteármelo, Valint y Balk me disuadieron a la fuerza.

—¿Tan pronto se enteraron?

—No puedo negar que alguien muy próximo a mí quizá no sea tan digno de confianza como siempre había pensado. Los banqueros no sólo me exigieron que desobedeciera a Su Eminencia, también insistieron en que le investigara
a él
. Quieren conocer sus planes. Sólo me quedan unos días para darles satisfacción y Sult ya no se fía de mí lo bastante como para compartir conmigo el contenido de su letrina, y mucho menos el contenido de su mente.

—Por favor, por favor —Marovia sacudió lentamente la cabeza.

—Y ahí no acaban mis males. Sospecho que el Archilector conoce muchas más cosas sobre los acontecimientos de Dagoska de lo que al principio parecía. Si alguien está hablando, es muy posible que lo esté haciendo con las dos partes.
Después de todo, si se puede traicionar a un hombre una vez, no es tan difícil hacerlo dos veces
—Glokta exhaló un largo suspiro.
Bueno, ya está. Ya han salido todos los secretos. La letrina está vacía. Y mi cuello rajado de oreja a oreja
—. Ésa es toda la historia, Señoría.

—Vaya un lío en que está usted metido.
Un lío letal, desde luego
—Marovia se puso de pie y comenzó a pasear lentamente por la habitación—. Supongamos por un momento que realmente ha venido usted a pedirme ayuda y no a ponerme en una situación comprometida. El Archilector tiene medios suficientes para causar un problema muy grave. Y el desmedido egoísmo necesario para hacerlo en un momento como éste.
Eso no se lo voy a discutir
. Si consigue unas pruebas lo bastante contundentes, yo desde luego estaría dispuesto a presentárselas al Rey. Pero no puedo actuar contra un miembro del Consejo Cerrado, y menos aún contra el Archilector, sin pruebas seguras. Una confesión firmada sería lo mejor.

—¿La confesión firmada de Sult? —murmuró Glokta.

—Un documento así nos resolvería bastantes problemas a los dos. Sult desaparecería de escena y los banqueros perderían su dominio sobre usted. Los gurkos seguirían acampados detrás de nuestras murallas, claro. Pero no se puede tener todo.

—La confesión firmada del Archilector.
Y ya que estamos, ¿qué tal si arranco la luna del cielo?

—O, si no, una roca lo bastante grande como para provocar un derrumbamiento. Tal vez la confesión de alguien bastante próximo a él. Tengo entendido que usted es experto en obtenerlas —el juez miró a Glokta con los ojos entornados—. ¿O me han informado mal?

—Yo no puedo conjurar pruebas del aire, Señoría.

—Un hombre perdido en el desierto tiene que aceptar lo que se le ofrecen, por poco que sea. Encuentre esas pruebas y tráigamelas. Entonces podré actuar, pero ni un momento antes. Comprenderá que no puedo correr riesgos por usted. Es difícil fiarse de un hombre que ha elegido un amo y ahora elige otro.

—¿Elegido? —el párpado de Glokta empezó a palpitar de nuevo—. Si cree que yo elegí la miserable vida que tiene ante sus ojos, se equivoca de medio a medio. Yo elegí la gloria y el éxito. La caja no contenía lo que estaba escrito en la tapa.

—El mundo está lleno de historias trágicas —Marovia se acercó a la ventana y contempló el cielo que empezaba a oscurecer—. Sobre todo ahora. ¿No pretenderá que eso le importe mucho a un hombre de mi experiencia? Que tenga un buen día.

Seguir hablando no tiene sentido
. Glokta se inclinó hacia delante, se esforzó por ponerse en pie con la ayuda del bastón y se dirigió cojeando a la puerta.
Pero un diminuto rayo de esperanza se ha colado en la oscura celda de mi desesperación... sólo tengo que obtener una confesión de alta traición firmada por el jefe de la Inquisición de Su Majestad...

—¡Superior!
¿Por qué será que nadie termina de hablar antes de que me levante?
—Glokta se volvió con la columna ardiéndole de dolor—. Si alguien próximo a usted está hablando, tiene que hacerle callar. De inmediato. Sólo a un idiota se le ocurriría intentar arrancar de raíz la traición del Consejo Cerrado sin haber cortado antes las malas hierbas de su propio jardín.

—Ah, no se preocupe por mi jardín, Señoría —Glokta obsequió al Juez con la más repulsiva de sus sonrisas—. En este momento estoy afilando mis podaderas.

Caridad

Adua ardía.

Los dos distritos más occidentales, las Tres Granjas, al sudoeste de la ciudad, y Los Arcos, un poco más al norte, estaban surcados de negras heridas. De algunas de ellas seguía saliendo humo; grandes columnas teñidas de un leve fulgor anaranjado en su base que se extendían hacia el oeste impulsadas por el fuerte viento como si fueran grandes manchas de aceite y corrían una cortina sucia sobre la puesta de sol.

Desde el parapeto de la Torre de las Cadenas, Jezal lo observaba todo en solemne silencio, con las manos convertidas en dos apretados puños. Desde allí arriba sólo se oía el ruido del viento que le cosquilleaba en los oídos y de vez en cuando el leve eco de una batalla distante. Un grito de guerra o los alaridos de los heridos. O quizá no era más que el reclamo de un ave marina que volaba muy alto. Por un instante, Jezal se sintió imbuido de un estado de ánimo lloriqueante que le llevó a desear ser un ave para echarse a volar desde la torre, sobrepasar los piquetes gurkos y alejarse para siempre de aquella pesadilla. Pero escapar de ahí no iba a ser tan fácil.

—Hace tres días que abrieron brecha por primera vez en la Muralla de Casamir —le estaba explicando el Mariscal Varuz con voz monótona—. Rechazamos los dos primeros asaltos y esa noche mantuvimos las Tres Granjas, pero al tercer día hubo otro asalto, y luego otro más. Ese maldito polvo negro ha cambiado todas las reglas de la guerra. En una hora derribaron un muro que podía haber resistido una semana.

—A Khalul siempre le gustó juguetear con sus polvos y sus botellas —masculló Bayaz, un comentario que tampoco servía de nada.

—Esa noche ya eran suyas las Tres Granjas y poco después derribaron las puertas de Los Arcos. Desde entonces, toda la parte occidental de la ciudad ha sido una batalla ininterrumpida —la taberna donde Jezal había celebrado su victoria sobre Filio en el Certamen estaba en ese distrito. La taberna donde había estado con West y Jalenhorm, Kaspa y Brint, antes de que ellos se fueran al Norte y él al Viejo Imperio. ¿Estaría ardiendo ese edificio? ¿Se habría convertido ya en un cascarón ennegrecido?—. De día luchamos cuerpo a cuerpo en las calles. Y todas las noches lanzamos ataques por sorpresa. Ni un centímetro de suelo se abandona sin que esté empapado de sangre gurka —puede que Varuz creyera estar infundiéndole ánimos, pero lo único que estaba consiguiendo era que Jezal empezara a sentirse enfermo. Las calles de la capital empapadas de sangre. Fuera de quien fuera la sangre, ése no había sido nunca su primer objetivo como rey de la Unión—. La Muralla de Arnault resiste, aunque hay incendios en el centro de la ciudad. Anoche las llamas estuvieron a punto de llegar a las Cuatro Esquinas, pero la lluvia las apagó, al menos de momento. Estamos luchando calle por calle, casa por casa, habitación por habitación. Como vos dijisteis que debíamos hacer, Majestad.

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