El último judío (46 page)

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Authors: Noah Gordon

Tags: #Historico, Intriga

BOOK: El último judío
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—Yo participaré.

Su padre la miró con una sonrisa.

—Tú no podrás trabajar lo suficiente.

—Puedo aprender a realizar los trabajos del campo tan bien como un mercader de seda. Sé cuidar muy bien un huerto. Trabajaré con más ahínco de lo que jamás hubiera podido hacer Abram Montelbán.

Sin dejar de sonreír, su padre le contesto:

—Aun así, no está permitido. Para conservar la propiedad tendrías que volver a comprometerte en matrimonio. De lo contrario, la propiedad de tus tierras se la repartirán los demás campesinos.

—No quiero volver a casarme jamás.

—Anselmo, el hijo de Abram, quiere que tu propiedad se conserve intacta dentro de la familia.

—¿Y qué se propone? ¿Quiere tomarme como segunda esposa?

Su padre frunció el ceño al oír su tono de voz, pero prefirió no perder la paciencia.

—Propone que te comprometas en matrimonio con su hijo mayor, José.

—¡Con su hijo mayor! ¡Pero si José es sólo un niño de siete años!

—Aun así, el compromiso servirá para conservar las tierras intactas. No hay nadie más para ti —le dijo su padre, tal como le había dicho cuando le ordenó que se casara con Abram. Joaquín se encogió de hombros—. Dices que no quieres volver a casarte. Puede que José se muera en la infancia, O, si llega a la edad adulta, tardará años en crecer. Puede que al final las cosas resulten a gusto de todos. Cuando se convierta en un hombre, acaso sea de tu agrado.

Adriana jamás había reparado en lo mucho que aborrecía a su padre. Le vio rebuscar en su cesto de hortalizas y sacar las cebollas tiernas que ella había arrancado para su propio consumo aquella mañana.

—Me las llevaré a casa, pues a Sancha le gustan tus cebollas más que las otras —le dijo con una radiante sonrisa en los labios.

El segundo compromiso le deparó un periodo de sosiego. Tres estaciones de siembra y tres cosechas habían ido y venido desde la muerte de Abram Montelbán. Los fértiles campos se habían sembrado cada primavera, el heno se había segado y almacenado cada verano, el barbado trigo se había cosechado cada otoño y los hombres no habían tenido más remedio que aceptarlo, murmurando por lo bajo.

Algunas mujeres del valle volvían a mirar a Adriana con hostilidad. Algunos hombres casados habían ido más allá de las palabras y le habían insinuado su interés con dulces palabras, pero el lecho matrimonial aún estaba desagradablemente reciente en sus pensamientos y ella no quería saber nada de los hombres. Aprendió a quitárselos de encima y a rechazar su necedad con un comentario burlón o una leve sonrisa.

Las veces que salía a dar un paseo, veía al varón al que estaba prometida. José Montelbán era bajito para su edad y tenía una espesa mata de ensortijado cabello negro. Parecía un chiquillo jugando en los campos. Pero por entonces el niño ya tenía diez años. ¿A qué edad lo considerarían lo bastante crecido para el matrimonio? Un chico tenía que haber cumplido los catorce o quince años, suponía ella, para que lo dedicaran a semental.

Una vez pasó por su lado y vio que le caían los mocos de la nariz.

Impulsivamente, se sacó un trapo del bolsillo y limpió la nariz del sorprendido chiquillo.

—Nunca tienes que irte a la cama con mocos, señor. Me lo tienes que prometer —le dijo, y se rió como una loca mientras él se alejaba corriendo como un conejo asustado.

En su interior se estaba desarrollando un pequeño bulto de frialdad semejante a un hijo no deseado. No tenía ninguna posibilidad de escapar, pero empezó a acariciar la idea de alejarse de aquel lugar, subiendo por la ladera de la montaña hasta que ya no pudiera seguir caminando.

No temía la muerte, pero no soportaba la idea de que la devoraran las fieras.

Había llegado a la conclusión de que era una locura esperar algo bueno del mundo. La tarde en que el forastero surgió del bosque como un caballero con su oxidada cota de malla y su espléndido caballo tordo, hubiera huido de él de haber podido. De ahí que no le hiciera la menor gracia que Benzaquen llamara a su puerta a la mañana siguiente y le pidiera humildemente que ocupara su lugar y le mostrara el valle al visitante.

—Mis ovejas han empezado a parir prodigiosamente corderos y hoy algunas precisaran de mis cuidados —le dijo sin ofrecerle ninguna alternativa.

Le reveló lo único que sabía de aquel hombre: que era un médico de Guadalajara.

CAPÍTULO 39

La visita del medico

Yonah había dormido muy a gusto en el henil de Benzaquen. Para no molestar a la esposa de su anfitrión, entró en la casa cuando todo el mundo dormía, tomó un carbón de los rescoldos, encendió una pequeña hoguera a la orilla del riachuelo que discurría cerca de la casa y se preparó un puré de guisantes, echando mano de las menguadas provisiones que todavía le quedaban. Estaba descansado y bien alimentado cuando apareció Adriana Chacón para anunciarle que lo iba a acompañar en un recorrido por la aldea en sustitución de Benzaquen.

La joven le dijo que no ensillara el caballo.

—Hoy os mostraré la parte oriental del valle. Será mejor que vayamos a pie. Puede que mañana alguien os muestre la otra parte y tengáis que cabalgar —añadió.

Yonah asintió con la cabeza. Aún no había salido de su asombro ante el gran parecido de la joven con Inés, pero, pensándolo mejor, se dio cuenta de que era distinta en varios detalles: era más alta, tenía las espaldas más anchas y el busto más delicado. Su esbelto cuerpo era tan atractivo como su agraciado rostro y, cuando ella se le acercó, Yonah observó cómo se pegaban sus redondos muslos a la rústica tela de su vestido. Sin embargo, la muchacha no parecía ser consciente de su belleza, pues no hacía el menor alarde de afectada vanidad.

Yonah tomó el cestito cubierto con una servilleta que ella llevaba.

Pasaron por un campo donde unos hombres estaban trabajando. Adriana levantó la mano a modo de saludo, pero no interrumpió sus tareas para presentarles al forastero.

—Aquel hombre que está sembrando es mi padre Joaquín Chacón —le explicó.

—Ah, ya le conocí ayer. Es uno de los que acudió corriendo para protegeros.

—Él tampoco os recordaba de Granada —le dijo ella.

—No tenía nada que recordar. Mientras yo estaba en Granada, me dijeron que se encontraba en el sur, comprando seda.

—Micah Benzaquen me dijo que habíais pedido la mano de mi tía.

Micah Benzaquen era un chismoso, pensó Yonah, pero la verdad era la verdad.

—Sí, intenté casarme con Inés Saadi Denia. Benzaquen era íntimo amigo de vuestro abuelo. Actuó de intermediario y me sometió a interrogatorio en nombre de Isaac Saadi para averiguar mi situación económica. Yo era joven y muy pobre, y apenas tenía esperanzas para el futuro. Hubiera deseado que Isaac Saadi me introdujera en el comercio de la seda, pero Benzaquen me dijo que Isaac Saadi ya tenía a un yerno que trabajaba para él, vuestro padre, y que Inés tenía que casarse con un hombre que se dedicara a otro negocio o comercio. Me explicó con toda claridad que vuestro abuelo no quería mantener a un yerno y me ordenó que me marchara.

—¿Y os dolió mucho? —preguntó la joven en tono jovial para darle a entender que, después de los años transcurridos, aquel repudio sufrido en su juventud ya no podía ser tan grave.

—Pues sí, y también me dolió perderos a vos y a Inés. Quería casarme con ella, pero su sobrinita me había robado el corazón. Después de vuestra partida encontré un guijarro redondo y suave con el que vos solíais jugar. Me lo llevé como recuerdo y lo conservé más de un año hasta que lo perdí.

La joven se lo quedó mirando.

—¿De veras?

—Os lo juro. Es una lástima que Isaac no me aceptara. Hubiera podido ser vuestro tío y hubiera participado en vuestra educación.

—También hubierais podido morir con Inés en Pamplona, en lugar de Isidoro Sabino —observó ella.

—Sois una mujer muy práctica. Es algo que hubiera podido ocurrir, en efecto.

Llegaron a una pocilga hedionda en la que muchos cerdos se estaban revolcando en el barro.

Más allá se levantaba un ahumadero en cuyo interior se encontraba un porquero llamado Rodolfo García. Adriana le presentó a Yonah.

—Ya me han dicho que teníamos a un forastero —observó Rodolfo.

—Le estoy mostrando las riquezas de nuestro valle —le explicó Adriana, al tiempo que entraba con él en el ahumadero, de cuyas vigas colgaban unos grandes y oscuros jamones. La joven le dijo a Yonah que los cerdos se criaban con bellotas de la montaña—. Los jamones se frotan con hierbas y especias y se ahuman muy despacio. El resultado es una carne magra y oscura de exquisito sabor.

García tenía unos campos en los que los verdes renuevos ya estaban aflorando a la superficie.

—Sus cosechas son siempre las primeras en primavera —le dijo Adriana a Yonah.

El campesino le explicó que ello se debía a la presencia de los cerdos.

—Traslado sus pocilgas una vez al año. Allí donde los dejo, escarban la tierra con sus afiladas pezuñas y sus jetas, la mezclan con sus excrementos y crean un fértil campo que pide a gritos semillas.

Se despidieron de él y reanudaron su camino, siguiendo el curso de una corriente que atravesaba los campos y el bosque hasta llegar a un taller de madera en el que se aspiraba la fragancia de las virutas y en el que un hombre llamado Jacob Orabuena fabricaba sólidos muebles e instrumentos de madera, además de aserrar troncos por cuenta ajena.

—En el monte hay tanta madera que siempre podría estar ocupado —le explicó éste a Yonah—, pero somos un grupo muy pequeño y la demanda de mis artículos no es demasiado grande. La lejanía de este valle, que tanto valoramos por la seguridad que nos ofrece, impide que podamos vender nuestros productos. Los mercados están demasiado lejos. Podríamos llenar uno o dos carros y hacer el difícil viaje a Jaca o Huesca, pero no conviene que venga mucha gente para abastecerse de los jamones de Rodolfo o los muebles que yo hago. No nos interesa llamar la atención. Por consiguiente, cuando no tengo trabajo en mi taller, echo una mano en los campos.

Después el hombre dijo que deseaba pedirle un favor a Yonah.

—La señora Chacón dice que sois médico.

—¿Sí?

—A mi madre le suele doler mucho la cabeza.

—Tendré mucho gusto en examinarla —dijo Yonah.

De pronto, se le ocurrió una idea.

—Decidle… y decidle a cualquiera que quiera ver a un médico… que mañana me podrán encontrar en el establo de Micah Benzaquen.

Orabuena sonrió y asintió con un gesto.

—Iré con mi madre —dijo.

Siguieron el curso de la corriente y llegaron a un umbroso estanque junto al cual decidieron descansar. El cesto de Adriana contenía pan, queso de oveja, cebollas tiernas y unos racimos de uva. Ambos comieron y bebieron la fría agua del estanque, recogiéndola en el cuenco de las manos. El hecho de remover el agua asustó a unas truchas de buen tamaño que se apresuraron a buscar refugio entre las raíces de la socavada orilla.

—Este valle vuestro es un lugar espléndido para vivir —comentó Yonah.

Ella no contestó y se limitó a sacudir la bolsa para arrojar las migas de pan a los peces.

—Creo que ya es hora de hacer la siesta —declaró.

Apoyó la espalda contra el tronco de un árbol y cerró los ojos. Yonah imitó su sabio ejemplo. Sólo interrumpían el silencio el canto de los pájaros y los murmullos del agua. Yonah se quedó un rato dormido y descansó sin soñar. Cuando abrió los ojos, Adriana aún estaba dormida y él la pudo contemplar a su antojo. Tenía el rostro de los Saadi, la misma nariz larga y recta, la ancha boca de finos labios y sensibles comisuras que revelaban sus emociones. Yonah estaba seguro de que era una mujer capaz de experimentar pasiones intensas; pero no parecía tener demasiado empeño en seducir a un hombre, pues no había dado ninguna muestra, por discreta que ésta fuera, de estar disponible. A lo mejor él no le interesaba. O acaso aún llorara la muerte de su difunto esposo, pensó Yonah, envidiando por un insensato instante a su desaparecido enamorado. Su cuerpo era delgado, pero fuerte. Tenía unos huesos muy buenos, pensó, y justo en aquel instante ella abrió los ojos y lo vio contemplando arrobado su figura.

—¿Nos vamos? —le preguntó. Él asintió y se levantó, tras lo cual le ofreció la mano para ayudarla; entonces percibió los fríos y secos dedos de la joven en los suyos.

Por la tarde visitaron rebaños de ovejas y cabras y Yonah conoció a un hombre que se pasaba el día recorriendo los ríos y recogiendo y acarreando piedras aptas para la construcción que después amontonaba cual si fueran monumentos en proximidad de su casa, a la espera del día en que alguien necesitara construir algo.

Ambos estaban muy cansados cuando Adriana acompañó a Yonah a la finca de Benzaquen a última hora de la tarde. Ya se habían despedido y separado cuando ella se volvió.

—Cuando hayáis terminado vuestro trabajo de médico, tendré sumo gusto en mostraros el resto del valle —le dijo.

Yonah le agradeció de nuevo su amabilidad y le dijo que estaría encantado. A primera hora del día siguiente, la primera persona que se presentó para ver al médico fue una mujer llamada Viola Violante.

—Tengo el demonio metido en un colmillo —le dijo.

Yonah le examinó la boca y comprendió de inmediato lo que ocurría, pues tenía un canino descolorido y la encía que lo rodeaba estaba muy pálida.

—Ojalá os hubiera visitado antes, señora —murmuró, porque tal como estaba la cosa no le quedaba más remedio que arrancar aquel diente.

Tal como se temía, el diente ya estaba podrido y se rompió durante la extracción. Tuvo que trabajar mucho para asegurarse de que no quedara ninguna raíz, pero, al final, los fragmentos quedaron esparcidos por el suelo a los pies de la señora Violante. Escupiendo sangre, la mujer alabó su pericia y se fue.

Para entonces, varias personas estaban esperando y Yonah se paso toda la mañana atendiendo sin descanso a un paciente tras otro mientras les pedía a los demás que esperaran a cierta distancia para respetar la intimidad. Le recortó una uña encarnada del pie a Durante Chazán Halevi y escuchó con atención a Asher de Segarra mientras éste le describía las molestias estomacales que experimentaba periódicamente.

—No llevo medicinas y vos estáis muy lejos de una botica —le dijo al señor Segarra—, pero pronto florecerán las rosas. Si hervís un puñado de pétalos en agua con miel, lo dejáis enfriar y lo batís con un huevo de gallina, la bebida os aliviará las dolencias de estómago.

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