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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

El Ultimo Narco: Chapo (32 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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Todo el mundo sabe quiénes son, y nadie se atreve a criticarlas. Son más o menos dueñas de Culiacán. Si cometen una infracción de tránsito, nadie las multa. Si cometen un delito menor, nadie se atreve a reportarlo. Si quieren el mejor asiento en el restaurante o el salón de belleza, lo obtienen.

Rara vez se involucran a profundidad en el negocio, pero culturalmente son parte de él.

A fines de diciembre de 2008, en particular una reina de la belleza de Sinaloa llamó la atención del mundo cuando fue arrestada junto con un grupo de siete supuestos miembros del cártel de Juárez en un puesto de revisión militar a las afueras de Guadalajara. Laura Elena Zúñiga Huizar, de 23 años de edad, iba conduciendo un auto con rifles de asalto, pistolas, cartuchos, más de una docena de teléfonos celulares y 53 mil 300 dólares; el cargamento estándar de un narco.

Los medios no se cansaban de la noticia. Zúñiga, que había sido maestra de preescolar, había ganado el concurso de Miss Sinaloa apenas seis meses antes. Los programas informativos de televisión intercalaban imágenes de ella aceptando el ramo de flores que se entrega a la ganadora, con las más nuevas, cuando las autoridades la presentaron ante la prensa, con la cabeza baja y aspecto desaliñado.

Aunque se trataba de una historia sensacionalista, tenía un trasfondo triste que atormentaba a madres y padres de todo México. Luego resultó que Zúñiga no estaba involucrada en el narcotráfico, pero estaba saliendo con Ángel Orlando García, un miembro de alto rango del cártel de Juárez. Padres de todos México se planteaban las mismas preguntas: ¿qué impulsa a una mujer joven con un futuro prometedor a relacionarse con semejantes tipos? No hay duda de que en todos lados a las mujeres jóvenes les gustan los chicos malos, pero ¿qué había de atractivo en hombres que se dedican a traficar drogas y a matar?

Algunos dicen que son las riquezas; otros dicen que es la libertad. Los narcos viven fuera de un sistema de leyes que, en la mente de la mayoría de los mexicanos, no vela por ellos. Esa clase de vida puede ser atractiva, particularmente para una mujer joven con belleza e inteligencia pero no necesariamente un futuro claro.

Y en algunos casos ni siquiera se considera que los enigmáticos narcos de hasta arriba estén haciendo algo especialmente ilegal. Son ciudadanos normales que asisten a reuniones políticas y apoyan a los candidatos de su elección, ayudan a construir escuelas e iglesias, patrocinan eventos locales e impulsan las economías locales. Como otros de su edad, también salen, van a clubes nocturnos y se casan.

Ahí es donde radican los riesgos. Los traficantes de drogas representan otro problema más: al fin y al cabo, si eres mujer es difícil rechazar —ya no digamos romper con él— a un narco que te hace proposiciones. «Si una mujer rechaza una proposición [de un traficante de drogas], su castigo puede ser la muerte», dice Magdalena García Hernández, quien encabeza un grupo activista de mujeres conocido como Milenio Feminista.

No está claro por qué Zúñiga Huizar, que nació y creció en Culiacán, eligió asociarse con los hombres con quienes fue arrestada. No está claro si tuvo opción. Fue puesta en libertad sin que se le formularan cargos, y desde entonces ha permanecido muy alejada de las miradas públicas en Culiacán.

En el centro correccional estatal en Ciudad Juárez, un grupo de mujeres fueron encarceladas por traficar para la organización del Chapo; alegaron que no sabían lo que llevaban (marihuana) y fueron sentenciadas a varios años. Carmen Elizalde fue arrestada por traficar casi 100 kilos de cocaína de Panamá a México, y se le envió a la prisión de Culiacán. Ella adujo que su esposo la había engañado, fingiendo que sólo iban de vacaciones.

Para algunas mujeres jóvenes, el encanto permanece. Sentadas en el soleado patio de Santa Martha Acatitla, el reclusorio de mujeres en los límites de la ciudad de México, un grupo de prisioneras se reúnen y hablan de sus crímenes. Una de ellas está ahí por robo de auto, otra por tomar a mano armada un autobús de la ciudad.

Una interna de largas piernas baja contoneándose las escaleras hasta el patio. Llevando lentes para sol estilo Jackie O y tacones, camina con la arrogancia de una supermodelo y se dirige al teléfono de monedas que hay en una esquina sombreada.

«Mira», dice una de las internas, deslumbrada y boquiabierta: «La Reina».

Sandra Ávila Beltrán, alias «La reina del Pacífico», fue puesta bajo custodia a finales de 2007. Ahora pasa los días aquí en Santa Martha Acatitla. Todavía está esperando sentencia. Cuando fue arrestada en la ciudad de México —se había cambiado el nombre y llevaba una vida modesta, pero fue localizada porque no había renunciado a su gusto por los mejores restaurantes de la ciudad—. La Reina se volvió una celebridad al instante. Le hizo pucheros a los policías y dijo que sólo era una ama de casa que vendía ropa y casas para ganarse un dinerito extra.

La castaña de 46 años de edad, originaria de Baja California, también había sido acusada en Estados Unidos de conspirar para importar cocaína. Supuestamente había ascendido en el mundo del narco gracias a sus conexiones familiares (como sobrina del «Padrino» Félix Gallardo). Con el tiempo y gracias a su novio narco colombiano, Juan Diego Espinosa, «El Tigre», se volvió una intermediaria vital entre mexicanos y colombianos.

Mediante la seducción, ella se había abierto el camino hasta los más altos niveles del cártel de Sinaloa; en la lista de los que habían sido sus amantes incluía al Mayo y a Ignacio «Nacho» Coronel. (También había estado casada con un comandante corrupto de la Policía Federal, Rodolfo López Amavizca, con quien tuvo un hijo. Su esposo fue asesinado).

«Es insólito, en el sentido de que en décadas no habíamos visto que una mujer alcanzara tan alta posición dentro de los cárteles del crimen organizado», le dijo un funcionario mexicano a un reportero cuando la arrestaron. «El ascenso de Sandra tiene que ver con dos circunstancias: sus lazos con una familia que ha estado involucrada con el tráfico de drogas por más de tres generaciones, y la belleza física que la hace destacar como mujer». Pero Michael Vigil, de la DEA, fue más reprobatorio en su declaración. «Sandra era muy despiadada. Ella usaba las tácticas intimidatorias típicas de las organizaciones mexicanas».

Por semanas luego de su arresto, mientras los periódicos desmenuzaban hasta el más mínimo detalle de su historia, las estaciones de radio mexicanas transmitían repetidamente un narco-corrido en el que se le exalta como «pieza grande del negocio, una dama muy pesada». Una vez en prisión, sin embargo, el brillo pareció apagarse. Ella presentó una queja ante grupos de Derechos Humanos, diciendo que había cucarachas en su celda; además, la comida no era de su agrado.

«Ella es increíble», dijo una de las internas en el patio de Santa Martha Acatitla cuando vio que La Reina hacía su entrada. Otra dijo que era «una heroína» que se había abierto paso en un sistema machista. Ante esto, otra interna frunció el ceño; «ella es sólo una más aquí en la prisión».

Capítulo 16
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Dijo que El Chapo estaba en las montañas de Durango; las autoridades no correrían riesgos. Ya una vez lo habían visto en la zona, en 2006, manejando una camioneta deportiva tipo suv. Las cámaras citadinas de vigilancia lo habían captado; la policía y el Ejército no llegaron a tiempo. En adelante, el patrullaje de la zona sería rutina.

El procurador general Eduardo Medina Mora se veía cansado mientras sorteaba una pregunta tras otra acerca del capo. No había dejado de repetir a los medios de comunicación que detener al Chapo no sería el acto definitivo: la guerra contra las drogas era larga y complicada. Tal vez Medina Mora haya sido un héroe ante los ojos de sus colegas estadounidenses, que admiraban su integridad y determinación, pero para un equipo de prensa que se iba volviendo más y más virulento, había ocasiones en que parecía estar casi por rendirse. En algún momento llegó a decir que el objetivo de la guerra contra las drogas «no podía ser destruir el narcotráfico ni la delincuencia relacionada con las drogas».

También García Luna parecía perder el ímpetu. «Dada la tentación… siempre habrá personas que le entren al juego [del tráfico de drogas] por avión o helicóptero, por tierra o mar, porque es un mercado real. No hay otro producto así en el mundo».

Pero en mayo de 2009 los dos habían renovado su resolución. «Las organizaciones delictivas evolucionaron… las funciones y circunstancias del papel [del Chapo] fueron asumidas por otros miembros de la organización», dijo Medina Mora. «Sigue siendo una figura emblemática… [pero] es menos visible, menos importante en las operaciones cotidianas de la actividad delictiva del grupo. La captura del señor Joaquín Guzmán Loera sigue siendo una prioridad para el gobierno».

Había habido otras incursiones que fallaron por poco. En Sinaloa, miembros del Ejército admitieron la posibilidad de que gente del Chapo recibiera advertencias de incursiones provenientes de su campamento. Había sospechas sobre más soldados del general Sandoval y los investigaban por supuestas filtraciones de información al Chapo y los suyos. Nueve soldados del estado de Guerrero fueron detenidos por la misma causa.

Guerrero siempre había sido territorio del Chapo, pero desde hacía mucho lo manejaban los hermanos Beltrán Leyva en su nombre. El Chapo tenía una casa en Las Brisas (una colonia acomodada en la ciudad turística del Pacífico) y los hermanos habían reclutado comandantes de policía, bandas locales de secuestradores y otras organizaciones delictivas para que trabajaran para ellos. Con un puerto importante e innumerables costas vírgenes, Guerrero era ideal para la llegada de cocaína; con trechos montañosos que rivalizaban con la sierra de Sinaloa, el estado era perfecto para la producción de amapola y marihuana.

Cuando los hermanos Beltrán Leyva se separaron del Chapo, estalló la guerra en Guerrero. En todo el estado se sucedían las balaceras entre bandas rivales. Empezaron a aparecer cadáveres a una velocidad semejante a la de Ciu dad Juárez o Culiacán. Algunos cuerpos llevaban mensajes firmados por «El jefe de jefes».

Al parecer, Marcos Arturo Beltrán Leyva, alias «El Barbas», era el único jefe del lugar.

Los hermanos Beltrán Leyva habían extendido la red de corrupción a todo el país; básicamente, eran los propietarios de Guerrero. Tenían grandes influencias en Culiacán y habían pactado alianzas con rivales en Ciudad Juárez. Algunas autoridades (para no mencionar al mexicano promedio) se preguntaban si destronarían al Chapo.

El Chapo había recibido golpes graves. La Policía Federal capturó a uno de sus principales lugartenientes en jalisco, un hombre que había estado a cargo de las operaciones en el estado y que era uno de los aliados en quien más confiaba El Chapo.

En Culiacán detuvieron a Roberto Beltrán Burgos, alias «El Doctor», un confidente cercano del Chapo que había estado haciendo el trabajo del Vicentillo desde el arresto de éste; era su mano derecha y también su portavoz, encargado de comunicar las órdenes del jefe a los subordinados de todo el país.

El Ejército y la Policía Federal recibieron un informe anónimo de que un grupo de hombres armados circulaban por la ciudad de Durango. Alrededor de 200 agentes y soldados rodearon la zona donde los habían visto y los arrinconaron. Se produjo una balacera. Entre los muertos estaba Israel Sánchez Corral, alias «El Paisa». Había estado a cargo de la plaza de Culiacán para El Chapo, vigilando equipos de traficantes, distribuidores y asesinos. También era el encargado de verificar que nadie entrara en el feudo del Chapo, particularmente Los Zetas.

Antonio Mendoza Cruz, alias «El Primo Tony», uno de los confidentes más cercanos del Chapo, fue arrestado en Zapopan, Jalisco. Se dice que estaba a cargo de las compras de pseudoefedrina y cocaína para El Chapo en los estados de Quintana Roo, Jalisco y Sinaloa. El Primo Tony trabajaba directamente con los colombianos. Desde los primeros días fue miembro del círculo interno del capo y se dice que ayudó a coordinar la huida del Chapo de Puente Grande.

Al abrir agujeros en la red del Chapo, en la estructura jerárquica del cártel, pretendían trastornar gravemente sus operaciones. Cada vez que detenían o mataban a uno de sus hombres de alto rango, El Chapo tenía que reemplazarlo inmediatamente. El razonamiento era que si seguían atrapando al siguiente de la fila, El Chapo no podría adaptarse a tiempo. También se quedaría sin gente de confianza.

Un grupo de agentes del Chapo planeaba un atentado contra el presidente Calderón. No se revelaron detalles de la conspiración, pero el Presidente reconoció que no era la primera vez que el gobierno recibía informes de inteligencia de esos planes. Y tampoco sería la última, dijo Calderón. «Básicamente, los delincuentes quieren que las autoridades se detengan… porque los estamos obligando a retirarse… En esta lucha, no nos van a intimidar ni nos van a detener».

Asimismo, el Ejército estaba encontrando laboratorios de metanfetaminas en las montañas de Durango y Sinaloa; algunos, de los más grandes que hubieran visto (un laboratorio a las afueras de Culiacán tenía la capacidad de producir cada mes alrededor de 20 toneladas de metanfetaminas, que en las calles de Estados Unidos valdrían 700 millones de dólares). A comienzos de 2009, el procurador general Medina Mora declaró que La Familia era el mayor productor de metanfetaminas del país; el laboratorio de Culiacán parecía contradecirlo.

Al aproximarse los Federales y el Ejército, los habitantes de Sinaloa supieron que algo andaba mal por sus lares. «Van a detenerlo», dijo un vecino de Culiacán a comienzos de agosto. «Sólo es cuestión de tiempo», pronosticó un joven que dijo que desplazaba drogas por encargo de gente del Chapo. No conocía al jefe y nunca lo había visto, pero le tenía miedo.

El general Sandoval y sus hombres mantenían la presión en todo Sinaloa. Un día recibieron un informe de que El Chapo iba a visitar la tumba de su hijo Édgar, erigida en jesús María, el pueblo a las afueras de Culiacán donde había nacido el muchacho.

Desde la muerte de Édgar el año anterior, los vecinos de jesús María habían estado en paz, en parte por respeto al difunto, en parte porque ningún personaje importante se arriesgaría a visitar el lugar. Pero el 8 de agosto el general Sandoval desplegó a sus hombres en la zona alrededor de la tumba, que todavía estaba en construcción. Hicieron guardia veinticuatro horas, determinados a impedir que El Chapo escapara esta vez. Nunca apareció.

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