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Authors: Malcolm Beith

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El Ultimo Narco: Chapo (14 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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Una vez en manos de los militares mexicanos, El Chapo se sinceraría. Sus conexiones colombianas eran de Cali, no del Medellín de Escobar. También reveló el alcance de su red de corrupción dentro de México; poco después de su arresto, uno de los funcionarios que El Chapo mencionó en su confesión sería hallado muerto; otro sería arrestado.

El Chapo también soltó la sopa con respecto a los hermanos Arellano Félix.

Si el fallido atentado contra la vida del Chapo fue el momento culminante de 1993, sus revelaciones al Ejército acerca de los hermanos Arellano Félix rompieron un acuerdo tácito de confidencialidad entre los cárteles que nunca se repararía.

Los hermanos también se convirtieron en Enemigos Públicos Número 1. «A partir de ese momento, cuando el cardenal fue asesinado, eran ellos [los hermanos Arellano Félix] contra el mundo, contra los otros cárteles, contra el gobierno de México y contra el gobierno de Estados Unidos», recuerda un agente de la DEA destacado en San Diego por aquella época.

Francisco Rafael Arellano Félix, el mayor de los hermanos, fue capturado el 4 de diciembre de 1993. Lo encerraron en una prisión de máxima seguridad. El resto de los hermanos Arellano Félix se replegó, pero esta vez sin sus armas. Le enviaron una carta al Papa, contándole su versión de lo que había sucedido en Guadalajara y alegando que habían sido los pistoleros del Chapo los que habían confundido al cardenal con Ramón Arellano Félix.

Las peleas entre El Chapo y los hermanos Arellano Félix desataron una guerra que desde entonces ha ido en ascenso hasta convertirse en una versión de alcance nacional de Duelo de titanes (Gunfight at the OK Corral, EU, 1957, Dir. John Sturges).

El tráfico de drogas mexicano no sería dirigido por mucho tiempo más por un grupo cerrado de amigos y familiares originarios de Sinaloa; ahora todo se valía. Las disputas ya no se resolverían en la mesa de negociaciones (aunque algunas veces se intentaría): se solventarían derramando sangre.

Se volvería común la colusión entre un cártel y las autoridades a fin de expulsar a otro cártel. Los principales actores —los cárteles de Sinaloa, Tijuana, Juárez y el Golfo— cooptarían nuevos grupos de ejecutores para hacer su trabajo sucio, sólo para descubrir que su propia gente se volvía contra ellos en subsecuentes luchas por el poder conforme ellos ganaban más influencia.

Nunca más la industria mexicana de la droga volvería a ser una simple empresa criminal. De ahora en adelante se trataría de matar o ser matado, un turbio y caótico mundo de desconfianzas, mitología y dinero; 40 mil millones de dólares al año, de acuerdo con algunos cálculos.

Para el nuevo milenio, los mexicanos serían los líderes en el escenario global, no los colombianos. Constantine, de la DEA, describiría a los narcos mexicanos como «una fuerza significativa en el crimen organizado internacional», y advertiría que ahora ellos «dominan el tráfico de drogas a lo largo de la frontera Estados Unidos-México y en muchas ciudades de Estados Unidos».

Los sucesos de 1993 también contribuirían a impulsar al Chapo hacia la infamia y un estatus casi mítico a la par del de Malverde, el narco-santo. Por las siguiente dos décadas él embellecería su reputación. Incluso en prisión su estatus crecería mientras las historias sobre cómo estaba viviendo como un rey tras las rejas se extendían a lo largo y a lo ancho. A lo largo de la frontera suroeste de Estados Unidos, se seguían descubriendo más túneles.

Su fuga se convertiría en el ejemplo a citar por cualquiera —criminal o no— que quisiera poner en vergüenza a las autoridades mexicanas. Mientras que antes de 1993 había sido «sólo un narco más», de acuerdo con el veterano periodista de Sinaloa Ismael Bojórquez, la fuga del Chapo de Puente Grande lo transformaría en el «narco de los medios», el favorito de todos.

Pero El Chapo, despreciando la publicidad, se las arreglaría todavía para burlar y dejar a todos atrás.

«Este tipo es uno de los más listos con que nos hemos topado», dijo José Luis Vasconcelos, un importante fiscal contra el crimen organizado, antes de su muerte en un avionazo en 2008 que también mató al secretario de Gobernación del país, un incidente que muchos teóricos de la conspiración le atribuirían al Chapo. «Siempre está en los lugares más secretos. Siempre protegido. Él se presenta como un hombre del pueblo, que entiende sus problemas y les da dinero, pero no debe ser tratado como un héroe. Está manchado con el dolor y la sangre de demasiadas familias».

Aquellas palabras se perdieron entre millones de mexicanos que seguirían reconociendo al Chapo como un moderno Robin Hood que se las ha arreglado para burlar al gobierno del cual desconfían. Pero mientras más sangre corría y más familias sentían el dolor, la persecución gubernamental del Chapo se volvería más intensa, lo mismo que el deseo de sus rivales de obtener su cabeza. El círculo a su alrededor se cerraría día tras día.

Capítulo 6
R
OMPERLE
E
L
C
UELLO
A
L
D
ESTINO

M
IENTRAS LA LLUVIA CAE
con fuerza se puede oír a los últimos juerguistas de Badiraguato cantando, gritando palabrotas, trastabillando y manejando borrachos a casa después de los festejos del Día de la Independencia. Acababan de disfrutar una celebración tranquila —nada de violencia, cero disparos—, para satisfacción del gobierno local y los residentes.

Luciendo cadenas de oro, pistolas y lujosas botas vaqueras, algunos narcos locales se dirigieron a la plaza a eso de las 9 pm para escuchar en vivo las tradicionales canciones de banda con el resto de Badiraguato, pero no causaron problemas. Algunos también seguramente eran sólo aspirantes a narcos vestidos como aquellos en quienes deseaban convertirse.

Un grupo de madres, formadas en una fila a lo largo de un costado de la plaza, miraban mientras un joven narco tomó la mano de una niña morena bonita de unos catorce años. Ella lucía tacones de aguja y un vestido corto sin espalda. Sus largas uñas estaban bien pintadas y los brillitos de sus mejillas reflejaban las luces. Él la arrastró hasta enfrente de la banda y empezaron a bailar con cierta torpeza —como adolescentes— mientras la banda de metales atacaba una nueva tonada alegre y animada.

Normalmente, el espectáculo de un supuesto traficante de drogas y una princesita adolescente emperifollada en lo que sólo se puede describir como música de circo sería para desarmarse de risa. Pero en Badiraguato es la regla: los narcos aman su banda y aman a sus princesas.

Había un ambiente de calma en Badiraguato aquella noche del Día de la Independencia, el 15 de septiembre de 2009. El año anterior había sido turbulento; los homicidios habían dominado las conversaciones en el pueblo. Mochomo —el sobrenombre de Alfredo Beltrán Leyva, que significa «hormiga roja»— y El Chapo habían estado en guerra, y ya nadie sabía realmente quién estaba a cargo. Pero ahora, gracias a un pacto entre los líderes de ambos feudos, nuevamente todo estaba bajo control y la violencia declinaba.

Los soldados en las umbrías barracas en un extremo de Badiraguato se asomaban por encima de los muros para echar un vistazo a las festividades; no los habían invitado, pero disfrutarían del momento tanto como pudieran. Algunos residentes echaron miradas hostiles a los soldados; todos optaron por guardar silencio mientras pasaban por ahí. Sólo cuando los soldados ya no podían escucharlos retomaban sus conversaciones.

El ambiente de calma en Badiraguato se sentía precariamente temporal. Hoy la sierra de Sinaloa no es lo que era antes. Hace ya varios años que la región es lo que los residentes llaman una «zona marcada». Los militares siempre están presentes, pero también los narcos. Pese a todo, los militares evitan entrar en conflicto, pero eso no significa que los narcos no se enfrenten entre ellos mismos.

El homicidio se ha vuelto tan común en Sinaloa, que sólo cuesta 35 dólares mandar matar a un rival.

Las manos de los militares también están cubiertas de sangre. Un viernes en la noche, un grupo de maestros y sus niños iban de regreso a La Joya de los Martínez, en las montañas sinaloenses, de una reunión en un poblado cercano. Una unidad de soldados iba de regreso luego de un largo día de haber estado quemando marihuana en los campos. Conforme el automóvil se acercó, los soldados le hicieron señas de que se detuviera.

Sorprendieron al conductor con la guardia baja. ¿Realmente eran soldados? En esta parte del país es demasiado común que los bandidos asalten vehículos. Redujo la velocidad, pero siguió avanzando. El auto se acercó más. Los soldados abrieron fuego. Una ráfaga de balas atravesó el coche.

Alicia Esparza Parra, de 19 años, estaba muerta. Griselda Martínez, de 25, también estaba muerta. Igual que sus hijos, Edwin, de siete años, Grisel, de cuatro, y Juana Diosminey, de dos.

En otra ocasión, en Santiago de los Caballeros, Badiraguato, cuatro jóvenes se dirigían a una fiesta en un coche. Los militares los detuvieron al salir de una curva en un camino vecinal. Todos estaban tensos y se enfrascaron en una discusión. Se disparó un tiro. El Ejército cosió el auto a balazos, matando a todos los que iban adentro.

Las investigaciones probarían que los soldados habían tenido la culpa: no había ningún arma en el interior del coche, ni evidencia de que se hubieran efectuado tiros desde aquella posición. Había una atmósfera tensa en Badiraguato. La gente organizó protestas, e incluso caminaron varias horas en una gran procesión hasta Culiacán, para manifestarse ante la oficina del gobernador.

Omar Meza y sus amigos recuerdan aquel funesto día. «El Comandante», como lo llaman sus amigos, cantó un corrido en el funeral. Mientras cantaba, muchos residentes lloraron.

Pueblo de Badiraguato:

la sangre vuelve a correr

al cobrar las cuatro vidas

sin poderse defender;

sus familiares y amigos

aún no lo pueden creer

Iban con rumbo a una fiesta;

les salieron los soldados.

Sin tener ningún motivo

sus rifles les dispararon,

y cuál sería su sorpresa:

que ellos venían desarmados.

Sinaloa está de luto

por aquella situación

La Joya de Los Martínez

ya vivió el mismo terror;

militares inconscientes

más peligrosos que un león.

Asesinos por error,

sería una simple incidencia,

son noticias publicadas

por la radio y por la prensa.

Sólo exigimos justicia,

asesinos sin conciencia.

Ésta es tu despedida;

adiós Geovany, mi amigo,

hoy Dios te ha llamado

porque así quiso el destinno;

no te vamos a olvidar,

tu familia y tus amigos.

Se acabaron las parrandas,

se acabaron las paseadas,

ya no vamos a llorar

ni reír a carcajadas.

Ya te quitaron la vida

sin tener culpa de nada.

Abuela, madre y hermanos:

nunca olviden que los quiero

y que los voy a proteger

cuando me encuentre en el cielo;

voy a seguir el camino

de mi padre y de mi abuelo.

«
Tragedia en Santiago de los Caballeros
», corrido cantado por Omar «El Comandante» Meza.

Meza, como muchos otros cantantes de corridos, se considera un comentarista social. Él canta lo que sucede a su alrededor, en la televisión y en los periódicos. Eso incluye las noticias más recientes acerca del crimen organizado en «narco-corridos», como se conoce a estas canciones en particular. En años recientes estas canciones se han vuelto cada vez más populares.

Pero para el gusto de Los Canelos de Durango, Roberto Tapia, Los Tigres del Norte, Los Tucanes de Tijuana y K-Paz de la Sierra, por mencionar sólo unos cuantos grupos musicales que han grabado narco-corridos, interpretar esa música entraña ciertos riesgos. Los propios narcos son fanáticos del género, y a menudo estos grupos tocan para ellos en fiestas privadas. Algunos de los músicos han decidido adoptar la vida acerca de la cual cantan, y llevan pistolas con chapa de oro y a veces se comportan como si fueran narcos.

Y algunos han encontrado narco-destinos.

Sergio Gómez, el vocalista del grupo K-Paz de la Sierra, que ganó un Grammy, fue secuestrado después de una presentación en Michoacán, su estado natal. Fue hallado al día siguiente, golpeado, torturado y estrangulado. Gómez y su banda le habían pisado los callos a un cártel. Apoyar al equivocado en el lugar incorrecto puede ocasionar que te maten.

Un intérprete de narco-corridos, Valentín Elizalde, se arriesgó a cantar alabanzas al Chapo en un festival en Reynosa, Tamaulipas, el corazón del territorio del cártel del Golfo. Cerró su actuación con «A mis enemigos», una canción acerca de un mensaje que El Chapo le envía a sus rivales del cártel del Golfo.

Elizalde dejó el escenario enmedio de calurosos aplausos. Dos vehículos lo siguieron. Abrieron fuego; el cantante recibió veintiocho impactos.

Más de una docenas de músicos famosos por haber grabado narco-corridos han sido asesinados en los últimos años. Todas las muertes han tenido las marcas del crimen organizado.

El Chapo es un gran fan de los narco-corridos, lo cual no es de sorprender cuando uno considera que hay por lo menos media docena de canciones compuestas en su honor. En ocasiones el narco ha contratado a los grupos para tocar en una fiesta privada.

En una ocasión, un hombre se acercó a los integrantes de La Sombra Norteña, en Badiraguato. Les ofreció 4 mil dólares para tocar próximamente en una fiesta; se les proporcionaría un avión privado para transportarlos. Ellos aceptaron y volaron a un pueblo en las montañas de Durango. Hicieron su número y volvieron a casa. Pero cuando regresaron a Badiraguato, fueron arrestados. Llevaban marihuana y una pistola, pero las autoridades estaban más interesadas en el hombre para quien acababan de actuar: el mismísimo Chapo.

Los integrantes de La Sombra Norteña tuvieron suerte de que no les fincaran cargos por nexos con el crimen organizado. En los últimos años el gobierno ha decidido condenar los narco-corridos, Malverde y otras formas de narco-idolatría. Algunos políticos han pretendido que se prohíban los narco-corridos en la radio; otros incluso están pidiendo penas de cárcel a los compositores de las canciones. Se prohibió la transmisión de una canción de Los Tucanes de Tijuana porque ridiculizaba abiertamente los esfuerzos del gobierno en la lucha contra las drogas.

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