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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

El Ultimo Narco: Chapo (11 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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Carrillo Fuentes enfrentaría cierta oposición en 1991. El gobernador de Sonora, Manlio Fabio Beltrones, ordenó la confiscación de varias de las propiedades del zar de las drogas, incluyendo su palacio. Pero la DEA aseguró que Beltrones simplemente estaba incautándose de algunas de las propiedades para aparentar que estaba del lado de la ley. Los estadounidenses creían que el gobernador estaba muy metido con Carrillo Fuentes.

Nunca se comprobó nada, y Beltrones lo negó con vehemencia, asegurando que los reportes de inteligencia que lo vinculaban con el zar de las drogas habían sido fabricados por rivales políticos. «Esto suena como una novela, llena de horrores y errores», le dijo al New York Times. «¿En qué momento del día gobierno, si estoy empleando mi tiempo en todos esos crímenes?».

Carrillo Fuentes fue vinculado incluso con Raúl Salinas de Gortari, el hermano del entonces presidente Carlos Salinas de Gortari. Esto tampoco se comprobó nunca, y fue rechazado.

Luego resultaría que Carrillo Fuentes tenía un punto débil, pero durante la mayor parte de la década de los noventa él seguiría siendo todopoderoso en la zona alrededor de Ciudad Juárez.

Capítulo 5
L
A
A
SCENSIÓN
D
EL
C
HAPO

P
ARA LOS PRIMEROS AÑOS
de la década de los noventa, el acuerdo con los colombianos había evolucionado, 90 por ciento de la cocaína colombiana que se consumía en Estados Unidos entraba ahora a través de México; ahora los traficantes colombianos le pagaban a sus contrapartes mexicanas ganancias hasta de 50 por ciento por cada cargamento.

Efectivamente, los mexicanos eran socios de los colombianos a partes iguales. Pero sin la supervisión y la autoridad del Padrino, eso también significaba que los mexicanos estaban inmersos en una seria competencia entre ellos.

El Chapo decidió que él debía ser mejor que los demás.

Mientras sus compadres se iban labrando sus propios nombres en Tijuana y Ciudad Juárez, El Chapo continuó haciendo las cosas a la manera del Padrino: gradual, metódicamente, con menos fanfarrias pero con ambición implacable. Estaba decidido a no regresar jamás a la pobreza de la cual había surgido, marcado, pero vivo. Él había ascendido en las filas desde abajo, y juró nunca perder su posición de poder.

El Chapo construyó un círculo interno en la tradición de la mafia. Empleó a parientes en quienes pudiera confiar —hermanos y primos, aunque más tarde expandiría ese círculo para incluir sobrinos y sobrinas—. (Mientras tanto, su padre había muerto, y su madre permanecería al margen de la batalla). Sus socios más allegados eran principalmente de la sierra, no fuereños que él no conociera bien.

Su consejero principal —equivalente al consiglieri de la mafia italiana— era Juan José Esparragosa Moreno, alias «El Azul». De piel mucho más oscura que El Chapo y sus parientes —ellos eran mestizos, cuya sangre se había mezclado con sangre española en algún momento—, a Esparragosa le dieron ese apodo porque su oscuro tono de piel por momentos parecía casi azul.

Esparragosa nació en Badiraguato, y sus narco-conexiones se remontaban bastante atrás. Él había trabajado con El Padrino, Don Neto Fonseca y Rafael Caro Quintero en los primeros tiempos (primero en Sinaloa, luego en Guadalajara), y supuestamente había sido cómplice en su conspiración para matar al agente de la DEA Kiki Camarena. De los capos sinaloenses originales, Esparragosa era el único que seguía libre. Ex policía como El Padrino, tenía extensas conexiones. Además, se había casado con el clan del Chapo, al contraer nupcias con la cuñada de su amigo narco.

Esparragosa era discreto, reservado y no era dado a perder los estribos. También actuaría como mediador entre El Chapo en Sinaloa y Carrillo Fuentes en Ciudad Juárez. Era una especie de consejero independiente, y se le consideraba el número 2 en la organización de Carrillo Fuentes. Esparragosa tenía habilidad para desempeñarse en ambos lados y aun así representar sus intereses equitativamente; cuando él entraba en una habitación, los egos se hacían a un lado para hacerle espacio a las ganancias.

El Chapo empleó sicarios. Algunos eran desertores del Ejército que tenían treinta y tantos años, expertos en el uso de armas como AK-47 y granadas y lanzacohetes. Ellos reclutaban jóvenes por todo el país para que trabajaran en sus filas. Usaban ropa militar o parecida, y empleaban armas cuyo uso en México está reservado al Ejército; confundir a estos hombres con el propio Ejército no era inusual.

El Chapo quería eficiencia, y no toleraría errores o derramamientos de sangre innecesarios.

En una ocasión, una empleada perdió algo de dinero del Chapo en un cargamento. El jefe ordenó a Luis Rolando Llanos Romero, alias «El Chilango», uno de sus sicarios más jóvenes, que la matara. Sin embargo, Llanos Romero se equivocó y mató a otra mujer. Cuando El Chapo se enteró, se puso lívido, de acuerdo con un testigo protegido que más tarde testificó ante la PGR.

El Chapo ordenó una reunión en la cual Llanos Romero sería reprendido. Un grupo de hombres del Chapo —incluido Llanos Romero— se reunió en una casa que usaba la organización, y discutieron la equivocación. Se levantó la sesión y con Llanos Romero ensangrentado pero indemne, tomaron sus armas de la mesa y se dirigieron a la puerta.

Cando iban saliendo, otro de los sicarios del Chapo le metió una bala en la nuca a Llanos Romero.

El Chapo podía enojarse cuando lo traicionaban, pero nunca dejaba que su temperamento se apoderara de él. «Una de sus fortalezas es su tolerancia a la frustración… la venganza no es algo a lo que él recurra con la inmediatez con que lo hace una persona impulsiva», indica un análisis psicológico del zar de las drogas realizado por la PGR. «Su respuesta es calculada, intencional; su visión es herir a su adversario utilizando sus debilidades para producir el mayor daño posible».

Siempre que la violencia afloraba entre pandillas de bajo nivel, era Esparragosa quien se hacía cargo, recordándole a todo el mundo que las muertes no calculadas —y la atención que ello atraía— eran malas para el negocio.

El Chapo también controlaba sus emociones cuando se trataba de negocios. De acuerdo con la PGR, fuera cual fuera la situación, El Chapo atendía razones. «En lo que se refiere a sus acciones vengativas, es obsesivo pero mesurado… de tal manera que [cualquier acción emprendida] fortalezca [su] estructura».

El Chapo era egocéntrico, concluyó la PGR, y se aseguraba de que todos supieran siempre quién era el jefe. Pero también sabía cuáles eran sus responsabilidades en tal posición, y en ocasiones asumía la culpa cuando algo salía mal. La PGR decidió que, a pesar de todo, El Chapo «era una persona emocionalmente estable».

En un primer momento El Chapo tuvo su base en Guadalajara, donde El Padrino Félix Gallardo también vivía, hasta su arresto; pero su «centro de mando y control» estaba de hecho un poco más al norte, en Agua Prieta, una ciudad fronteriza con Sonora. Esto le permitía monitorear personalmente las actividades de contrabando de su organización.

Tal como había hecho El Padrino, El Chapo adquirió docenas de casas en varias ciudades por todo México; empleó apoderados de confianza para hacer las compras y registrar las propiedades bajo nombres falsos. Las casas no eran nada especial; habitualmente eran estructuras de una o dos plantas con reja y entrada de vehículos, a veces un patio, ubicadas en barrios residenciales. Las casas estaban diseminadas por ciudades como Culiacán, Mexicali, Tecate y Guadalajara. La capital del país también se usaba como escondite; le ofrecía al Chapo y a sus hombres un anonimato que no podían encontrar en ninguna otra parte. Las propiedades se usaban principalmente como escondites para operativos, armas, drogas y dinero.

Usualmente, de tres a cinco hombres operaban desde una casa de seguridad; si hubieran sido más habrían atraído una atención indeseable. No era raro encontrar en el interior de cada casa docenas de armas, granadas y miles de municiones. Los operativos movían decenas de miles de dólares y pesos en efectivo; a menudo era necesario sobornar a policías o agentes aduanales.

El Chapo adquirió ranchos también, por todo México, pero particularmente en Sinaloa, Sonora, Chihuahua y Durango. Ahí los gomeros locales cultivaban amapola y marihuana. A veces El Chapo pagaba por los ranchos; a veces simplemente los ocupaba por la fuerza.

De acuerdo con la PGR, al Chapo le gustaba delegar, de tal manera que pudiera recargarse en el respaldo y «disfrutar» su dinero sin tener que estar prestando atención a las minucias de cada transacción de drogas. Incluso el reclutamiento se llevaba a cabo de manera local. El aspirante a empleado se le presentaba al jefe local; ese hombre le reportaría luego a otro superior, y así subiendo en el estamento. El Chapo permanecía en las sombras; pocos llegaban a conocerlo en persona.

Los hombres en las «celdas» del Chapo se quedaban en gran parte ahí, supervisando operaciones en su área designada. El principal objetivo era recibir, vigilar y distribuir las drogas del Chapo al siguiente eslabón en la cadena. También matarían en representación de su jefe.

Aunque trabajaban para El Chapo, al parecer a estos encargados a veces se les daba libertad de acción para realizar operaciones paralelas, como el robo de vehículos. Mientras no llamaran la atención, sus actividades eran aprobadas. Incluso en Sinaloa, al Chapo no le molestaba que hubiera un poco de pluriempleo; aparentemente permitía que los fuereños trabajaran siempre y cuando le pagaran un arancel.

Todas las actividades —recepción de cargamentos y efectivo, transacciones, deudas por pagar— se registraban en libros de contabilidad. A los encargados de una célula se les daban identidades falsas (pasaportes y credenciales de elector mexicanas) y, en ocasiones, vehículos blindados. Usualmente se comunicaban mediante walkie-talkies, de la misma manera en que lo hacía la gente del Chapo en la sierra. Más adelante, los teléfonos celulares se usarían con más frecuencia. El Chapo sobornaría a encargados de compañías de telecomunicaciones para asegurarse de que los teléfonos que usaba su gente no figuraran en la base de datos de la central. Cada miembro de la organización recibiría un teléfono celular (en el caso de algunos empleados, hasta tres) y un código con el cual identificarse.

Después de su fuga de la prisión, El Chapo también haría una suave transición hacia la era del Internet. Contrató a un contador que digitalizó todos los documentos de su organización. Se cree que siempre viajaba con una laptop y que usaba el correo electrónico para enviar instrucciones a sus subordinados. Organizaba reuniones por medio de salas de chat, y prefería los mensajes en clave en línea a los mensajes en clave por teléfono. En las montañas de Sinaloa, su gente ahora navega por Internet para obtener las novedades más recientes acerca de su jefe.

En la sierra los gomeros todavía usan walkie-talkies. También silban y se llaman unos a otros con sonidos de la naturaleza (como el de los búhos, por ejemplo) cuando escuchan que vienen soldados o intrusos.

Debajo del barniz

Desde el principio, uno de los principales retos del Chapo fue permanecer en movimiento. Cuando viajaba fuera de su propia área, El Chapo se rodeaba de un séquito de sus mejores hombres. En ocasiones, docenas de hombres armados lo acompañaban; él casi siempre conducía en convoy. Contrató un chofer, que era más bien una especie de guardaespaldas de confianza. El Chapo tenía varios de estos choferes diseminados por el país, siempre disponibles.

En ocasiones El Chapo incluso se ponía un disfraz. Tenía preferencia por hacerse pasar por sacerdotes u oficiales del Ejército; al fin y al cabo, en México pocos eran tan intocables como estas figuras. Viajar con atuendo clerical o militar le garantizaba un trayecto sin contratiempos.

Debajo de los disfraces, los integrantes del séquito y el equipo de seguridad, estaba El Chapo de verdad, un hombre que siempre se sintió más cómodo con gorra de beisbol y jeans que con la ostentosa joyería de oro y los trajes de diseñador que usaban otros narcos.

El Chapo es «puro Badiraguato», nacido y criado en las montañas. Lo único ostentoso en él ha sido siempre su afición a las pistolas con chapa de oro grabadas con las iniciales J.G.L. Tiene un acento de campo que es común en la sierra. Su voz es también un tanto nasal, pero tranquila; no es suficientemente aguda como para resultar chillona; más bien pareciera como si cantara bajito. Su ojo izquierdo está aparentemente paralizado, por lo que su mirada resulta a la vez amable y escalofriante.

Poco después de que llegó a Puente Grande en 1995, El Chapo fue mostrado ante las cámaras. Él permaneció de pie ahí bajo la lluvia, esposado, mientras los guardias miraban. Llevaba una gorra de beisbol y una sudadera beige. Le son rió a las cámaras, pero casi no dijo nada. La expresión de su rostro lo decía todo: yo estoy a cargo aquí. Este momento me pertenece. Todos ustedes me pertenecen: los guardias, la prensa, el gobierno.

De acuerdo con la PGx, El Chapo siempre tiene que estar a cargo; tiene una necesidad obsesiva de «controlar» su entorno. Pero también está seguro de sí mismo, es agradable, cortés y educado con quienes se hallan en su presencia. Es franco y puede dar la impresión de ser simple, pero los engranes se están moviendo constantemente en el interior de su cabeza; es extremadamente agudo, dicen quienes lo conocen.

El Chapo es encantador, un hombre con reputación de seductor, ya sea de un compañero traficante de drogas para fines de negocios, o de una mujer con fines sexuales. «Su carácter afable le permite convencer de manera natural a aquellos con quienes interactúa, especialmente aquellos que… lo protegen», dijo la PGx.

Mide apenas 1.68. La PGx asegura que eso ha sido un factor determinante en el éxito del Chapo. Su «tenacidad» parece surgir de un subyacente sentimiento de inferioridad relacionado con su estatura, lo que ha ocasionado que lo compense mediante «superioridad intelectual» y una «desproporcionada ambición de poder».

Su corta estatura es una ventaja en otro sentido: le ayuda a permanecer al nivel de sus empleados. Con su voz nasal, su sonrisita medio infantil medio diabólica y su estilo de vestir práctico, El Chapo se ve igual que cualquier otro narco de bajo nivel, no como un superior con el ego inflado. Así es su estilo.

Miguel Ángel Segoviano, un contador, recuerda la primera vez que vio al Chapo. Lo habían convocado a conocer al zar de las drogas en una fiesta, el lanzamiento de una compañía tapadera llamada Servicios Aero Ejecutivos. Sego viano entró en la habitación y presenció cómo un hombre le echaba bronca a otro, que él asumió que era el jefe. Segoviano intervino. «¿Por qué no lo dejas en paz?, ¿por qué lo estás regañando?». Rápidamente otro hombre sujetó al contador y se lo llevó escaleras arriba. Estaba desconcertado; no podía entender qué había hecho mal.

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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