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Authors: Malcolm Beith

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El Ultimo Narco: Chapo (6 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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Representantes de la PGR en Sinaloa se quejaron de lo mismo. Al público se le había pedido que ayudara, pero a las autoridades locales se les había hecho a un lado.

A lo mejor las autoridades locales eran sospechosas a los ojos del gobierno federal, pero el número telefónico establecido para el público tampoco estaba funcionando precisamente de maravilla. En los días que siguieron inmediatamente a la fuga del Chapo, la Policía Federal recibió cerca de diez llamadas cada cinco minutos a través de su línea de acceso directo. El anonimato de los denunciantes estaba garantizado pero no se ofrecía ninguna recompensa a pesar de que casi todos los que llamaron preguntaron si había recompensa. Se siguieron algunas pistas pero resultó que la mayoría de las llamadas se debían a niños que bromeaban. «Lamentablemente la gente está interpretando esto como un juego», dijo una fuente de la Policía a un periódico local. Tello Peón no bromeaba.

Lo que sucedió en jalisco —declaró —, es evidencia de la capacidad de corrupción, podríamos decir de la erosión estructural de las instituciones nacionales por parte del crimen organizado, particularmente del tráfico de drogas. Las rejas de la prisión y los millones de pesos [invertidos] en sistemas de seguridad no servirán de nada si los prisioneros salen por la puerta. Dicen que el señor Guzmán no escapó, sino que lo dejaron salir.

Tello Peón volvió a prometer que atraparía al Chapo.

Es nuestra responsabilidad —dijo—. Todos tenemos que trabajar por la seguridad de México tenemos que hacer la vida de gente como él [Chapo] imposible, ya sean conocidos como criminales fugitivos o como servidores públicos coludidos".

Desde aquel día El Chapo ha sido el hombre más buscado de México.

Sólo en 2001, docenas de socios del Chapo fueron arrestados en las ciudades de Reynosa, Puebla, Toluca y la capital del país. Sinaloa y el vecino estado de Nayarit, también experimentaron una ola de redadas. A finales del verano de aquél año, Esteban Quintero Mariscal, un primo y asesino a sueldo del Chapo, fue arrestado y encarcelado en el Cefereso 1, la prisión de máxima seguridad de México. Al día siguiente, El Chito, el custodio que había ayudado a escapar al Chapo, fue capturado y encerrado en el reclusorio preventivo oriente de la ciudad de México.

Mientras, en Guadalajara, en los días que siguieron inmediatamente a la fuga, El Chito, había sufrido un ataque de pánico. Regresó al coche con una botella de agua, sólo para descubrir que El Chapo había desaparecido en la noche. ¿Qué debía hacer con el coche? ¿Debía seguir el consejo del Chapo y continuar huyendo? Él no tenía manera de ponerse en contacto con el señor de las drogas; ¿podría arreglárselas él sólo para evitar que lo capturaran?

El Chito había decidido dejar el Chevrolet afuera de la casa de una novia; ella dormía, así que no haría preguntas. Entonces él tomó un taxi hasta el centro de Guadalajara donde compró un boleto de autobús para la ciudad de México. Ahí se perdería en el anonimato. Nadie lo conocía ni podría identificarlo.

Aun así, las autoridades lo atraparon. Una vez en sus manos, él habló.

El testimonio del Chito aparentemente contradecía buena parte de lo que el gobierno había afirmado hasta entonces. Por ejemplo, El Chito aseguró que había actuado solo; él era el único responsable de lo que «El Señor» había hecho, le dijo a un juez en la prisión. Más aún: la fuga no había sido planeada, dijo El Chito. Él había estado haciendo sus rondas con el carrito de la lavandería cuando El Chapo lo mandó llamar a su celda.

«¿Me ayudarías? —preguntó el señor de las drogas—, no puedo enfrentar una extradición, necesito salir de aquí ahora mismo».

El Chito calcula que la fuga completa debió haber tomado precisamente 15 minutos a partir de aquel momento. Él sacó el carrito de la lavandería simplemente para ayudar al Chapo, con quien simpatizaba. «No me pagaron un peso por el favor que le hice al señor Guzmán Loera».

Las autoridades no le creyeron. Aunque seguía habiendo varios huecos en su propia reconstrucción de la fuga, ellos simplemente no creyeron que El Chito hubiera sido el único involucrado en tan complicado, por no decir embarazoso, asunto.

La búsqueda continuó. El 7 de septiembre la suerte de las autoridades cambió.

Luego de una incursión a una casa de seguridad en el barrio de Iztapalapa, al Este de la ciudad de México, agentes federales persiguieron a un trío de sospechosos hasta Taxqueña, al sur de la ciudad, donde finalmente los atraparon. Entre esos detenidos estaba Arturo Guzmán Loera, alias «El Pollo». Habían pescado al hermano del Chapo, el hombre que se había hecho cargo del negocio de las drogas de Sinaloa, mientras su hermano mayor estaba encerrado en Puente Grande. Más importante aún, era que quien los había conducido hasta Arturo había sido el primo capturado Quintero Mariscal. Si la familia se estaba volviendo contra la familia, quizá tendrían suerte.

Aquel otoño de 2001, las fichas de dominó siguieron cayendo. A cada gran redada seguía otra gran redada. En noviembre, la inteligencia militar determinó el paradero del Chapo en algún lugar entre las ciudades de Puebla y Cuernavaca. Agentes federales se movilizaron.

Pero para cuando llegaron, El Chapo, una vez más, hacía mucho que se había ido. Capturaron en cambio a un cómplice clave: Miguel Ángel Trillo Hernández. (Más tarde sería transferido a Puente Grande, que ya para estos momentos se conocía con el nombre burlón de «Puerta Grande»). Trillo había ayudado al Chapo en los días pos teriores a su fuga, también, rentando casas que el señor de las drogas podía usar para esconderse.

Las autoridades obtuvieron más pistas, pero El Chapo seguía sin aparecer. En una ocasión investigando soplos proporcionados por detenidos y residentes anónimos, habían estado a un pelo de atraparlo. Habían descubierto que El Chapo se ocultaba en un rancho en las afueras del poblado de Santa Fe, Nayarit. Los militares desplegaron helicópteros para cercar el área pero El Mayo Zambada, su colaborador, puso a su disposición su propio helicóptero para sacar al Chapo y llevárselo a un territorio más seguro en la sierra.

También había perdido al Chapo cuando éste se ocultaba en Toluca, aproximadamente a una hora de la capital del país. En una ocasión, el convoy del Chapo circulaba por la autopista México-Toluca cuando uno de sus cuatro coches había sido detenido en un retén. El Chapo estaba en uno de los otros tres a los que se les había franqueado el paso apenas momentos antes.

En los días que siguieron a la fuga, él no siempre estuvo huyendo. Un oficial de la Policía Federal reveló que de junio a septiembre El Chapo había permanecido oculto en Zinacantepec, un pueblo de unos 130 mil habitantes en las afueras de la ciudad de México, lo que obligó a las autoridades federales a volver a evaluar una vez más la posible complicidad de autoridades locales y fuerzas policiacas.

Dos incidentes en Nayarit, el estado situado al sur de Sinaloa, habían resultado ser los más conflictivos. Luego de su fuga, El Chapo aparentemente había ofrecido una gran fiesta en Nayarit, que en ese tiempo también se consideraba parte de su territorio. Tal exposición debería haberles permitido aprehenderlo.

En otra ocasión, el Ejército recibió información de que El Chapo estaba en las montañas del estado, cerca de donde los soldados estaban destruyendo plantaciones de marihuana. Mientras se preparaban para cercarlo, un avión de la Fuerza Aérea Mexicana sobrevoló precisamente el área donde decían que se escondía El Chapo. Si en efecto hubiera estado ahí, el avión habría sido suficiente advertencia; para cuando llegaron los soldados, no encontraron a nadie. Tener a alguien de la Fuerza Aérea en su nómina seria bastante fácil para un poderoso como El Chapo, pero tal complicidad era sumamente preocupante.

Todavía abundaban los rumores de que Tello Peón había desempeñado un papel en el escape del Chapo. Sólo alguien de alto nivel en el gobierno e información de primera mano como él podía haber orquestado la fuga, murmuraban los cínicos; seguro que El Chapo se lo había echado al bolsillo.

Tello Peón negó las acusaciones. Pero éstas tuvieron efecto. Hacia finales de 2001 renunció a su cargo y a la administración pública alegando razones personales.

Pero mientras el año se acercaba a su fin, las autoridades aún tenían esperanzas. Se habían enterado de que El Chapo estaba molesto por la captura de su hermano; informantes que en octubre habían estado con el narco en Puebla dijeron que había considerado el suicidio, durante, luego de la captura de Arturo.

La caída de casi un puñado de los principales encargados de logística y seguridad del Chapo también habían sido aparentemente un golpe duro a su ánimo. Pronto caería, aseguraron las autoridades; el único sitio para ese criminal estaba en la cárcel.

Pero El Chapo pasó por alto la retórica; todavía estaba libre

Capítulo 3
D
E
G
OMEROS
A D
IOSES

Cuando nació, preguntó la partera

cómo le van a poner

Por apellido él será guzmán Loera

De niño vendió naranjas allá por la sierra

nomás pa' poder comer.

Nunca se avergüenza de eso;

al contrario, dice que fue un orgullo pa' él.

Pa' los que no saben quien es guzmán Loera,

con gusto les voy hablar.

apoyado por El Mayo, por Nacho y Juanito

y amigos que andan por a'i.

Él forma parte del cártel

más fuerte que existe

Es de puro Culiacán

trae la camisa bien puesta, orgulloso lo dice:

yo soy EL Chapo Guzmán

«
El Hijo de La Tuna
» (fragmento), narcocorrido cantado por Roberto Tapia

L
AS MONTAÑAS
alrededor de La Tuna de Badiraguato, Sinaloa, se alzan escarpadas y firmes. Los caminos de terracería conducen a las afueras del pueblo; a la distancia, los bulbos rojos de la amapola del opio puntúan el camino en los terrenos de altitud elevada. También hay bulbos morados, y algunos campos en las faldas de las montañas están llenos de bulbos blancos, que desde el aire se ven como nieve.

Fue aquí, en el noroeste de México, donde los comerciantes chinos introdujeron el opio al hemisferio occidental en el siglo xix. Y fue aquí, en este pequeño caserío de apenas unos cientos de habitantes, donde el 4 de abril de 1957 nació Joaquín Archivaldo Guzmán Loera.

En aquel entonces La Tuna tenía alrededor de 200 habitantes, todos hacinados en poco más de una docena de casitas diseminadas bajo una cumbre que se eleva mil 400 metros sobre el nivel del mar. Hoy La Tuna sigue teniendo como 200 habitantes; aparte de la finca grande que El Chapo construyó para su mamá, el resto del terreno permanece prácticamente igual. Dos caminos se dirigen hacia el pueblo, y dos caminos conducen fuera de él. Una pista aérea en las faldas de la montaña es la vía principal para llegar y salir de ahí.

Como todo los hombres de La Tuna, el padre del Chapo, Emilio Guzmán Bustillos, era, al menos oficialmente, ganadero y agricultor. Excepto por unas pocas huertas de tomates y naranjas en el pueblo, la economía local gira ostensiblemente alrededor del ganado. La mayoría de los habitantes de La Tuna viven en casitas de dos habitaciones con piso de tierra. No hay agua potable en la zona. No hay sistema de drenaje de ningún tipo. Los niños andan descalzos por todo el pueblo y las faldas de las montañas. Hospitales y escuelas son lujos que la gente de esta parte de la sierra no puede pagar.

Una educación decente no estaba en el destino de Joaquín, quien de niño se ganó el sobrenombre sinaloense habitual de «Chapo», que significa «bajo y fornido». La escuela más cercana estaba a casi 97 kilómetros de distancia, así que él y sus hermanas Armida y Bernarda, y sus hermanos Miguel Ángel, Aureliano, Arturo y Emilio, fueron educados por maestros visitantes. Eran principalmente voluntarios que podían pasar entre tres y seis meses en La Tuna antes de volver a rotar. Los útiles escolares y los libros eran escasos, y en el mejor de los casos los niños estudiaban sólo hasta los 12 años de edad. Después tenían que trabajar una tierra tan implacable que la mayoría apenas costeaba su supervivencia y sólo podía tener esperanza y rezar por una vida mejor que la que habían heredado.

Caseríos como La Tuna han sido abandonados históricamente. No hay gobierno, sólo un ciudadano del pueblo que ostensiblemente le reporta a las autoridades municipales. Hay una historia famosa de un congresista del estado recién electo que visita uno de los poblados más apartados de su distrito. Al dirigirse a los residentes en la plaza del pueblo, no se anda por las ramas: «Échenle una buena y larga mirada a mi cara… porque ésta es la última vez que la van a ver en este pueblo de mierda». Según la historia, el congresista cumple su promesa.

Meza Ortiz, el alcalde actual de Badiraguato, ciertamente lo ha hecho, y los habitantes dicen que su antecesor nunca se molestó en visitar La Tuna. La mayoría de la gente en Badiraguato mira despectivamente las profundidades de la sierra, de manera muy semejante a como los de Culiacán hacen menos a Badiraguato. Un miembro del equipo del alcalde fue particularmente franco con respecto al poblado donde creció El Chapo: «¿Para qué querría uno ir a La Tuna? Está jodido allá».

La violencia doméstica campea en la sierra, lo mismo que el abuso infantil. En ocasiones, las chicas jóvenes son violadas por sus padres y tíos; en los hechos, las mujeres no tienen derechos. Los hijos veneran a sus madres, pero una vez que esos hijos se casan, el ciclo de abuso continúa con las nuevas esposas. La mayoría de la población de la sierra es iletrada. El alcoholismo es rampante. La vida tiene poco valor. Cuando son jóvenes, los residentes le rompen el cuello a los pollos; cuando crecen, algunos no dudan en partirle el cuello a sus prójimos.

Los políticos de Sinaloa admiten que la situación en la sierra es mala, pero eso no significa que estén haciendo algo al respecto. «La gente en la sierra que trabaja en el tráfico de drogas, es porque no les hemos dado oportunidades de desarrollo para que la gente se dé cuenta de que el crimen no paga», lamentó el congresista de Sinaloa, Aarón Irízar López, un ex alcalde de Culiacán, mientras desayunábamos y conversábamos en el vestíbulo de un hotel de la ciudad en una calurosa mañana de verano. «[Y] la gente es como las computadoras: lo que pones ahí es lo que hace».

Mientras el congresista hablaba, un grupo de narcoesposas que almorzaban en el hotel se rieron a carcajadas en una larga mesa situada a sus espaldas. Arregladas con las uñas pintadas y peinados como sacados de la película Goodfellas, se pasarían las siguientes tres horas bebiendo sorbos de champaña y platicando, antes de finalmente irse en sus autos deportivos y sus camionetas, algunas de las cuales no tenían placas. El equipo del hotel les servía calladamente, esperando a que se fueran antes de murmurar sobre ellas. La mayoría de las esposas de narcos son de Culiacán y sus alrededores; es bien sabido que hablar públicamente de ellas, especialmente de manera negativa, se paga caro.

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