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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

El Ultimo Narco: Chapo (3 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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Cuando uno de los chicos malos es aprehendido o asesinado por los militares, «ellos lloran». Él sonreía, y volvía a guardar silencio.

Cuatro camionetas utilitarias con ventanillas entintadas se detuvieron en la plaza. La rodearon con lentitud. Le dieron la vuelta tres veces más.

«Mejor ya váyase», dijo el anciano.

Capítulo1
E
L
G
RAN
E
SCAPE

E
L CUSTODIO JAIME
Sánchez Flores hizo sus rondas habituales a las 9:15 pm en Puente Grande. Todo estaba bien, todos estaban en su lugar.

Había razones para estar particularmente atento. Temprano, aquel viernes 19 de enero de 2001 un grupo de oficiales mexicanos de alto rango había visitado la prisión de máxima seguridad, ubicada en el estado de jalisco. Encabezaba la delegación Jorge Tello Peón, subsecretario de Seguridad Pública, y quien encabezaba su principal preocupación era un interno en particular: Joaquín Archivaldo «El Chapo» Guzmán Loera.

El Chapo había estado en Puente Grande desde 1995, a donde se le había transferido dos años después de su captura en Guatemala. Aunque había estado tras las rejas durante casi ocho años y nunca había tratado de escapar, había buenas razones para que Tello Peón estuviera preocupado. Apenas unos días antes de la visita de los oficiales el 19 de enero, la Suprema Corte de justicia de México, había determinado que los criminales enjuiciados en México podrían ser extraditados con más facilidad a EU.

El Chapo, que enfrentaba cargos por tráfico de drogas hacia el otro lado de la frontera norte, pronto se vería en camino a una prisión de máxima seguridad en Estados Unidos.

Ningún traficante de drogas quería encarar tal destino, y Tello Peón lo sabía. Lo mismo El Chapo. El Chapo podía seguir dirigiendo su negocio desde el interior de los altos muros blanqueados de Puente Grande, con mínima dificultad. La corrupción en la prisión era rampante, y el estatus del Chapo como uno de los narcos más formidables de México era indisputable, incluso si estaba encerrado en una prisión mexicana.

Pero en Estados Unidos El Chapo se enfrentaría a la justicia real, con consecuencias reales. Ese era el temor de todo narco: verse separado de su red de trabajo, de sus cómplices, para ser trasladado fuera del sistema mexicano, también plagado de corrupción. Durante la década de los ochenta, los zares de la droga colombianos habían lanzado una campaña de terror para echar abajo las leyes de extradición; los señores de la droga en México tenían un punto de vista similar. El Chapo no iría a los Estados Unidos.

Minutos después de que Sánchez Flores hiciera sus últimas rondas, las luces se apagaron en las celdas de la prisión, cuya población ascendía a 508 prisioneros. En ese momento Puente Grande era una de las tres penitenciarías de máxima seguridad en México, equipada con 128 de las mejores cámaras de circuito cerrado de televisión que monitoreaban todos los rincones de la cárcel y sistemas de alarma. Todas las cámaras se operaban desde afuera de la prisión, y nadie en ese sitio tenía acceso a los controles. En los pasillos, sólo se podía abrir una puerta a la vez, y todas se controlaban de modo electrónico.

Entre 45 minutos y una hora después de que Sánchez Flores revisara por última vez al señor de las drogas, un guardia llamado Francisco Camberos Rivera, alias «El Chito», abrió la celda del Chapo, la cual estaba cerrada de manera electrónica.

El prisionero de máxima importancia recorrió como si nada el pasillo y saltó al carrito de la lavandería que El Chito condujo fuera del Bloque de Celdas c3. Doblaron a la derecha y descendieron al siguiente nivel de la prisión. La mayoría de las puertas electrónicas se abrieron con facilidad, pues los circuitos habían sido cortados. Otras estaban descompuestas y ya de por sí no funcionaban, así que sólo las empujaron. Una puerta se había mantenido entornada con un zapato viejo. Aquello difícilmente era el epítome de máxima seguridad que el gobierno afirmaba.

El Chito y El Chapo —que seguía en el carrito— doblaron hacia el Bloque de Celdas B3, pero rápidamente el guardia se dio cuenta de que era una mala idea. Ahí todavía había gente en el área del comedor, probablemente guardias que cenaban tarde. Así que El Chito eligió una ruta aparentemente más riesgosa, pasando por el pasillo flanqueado por los cuartos de observación —que normalmente también estaba lleno de guardias— hacia la salida principal.

Pasaron por el área en que los visitantes y todos aquellos que ingresan en la prisión durante el día se someten a una revisión de pies a cabeza. El vigilante de turno le preguntó al Chito a dónde iba.

«A sacar la ropa sucia, como siempre», contestó tranquilo el guardia.

En seguida, el guardia de turno hundió las manos en el carrito, pero no hasta el fondo. Lo único que sintió fue ropa y sábanas. Mediante un gesto con la mano los dejó pasar; El Chapo fue conducido al otro lado de las puertas.

Sólo un guardia estaba monitoreando el estacionamiento, y se hallaba en el interior del edificio, detrás de un panel de vidrio con la nariz metida en el papeleo de su escritorio. El Chapo se quitó el uniforme beige de la prisión y los zapatos y saltó del carrito cerca de un Chevrolet Monte Carlo.

El Chito dejó el carrito justo antes de trasponer la entrada principal, como siempre hacía cuando sacaba la ropa de la lavandería, y tomó el volante del coche preparado para la huida. Iniciaron su trayecto fuera de Puente Grande.

Un guardia los detuvo mientras intentaban salir del estacionamiento, pero su turno estaba a punto de concluir y no tenía ganas de hacer su trabajo a conciencia. Echó un vistazo rápido al interior del vehículo, haciendo caso omiso de la bota, y con una seña le indicó al Chito que pasara. El guardia y El Chapo se alejaron en el auto por la avenida Zapotlanejo.

El Chapo estaba libre.

El papel del Chito no había concluido aún. El Chapo se pasó al asiento del copiloto y le dijo a su joven cómplice que sería mejor que huyera junto con él, dado que todos los titulares de los periódicos y la televisión, por no mencionar las cacerías humanas, lo incluirían.

Preocupado, El Chito meditó sobre el asunto mientras continuaba manejando. Cuando llegaron a las afueras de Guadalajara, El Chapo le dijo al guardia que tenía sed. El Chito entró en una tienda para comprarle una botella de agua. Cuando volvió al coche, El Chapo se había ido.

A lo largo de toda la operación no habían sonado alarmas en Puente Grande. Aunque tenían una vista de 360° del área, los guardias de las torres de vigilancia no habían visto nada. Adentro, sus colegas continuaban con sus inspecciones como si nada hubiera pasado.

A las 11:35 pm, el director de la prisión, Leonardo Beltrán Santana, recibió una llamada telefónica. El Chapo no estaba en su celda, le dijo un guardia. El pánico cundió entre el personal de la prisión y empezaron a buscar en las instalaciones, celda por celda, habitación por habitación, clóset por clóset. Pasarían otras cinco horas antes de que Tello Peón fuera informado de la fuga.

El primer pensamiento —y tuvo razón— de Tello Peón fue que el sistema había sido vulnerado. La corrupción ha sido rampante por mucho tiempo en las prisiones de México, y sólo la corrupción podía haber permitido que El Chapo escapara con tanta facilidad. Esa había sido precisamente la razón de su visita: revisar la prisión en busca de señales de colusión entre los guardias y El Chapo y su cohorte de narcos. Antes del 19 de enero surgieron rumores de que El Chapo intentaría escapar, pero no había evidencia concreta de que el plan estuviera en marcha. Como resultado, Tello Peón ordenó que El Chapo fuera transferido a un ala diferente después de su visita, pero esta orden todavía no se había llevado a cabo.

«Esto es una traición a la seguridad del sistema y el país», declaró Tello Peón aquella mañana de sábado, mientras el país se despertaba con las noticias de la fuga hollywoodense del Chapo. Furioso, con el rostro encendido, el oficial de policía prometió lanzar una cacería humana por todo el país para atrapar al Chapo a como diera lugar y castigar a todos los responsables.

Comenzó por Puente Grande. Setenta y tres guardias, custodios e incluso el director, fueron detenidos para interrogarlos. De acuerdo con la legislación mexicana, podían ser retenidos 40 días mediante una orden judicial a fin de que la Procuraduría General de la República los investigara a fondo por supuesta complicidad en la fuga.

En los poblados cercanos, la policía y el Ejército comenzaron su búsqueda. Catearon casas, ranchos e incluso edificios públicos, pero encontraron poco: evidencias de traficantes, armas, dinero, drogas, pero nada del Chapo.

La búsqueda se extendió a Guadalajara, la segunda ciudad más grande de México, ubicada a unos 8 kilómetros. Ahí, en casa de uno de los socios del Chapo, la Policía Federal halló armas para uso exclusivo del Ejército, teléfonos y computadoras, así como 65 mil dólares en efectivo, pero todavía del Chapo nada. Informes anónimos los llevaron a Mazamitla, unos cuantos kilómetros al sur de Guadalajara, donde registraron de arriba a abajo 17 casas y cuatro ranchos. La gente de Mazamitla estaba albergando al Chapo, o eso le habían dicho a las autoridades, pero no: ahí tampoco lo encontraron.

En unos días se hizo evidente que El Chapo debía haber abandonado el área de inmediato. La cacería tendría que extenderse a toda la nación, con cientos de policías federales y soldados dispersos por doquier, desde ciudades grandes, y minúsculos pueblos en las sierras hasta polvorientos poblados fronterizos, todos en busca del hombre que tanto había avergonzado al gobierno con su escapatoria. En todo el trayecto desde Tamaulipas, en el norte, hasta la frontera sur con Guatemala, se reforzaron los puestos de revisión.

Se alertó a las autoridades de Guatemala. Se llamó a fuerzas de Estados Unidos —entre ellas el FBI— para que colaboraran en la búsqueda al norte de la frontera, en caso de que el capo de la droga hubiera logrado ponerse a salvo en Estados Unidos durante la confusión que siguió a la fuga. El público se reía del recientemente electo presidente Vicente Fox por la fuga del Chapo, y no se escatimaron recursos para atraparlo.

Mientras, El Chapo ofrecía una fiesta en Badiraguato con sus antiguos asociados en el crimen.

La DEA estaba furiosa. La cooperación entre México y Estados Unidos había comenzado a mejorar durante el gobierno de Fox; la fuga del Chapo fue «una afrenta a los esfuerzos de fortalecer y hacer cumplir la ley», declaró airadamente el entonces director de la DEA, Asa Hutchinson.

Algunos agentes de la DEA también se tomaron la fuga de manera personal. Ellos y sus contrapartes mexicanas habían perdido vidas tratando de capturar al zar de las drogas, ¿y ahora al Chapo se le había permitido simplemente salir caminando de la cárcel? Se trataba de «un enorme desaliento a los esfuerzos por hacer cumplir la ley».

La buena vida tras las rejas

El día que El Chapo puso el pie en Puente Grande, el 22 de noviembre de 1995, impuso las reglas. Abordaba a guardias y empleados, con frecuencia a solas, y les preguntaba si sabían quién era él. «¿Tu supervisor te ha hablado de mí?». «¿Estarías dispuesto a trabajar para nosotros?». En realidad no se trataba de una pregunta, y serían bien recompensados. Aun el personal de limpieza y de cocina era sobornado, y recibía entre 100 y 5,000 dólares por su colaboración.

El dinero no era un obstáculo: El Chapo y sus aliados en Sinaloa le enviaban efectivo con regularidad. Pronto El Chapo y sus amigos habían establecido un sistema mediante el cual el personal de la prisión incluso llevaba a cabo el reclutamiento por ellos. «Te presento a otra persona que va a trabajar para nosotros», le diría un guardia al Chapo al presentarle a un nuevo recluta. Los nombres y los roles eran debidamente anotados por uno de los secretarios del Chapo, los cuales también eran prisioneros.

Aunque los hombres del Chapo mantenían un registro detallado de la función de cada persona, los trabajos específicos no siempre se asignaban a los que estaban en la nómina. En ocasiones les pagaban por trabajo; casi siempre, la cantidad se entregaba mensualmente. Uno de los asociados del Chapo anotaba un mensaje en clave («Tengo una entrega del director de la escuela», era uno de esos mensajes, el cual significaba que el guardia debía recoger su pago en un lugar predeterminado de Guadalajara) en una servilleta, y lo entregaba a uno de sus empleados.

La idea era tener a toda la prisión a la entera disposición del narcotraficante. El Chapo quería dirigir Puente Grande como si fuera suya, y nada lo detenía. Toleraría su condena hasta que llegara el momento de salir.

Y aguardó hasta el momento oportuno. Al principio, recuerdan los custodios, las exigencias eran pequeñas, más bien como peticiones. El Chapo y sus cómplices querían alguna cosilla especial para la cena: ¿podrían los cocineros idear algo? Una amiga estaba de visita; ¿podrían permitirles un poco de tiempo extra para una visita conyugal?

Gradualmente, Puente Grande se convirtió en el patio de recreo personal del Chapo. Las fiestas en el bloque de celdas donde se hallaban recluidos El Chapo y su cómplice principal, Héctor Luis Palma Salazar alias «El Güero», se volvieron algo normal. Andaban por donde querían al interior de Puente Grande, también conocido como Cefereso 2, y disfrutaban del contrabando de alcohol, cocaína y marihuana, y ni qué decir de las visitas conyugales de mujeres que no eran sus esposas ni novias. El Chapo tenía afición por el whisky y las cubas libres (ron con refresco de cola).

Se daban festines con comidas preparadas especialmente para ellos —al fin y al cabo, el personal de cocina también estaba entre sus empleados— y prestaban poca atención a las reglas de esa prisión de máxima seguridad. Dos cocineros en particular, Oswaldo Benjamín Gómez Contreras y Ofelia Contreras González, eran responsables de preparar «festines» para El Chapo, de acuerdo con la Procuraduría General de la República, más comúnmente conocida por su acrónimo en español, la PGR. Más tarde a ambos se les fincaron cargos por crímenes relacionados con las drogas en los cuales se habían involucrado en Puente Grande por órdenes del Chapo.

Al menos en una ocasión se llevó un conjunto de mariachis a la prisión para entretener al Chapo y a sus compañeros prisioneros. Después de la fuga del Chapo, un custodio recordó que para una fiesta de Nochebuena un camión entregó más de 500 litros de vino en la prisión como si se tratara de una celebración privada. Cenaron sopa de langosta, filete mignon y una selección de quesos, y bebieron whisky con soda hasta altas horas de la noche.

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