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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

El Ultimo Narco: Chapo (25 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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Un narco junior, que ahora está a mediados de sus treinta y vive en la ciudad de México, describió la trayectoria normal del hijo de un narcotraficante. Alto, atractivo, de pelo negro, creció sin saber cómo se ganaban la vida sus padres y parientes. Era una familia con conexiones políticas. Los niños celebraban fiestas en sus ranchos del Estado de México y Tijuana, y volaban en aviones y helicópteros privados. Disfrutaban viajes de fin de semana a Miami y Nueva York. Iban a las mejores escuelas del rumbo.

«Mi padre era… ¿cómo se dice?, un empresario», dice el narco junior, con una sonrisa avergonzada. A los veinte años, leyendo recortes de periódico, se enteró de lo que hacía su padre. Poco después le ofrecieron algo de acción, aunque más legítima: que dirigiera uno de los negocios de la familia que era fachada de las operaciones con drogas.

Édgar, el hijo del Chapo, era del mismo tipo. Mientras que su hermano mayor, Alfredo, trabajaba activamente con su padre, Édgar estudiaba. Según su esposa, no participaba en el negocio en sí… todavía. Pero estos argumentos de inocencia durante la segunda mitad de la presidencia de Fox y la primera de Calderón no le bastaron a las autoridades.

Cuando detuvieron a Iván Archivaldo (El Chapito), hijo del Chapo, ya estaba indoctrinado sobre los negocios de la familia. Cuando fue detenido, su padre se puso en acción a través de un abogado, Jorge Bucio. «[El Chapito] es un rehén del Estado, con la meta de [obligar a] que su padre se entregue», declaró Bucio. El gobierno quería «que pagara por los delitos de su padre».

Al cabo, El Chapito fue declarado culpable de depositar 20 mil dólares en un banco y alrededor de 50 mil en otro, sin demostrar que hubiera obtenido el dinero por medios «legítimos». No era un caso importante en absoluto; conmutarían su sentencia. El Chapito también era investigado por el asesinato de César Augusto Pulido Mendoza y de una ciudadana canadiense, Kristen Paige, afuera de un bar llamado Balibar, en Zapopan, pero nunca fue juzgado y salió libre, aunque el gobierno dejó claro que no sólo iba detrás de los líderes de los cárteles, sino también tras sus herederos. Sabía que la mayor parte de las organizaciones de drogas mexicanas operan con lazos muy estrechos, que los capos se rodean de sus hermanos y educan a sus hijos para que sigan sus huellas. Primos y sobrinos también se incluyen.

Muchas veces es más difícil seguirlos a ellos que a los narcos jóvenes ordinarios empleados por los cárteles. Casi nunca llevan las cadenas de oro que usan sus padres y pocos portan armas, para no hablar de pistolas con cachas de oro y plata.

«Es más difícil identificarlos porque no se parecen a los narcotraficantes característicos», explica Jorge Chabat, otro notable experto mexicano en seguridad. «No se pueden detectar con los símbolos visibles de un vehículo grande con llantas anchas y armas automáticas, cadenas de oro, botas de piel de serpiente, hebillas gruesas y lentes oscuros».

Pero eso no evitaría que las autoridades los detectaran.

Una mañana de la primavera de 2009, Vicente Carrillo Leyva, el hijo de 32 años del difunto Amado Carrillo Fuentes (El Señor de los Cielos) salió a trotar en Bosques de las Lomas, en la ciudad de México. Las autoridades habían buscado a Carillo Leyva más de una década y ofrecían una recompensa de 2 millones dólares por información que llevara a su captura.

El joven narco había cometido un error crucial; o, por lo menos, lo cometió su esposa. Aunque vivía amparado en un alias, ella no había cambiado su nombre, así que la AFI la había rastreado hasta él, vigiló cada movimiento suyo y esperó para atraparlo desprevenido y solo, sin sus guardaespaldas. Cuando salió a trotar, atacaron y lo detuvieron.

La imagen de un Carrillo Leyva en pants sorprendió a muchos mexicanos. Durante dos años la opinión pública había sido inundada en los medios con imágenes de narcos de piel morena y aspecto duro. Al ser presentados ante la prensa, estos culpables trataban nerviosamente de articular un par de frases. Casi todos llevaban lentes oscuros. Eran desaliñados y descuidados.

Carrillo Leyva no era así. Vestido con ropa deportiva Armani y lentes a la moda, parecía más un modelo (resultó que tenía debilidad por la moda e invertía en tiendas de lujo especializadas en los diseños de Versace).

Carrillo Leyva era el epítome del nuevo narco junior: había estudiado en Europa, hablaba francés e inglés casi con soltura y viajaba con frecuencia. En la ciudad de México era discreto. «No había fiestas ni ruido. Esos vecinos eran muy discretos. El joven salía a correr por las mañanas y su esposa era muy agradable», dijo un vecino después de la detención.

También era el segundo al mando del cártel de Juárez.

Esa misma primavera, las autoridades hicieron otra mella en la estructura familiar de los cárteles, una que enfureció al Chapo más que la detención de Iván Archivaldo.

Los federales habían recibido llamadas anónimas de colonos de las ostentosas Lomas del Pedregal, en la ciudad de México. Se quejaban de hombres que circulaban armados en autos. Un martes por la mañana, las autoridades intervinieron. Respaldados por soldados, agentes federales rodearon el número 269 de la calle de Lluvia. Sin disparar un solo tiro, detuvieron a Vicente Zambada Niebla, alias «El Vicentillo», que tenía treinta y tres años.

Habían atrapado al hijo del Mayo.

El Vicentillo también fue presentado ante los medios. Llevaba jeans, una camisa de vestir bien planchada y saco, y parecía un profesionista urbano cualquiera. No se parecía en nada a las fotos suyas que tenía la DEA, en las que llevaba sombrero vaquero y bigote al estilo de Sinaloa.

Las detenciones del Vicentillo y de Carrillo Leyva fueron éxitos, pero también una llamada de alerta, dijeron los críticos de la guerra contra las drogas. «Le prestan mucha atención a formar a sus mandamases» dijo de los narcos el experto mexicano en seguridad Alberto Islas. «No los superamos en armamento ni en inteligencia. Creo que por eso vamos perdiendo esta guerra».

Tal vez, pero al mismo tiempo, estas detenciones fueron golpes importantes. Según los que aseguran que estaban con El Chapo cuando detuvieron al Vicentillo, perdió su natural ecuánime y estaba furioso. ¿Cómo fue tan tonto, tan flojo, el hijo de su socio para pasearse armado por la ciudad de México?

El Vicentillo debía de haberlo sabido. Él y Alfredo Guzmán Salazar, otro hijo del Chapo, estaban encargados de «coordinar las actividades de narcotráfico para importar toneladas de cocaína de países de Centro y Sudamérica y pasarlas por México hacia Estados Unidos por varios medios de transporte, como aviones de carga Boeing 747, submarinos y otras embarcaciones sumergibles y semisumergibles, contenedores, lanchas rápidas, botes pesqueros, autobuses, vagones de ferrocarril, tractocamiones y automóviles», según el Departamento de justicia de Estados Unidos. El Vicentillo había llegado a los primeros escalafones de la organización del Chapo y había sustituido al Mochomo desde su separación del capo.

El Chapo y El Mayo no podían darse el lujo de perder ningún vástago; perder hijos que eran cruciales para llevar el negocio podría ser fatal.

Venganza

Édgar Guzmán López sería vengado.

Cuando murió su hijo, El Chapo al parecer se escondía en las montañas que separan a Colima y Michoacán. Según gente de Sinaloa, el narcotraficante pasó los días siguientes al asesinato bebiendo hasta la inconsciencia vaso tras vaso de whisky, que le gustaba. Otra versión dice que El Chapo, frío, calmado y entero como siempre, para no decir sobrio, adoptó inmediatamente la modalidad de ataque. Dado el notable control que había mostrado en situaciones de tensión anteriores, la segunda versión es más probable.

La organización de Sinaloa había sufrido otra transformación. En lugar de que El Chapo y El Mayo rigieran todo, habían llegado a un acuerdo de repartición del poder con Los Beltrán Leyva y otros asociados. Serían más flexibles que antes.

A medida que las autoridades aumentaban la presión sobre los cárteles, serviría funcionar de esta manera, con células pequeñas que manejaban cada etapa de la operación. Las células rendían cuentas a operativos de rango superior, que llevaban el informe a los lugartenientes. Estos, cuando fuera necesario, pedirían instrucciones del Chapo, Los Beltrán Leyva y El Mayo. La estructura de la red no era muy diferente que antes, pero se tendían capas de protección para los de arriba y, en teoría, el negocio iba a marchar con más seguridad y menos contratiempos.

Sin embargo, había aumentado la mala sangre entre Los Beltrán Leyva y El Chapo. No era sólo el mal comportamiento del Mochomo. Según la DEA, peleaban por la lealtad de una célula en Chicago, que es una parte lucrativa del mercado estadounidense. Entre tanto, el Ejército mexicano decía que El Chapo y Los Beltrán Leyva estaban enfrentados por las relaciones del primero con los Valencia de Michoacán, cada vez más presionados.

Poco antes del asesinato de Édgar, la plaza de Culiacán se calentó gravemente. El Mochomo había sido detenido (supuestamente con ayuda del Chapo) y se avizoraban problemas en los bajos fondos. Se declaró una «guerra» formal y apenas horas después se produjo un atentado contra la vida del Vicentillo. Se sucedieron docenas de asesinatos, aparentemente en venganza por el atentado.

El 8 de mayo de 2008 todo entró en erupción. Sólo en ese mes, 116 personas fueron asesinadas en Culiacán, 26 de ellas policías. En junio murieron 128; en julio 143. Culiacán se había convertido en zona de guerra. Los habitantes no salían de su casa por miedo. De noche, las calles se vaciaban a las nueve. Quienes se atrevían a salir, lo hacían si era absolutamente necesario.

El general Sandoval recibió un refuerzo de más de 2 mil soldados, y patrullaban las calles noche y día con la intención de infundir sentimientos de tranquilidad. Pero el miedo (para no hablar de los homicidios), continuó. La ola de violencia azotó ciudades como Guamúchil, Guasave y Mazatlán. Ya no se sabía quién era el jefe, ni siquiera en la sierra, el país del Chapo.

Comenzaron a aparecer pancartas en que se amenazaba a los que apoyaban al Chapo. «Es territorio de Los Beltrán Leyva», se leía en una que colgaba de una barda en Culiacán. «Chapo, vas a caer», se advertía en otra, clavada en el muro de una casa en el centro de Culiacán. En otras narco-mantas se acusaba al Mayo y El Chapo de haberse confabulado con el gobierno federal. La mayor parte de los mensajes se atribuyeron a seguidores de Los Beltrán Leyva.

Al parecer, desde la cárcel El Mochomo trató de detener el baño de sangre. Según el periódico
El Universal
, El Mochomo escribió una carta a su hermano Marcos Arturo, diciendo que El Mayo y El Chapo no habían tenido nada que ver con su detención y que le suplicaba calma. No se sabe si la carta llegó a su destinatario.

Los asesinatos continuaron.

Acaso El Chapo y El Mayo no tuvieran nada que ver con la detención del Mochomo. Pero según resultó, Los Beltrán Leyva habían jugado doble por su cuenta. Marcos Arturo y El Mochomo se habían reunido en Cuernavaca con miembros elevados de Los Zetas. Acordaron formar una organización con el fin de llenar el vacío de poder en el país. No irían necesariamente tras los principales baluartes, como Sinaloa o el Golfo de México, sino que buscarían el control de estados del sur como Guerrero (donde Los Beltrán Leyva ya tenían intereses), Oaxaca, Yucatán y Quintana Roo. También se abrirían paso en el centro del país, donde ningún grupo tenía afianzado el control.

En la reunión de Cuernavaca también decidieron disolver La Federación.

A mediados de mayo de 2008, al tiempo que la violencia se salía de control en Culiacán, la DEA confirmó extraoficialmente la separación de Los Beltrán Leyva y El Chapo. El 30 de mayo, el gobierno estadounidense reconoció formalmente a Los Beltrán Leyva como líderes de su cártel: «El presidente Bush ha señalado a […] Marcos Arturo Beltrán Leyva y a la organización de Los Beltrán Leyva […] objeto de sanciones según la Ley de Designación de Traficantes Extranjeros de Narcóticos (la Ley Kingpin)», anunció el embajador Tony Garza.

Beltrán Leyva y su organización comprenden una parte importante del cártel de las drogas de Sinaloa, México, con operaciones en las dos costas de México y por su frontera sur y norte, que introducen cantidades importantes de cocaína a Estados Unidos. Sus escuadrones de ataque han causado innumerables muertes y violencia abyecta. Marcos Arturo Beltrán Leyva y miembros de su familia están acusados en Estados Unidos y México de contrabando de cocaína […] La decisión de designar a Marcos Arturo Beltrán Leyva y su organización dará a Estados Unidos medios adicionales para desmantelar sus operaciones, privarlo a él y sus cohortes de recursos y perseguirlos en Estados Unidos.

Los Beltrán Leyva habían llegado a las ligas mayores con su propia entidad. Además, continuaron la guerra contra El Chapo. En medio de la violencia de Culiacán, se dice que el Estado trató de negociar un pacto reuniendo al Chapo y los hermanos en un rancho de Durango. Al parecer, se verificó otra cumbre, también en la misma entidad. Se dice que el jefe de todo cártel importante estuvo ahí, incluso representantes de Tijuana. Se habría acordado un pacto de paz temporal, pero poco después los temperamentos volvieron a aflorar.

Culiacán siguió siendo una zona de guerra. En 2008, Sinaloa registró 1,167 homicidios; en 2009, 932 personas más fueron asesinadas ahí.

Cuando Los Zetas llegaron, El Chapo todavía estaba escondido en la sierra, pero estaba más aislado que nunca.

Capítulo 12
E
L
F
ANTASMA

L
A CHICA CATAÑA DE
diecisiete años tenía la mirada triste. Observaba con curiosidad a la multitud de espectadores. Resplandeciente en su largo vestido dorado, se parecía en todo a una reina de la belleza, pero algo la perturbaba.

Emma Coronel Aispuro nació y creció en La Angostura, un pequeño caserío en Canelas. Era sobrina de Ignacio Nacho Coronel Villareal, «El Rey del Hielo», y había crecido en el mundo del narcotráfico. Según los vecinos de Culiacán, a veces Emma iba a la ciudad a arreglarse las uñas o los mechones castaños y también iba de compras, pero principalmente —dicen los lugareños—, se quedaba en las montañas.

Las montañas de Durango son de las más abundantes en drogas del país. En esta parte del Triángulo Dorado abundan los campos de amapola, lo mismo que laboratorios de metanfetaminas. Entre Canelas y Tamazula se encuentra un campo de amapola de alrededor de cuatro hectáreas. Las autoridades han tratado de erradicarlo desde que empezó el milenio, pero con poca suerte, pues vuelve a crecer deprisa. Canelas ocupa el lugar vigésimo entre las más de 2 mil regiones de México en términos de cultivo de drogas.

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