El Ultimo Narco: Chapo (24 page)

Read El Ultimo Narco: Chapo Online

Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
7.95Mb size Format: txt, pdf, ePub

A comienzos de 2009, pareció haber visos de cooperación entre el Ejército y la policía. Durante un patrullaje vespertino en Tierra y Libertad, una zona oprimida del centro de Ciudad Juárez, estaba en el ánimo el trabajo de equipo. Un grupo de residentes había llamado a la estación de Delicias para denunciar a un grupo de adolescentes que bebían y escandalizaban en la plaza. Nada importante, sin duda, pero varios soldados se metieron en la parte posterior de una patrulla y los policías los llevaron a la escena. Ahí, pusieron en fila al grupo de nueve jóvenes que se embriagaban. La policía los registró en busca de drogas y armas a la vista de los soldados, que verificaban que aquellos se apegaran al procedimiento.

Con el apoyo de Estados Unidos, se han llevado a cabo más programas de capacitación de policías en todo el país. El jefe de la Policía Federal García Luna quiere atraer personal con licenciatura. Los que ya están en la policía han tenido que revelar detalles personales, como sus números de cuenta, para que se vigile si tienen vínculos con narcotraficantes; también los someten a pruebas con el detector de mentiras.

Pero aunque se traigan nuevos elementos a la policía y se descarten los malos elementos viejos, Torres Valadez admite que será difícil impedir que los billetes de los delincuentes rellenen los bolsillos de los policías. «Tratamos de cambiar la cultura para que no caigan en la corrupción. Pero aun si les pagamos 3 mil dólares diarios, las mafias les pagarán 6 mil dólares».

«Desde hace quince años tratan de reformar la policía», agrega González Ruiz, ex fiscal contra la delincuencia organizada. «No es cuestión de hacer las reglas, es que los policías no las cumplen».

Resultó que el alto funcionario de la Policía Federal Millán Gómez fue asesinado, o al menos preparado, por compañeros suyos.

Meses después del allanamiento de la mansión de Zhenli en las Lomas de Chapultepec, los cadáveres de dos oficiales que habían participado en la redada aparecieron en Guerrero, donde habían estado trabajando en operaciones contra las drogas. Al cabo, Zhenli fue detenido en Estados Unidos, pero un juez falló que las pruebas en su contra no eran suficientes. Niega todas las acusaciones y actualmente impugna su extradición a México.

Bajo presión

En Culiacán las cosas están todavía peor.

Héctor Valenzuela, policía, de 35 años de edad, tiene miedo. Hace poco más de un año perdió a un amigo que también era policía. Su compañero manejaba junto a otra patrulla cuando dos camiones en los que iban unos quince hombres los alcanzaron por ambos lados. Dispararon sus AK-47 contra su amigo, su pareja y los hombres del otro vehículo. Ninguno se salvó.

Valenzuela enciende un cigarrillo afuera de la estación de policía de Culiacán mientras explica que los pistoleros ahora bajan de la sierra y disparan al azar contra los poli cías. A veces, visten uniformes militares y portan armas de uso del Ejército. «Aquí, ellos son los que mandan».

En otro tiempo, la policía de Culiacán era considerada una de las mejores de México. Hoy, la delincuencia los supera en número y en armas. Agréguese a eso la falta de una paga decente y no hay opciones. Se calcula que setenta por ciento de la policía de Sinaloa está o ha estado en las redes de los narcotraficantes. En algún momento, el Ejército tomó temporalmente el control absoluto de las operaciones policiacas de la ciudad y fueron investigados todos los policías. Actualmente, docenas de policías de Culiacán están en la cárcel. Docenas murieron.

Es difícil creer que la policía de la ciudad pueda cambiar, dado el grado de corrupción y las amenazas de los gatilleros. «No se va a terminar», dijo el ex oficial Miguel Ángel Navarrete Cruz, hablando de la violencia y los problemas de vigilarla. «Sinaloa es pura corrupción. Ochenta por ciento es droga: de eso está hecho Sinaloa».

El general Sandoval dio la orden de que sus hombres no usen máscaras. Los narcos circulan en atuendo militar y con máscaras, lo que representa una grave amenaza de seguridad. Los hombres de Sandoval se han incautado de docenas de vehículos arreglados para parecer humvees militares. También han detenido narcos en posesión de uniformes militares (estadounidenses y mexicanos) que viajaban en vehículos pintados de verde para igualar el color de los jeeps de los soldados.

Estén alertas, les dijo el general Sandoval a los habitantes de Culiacán. No se puede confiar en nadie.

Una noche, muy tarde, Antonio Garza, el esposo de Érica, recibió la visita de un grupo de narcos. No vinieron a matarlo, sino a negociar un trato para que los dejaran en paz. Se negó. Trece días después, cuando iba de la oficina a su casa en la ciudad de México, otro vehículo se le emparejó. Los asaltantes querían de sacarlo del camino. Trató de dejarlos atrás. Se las ingeniaron para acorralarlo, de modo que no pudiera avanzar. Los asaltantes bajaron del auto y abrieron fuego.

Antonio murió. No hubo ninguna investigación sobre su muerte; la AFI no le rindió honores. En cambio, la DEA hizo en Washington una ceremonia para él y otros policías mexicanos caídos.

«La moraleja del cuento es […] en México hay policías federales que cumplen con su deber, que se esfuerzan cuanto pueden. Son héroes de México que hicieron el sacrificio definitivo», dijo el director regional de la DEA David Gaddis al hablar de la muerte de su contraparte en México.

Érica, la esposa de Antonio, sigue afectada por la falta de apoyo institucional en su propio país. Todavía pertenece a la policía y va a trabajar todos los días, pese a que cree que son policías los responsables de haber organizado el golpe. «Entre ellos está la persona que mató a mi esposo», dice con lágrimas en los ojos.

Pero en el fondo de su mente hay una súplica, un tanto reacia, por tener la oportunidad de volver a empezar. "Estoy orgullosa de que Antonio haya sido una persona honesta, pero a veces digo: `Antonio, ¿por qué no fuiste?

Si lo hubiera sido, quizá aún estaría vivo.

Capítulo 11
EL FIN DE LA ALIANZA

Mis hijos son mi alegría también mi tristeza

Édgar te voy a extrañar

Fuiste de mi gran confianza, mi mano derecha

Fuiste un Chapito Guzmán

Iván Archivaldo estoy de veras orgulloso

De que tú seas un Guzmán

También de tu hermano Alfredo, saben que los quiero

Dios me los ha de cuidar

Soy bravo ya por herencia. También soy amigo

Así somos los Guzmán

Un saludo pa' mi gente de Badiraguato

Y también de Culiacan

Rancho de Jesús María, yo nunca te olvido

Conmigo te he de llevar

«El Hijo de La Tuna», narcocorrido cantado por Roberto Tapia.

A LAS OCHO Y MEDIA de la noche del 8 de mayo de 2008, uno de los hijos del Chapo se dirigía a su vehículo en el estacionamiento del centro comercial City Club de Culiacán. Édgar Guzmán López, de veintidós años, iba acompañado de tres personas, una de las cuales era Arturo Cazares (hijo de «La Emperatriz» Blanca Margarita Cazares Salazar), y un guardaespaldas. Más de una docena de hombres llegaron en tres autos.

Édgar y sus chicos corrieron a sus dos camiones, uno de los cuales estaba blindado. Los asaltantes abrieron fuego. Fue una matanza de proporciones épicas. Los investigadores encontraron más de 500 casquillos en la escena. Los atacantes usaron incluso una bazuca. Por lo menos veinte vehículos del estacionamiento sufrieron daños graves. Édgar Guzmán López, hijo del Chapo, murió. También Arturo Cazares.

Como ocurre en México con la mayor parte de los incidentes relativos a la delincuencia organizada, hubo pocos testigos. Los que estaban por casualidad en las cercanías, no vieron nada.

Hoy, se encuentra una cruz en el lugar, a la que los lugareños presentan sus respetos. «Te amamos Édgar», se lee en una nota: «El Chapo no caerá», se lee en otra.

Al principio, fuentes estatales culparon del asesinato al cártel de Juárez, pero investigaciones independientes revelaron que los responsables más probables eran Los Beltrán Leyva, que durante tanto tiempo habían sido aliados cercanos del Chapo. Los hermanos eran indispensables para las operaciones del cartel de Sinaloa. Se habían encargado de sobornar de las más bajas a las más altas filas del gobierno federal. También ayudaron a manejar la producción de amapola y marihuana en Guerrero, que era un importante punto de llegada de la cocaína colombiana. Ayudaron al Chapo a escapar de Puente Grande y a volver al redil. Además, al igual que El Chapo, eran buchones: narcos de las montañas, no niños ricos privilegiados de las ciudades. Alfredo Beltrán Leyva (conocido como «El Mochomo», que es una especie de hormiga roja) y El Chapo incluso eran parientes, pues El Mochomo se había casado con una prima de aquél.

Pero El Mochomo y El Chapo eran diferentes. El Mochomo, un hombre corpulento y barbado, era impulsivo. Si un empleado no cumplía una tarea, El Mochomo tenía un arranque de ira; de ahí le venía el alias. Por su parte, El Chapo casi nunca gritaba. Podía matar, pero no lo hacía a gritos.

A finales de 2007, El Mochomo comenzaba a poner nervioso al Chapo. Las cosas se calentaban. El general Sandoval había dejado en claro que iba tras los líderes del cártel, como su predecesor, el general Eddy, y El Chapo sabía que no podía permitirse estar bajo los reflectores o dejar que alguien supiera dónde estaba. El Mochomo se había vuelto muy visible. Daba fiestas escandalosas en Culiacán, frecuentaba los bares y, en fin, llamaba la atención hacia él. Además, mucha gente entraba y salía de su casa. Los vecinos se daban cuenta.

Entonces, El Chapo acudió a su aliado de mucho tiempo. Se cuenta que las autoridades tenían en la mira al Chapo. Necesitaban atrapar un pez gordo en Sinaloa para demostrar que perseguían también al cártel, y él entregó al Mochomo. No hay pruebas de esta traición, pero se convirtió en la historia semioficial en Sinaloa. También se especuló que El Chapo había entregado al Mochomo a cambio de la liberación de su hijo Iván Archivaldo (lo que tampoco se demostró).

El 21 de enero de 2008, con información de inteligencia proporcionada por el primer equipo del general Sandoval, un grupo de soldados rodearon un BMW x3 que recorría las calles de Culiacán y lo hicieron detenerse. En el interior estaba El Mochomo, con once relojes de lujo, una AK-47, nueve pistolas y 900 mil dólares en efectivo.

El gobierno anunció la detención del Mochomo como otro golpe importante contra la delincuencia organizada. Como los capos detenidos antes, fue transferido a la ciudad de México en una caravana de docenas de vehículos militares y soldados enmascarados, con helicópteros en el cielo y los reflectores de todos los medios de comunicación.

Para el general Sandoval, la detención del Mochomo también fue una victoria pírrica. Descubrió que Los Beltrán Leyva habían hecho avances en la novena zona militar. Cuatro hombres de Sandoval fueron detenidos y enviados a prisión militar para ser interrogados.

En cuanto a las relaciones entre El Chapo y Los Beltrán Leyva, nunca volvieron a ser iguales.

Cercanos en espíritu

No estaba previsto que Édgar muriera de esa forma.

Para El Chapo, la familia siempre había sido una prioridad. Aunque estaba obsesionado por su difícil infancia en La Tuna, El Chapo tenía fuertes vínculos con su madre. Aun estando prófugo, luego de su escape de Puente Grande, la visitaba cuando podía. Le había construido un rancho espléndido cerca del hogar donde creció; le había dado un avión para cuando tuviera que ir a la ciudad. María Consuelo Loera Pérez nunca necesitaría nada.

También estaba cerca de sus queridos hermanos. El tráfico de drogas en Sinaloa había sido un negocio familiar y la organización del Chapo no era diferente. Arturo, Miguel Ángel, Emilio y Aureliano ocupaban puestos en el cártel de Sinaloa; a cargo de la logística, el lavado de dinero y la supervisión del contrabando (según la PGR), y no tuvieron que trepar el palo encebado a base de asesinatos, como su hermano.

Aparte, El Chapo tenía esposas. Aunque sus matrimonios habían terminado, siempre lo hizo en buenos términos. En Puente Grande, aunque tenía relaciones con Zulema Hernández y otras presas, recibía las visitas conyugales de su tercera esposa, Laura Álvarez Beltrán. A poco de escapar de Puente Grande, se dice que lo ayudó a huir Griselda López Pérez, su segunda esposa y madre de Édgar. La mujer visitaba frecuentemente una casa en el barrio de Guadalupe de Culiacán, donde la PGR encontró alteros de documentos enviados al Chapo por El Mayo mientras el primero estaba prófugo, para mantenerlo al tanto de los movimientos de las autoridades.

Las esposas del Chapo, que vivían en casas y ranchos proporcionados por su marido narcotraficante, eran parte de su vida y siguen siéndolo, pues le dieron hijos. Cuando El Chapo estaba en la cárcel, el psicólogo que lo evaluó dijo que mostró un gran sentido de la responsabilidad cuando se trató de sus esposas e hijos.

Cuando su hijo Édgar murió, estudiaba administración de empresas en la Universidad Autónoma de Sinaloa. Vivía en unión libre con Frida Muñoz Román y tenían una hija de dos años, la nieta del Chapo: Frida Sofía Guzmán Muñoz.

Édgar pertenecía a la nueva generación de narcotraficantes conocidos en México como los «narco juniors». La segunda generación de narcos tenía mucho tiempo en el país; de hecho, casi tanto como el negocio, pero desde la década de 1970 los hijos de los narcotraficantes habían tomado un camino diferente. En lugar de seguir las huellas de sus antecesores, cada vez más iban a las mejores escuelas, incluso del extranjero, para aprender administración de empresas. Estaban en sus veinte y casi nunca participaban en actividades delictivas.

Personas que vienen de Culiacán recuerdan a los narco juniors de ayer. En la universidad, Francisco Arellano Félix y su hermano Eduardo se ocupaban de obtener su título. El primero habría vendido píldoras de éxtasis ocasionalmente, pero nada más, recuerda un sinaloense. Todos sabían quiénes eran, pero «se creía que no estaban en el negocio».

Iban a las mismas fiestas en las que había drogas, aunque «muy escondidas», pero los Arellano Félix eran parte de los asistentes habituales: bien conectados, sí, y destinados a entrar en el negocio de las drogas; pero no eran narcos, todavía no.

Según Luis Astorga, uno de los expertos más notables sobre el tráfico de drogas en México, los narco juniors actuales gozan una amplia consideración: «El relevo generacional en las familias de la delincuencia organizada ha permitido a una generación alcanzar niveles superiores de educación […] saber más de los mercados financieros, comprender el medio tecnológico, entender el entorno político y saber de armas más modernas y poderosas». Según Astorga, los narco juniors «están más capacitados para evitar los errores de las generaciones pasadas».

Other books

Acts of Courage by Connie Brummel Crook
Thug Luv 2 by Jazmyne
The Fixes by Owen Matthews
Ghosts by Daylight by Janine di Giovanni
Habibi by Naomi Shihab Nye
Jaws by Peter Benchley
Elohim III: The Return by Barger, Kerry