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Authors: Malcolm Beith

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El Ultimo Narco: Chapo (20 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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El golpe pudo haber sido ordenado por cualquiera de los enemigos del Chapo. La PGR estaba segura cuando menos de eso, pero de muy poco más. Con todo, el principal sospechoso era Rodolfo Carrillo Fuentes.

Otro golpe fuerte vino menos de dos meses después, en febrero de 2005. En esta ocasión, de parte de las autoridades.

Un hijo del Chapo, Iván Archivaldo Guzmán Salazar, alias El Chapito, fue arrestado en Zapopan, Jalisco. El logro fue causal: un equipo de agentes tomó un teléfono celular de la escena de un delito y llamó al primer número anotado. El Chapito llegó al lugar. Fue acusado y sentenciado por lavar dinero en nombre de su padre.

Luego, en junio, otro golpe. Un hermano del Chapo, Miguel Ángel, y su madre habían ido a un restaurante chino de Culiacán a celebrar los quince años de una sobrina del narcotraficante. Tradicionalmente, la fiesta de los quince años de una chica mexicana, la quinceañera, es en grande, y Miguel Ángel por lo menos le regalaría a su hija una comida fuera, pese a que su hermano era un prófugo.

Gracias a datos entregados por los informantes, un grupo de alrededor de veinte soldados de fuerzas especiales rodeó el restaurante, el Tai-Pei, hacia las cuatro de la tarde. Vestidos de negro y encapuchados, entraron sin decir una palabra y causaron asombro entre quienes habían decidido comer ahí ese día.

Miguel Ángel, apodado «El Mudo», fue tomado por sorpresa y no opuso resistencia. Este hermano nunca había estado en la lista de los buscados, pero las fuerzas que lo arrestaron insistían en que era responsable de traficar drogas a Estados Unidos por avión y traer las utilidades a Sinaloa, en el nombre del Chapo. Compraba propiedades en Culiacán para usarlas como fachadas, lo mismo que vehículos e identificaciones falsificadas para los empleados del Chapo.

La madre del Chapo, María Consuelo Loera Pérez, estaba indignada. «Se lo llevaron sin orden de arresto. Él vive honestamente», le dijo a los periodistas que se presentaron. «No creo que él se dedicara a actividades ilícitas… Lo detuvieron porque es el hermano del Chapo».

También salió en defensa del Chapo: «No forzó ninguna puerta ni amenazó a nadie para salir de la cárcel. Le abrieron las puertas. Es como si abren la puerta de la jaula de un pájaro: se va. Hace mucho que no veo a Joaquín, no tengo contacto con él. Él le ayuda a la gente pobre. ¿Cómo voy a sentirme mal, si soy su madre? Una madre tiene que soportar todos los problemas que traigan sus hijos, y eso le diré a Dios para defenderlos. Dios es mi mejor abogado».

En el fondo, la DEa tenía que saber que nada de esto detendría al Chapo. Había ofrecido una recompensa de 5 millones de dólares por información que llevara a su captura y enjuiciamiento, por acusaciones de «conspirar para importar cocaína, posesión de cocaína con la intención de distribuirla, lavado de dinero y asociación criminal». Los agentes de la DEa sabían que aún tenía la intención de ampliar sus operaciones y, pese a la pérdida de familiares, El Chapo no caería fácilmente.

«Estaba en la cúspide de su carrera cuando lo metieron en la cárcel. Si conservaba la vida, era cuestión de tiempo para que volviera» dijo una autoridad policiaca estadounidense a Los Angeles Times. Sin duda está de vuelta. Es poderoso. Lo sabemos por la violencia, que cada vez es más".

Entre tanto, las autoridades mexicanas estaban divididas respecto de qué hacer con El Chapo. Podían rodear a su familia y hostigar a su madre, pero no lograban encontrarlo. Sobraban las acusaciones de corrupción. Un periodista mexicano llamó después al Chapo «capo del PANismo», un juego de palabras con las siglas del partido en el poder. Los esfuerzos por amurallarse de una prensa mexicana cada vez más incisiva eran insuficientes.

«No es que él sea más inteligente y nosotros más tontos. Tiene más recursos en los lugares donde trabajo […] No lo encontraremos en una ciudad. Este sujeto está en el fondo de la sierra, protegido lealmente por lugareños que lo ven como un héroe», dijo José Luis Santiago Vasconcelos, que fue jefe de la unidad especial contra la delincuencia conocida como sIEDO. Admitía que no tenían pistas para llegar al Chapo.

Habían capturado a familiares suyos y les habían levantado cargos menores, pero el narcotraficante todavía hacía quedar en ridículo al gobierno. Se acaban de formar la SIEDO y la AFI (el equivalente del FBI), pero no habían tenido la suerte de dar con él.

Capítulo 10
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ESORDEN

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L ALTO COMANDANTE
de la Policía Federal Édgar Millán Gómez llegó tarde a su casa el 8 de mayo de 2008. Había estado trabajando con su equipo para atrapar a Marcos Arturo Beltrán Leyva, alias «El Barbas», con datos confiables de inteligencia que situaban al narco sinaloense cerca de Cuernavaca, una hora al sur de la ciudad de México.

Llegaron cerca y lo acorralaron. Pero el grupo de guardaespaldas de Beltrán Leyva (algunos ex militares) se las arreglaron para superar la capacidad de fuego de la policía y se escaparon.

Millán Gómez llegaba a una de las varias residencias que tenía en la ciudad de México por motivos de seguridad. Sus guardaespaldas lo dejaron fuera y empezó a subir los escalones. Al abrir la puerta delantera, se encontró instantáneamente bajo fuego. Eran cuatro asaltantes, pero el comandante no caería sin pelear. Se aferró a uno de sus atacantes y luchando, aunque las balas herían su cuerpo, exigía respuestas: «¿Quién los mandó? ¿Quién los envió a matarme?».

Los asesinos, una banda profesional de la ciudad de México, habían recibido el encargo de Los Beltrán Leyva. Millán Gómez murió en el hospital horas después. Le habían metido nueve balas.

La pérdida de Millán Gómez fue un enorme golpe a la moral. Era de los buenos policías, considerado un héroe por el gobierno y un estorbo para El Chapo y Los Beltrán Leyva. Era un «tipo leal», como dijo un veterano de la DEa estacionado en la ciudad de México y encargado de trabajar con sus contrapartes mexicanas e investigar sus antecedentes. Este agente de la DEa había conocido buenos y malos policías en la guerra contra las drogas. La muerte de Millán Gómez era descorazonadora: perdió un aliado confiable.

El presidente Calderón quedó consternado. Su régimen elogiaba a Millán Gómez por cumplir un papel vital en la batalla del país contra la delincuencia organizada y denunció «este cobarde asesinato de un funcionario ejemplar». La semana en que murió, otros seis policías federales fueron asesinados.

La cruzada de Genaro

Es difícil encontrar buenos policías en México. Pocos cadetes llegan con una imagen honesta de su oficio y saben que el soborno es una forma de vida o, cuando menos, un medio de sobrevivir. Los que son honestos, son atraídos a la corrupción con ofertas cuantiosas de dinero o con amenazas de muerte.

Cuando se formó la AFI, se suponía que iba a ser un faro de esperanza para las fuerzas policiacas de México: tan confiable como el Ejército, pero menos agresiva; mucho más honesta que cualquier policía local y capaz de trabajar en todos los rincones del país. Dirigida por Genaro García Luna, hombre serio y ex director de la Policía Federal y la agencia de espionaje, la AFI buscó ayuda fuera de México. Grupos de altos miembros de la AFI fueron entrenados por la DEA y el FBI en Quantico, Virginia, mientras otros tomaban parte en ejercicios binacionales para verificar que no hubiera fallas en las normas.

Otros procuradores y jefes policiacos han ido y vuelto. García Luna ha sido participante central y uno de los más duraderos en la guerra contra las drogas y la delincuencia organizada. Estudió ingeniería (y, según un periodista, «manejaba la nueva tecnología en una época en que esa capacidad comenzaba a ser apreciada en los círculos de seguridad») y se había dado a conocer como reformista cuando México pasaba por grandes cambios en la transición del gobierno de partido único.

Cuando tenía apenas treinta y ocho años, García Luna fue nombrado jefe de la Policía Federal, al tiempo que conservó el mando de la AFI.

Como había hecho en la AFI, García Luna se comprometió enseguida a vencer la corrupción, aun si eso significaba purgar los cuerpos policiacos. No dudó en despedir a policías de alto rango y después emprendió medidas para mejorar el desempeño y la confianza de la policía introduciendo, por ejemplo, pruebas con detector de mentiras, auditorías financieras y evaluaciones psicológicas.

En la presidencia de Calderón, García Luna se comprometió a persistir en la caza del Chapo. En entrevistas, se mostraba directo y honesto. Los que han trabajado con él dicen que es «afable» y «franco». Pero tiene otro lado. Dirige su estrecho círculo interno como un feudo personal. Cualquier error puede tener consecuencias fatales. Es controlador al punto de que no tolera desacuerdos ni de sus asistentes más próximos. Quienes han trabajado con García Luna dicen que sus pocos leales están completamente paranoicos.

A decir de los observadores, en el régimen de Calderón, García Luna ha tratado de consolidar su poder, pero no le faltan competidores.

Medina Mora, procurador general de 2006 a 2009, no podía ser más diferente de García Luna. Los dos sienten entusiasmo y están dedicados implacablemente a su trabajo, pero Medina Mora es un jefe más comprensivo. No es policía, sino procurador, de modo que sus intereses están en el derecho. Es conocido por su pensamiento estratégico. Cuando comenzó su trabajo como procurador en 2006, Medina Mora se dio cuenta que «México necesitaba un esfuerzo del cien por ciento por parte del gobierno para generar la paz y tranquilidad; que habían robado los grupos del crimen organizado». Medina Mora era realista: «No hay ninguna sociedad ni grupo humano sin crimen. Nadie está intentando erradicar el crimen, pero tenemos que transformarlo para que no sea un problema de seguridad nacional y sólo se convierta en un problema criminal local». Es cauteloso con la vida de sus empleados y tiene mucha influencia.

La prensa mexicana notó las diferencias entre los dos encargados de la guerra contra las drogas y no se anduvo con miramientos. Cuando García Luna y Medina Mora expresaban una opinión distinta, los expertos saltaban. Cuando desplegaban estrategias diferentes o cuando se reunían con Calderón, la prensa especulaba sobre quién iba a vencer en la batalla por ocupar el sitio al lado del presidente.

Finalmente, Calderón decidió que García Luna estuviera a cargo de la lucha contra las drogas; era su mano derecha.

Los críticos dicen que dar a García Luna el control total fue un error fatal: es crucial que las dependencias cooperen. García Luna es reacio a compartir su información y recursos en la guerra contra las drogas porque «perdería poder en el juego», según un académico que ha cumplido funciones de asesoría para el jefe de la policía.

García Luna ha sido acusado de simular la batalla con los narcotraficantes, no de librarla. También se ha dicho que pelea la guerra con una meta: consolidar el poder del cártel del Chapo.

En declaraciones juradas, empleados del jefe de policía acusaron de vínculos entre García Luna y Los Beltrán Leyva. La PGR abrió una investigación; no se demostró nada. En otra ocasión, un miembro del círculo interno del jefe de la policía, Igor Labastida Calderón, fue investigado por supuestos vínculos con El Chapo. Tampoco se probó nada.

García Luna ha rechazado las afirmaciones de que tiene alguna especie de pacto o está relacionado de alguna manera con los narcos. Ante rumores de un pacto en Tijuana para apaciguar la violencia de la ciudad, el a veces nervioso jefe de la policía no se anduvo por las ramas: «Miren, se los digo con toda energía: no vamos a pactar con nadie —dijo—. Estamos obligados a enfrentar la delincuencia. Es nuestro trabajo, nuestro deber, y no vamos a pensar en ningún pacto».

En varias ciudades de México han aparecido docenas de «narco-mantas» (letreros atribuidos a los narcotraficantes que se cuelgan en público para denunciar a las autoridades o a los enemigos) en las que se acusa a García Luna de proteger al Chapo. En una se leía: «Como ciudadanos, les pedimos [a las autoridades] que se enfoquen en las siguientes personas de las que estamos completamente seguros que protegen a los narcos».

Un testigo federal dijo ante la PGR que García Luna y otros habían recibido regalos (como yates y casas) de gente del Chapo a cambio de información. Tampoco se probó nada.

Los pocos honestos

Comoquiera que sea, muchos mexicanos creen que la AFI fue infiltrada desde antes. Érica Garza, integrante de la misma, cree que las fugas y la corrupción en la organización son galopantes.

Ella y su esposo Antonio se conocieron en el entrenamiento. Él era su entrenador. «Era tan honesto», recuerda. Pronto, comenzaron a salir y a los seis meses, se fueron a vivir juntos. Ella sabía que era una atracción para toda la vida. «Tenía una manera diferente de ver el mundo. No quería que las cosas siguieran como estaban, sino que fueran como deberían ser».

En su primer año de entrenamiento (y su primer año de noviazgo con Antonio), Érica lo vio pocas veces. Primero, la enviaron a Durango, luego estuvo en la ciudad de México y siguió recorriendo partes del país durante otros tres meses. Al final, esa sería la pauta de su matrimonio. La colocaron en inteligencia, vigilando las casas de supuestos grandes narcotraficantes. Se remetía en una camioneta con sus cámaras, interceptores de teléfonos y radios en algún lejano rincón del país, mientras que Antonio pasó a labores administrativas.

Le emocionaba su nuevo trabajo. Participó en la captura de García Ábrego del Cártel del Golfo, pero cobró su precio. Incluso en la ciudad de México, su terruño, muchas veces no le decía a Antonio su paradero, por motivos de seguridad. En ocasiones se encontraban los fines de semana. Cuando Amado Carrillo Fuentes fue declarado muerto en su fallida cirugía plástica, ella se topó con su esposo en la morgue. «Estaba ahí por casualidad», recuerda con una enorme sonrisa. Aunque hicieron un alto en su trabajo (un viaje a Quantico, Virginia, para entrenarse con la DEA y el FBI), no estuvieron juntos. Érica se fue primero y él la siguió más tarde, cuando ella regresó.

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