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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

El Ultimo Narco: Chapo (8 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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Para la década de los sesenta, los ranchos de las afueras de la ciudad, propiedad de los adinerados, estaban empezando a ser rodeados por viviendas de clases media y baja. La industria le estaba dando un empujón financiero a la ciudad, y la agricultura florecía. También el contrabando. Los residentes que crecieron en Culiacán en los sesenta recuerdan vívidamente cómo los vendedores ofrecían mercancía de Estados Unidos —cuya importación estaba prohibida por el gobierno federal— a lo largo de las calles y en los mercados de la ciudad. Mientras incluso en una capital cosmopolita como la ciudad de México tales artículos, como ropa y zapatos, todavía eran difíciles de encontrar, allá en el norte causaban furor en Sinaloa. Los niños de clase media tenían poco que desear.

En Sinaloa no se condenaba socialmente la actividad ilegal, así que, ¿por qué cultivar y traficar drogas habría de estar mal? Incluso, Estados Unidos no había empezado todavía realmente su guerra contra los narcóticos ilícitos. (Hoy en día persisten los rumores de que después de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos mexicano y estadounidense llegaron a un acuerdo mediante el cual los sinaloenses podrían proveer a Estados Unidos de heroína de manera extra legal, pero muchos expertos cuestionan su veracidad). Los hombres a cargo del comercio de drogas eran principalmente políticos o miembros de una élite social. Algunos se dedicaban a la agricultura, unos a las importaciones. Eran hombres de negocios, no narcos.

En aquel entonces la palabra «narco» ni siquiera existía. Aquellos que trabajaban en el comercio de drogas —los hombres y mujeres que se ensuciaban las manos cultivando o transportando marihuana y opio— eran conocidos ya fuera como gomeros o, más despectivamente, buchones—. Por vivir en la sierra, los buchones rara vez comen sal, una comodidad difícil de obtener, así que con frecuencia desarrollan bocio, que puede ocasionar que el cuello se inflame; de ahí buchón, en referencia a la bolsa que algunas aves tienen en la garganta para almacenar comida. Hoy en día la palabra ha llegado a asociarse simplemente con cualquiera que genera dinero de manera ilegal. Muchos sinaloenses más jóvenes incluso creen que se deriva de las cadenas de oro que los narcos llevan al cuello.

Allá por los sesenta y los setenta las cadenas de oro y la ropa llamativa que con tanta frecuencia se ve hoy en día en ciudades como Culiacán, no se veían por ningún lado. Mientras que los buchones se dedicaban al trabajo duro, los capos o jefes simplemente se dedicaban a sus negocios. Por supuesto, tenían autos deportivos y ropa de diseñador, y algunos ofrecían fiestas espléndidas en mansiones opulentas. Pero ahora la riqueza exhibida tenía clase, y las fiestas se llevaban a cabo en residencias de gobernadores y ranchos de empresarios. No había nada ostentoso ni siniestro al respecto, en buena medida porque el gobierno y los grandes negocios efectivamente lo compartían.

Miguel Ángel Félix Gallardo, un ex policía que fue guardaespaldas de un político y para la década de los ochenta se convirtió en el patriarca del tráfico de drogas (lo que le valió, precisamente, el sobrenombre del Padrino), caminó por las calles de Culiacán. Ernesto «Don Neto» Fonseca, de Santiago de los Caballeros, en las montañas más allá de Badiraguato, tenía una discreta casa en la ciudad. Ambos eran sólo empresarios.

Mientras tanto, El Chapo y sus futuros socios, los hermanos Beltrán Leyva (Marcos Arturo, Alfredo, Héctor, Mario y Carlos), se ganaban la vida con gran esfuerzo en el territorio de la sierra. Eran otro montón de buchones. No eran nadie.

La guerra de las drogas

Para la década de los setenta, el tráfico de drogas en Sinaloa se había convertido en la parte predominante de un negocio nacional. Estaba floreciendo. Se traía cocaína de Colombia en barcos y aviones, y los sinaloenses la llevaban en camiones al otro lado de la frontera con Estados Unidos. A veces usaban aviones ligeros. La marihuana y la cocaína estaban ganando rápida aceptación en la Norteamérica liberal, y el tráfico de drogas estaba en auge.

También estaba atrayendo mucha atención. El gobierno de Estados Unidos estaba despertando rápidamente ante el creciente consumo en su territorio, lo cual se percibía como una amenaza a la construcción de la sociedad. El 17 de junio de 1971 el presidente Richard Nixon declaró que el abuso de drogas había «asumido dimensiones de emergencia nacional». Solicitó al Congreso 155 millones de dólares para combatir el uso y el tráfico (doméstico e internacional), y su meta era revertir «una oleada que ha sumido al país en la década pasada y que afecta tanto el cuerpo como el alma de Estados Unidos».

En dos años se crearía la DEA. En 1974, habiendo advertido que el «lodo mexicano», la heroína, «repentinamente tenía gran demanda», la DEA declararía que los traficantes mexicanos controlaban 75 por ciento del mercado de la heroína en Estados Unidos. «Una guerra a fondo contra la amenaza de la droga» había comenzado.

El tráfico de droga en Sinaloa —y para el caso, la propia Sinaloa— únicamente sobreviviría las etapas iniciales de esta arremetida encabezada por Estados Unidos. El 26 de enero de 1974 se lanzó la Operación SEA/M (Special Enforcement Activity in Mexico) en Sinaloa para combatir el tráfico de opio y heroína. En 1976, la DEA y el gobierno mexicano lanzaron un gran programa conjunto de erradicación de la amapola en el Triángulo Dorado. (También se rumoraba que la CIA estaba envuelta). Helicópteros donados por el Departamento de Estado norteamericano se emplearon para arrojar herbicidas a lo largo de las montañas de Durango, Chihuahua y, por supuesto, Sinaloa, que era el objetivo principal de la operación. Al cabo de un año, cerca de 90 kilómetros cuadrados de amapola —suficientes para producir ocho toneladas de heroína— habían sido completamente destruidos.

La DEA aclamó el éxito de la Operación Trizo, como se le conocía. «Para 1979 la pureza de la heroína mexicana cayó hasta apenas 5 por ciento, su nivel más bajo en siete años», declaró el reporte oficial de la iniciativa contra las drogas. «Además, 4 mil miembros de organizaciones en México fueron arrestados. La Operación Trizo hizo que disminuyera la demanda de heroína mexicana en el mercado de Estados Unidos».

Sin embargo muchos residentes de la sierra recuerdan la limpieza con menos agrado. Los sacó del mapa. De hecho, esos «4 mil miembros de organizaciones» eran principalmente buchones u otros residentes de la sierra suficientemente desafortunados como para ponerlos en el mismo costal. Como muchos agentes norteamericanos admitirían años después, ningún traficante importante fue arrestado. Y las consecuencias de la fumigación y los arrestos en la sierra fueron muy drásticas. Casi 2 mil comunidades fueron abandonadas o destruidas, y tuvo lugar una crisis económica.

La gente desplazada de la sierra emigró a la ciudad, donde integraron «grandes filas de miseria», recuerda El Padrino Félix Gallardo. «La falta de espacio y de empleo los orilló al crimen o murieron de hambre, los niños no acudieron a la escuela, fueron parias sociales y aceptaron empleo en lo que fuera… Trabajar en la ciudad era muy distinto de lo que sabían hacer».

Aquellos que eligieron quedarse en la sierra sufrieron inmensamente. Miles de soldados patrullaban la sierra sin supervisión, supuestamente robando las cosechas o los animales que habían logrado mantener los que no se habían ido. Las casas eran cateadas y destruidas. En muchos casos, pequeños pueblos quedaban diezmados; sólo unas cuantas docenas de ancianos pobladores permanecían ahí.

Finalmente cediendo a la presión pública, el gobierno mexicano rompió temporalmente su colaboración con la DEA y en 1978 la Operación Trizo quedó definitivamente suspendida. Los principales traficantes de Sinaloa no habían estado siquiera cerca de ver el interior de la prisión. Habían ganado la primera de muchas batallas.

Poco después de la Operación Trizo, El Padrino tenía el control del negocio de las drogas en Sinaloa. Con la ayuda de Don Neto Fonseca y Caro Quintero, él dirigiría todo el show. El Padrino era el hombre por cuyas manos pasaban todas las drogas que entraban y salían de México provenien tes de cada rincón de la quinta nación más grande del hemisferio occidental.

Pero sólo era el intermediario: los colombianos seguían estando a cargo de todo.

Hasta bien entrada la década de los ochenta hubo dos grandes cárteles de drogas en Latinoamérica: los grupos de Medellín y de Cali, ambos designados con nombres de ciudades de Colombia. La DEA y la Interpol (y en algunos casos fuerzas militares especiales de Estados Unidos) se concentraban en estos dos principales proveedores de cocaína y heroína para Estados Unidos. Los mexicanos involucrados en el tráfico de drogas todavía eran principalmente sólo «mulas». Los colombianos embarcaban toneladas de sus drogas ilegales hacia las costas mexicanas, y los mexicanos simplemente las trasladaban al otro lado de la frontera con Estados Unidos.

Trasladar las drogas al otro lado de la frontera de 3 mil 200 kilómetros no era una tarea muy difícil; sólo requería hombres y sobornos. Miles de camiones cruzan la frontera México-Estados Unidos todos los días, por docenas de rutas claves. No había manera de que incluso los normalmente vigilantes guardias de frontera pudieran monitorear todo el contrabando que ingresaba; por la suma adecuada, sus contrapartes del lado mexicano simplemente miraban en otra dirección. En las raras ocasiones en que las autoridades los sorprendían, las pistas de aterrizaje clandestinas y los aviones ligeros aseguraban que las drogas pudieran cruzar con la misma facilidad.

En algún momento ese llegaría a ser el trabajo del Chapo. A finales de la década de los setenta el capo sinaloense El Güero Palma Salazar le dio al Chapo su primera gran oportunidad al ponerlo a cargo de transportar drogas desde la sierra hasta las ciudades y la frontera, y supervisar los embarques.

De acuerdo con la tradición local, El Chapo era ambicioso. Estaba ansioso por incrementar las cantidades de drogas que se transportaban hacia el norte, y presionaría a sus jefes para que le permitieran hacerlo. También era eficiente: Si un envío no se había hecho desde la sierra o se había retrasado por alguna razón (incluso las fuertes lluvias, que arrasaban caminos enteros, no eran excusa), él mismo ejecutaba al empleado.

No perdía los estribos; sólo le disparaba al hombre en la cabeza. También los gomeros en la sierra sabían que más les valía no intentar dejar fuera al Chapo y venderle sus drogas a otro comprador, incluso si les ofrecían un precio más alto.

Los jefes notaron su estilo y a principios de los ochenta El Chapo fue presentado ante el mismísimo Padrino. Lo pusieron a cargo de la logística; efectivamente, coordinando vuelos de avión, llegadas de barcos e ingresos de camiones a México procedentes de Colombia. El Güero continuó asegurándose de que las entregas llegaran por tierra sin contratiempo a los clientes en Estados Unidos.

Pronto El Chapo demostraría que era digno de trabajar directamente con el propio Padrino.

Capítulo 4
E
L
P
ADRINO

N
ACIDO EN UNA PEQUEÑA POBLACIÓN
rural de Sinaloa el 8 de enero de 1946, El Padrino avanzó rápidamente entre las filas del tráfico de drogas. Policía hasta los veintitantos, dejó esa fuerza para servir como escolta de seguridad del entonces gobernador de Sinaloa, Leopoldo Sánchez Celis. Fue en ese empleo cuando se cree que debe haberse enterado del tráfico de drogas en el estado, donde gobernaba el partido de Celis, el Revolucionario Institucional (PRI).

El PRI, que gobernó México con mano de hierro entre 1929 y 2000, es ampliamente culpado por haber permitido que floreciera el tráfico de drogas, pues su mandato estuvo manchado por la más insidiosa corrupción. El gobierno actual de México es conservador, encabezado por el Partido Acción Nacional (PAN), pero el PRi aún controla más de la mitad de las gubernaturas de los estados, lo que genera acusaciones generalizadas de otros partidos de que continúa haciéndose de la vista gorda (en el mejor de los casos) sobre el tráfico de drogas. «Sinaloa es una simbiosis de crimen y política», dijo Manuel Clouthier Carillo, descendiente de una de las principales familias adineradas de Culiacán y un apasionado miembro del PAN, que su padre ayudó a fundar.

Las autoridades de Estados Unidos también han lamentado la situación. «Es difícil probar que hay protección política [en México]», explicó el fiscal de un estado fronterizo de Estados Unidos.

Si pudiéramos probarlo, les formularíamos cargos a todos. Hay una gran diferencia entre saber algo y probarlo en una corte legal… Tienes fuentes de inteligencia extremadamente confiables, pero a menos que puedas probarlo, ¿para qué quemar a tus fuentes? Sus cuerpos en pedazos aparecerán regados por todo Sonora.

El Padrino surgió de este sistema político-criminal. Y no contento con ser sólo un lacayo, él procuró construir su propio imperio. Por medio de sus conexiones con un importante traficante hondureño, El Padrino se convirtió en el hombre más importante para el cártel de Medellín en México, el cual era comandado por Pablo Escobar. Por medio de sus conexiones políticas, El Padrino se aseguró de tener en su bolsillo a la gente indicada a lo largo de la costa del Pacífico mexicano, desde políticos hasta policías. También supervisó la distribución local de marihuana y opio, que podían embarcase rumbo al norte, junto con la producción de los colombianos. Él era el señor mexicano de las drogas; él supervisaba todo en el país. En aquel tiempo «no había cárteles» en México, recuerda ahora El Padrino. Sólo eran él, sus amigos y los políticos que le ofrecieron protección.

El Padrino era un hombre de voz suave, dedicado a su familia. Casi siempre estaba trabajando, y viajaba frecuentemente por todo México para tener vigilado su negocio. Él vivía en una casa, mientras sus 18 hijos vivían en otras dos cercanas. Poseía propiedades en todos los estados de México, la mayoría de las cuales se empleaban para negocios. Obse sionado por la electrónica —tenía todos los gadgets nuevos del mercado—, llevaba una vida relativamente tranquila.

Aparte de su gigantesca colección de zapatos y ropa de diseñadores italianos y unos cuantos autos deportivos, parecía ser exactamente como todos los demás; al menos como todos los demás ricos. El complejo de su rancho en las afueras de Culiacán era espléndido, pero no ostentoso. Coleccionaba relojes finos, pero nunca los usó. Sabía no atraer demasiado la atención. Mientras todavía vivía en Culiacán, trasladó su centro de operaciones a Guadalajara; sería menos conspicuo ahí, dado el enardecido ambiente en Sinaloa luego de la Operación Trizo.

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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