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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

El Ultimo Narco: Chapo (34 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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En todos los años que han pasado desde la fuga del Chapo, los presos se siguen escapando. En una fiesta organizada para los prisioneros y sus familiares, un supuesto asociado del Chapo pasó por las puertas del centro, pasó ante los guardias armados con pistolas y AK-47, llegó al perímetro externo y salió al estacionamiento, libre.

«Esto se debe a fallas humanas», dijo Pedro Cárdenas Palazuelos, encargado de la cárcel de Culiacán, inmediatamente después de la huida. «Tenemos cámaras, puertas electrónicas. Si nadie abre la puerta, nadie sale. Es corrupción».

Cárdenas Palazuelos duró poco en su puesto de Culiacán. Dos meses después de que había asumido el cargo, lo reemplazó el teniente coronel Carlos Suárez Martínez. «Aumentaremos la seguridad, la disciplina y el control», insistió el ex militar. Menos de dos semanas más tarde, otro preso escapó. Éste también se fugó bajo las narices de las autoridades. Éste también, se dijo, trabajaba para El Chapo.

El último narco

«El Padrino» Félix Gallardo está en una prisión de máxima seguridad en el Estado de México. Su salud se debilita. Escribe desde su celda, y expone la defensa que, asegura, nunca se le permitió. «Cuando nosotros, los viejos capos, nosotros que fuimos detenidos, éramos pocos… Nosotros no matamos o robamos ni empobrecimos a los mexicanos como hicieron muchos políticos». El Padrino aseguró que él no quiere ser liberado, pero agregó que culparlo a él por la ola de violencia actual no sólo es injusto sino ridículo. «Uno puede combatir la violencia con empleos… escuelas, campos deportivos, comunicaciones, servicios médicos, seguridad y lucha contra la pobreza… debemos recordar que el territorio mexicano [en la sierra] está olvidado, ahí no hay buenas escuelas, caminos… sólo represión».

La construcción del mausoleo de Don Neto, una vasta estructura grecorromana construida dominando el pequeño pueblo sinaloense de Santiago de los Caballeros, está terminada. Docenas de otras narco-tumbas están diseminadas en el terreno del cementerio, en la ladera de una colina que mira hacia los picos de la sierra. El mausoleo de Don Neto se alza majestuosamente sobre los otros. Es un lugar de descanso para un rey.

Preso en las mismas instalaciones que El Padrino, Don Neto sabe que sus días están contados.

Rafael Caro Quintero, el otro cómplice en el asunto de Kiki Camarena, también está cumpliendo una sentencia de 40 años de cárcel en México; su hermano, Miguel, purga una sentencia de 17 años en Estados Unidos. El Güero Palma Salazar también está en prisión.

Los hermanos Arellano Félix, todos, han caído. Ramón está muerto; Benjamín se encuentra en una prisión de máxima seguridad en México. El 14 de agosto de 2006, Francisco Javier fue arrestado por la Guardia Costera de Estados Unidos en aguas internacionales justo frente a la costa de México; más tarde se declaró culpable en una corte de San Diego y fue sentenciado a cadena perpetua.

El 25 de octubre de 2008, luego de un prolongado tiroteo con las fuerzas especiales mexicanas en Tijuana, que entraron en acción con base en información de la DEa, el hermano Eduardo fue capturado. «El arresto de Eduardo Arellano Félix cierra el libro de esta que alguna vez fue una poderosa y brutalmente violenta banda criminal de hermanos», declaró la administradora en funciones de la DEa, Michele M. Leonhart. Los rumores dicen que El Chapo ayudó a las autoridades a derrocarlos.

Luego de la caída de los hermanos Arellano Félix, Tijuana volvió a caer en conflicto en manos de la hermana de Los Arellano Félix y su hijo, Luis Fernando Sánchez Arellano, alias «El Ingeniero». El Chapo se metió; murieron policías y la violencia se incrementó.

En Tijuana El Chapo se alió con un jefe narco local llamado «El Teo» García Simental, ex integrante de la organización de los Arellano Félix. Antiguamente a cargo de los asuntos de extorsión y secuestro, El Teo era particularmente brutal, incluso para los estándares de Tijuana. Uno de sus subordinados, Santiago Meza, confesó haber disuelto más de 300 cuerpos en sosa cáustica por encargo del Teo. Su sobrenombre era El Pozolero (el pozole es un caldo preparado a base de maíz y carne).

Juan García ábrego está en prisión. Osiel Cárdenas Guillén espera juicio en Houston; un cómplice ya se declaró culpable de intento de asalto y homicidio de dos agentes federales en 1999. Ahora el hermano de Cárdenas Guillén, Ezekiel Antonio, otro hombre del cártel del Golfo de nombre Eduardo Costilla-Sánchez, y El Lazca de Los Zetas, dirigen un grupo violento pero muy suelto y desorganizado que el Departamento de justicia de Estados Unidos llama el «triunvirato». La DEa cree que podría haberse escindido debido al asesinato de un Zeta de alto nivel a manos de miembros del cártel del Golfo. Lo cierto es que la alianza Golfo/Zeta difícilmente es el gigante que una vez fue.

Amado y Rodolfo Carrillo Fuentes están muertos; el hijo de Amado, Vicente Carrillo Leyva, está en prisión.

La Familia ha acordado una alianza con El Chapo; ahora trabajan para él.

El hermano y el hijo del Mayo están encarcelados. A finales de 2009 el sobrino del Mayo, jesús Zambada Reyes, se suicidó en la ciudad de México. Había estado cooperando desde su arresto ofreciendo buena información acerca de las operaciones y el paradero del Mayo. Poco después, otro testigo protegido relacionado con El Mayo fue baleado en un Starbucks de la ciudad de México; él también estaba ofreciendo información valiosa.

El Mayo era el único de su círculo familiar cercano que seguía libre. «La dinastía Zambada está extinta», proclamó el periódico Reforma.

El 11 de diciembre de 2009 las agencias federales recibieron una valiosa migaja de información: Marcos Arturo Beltrán Leyva, alias «El Barbas», iba a asistir a una fiesta en Ahuatepec, en el estado central de Morelos. Un equipo de marinos mexicanos tomó el sitio por asalto, pero llegaron demasiado tarde para atrapar al Barbas. Arrestaron a docenas de personas, incluyendo al cantante Ramón Ayala y a su grupos, los Bravos del Norte.

La DEA siguió proporcionándoles información, y los marinos no se apartaron de su rastro. Seis días después, en la tarde del 17 de diciembre, 200 marinos hicieron una redada en un barrio residencial en Cuernavaca, Morelos. Acordonaron partes de la ciudad y rápidamente se dirigieron a un bloque de lujosos departamentos de alto nivel. Los helicópteros sobrevolaban la zona; con discreción, los marinos llevaron a los residentes del edificio escaleras abajo, al gimnasio. Se dirigieron a un departamento en particular. Se organizó un tiroteo. Las balas zumbaban; se lanzaron granadas. Adentro, cinco narcos habían recibido disparos y estaban muertos; uno saltó hacia su muerte.

Adentro del departamento, en el suelo, yacía El Barbas. El rival más grande del Chapo estaba muerto.

A pocas horas de su muerte, ya se habían escrito ocho narco-corridos y se habían subido a Internet. En Nogales, Sonora —territorio del Chapo—, la gente de la localidad disparó sus armas al aire para celebrar. «Una bala perdida hirió a una niña pequeña, pero se trataba de celebrar», dijo un testigo. "Es una posada [fiesta

El Barbas había sufrido de manera póstuma la narcohumillación final. Le habían bajado parcialmente los pantalones para exhibir su ropa interior; su panza y su pecho estaban cubiertos de signos de pesos y dólares. Todos los que habían estado implicados en el asalto negaron haber manipulado el cadáver; se trajo a un equipo de especialistas forenses para que investigaran.

Inmediatamente después de la incursión en que resultó muerto El Barbas, cuatro parientes de uno de los marineros que habían tomado parte en ella fueron asesinados. El Barbas fue enterrado en jardines del Humaya, en Culiacán, bajo estrecha vigilancia militar. Días más tarde, una cabeza cercenada fue arrojada ante su tumba.

Menos de dos semanas después de eso, otro de los hermanos Beltrán Leyva, Carlos, fue arrestado. Se creyó que una vez más El Chapo estaba proporcionando información como una forma de autoprotección.

El Chapo iba ganando. Siempre había mostrado una sorprendente habilidad para reponerse después de cualquier derrota. Nunca daba media vuelta: regresaba con una venganza.

Conforme Los Zetas —para entonces aliados de lo que quedaba de la organización de Los Beltrán Leyva— se movían hacia Durango, Chihuahua y Sinaloa, más derramamientos de sangre se sucedían. Se hallaron tres cabezas en una hielera en Parral, donde el revolucionario Pancho Villa había encontrado su destino. Eran Zetas; gente del Chapo asumió la responsabilidad. Pero la oleada continuó. Los Zetas avanzaron hacia Culiacán, Mazatlán, Guasave y Tamazula.

Para finales de 2009, tanto Culiacán como Ciudad Juárez se habían vuelto tierra de nadie. Narco-mantas con amenazas a la gente del Chapo se diseminaron por ambas ciudades, mientras se rumoraba que El Chapo no podía siquiera circular por su propio territorio en parte de Sinaloa. Pero todavía parecía que él tenía la ventaja. Había sido su resistencia lo que lo había mantenido fuerte a lo largo de su carrera, pero también su habilidad para forjar alianzas y no hacer olas cuando así le convenía. Siempre en el momento justo, en el lugar preciso, daría el golpe certero.

Se aseguraba que El Chapo había hecho un trato con los militares y el gobierno federal en Ciudad Juárez: él se apoderaría de la ciudad fronteriza una vez que las autoridades se hubieran deshecho de La Línea y los restos del cártel de Juárez. Esto fue tajantemente desmentido. Y siguió el derramamiento de sangre entre El Chapo y las pandillas de los Carrillo Fuentes, en lo que un periódico llamó «la guerra interminable».

Pero El Chapo estaba haciendo su mejor esfuerzo por ponerle fin. «Estamos atestiguando el exterminio del cártel de Juárez», dijo Alfredo Quijano, editor del periódico Norte de Ciudad Juárez. El cártel de Juárez ha sido reducido a «su última línea de defensa» porque los hombres del Chapo están «matando gente a discreción, pegándoles como presa fácil».

El Chapo también se estaba volviendo aún más violento.

A principios de 2009, en Caborca, Sonora, un grupo de asesinos suyos y del Mayo habían secuestrado a un grupo de rivales. Miembro por miembro, los cortaron en pedazos. Los restos parecían maniquíes desarmados.

Más adelante, ese mismo año, Carlos Ricardo Romo Briceño, de 33 años y oriundo de Culiacán, fue baleado en la ciudad sinaloense de Los Mochis. Un grupo de más de una docena de hombres armados que viajaba en tres vehículos lo acorraló; dispararon más de 200 cartuchos de sus AK-47 y hasta que su cuerpo quedó destrozado.

Los cuerpos sin cabeza de dos hombres fueron arrojados desde una avioneta sobre Sonora. Impactados campesinos los descubrieron poco después de que la aeronave aterrizó en las cercanías.

Un hombre de 36 años de edad fue encontrado muerto en Sinaloa. Habían cortado su cuerpo en siete pedazos. Su rostro había sido cuidadosamente amputado. Más tarde fue descubierto, cosido a un balón de futbol. Habían dejado una nota junto con el balón: «Feliz año nuevo, porque este será el último».

La oleada de asesinatos se atribuyó a la gente del Chapo. Estaba claro que no se estaba dejando.

Al observar las acciones desde Washington, un ex agente de la DEa creyó ver que los días del Chapo estaban contados. Lo otros participantes de importancia en el tráfico de drogas mexicano habían caído; El Chapo también caería. El capo estaba empezando a creer que era invencible, intocable, dijo un hombre de la DEa. Lejos de empoderar al Chapo, esto lo haría más vulnerable, propenso a cometer errores estúpidos. «Estará esposado o sobre la plancha en 90 días. Sólo es cuestión de tiempo».

Mientras, en Culiacán, el general Sandoval tampoco daba señales de que a renunciar. «En el pasado, intereses externos vinieron a arrebatarnos nuestro territorio; hoy, el crimen quiere despojarnos de nuestro valor, de nuestra juventud. Los narcos están permanentemente secuestrados y alienados, justo como las víctimas de esta feroz criminalidad. Para ellos, para los criminales, sólo hay dos caminos: la muerte o la cárcel».

Uno de los subordinados inmediatos de Sandoval, el general Federico Eduardo Solórzano Barragán, se sentía frustrado, y era más cándido. Sus hombres habían revisado todo Culiacán en busca de drogas y armas; estaba convencido de que El Chapo no se estaba ocultando en la capital. «Hemos ido casa por casa. Si estuviera aquí, lo sabríamos». Ni siquiera pensó que El Chapo continuaba en Sinaloa. «Si todo el mundo te estuviera buscando, ¿te quedarías donde están buscando o te irías a otro lado? Es lógico: te irías». El narco podría haberse sometido de nuevo a cirugía plástica. «O tal vez es sólo un campesino».

Sin embargo, El Chapo sí estaba en el área todavía, y dirigía la operación. Había lanzado una advertencia: nadie podía andar por la sierra en grupos de más de cinco o seis. Los helicópteros podían divisarlos con demasiada facilidad y los arrestarían al verlos. Incluso al amparo de la oscuridad de la noche, su gente no debía llamar la atención. Los helicópteros tenían equipo para detectar el calor, les advirtió.

El Chapo estaba al tanto del nuevo equipo de los militares. También se había dicho que cada vez estaba más paranoico y que, dependiendo del día, se escondía en las montañas de Durango o Sinaloa. Cambiaba de lugar con más frecuencia que nunca, conduciendo de un lado a otro con sólo un guardaespaldas para evitar que lo detectaran o que sospecharan. A veces él mismo tomaba el volante; nadie sospecharía jamás que un hombre que parecía un campesino en una camioneta pick up pudiera ser un capo de las drogas.

Según un cable oficial emitido por funcionarios de la embajada de EE.UU., El Chapo tenía 10 o 15 lugares donde esconderse en las sierras de Sinaloa y Durango.

Para principios de 2010, El Chapo no se había visto en público por más de dos años. Había rumores —desmentidos por la DEA— de que tenía cáncer de próstata. «No puede pasar mucho tiempo en un solo lugar. Quizá pueda pasar la mañana en un lugar, pero para la tarde tiene que moverse, porque se podría haber corrido la voz», dijo un soldado mexicano en Culiacán. «Esa es su vida: tratar de evitar que lo asesinen».

El Chapo no confiaba en nadie. La única persona a la que escuchaba ahora era al Mayo.

Quedaban tres verdaderos capos en Sinaloa: El Chapo, El Mayo y El Azul, el siempre discreto consejero que había permanecido en las sombras. Se hacían apuestas sobre cuál de estos tres capos caería primero, y cuál sería el último narco.

En Badiraguato, los residentes insistían en que El Chapo, el verdadero jefe de jefes, nunca sería detenido.

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