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Authors: Malcolm Beith

Tags: #Politica,

El Ultimo Narco: Chapo (13 page)

BOOK: El Ultimo Narco: Chapo
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Seis días más tarde, mediante una orden solicitada para realizar otra búsqueda, se fueron contra la bodega en Douglas. No había manera de que anticiparan lo que encontrarían cuando levantaron la rejilla de acero del drenaje del suelo y se abrieron paso con un martillo neumático a través de la puerta disfrazada de plancha de concreto. Detrás de los escombros se abría el Callejón de la Cocaína.

Revestido de paredes de concreto, un pasillo de 60 metros conducía de la bodega a la casa del abogado del Chapo en Agua Prieta, Sonora. Estaba equipado con un sistema de aire acondicionado, iluminación y desagüe tubular a fin de drenar agua. Para tener acceso al túnel desde la casa en Agua Prieta, uno simplemente abría un grifo de agua ubicado afuera, el cual activaba un sistema hidráulico que ele vaba un piso falso debajo de una mesa de billar. Una vez que las drogas se hacían descender por el agujero —por medio de un sistema de poleas, que actuaba efectivamente como un elevador—, abajo un trabajador las cargaba en un carro sobre rieles. Utilizando un sistema que desde hace mucho han empleado los mineros de la región, los trabajadores trasladarían entonces las drogas a Arizona. Era suficientemente amplio como para conducir un camión pequeño a través de él, y tenía cuartos disimulados para armas, efectivo, narcóticos: lo que quisieran. Era una de las estratagemas para contrabandear narcóticos más creativos e impresionantes con que se hubiera topado la DEA jamás.

El Chapo había contratado a un arquitecto para que diseñara el complejo subterráneo, un hombre llamado Felipe de Jesús Corona Verbera. De acuerdo con el testimonio que rindió en cortes de Estados Unidos, Corona Verbera se había convertido rápidamente en un empleado de confianza. Le hablaba al Chapo con el modo informal «de tú», algo que otro testigo afirmó que nunca antes había visto hacer a nadie.

Corona Verbera y El Chapo se parecían en algunos aspectos: cuando cualquiera de los dos tenía un trabajo que quería que se hiciera, lo supervisaban personalmente o se aseguraban de que la gente adecuada fuera asignada para realizarlo. Él le encomendaba el trabajo preparatorio a subordinados, pero quería estar seguro de que la operación completa se realizara sin contratiempos.

Corona Verbera supervisó cada etapa de la construcción del Callejón de la Cocaína, de acuerdo con el testimonio de Ángel Martínez Martínez, a quien los fiscales señalaron como «co-conspirador». Él y el abogado del Chapo, Francisco Camarena Macías, también supuestamente puso en marcha unas mentiras muy bien construidas para proveer el material necesario para el proyecto, así como a aquellos que trabajarían en él.

A William Woods, un contratista que ayudó a arreglar la bodega en Douglas, a donde llegarían los embarques de droga, se le dijo que el lugar sería un punto para guardar camiones cruzando la frontera y donde, por ejemplo, se pudiera lavarlos. Le dijeron a otro empleado que un cargamento de pistones y bombas de agua era para una estación de gas en Guadalajara. Corona Verbera estuvo en el lugar «durante toda la construcción», recordó Woods.

Este hombre, a quien al Chapo le gustaba llamar «El Arquitecto», se había vuelto un elemento clave. Al fin y al cabo, como dijo el zar de las drogas: «él me construyó un túnel poca madre».

A pesar de la creatividad del Chapo y el ingenio de su arquitecto, las autoridades estadounidenses y mexicanas se las arreglaron para incautarse de una parte de su mercancía. Pero los decomisos únicamente sirvieron para subrayar las enormes cantidades de narcóticos que de hecho estaban cruzando.

Y con cada decomiso venía un recordatorio de cuán listo era El Chapo. Se descubrió otro túnel que conducía de una bodega en Tijuana a California por debajo de la frontera. Excavado a unos 20 metros bajo la superficie, luego se extendía 442 metros hasta Estados Unidos, hacia una bodega registrada a nombre de los mismos hermanos que habían contrabandeado cocaína para El Chapo en sus chiles.

Tanto las autoridades de México como las de Estados Unidos estaban asombradas. Ya antes se habían encontrado túneles bajo la frontera que iban de los 4.5 a los 9 metros de longitud. El Callejón de la Cocaína era el más impresionante, pero era algo inimaginable. ¿Cómo había logrado El Chapo hacer algo así?

Quizá El Chapo fuera sigiloso, pero era codicioso. Al parecer, su sed de dominio lo había impulsado a arriesgarse mucho más que sus predecesores y rivales, y a buscar mayores oportunidades para satisfacer su ambición.

«Él piensa en grande», dijo un integrante de la DEA con respecto a la avidez del Chapo. «Cuando El Chapo se involucra en un trato de drogas, estamos hablando de cantidades extremadamente grandes. Toneladas».

La mano de obra barata y desechable era uno de sus secretos: su gente recogía grupos de campesinos en las regiones más pobres de México (tal «reclutamiento», equivalente al secuestro, era conocido como levantón) y los ponía a trabajar en los túneles por semanas, incluso meses en cada ocasión. Los constructores de los túneles vivían bajo tierra o en bodegas cerca de la entrada del túnel. Cuando terminaban el trabajo, El Chapo los mataba.

Esto hacía particularmente difícil detectar los túneles, recuerda un agente de la DEA. Los túneles estaban tan bien ocultos que la única manera de hallarlos era por medio de informantes, la mayoría de los cuales habían muerto para cuando la DEA los descubría.

Teniendo su base de operaciones en Guadalajara y evitando el contacto social, El Chapo todavía se las arreglaba para seguir siendo una figura menos prominente que los narcos en Tijuana y Ciudad Juárez. Pero su naturaleza despiadada y su ambición llamaron la atención de sus rivales, lo mismo que su deseo de obtener mayor control del negocio mexicano del contrabando.

El equipo de Tijuana también se estaba volviendo «egoísta», como dijo un agente de la DEA, y quería expandirse. De hecho, Tijuana se volvió el corredor más preciado para los proveedores colombianos de cocaína, y los hermanos Arellano Félix querían capitalizar su recién descu bierta influencia. También querían proteger su territorio del Chapo. Él y El Mayo eran altamente considerados por su dureza, por ser los únicos que querían hacerle frente a los hermanos de Tijuana.

El Chapo estaba invadiendo su territorio. Él invirtió más de un millón de dólares en el gran túnel de Tijuana; también adquirió casas de seguridad por toda la ciudad, en las cuales guardaba armas, lanzagranadas, lentes de visión nocturna y paquetes de billetes.

Los hermanos Arellano Félix «no tenían miedo de jalar el gatillo», como describió un policía de Tijuana. Ofrecieron una recompensa por la cabeza del Chapo.

A principios de 1992 los sicarios atacaron. Un grupo de miembros de la pandilla Calle Treinta —radicada en San Diego— contratado por los hermanos Arellano Félix atrapó a seis de los lugartenientes del Chapo en Tijuana. Los torturaron para sacarles información y luego les dispararon en la nuca. Los cadáveres, amarrados y amordazados, fueron arrojados a lo largo de una carretera en las afueras de la ciudad fronteriza.

Poco después, un coche bomba estalló afuera de una casa que El Chapo usaba en Culiacán. Nadie resultó herido; los narcos no estaban en casa. Pero el mensaje estaba claro.

El 8 de noviembre de 1992 El Chapo contraatacó.

Dos de los hermanos Arellano, Francisco y Ramón, habían ido a la ciudad turística de Puerto Vallarta para tomar un pequeño descanso. Una noche salieron a una popular discoteca, «Christine».

Vistiendo uniformes de la policía, quince hombres del Chapo descendieron de sus vehículos frente al club. Hicieron a un lado al hombre de la puerta y entraron. Estudiaron el escenario: unas 300 personas bailaban y bebían bajo las luces de la disco. La música era atronadora. Divi saron a los hermanos Arellano Félix y a sus guardaespaldas y abrieron fuego. Los guardaespaldas respondieron el fuego, mientras Francisco y Ramón Arellano Félix huían por la parte trasera del club y se alejaban a toda velocidad en uno de sus vehículos. La balacera continuó; seis personas murieron, algunas de ellas inocentes parroquianos.

El Chapo había iniciado una guerra contra el cártel de Tijuana, la primera guerra de la nueva era del tráfico de drogas mexicano.

Días después, otro grupo de sicarios de los Arellano Félix se desplegó en Guadalajara. Divisaron un vehículo a bordo del cual creyeron que iba El Chapo y abrieron fuego con sus AK-47. El Chapo escapó incólume.

En los siguientes seis meses, El Chapo sería un hombre buscado a los ojos de los hermanos Arellano Félix. Pero El Chapo estaba bien conectado y bien protegido en Guadalajara; sus esfuerzos por encontrarlo resultaron inútiles. Enviaron grupo tras grupo de sicarios a matarlo, pero no tuvieron suerte.

A finales de mayo de 1993, un equipo de sicarios de primera llegó a Guadalajara. Javier, uno de los hermanos Arellano Félix, venía con ellos.

El Chapo estaba siendo muy precavido, y se movía por Guadalajara con frecuencia. Se registró en varias habitaciones en el Holiday Inn y luego se fue a una de sus propias casas de seguridad. Después se mudó a otro hotel.

Los hermanos Arellano Félix no tuvieron éxito. Luego de días de andar buscando al Chapo, Javier y los sicarios decidieron volver a casa, el 24 de mayo.

Javier estaba registrándose para su vuelo de regreso a Tijuana cuando escuchó las noticias: El Chapo estaba llegando al estacionamiento del aeropuerto para tomar un vuelo de tarde a Puerto Vallarta.

Los pistoleros corrieron afuera disparando; un grupo de hombres armados respondió el fuego. «Se desató el infierno y había tiroteos por todo el aeropuerto», recuerda un agente de la DEA acerca de la escena. Divisaron el vehículo que creyeron pertenecía al Chapo, un Mercury Grand Marquis blanco, un tipo de automóvil que los narcos manejan con frecuencia. Abrieron la portezuela y abrieron fuego.

Pero no era El Chapo quien estaba en el coche; él se encontraba en un Buick sedán verde oscuro cerca de ahí. En el Mercury Grand Marquis estaba el cardenal Juan jesús Posadas Ocampo, el arzobispo de Guadalajara. Entre el caos, El Chapo se alejó de la escena, abordó un taxi y se fue a toda velocidad a una casa de seguridad. El cardenal estaba muerto, su cuerpo acribillado por catorce balas.

Mientras tanto, Javier Arellano Félix ocupó su asiento de primera clase en el avión a Tijuana. En el asiento contiguo iba Jorge Hank Rohn. El avión despegó veinte minutos después; las autoridades nunca han explicado por qué se le permitió partir.

Al menos esa es una versión de lo que sucedió aquel aciago día de mayo. En la PGR algunos creen que los hermanos Arellano Félix sabían que El Chapo iba a estar en el aeropuerto. Creen que los hermanos sabían cuál era el color de su coche. Sugieren que los sicarios de los hermanos Arellano Félix en realidad iban tras el cardenal, pero no hay evidencia sólida de ello. Algunos testigos también han declarado que Benjamín Arellano Félix también se encontraba en la escena del crimen.

Pero estas explicaciones son refutadas por otros investigadores, quienes piensan que las afirmaciones e investigaciones de la PGR están equivocadas, quizá debido a su complicidad con El Chapo. «¡Mentiras! Es una pinche mentira», grita un funcionario destacado en Guadalajara por aquel tiempo, señalando al reporte de la PGR sobre el tiroteo en el aeropuerto. «No puedes confiar en nadie aquí: ni en los periodistas, ni en los secretarios, ni en los cardenales, ¡en nadie! Está jodido; [la verdad] te matará aquí».

«Si digo esto, la PGR me chinga, si digo aquello la PGR me chinga. Me matarán», dice, agarrándose el cuello como Si lo estuvieran estrangulando.

Un ex investigador también cuestiona cómo es que alguien pudo llegar a la conclusión de que los sicarios de los Arellano Félix podían haber confundido el coche del Chapo con el del cardenal Posadas Ocampo, un Ford Marquis. A fin de cuentas, aparentemente sí sabían el color del coche del Chapo. «¿Cómo podían haber estado apuntándole al Chapo si él estaba en un coche verde y…? ¿Cómo pudo pasar esto?».

Que El Chapo hubiera eludido a sus asesinos no cambiaría la situación de la guerra por las drogas, pero la muerte accidental del cardenal Posadas Ocampo sí. Indignado por el asesinato de una figura religiosa de tan alto rango y tan respetada, el gobierno ordenó una redada de algunos de los principales traficantes de drogas del país. Ofreció una recompensa de casi 5 millones de dólares a quien proporcionara información que condujera a la condena del Chapo y varios otros elementos destacados del comercio ilegal de narcóticos.

El chapo voló a la ciudad de México y se quedó ahí dos días. Se reunió con un empleado, a quien le entregó cerca de 200 millones de dólares para proveer a su familia en caso de que lo detuvieran; a otro empleado le dio una cantidad similar para asegurarse de que su organización continuara funcionando sin contratiempos en caso de que él tuviera que ausentarse por corto tiempo.

Después, otro empleado de confianza lo condujo hasta el sur, a Chiapas. Unos meses antes El Chapo había establecido una red para sus operaciones de drogas en Chiapas y Guatemala; así, a su llegada se puso en contacto con un teniente coronel del ejército guatemalteco.

El Chapo le pagó al teniente coronel 1.2 millones de dólares. A cambio, el zar de la droga y sus acompañantes —cuatro hombres y una novia del Chapo— podrían ocultarse en Guatemala. El Chapo también tenía un pasaporte falso; ahora viajaba bajo el nombre de Jorge Ramos Pérez.

El 31 de mayo, justo una semana después de la balacera en el aeropuerto de Guadalajara, la PGR recibió informes de inteligencia de que El Chapo estaba, en efecto, en Guatemala. Soldados y agentes federales fueron destacados allá. Al amanecer del 9 de junio, tropas guatemaltecas rodearon el área en que El Chapo y sus cómplices se escondían. Los arrestaron y se los entregaron a los mexicanos aquel mismo día, por la tarde. El Chapo había sido traicionado.

No está claro por qué fue tan fácil atrapar al Chapo en 1993. En ese tiempo, sin embargo, la presión de Estados Unidos y su participación en operaciones antidrogas extranjeras estaban en su punto culmen. Fuerzas especiales estadounidenses y militares colombianos estaban cercando a Pablo Escobar en Medellín (sería asesinado en diciembre de 1993). El intercambio de información de inteligencia entre las naciones de Centro y Sudamérica, México y Estados Unidos alcanzó niveles sin precedente. Esto podría explicar por qué los guatemaltecos estaban tan deseosos de ignorar el acuerdo con El Chapo y agarrarlo. Los mexicanos declararon que dicha cooperación había hecho posible la captura.

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