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Authors: Patrick Senécal

Tags: #Terror

El umbral (11 page)

BOOK: El umbral
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UN GOLPE DE MÁS, relato publicado en noviembre de 1974.

Artículo relacionado: «Suicidio de un vagabundo», aparecido en abril de 1974 (
Le Journal de Montréal
).

LA VOZ MALÉFICA, novela publicada en febrero de 1976.

Artículos relacionados: «Un ladrón asesinado en una tienda de comestibles», aparecido en mayo de 1975 (
La Tribune
), e «Incendio mortal en Saint-Denis», aparecido en octubre de 1975 (
Le Journal de Montréal
).

Y así sucesivamente. El camarero nos trae las consumiciones y, cuando se ha marchado, Monette continúa:

—Los artículos están publicados unos meses antes de la salida de la novela en cuestión, lo que confirma aún más la tesis de que han inspirado realmente a Roy para escribir sus historias.

Jeanne observa la hoja, bastante impresionada.

—Un auténtico trabajo de exegeta —comenta.

Monette sonríe con orgullo. Mi compañera exagera un poco: si ella hubiera tenido tiempo, habría podido hacer lo mismo. Para restablecer un cierto equilibrio, digo con lasitud:

—Eso ya lo sabíamos, señor Monette. La única diferencia es que usted ha llevado el ejercicio más lejos que nosotros.

El periodista levanta un dedo.

—Pero falta un detalle: todos los artículos están relacionados con una historia de Roy, excepto el último.

Coge una fotocopia del montón y la vuelve hacia nosotros. Leemos el título: «Dos punks muertos en Sainte-Catherine». El artículo procede del periódico
La Presse
y data de hace un año. Monette nos resume:

—En el mes de mayo de 1995, encontraron a dos jóvenes punks muertos en una callejuela de Sainte-Catherine. Según la investigación, se habrían apuñalado mutuamente.

Examino el artículo un instante; luego miro al periodista esperando la continuación. No se hace de rogar.

—La última novela de Roy,
La última revelación
, salió a la venta en septiembre pasado, unos meses después de los asesinatos. Sin embargo, no incluye ninguna escena que se asemeje de cerca o de lejos a este artículo de periódico.

Lo observo, cada vez más impaciente.

—¿Entonces?

—Esperen.

Monette coloca la mano izquierda sobre la pila de artículos fotocopiados.

—Eso me intrigó. Entonces volví a examinar todos estos artículos, pero con una minuciosidad casi obsesiva. Lo hice durante todo el fin de semana. Luego…

Sus ojos brillan de repente.

—… descubrí algunas cosas muy interesantes…

Busca en el montón de hojas, saca la fotocopia de un artículo y nos la tiende. Jeanne se acerca para verlo y yo, suspirando, la imito. El título del artículo es «Colisión en cadena a la entrada del túnel Lafontaine» y data de 1985. Una foto muestra a una mujer cubierta de sangre bajo un montón de chatarra, rodeada de un equipo de rescate que intenta liberarla. Levantamos la cabeza hacia Monette con una mirada interrogativa.

—Fue un accidente horrible, no sé si se acuerdan… Doce coches chocaron con una violencia inaudita como consecuencia del patinazo de un conductor ebrio. Hubo siete muertos y doce heridos graves. Se tardaron horas en socorrer a los supervivientes, que gritaban atrapados en los vehículos.

—Gracias por los detalles morbosos —digo exasperado—. Nos acordamos también. ¿Adónde quiere ir a parar?

Monette señala el artículo con el dedo.

—Lean el párrafo, hacia el final. Lo he rodeado en rojo.

Leo en voz alta:

—«Además de los doce vehículos implicados de forma violenta, otros tres automóviles sufrieron ligeros daños. Uno de ellos iba conducido por el célebre escritor Thomas Roy, que afortunadamente no resultó herido. El escritor declaró a nuestro reportero que temió por su vida y que da gracias al cielo por haber salido sano y salvo del accidente. Él mismo y otras personas ilesas echaron una mano a los equipos de rescate, tarea noble, pero de las más duras…».

Sorprendido, levanto la cabeza hacia Monette y, luego, me echo a reír. Podría gritar de enfado, pero esto es demasiado ridículo como para no divertirse un rato. La rabia de haber perdido el tiempo vendrá más tarde, imagino.

—Entonces, ¿ésta es su bomba informativa? ¿Qué Roy estuvo implicado en una de las tragedias de su cuaderno? ¿Con esto espera despertar nuestro interés?

Jeanne también tiene una expresión de decepción. Sin embargo, Monette, muy tranquilo, levanta de nuevo la mano.

—Esperen, no he terminado…

Busca de nuevo en el montón de fotocopias y dejo de reírme. Bueno, ya está bien. Una vez es divertido, pero dos no. Estoy a punto de decirle que ya he visto bastante cuando el periodista exhibe un segundo artículo y nos lo pone delante de las narices, encima del recorte del accidente.

Esta vez, el artículo está fechado en 1975. Se titula: «Incendio mortal en Saint-Denis». Lo acompaña la foto de un inmenso edificio en llamas.

—Cuatro muertos —resume el periodista—, dos de los cuales saltaron del tercer piso, convertidos en auténticas antorchas humanas.

Esta vez, mi voz suena casi amenazante:

—Monette, ¿qué es lo que…?

—Mire la foto atentamente —me corta—. He rodeado una cara.

De mala gana, saco las gafas. En la fotografía, se ve una multitud de curiosos reunida enfrente del edificio. Jeanne y yo examinamos el rostro marcado por Monette. Aunque está borroso, parece…

Arrugo la frente.

Sí, parece Thomas Roy. Un Roy con veinte años menos, pero el parecido es impresionante.

La sonrisa de Monette se ha acentuado.

—Es curioso, ya no se ríe.

—¿Piensa que es Roy? —pregunto ignorando su sarcasmo.

—No lo pienso, estoy seguro.

Jeanne, que sigue observando la foto, murmura estupefacta:

—Sí…, sí, seguramente es él… He visto fotografías de Roy de sus comienzos y… juraría que es él…

—¡Un momento! ¡Roy es una celebridad mundial y su nombre no se menciona en el pie de foto! ¿No se habría percatado el fotógrafo de su presencia?

—Esto pasó en 1975, doctor Lacasse. Roy era muy poco conocido en esa época. Había publicado dos relatos en revistas importantes, pero no se le conocía aún realmente. Publicó su primera novela,
La voz maléfica
, seis meses después de este incendio. Novela en la que, por otra parte, aparece un incendio espectacular…, como he indicado en la lista que les he dado hace un momento.

Examino de nuevo la foto, que Monette recupera rápidamente. Ha conseguido sorprenderme por un instante, pero en el fondo no hay nada interesante en todo esto. Jeanne debe de pensar lo mismo, porque dice:

—Bueno, resulta que Roy no sólo se ha inspirado en todos esos artículos, sino que ha presenciado dos de esas tragedias. ¿Y qué?

—Pues que eso no es todo —dice Monette con suavidad.

Toma un trago con aire calculado y luego continúa, mirándonos a cada uno:

—Cuando leí por primera vez todos estos artículos me acordé de una cosa. Como soy periodista, conozco cientos de anécdotas que cuentan los compañeros. Entonces recordé que, en 1992, un colega que trabajaba para otro periódico me dijo que había acudido al lugar donde se había cometido un salvaje asesinato, para escribir un artículo. Este artículo.

Al tiempo que habla, saca otra fotocopia que nos alarga a su vez. El artículo tiene el título feliz de «Un hombre asesina a su familia y se mata en plena calle». En esta ocasión, no espero a que Monette lo resuma y lo leo en diagonal, mientras que Jeanne, a mi lado, hace lo mismo. Delante de un banco del centro de Sherbrooke, se detuvo un coche y se bajó un hombre armado con un revólver. A continuación, dirigió el arma hacia el vehículo, donde se encontraba su mujer, aterrorizada, y sus dos hijos pequeños, llorando. Entonces se puso a gritar que todos los bancos se negaban a prestarle dinero, que no conseguía mantener a su familia, que no podía más y que prefería matar a todo el mundo antes que vivir en la miseria y la vergüenza. Durante diez largos minutos, apuntó a su familia sin dejar de vociferar su patético mensaje, mientras se congregaba alrededor de él una multitud cada vez más numerosa. En el momento en que llegaba la policía, el hombre disparó al parabrisas. Fueron cinco balas, que mataron a los tres miembros de su pequeña familia. La policía abrió fuego contra él. Los disparos le alcanzaron en una pierna, pero el demente reunió la fuerza suficiente para introducirse el cañón del arma en la boca y disparar la última bala. Esta espantosa escena se desarrolló delante de docenas de testigos y saltó a los titulares de todos los periódicos. Me acuerdo de que, en su momento, a Hélène y a mí nos había impresionado mucho la tragedia. El artículo estaba firmado por Pierre Valois. Monette nos cuenta:

—Pasé por Sherbrooke unos meses después de la matanza, conocía a Valois y me explicó lo horrible que le había resultado cubrir esta noticia. Cuando llegó al lugar de los hechos, todavía había gente alrededor del coche, a pesar de los intentos de la pasma de dispersar a la multitud. Luego me dijo…

Monette acerca ligeramente la cabeza. Jeanne, sin darse cuenta, lo imita. Yo no me muevo. Ya sé lo que va a decir. De repente, un gusto amargo me invade la boca.

—… me dijo que había visto a Thomas Roy entre los curiosos…

Se calla y nos mira un rato con una ligera sonrisa de suficiencia en los labios. Jeanne abre unos ojos como platos. Yo sigo desconfiando, pero el gusto amargo persiste en mi boca. Monette continúa:

—Por supuesto, Valois quiso entrevistarlo para saber lo que había visto, pero Roy se alejó al cabo de unos segundos y mi colega lo perdió de vista. Le pregunté por qué no lo había mencionado en su artículo y él me dijo que no valía la pena porque no había podido hablar con él. ¿Qué habría aportado señalar la presencia de Roy entre los curiosos? Me pareció que tenía razón… Al menos, hasta que di con este cuaderno y encontré en su interior el artículo en cuestión.

Monette apoya la espalda contra la silla, se pasa una mano por el pelo y, con aire enigmático, añade:

—Testigo de tres dramas sangrientos…

Jeanne me lanza una mirada perpleja. Yo replico con una voz monocorde:

—Quizá no fue testigo del asesinato como tal. Quizá llegó después.

—¡Es posible, pero eso no le resta importancia! Tiene el arte de encontrarse en el lugar donde aparece la muerte, ¿no creen?

Me acaricio el mentón un par de segundos, escéptico. Jeanne pregunta de pronto:

—Esta historia de su amigo periodista… ¿quién nos dice que no se la ha inventado?

—¿Por qué iba a hacerlo? —responde Monette sin enfadarse—. ¿Con qué finalidad? De todas maneras, puedo darles la dirección de Valois, en Sherbrooke. Llámenle y díganle que yo les he informado. Les contará su versión. Hace cuatro años, pero debe de acordarse.

No respondo nada. Aguardo la continuación, tranquilo, aunque confieso que este gusto amargo en la boca empieza a incomodarme. Trago saliva haciendo una mueca. Monette prosigue:

—Entonces empecé a hacerme preguntas… Roy coleccionaba todos los artículos que le inspiraban para sus novelas. Lo que no está mal de entrada. Pero, además, se encontraba en el escenario de tres de estos dramas, cosa que resulta más extraña. Una idea loca me pasó por la mente. Apunté el nombre de los periodistas que habían escrito los artículos del cuaderno. En total, conocía a nueve. Me puse en contacto con ellos y les pregunté sobre dichos artículos. En algunos casos, el suceso había ocurrido mucho tiempo atrás, pero todos se acordaban perfectamente porque se trataba de historias sangrientas.

De nuevo, Monette acerca la cabeza, con ojos brillantes.

—Dos de estos nueve periodistas recordaban haber visto a Thomas Roy en el lugar de la tragedia. Dos. Por supuesto, quisieron saber por qué les hacía esta pregunta, pero les dije que esperaran a la publicación de mi libro.

Vuelve a su montón de hojas y saca dos artículos más. Uno se remonta a 1978: «Anciana arrollada por un tren»; el otro data de 1983 y se titula «Niño quemado vivo dentro de un coche». Jeanne y yo miramos los dos artículos. Monette coge su vaso y explica:

—Son los artículos de los dos periodistas que afirmaban haber visto a Roy entre los curiosos. Sólo lo divisaron entre la multitud, pero han sido categóricos: él estaba allí. En ambos casos, parece que Roy permaneció unos instantes y luego se alejó… No lo habían mencionado en su artículo porque no merecía la pena.

Monette se coloca las manos detrás de la cabeza, en una pose de superioridad.

—Por tanto, son cinco veces. Roy ha sido cinco veces testigo de tragedias sangrientas.

Durante un instante, miro los cinco artículos extendidos sobre la mesa, delante de mis ojos. Luego digo con una voz seca:

—Todo esto no es muy verosímil. Es verdad que cuando sucedió el incendio, en 1976, Roy no era conocido. Pero en el caso de las otras cuatro tragedias ¡ya era una celebridad mundial! ¿Y nadie de la multitud reaccionó?

Monette suelta una risa sarcástica.

—¡Vamos, doctor! Roy es una estrella, ha salido mucho por la tele, es archiconocido…, todo eso es verdad, ¡pero se trata de un escritor! Los escritores no tienen el mismo estatus que los cantantes o los actores. En la calle, doctor, ¿usted lo habría reconocido?

Reflexiono. Efectivamente, no estoy seguro de ello. Incluso, cuando me lo nombraron en el hospital, tardé un rato en acordarme de su cara.

—Yo, no. ¡Pero gente como Jeanne o como usted, sí! ¡Sus seguidores lo reconocerían!

—Tiene razón —concede el periodista—. Entre la multitud de curiosos, seguramente algunas personas lo reconocieron. Pero ¿cree que esa gente se habría abalanzado sobre él dando gritos de histeria? ¡Vamos! ¡Que no es Roch Voisine ni Brad Pitt! ¡Se trata de un escritor! ¡Los fans no se precipitan sobre los escritores como sucede con los actores o los cantantes! ¡Su éxito se debe a sus obras, no a su físico ni a su imagen! Las personas que reconocen a Roy por la calle, posiblemente se limitan a decir: «¡Pero si es Thomas Roy, el gran escritor de Quebec!». Lo siguen unos segundos con los ojos y, por la noche, le cuentan la anécdota a la familia. ¡Nada más!

Monette se vuelve hacia Jeanne.

—Doctora, usted es admiradora de Roy. Si le viera por la calle, ¿qué haría?

Ella se frota la nuca.

—Es cierto que me gusta mucho, pero… no creo que llegara a abordarle. Me quedaría impresionada, aunque todo acabaría ahí…

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