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Authors: Dan Simmons

Tags: #Los cantos de Hyperion 3

Endymion (12 page)

BOOK: Endymion
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La misa comienza con una explosión de gloria, trompetazos hendiendo el silencio expectante como hojas de oro, las voces del coro elevándose en un canto triunfal, notas de órgano ascendiendo y reverberando, y luego una serie de luces brillantes encendiéndose para iluminar al papa y su cortejo cuando salen para celebrar misa.

De Soya repara en la juventud del Santo Padre. El papa Julio XIV es sesentón, a pesar de que ha sido papa continuamente durante más de doscientos cincuenta años, un reinado sólo interrumpido por su propia muerte y resurrección y por ocho coronaciones, primero como Julio VI —después del reinado de ocho años del antipapa, Teilhard I— y luego como el Julio de cada encarnación sucesiva. Mientras De Soya observa la celebración de la misa, la capitana de Pax piensa en la historia de Julio, aprendida en la historia eclesiástica oficial y en el poema prohibido de los
Cantos
, que todo adolescente culto lee aun a riesgo de su alma.

En ambas versiones el papa Julio era, antes de su primera resurrección, un joven llamado Lenar Hoyt que había llegado al sacerdocio a la sombra de Paul Duré, un carismático jesuita que era arqueólogo y teólogo. Siguiendo las enseñanzas de san Teilhard, Duré sostenía que la humanidad tenía el potencial para evolucionar hasta llegar a la divinidad. Cuando Duré ascendió al trono de san Pedro después de la Caída, sostuvo que los humanos podían evolucionar hasta ser la Divinidad. El padre Lenar Hoyt, después de convertirse en el papa Julio VI, había trabajado para eliminar esa herejía después de su primera resurrección.

Las dos versiones —la historia eclesiástica y los prohibidos
Cantos
— coinciden en que el padre Duré, durante su exilio en el mundo de Hyperion, descubrió la criatura simbiótica llamada cruciforme. Allí las historias divergen en forma irreconciliable. Según el poema, Duré recibió el cruciforme de la criatura alienígena denominada Alcaudón. Según las enseñanzas de la Iglesia, el Alcaudón —representación cabal de Satanás— no tuvo nada que ver con el descubrimiento del cruciforme, sino que tentó al padre Duré y al padre Hoyt. La historia de la Iglesia sostiene que sólo Duré sucumbió a las artimañas de la criatura. Los
Cantos
cuentan, en su confusa mezcla de mitología pagana e historia fragmentaria, que Duré se crucificó en los bosques flamígeros de la Meseta del Piñón de Hyperion en vez de devolver el cruciforme a la Iglesia. Según el poeta pagano Martin Silenus, esto fue para impedir que un parásito reemplazara la fe en el seno de la Iglesia. Según la historia de la Iglesia, en la cual De Soya cree, Duré se crucificó para poner fin al dolor que le causaba el simbionte y, en alianza con el demonio Alcaudón, para impedir que la Iglesia —la cual Duré consideraba su enemiga, después de ser excomulgado por falsificar testimonios arqueológicos— recobrara su vitalidad por medio del descubrimiento del Sacramento de la Resurrección.

Según ambas versiones, el padre Lenar Hoyt viajó a Hyperion en busca de su amigo y ex mentor. Según los blasfemos
Cantos
, Hoyt aceptó el cruciforme de Duré además del suyo, pero regresó a Hyperion poco antes de la Caída para rogar al malvado Alcaudón que lo aliviara de su carga. La Iglesia señalaba que esto era una falsedad y explicaba que el padre Hoyt había regresado valerosamente para enfrentar al demonio en su propia guarida. Sea cual fuere la interpretación, los datos indican que Hoyt murió durante la última peregrinación a Hyperion.

Duré resucitó, llevando el cruciforme del padre Hoyt además del suyo, y regresó durante el caos de la Caída para convertirse en el primer antipapa de la historia moderna. Los nueve años estándar de herejía de Duré/Teilhard habían sido nefastos para la Iglesia, pero después de la muerte accidental del falso papa, la resurrección de Hoyt en el cuerpo compartido había llevado a la gloria de Julio VI y al descubrimiento de la naturaleza sacramental de lo que Duré había llamado un parásito. Por medio de la revelación divina —un misterio sólo comprendido en los círculos más íntimos de la Iglesia— Julio había sabido cómo llevar las resurrecciones a buen término. La Iglesia había crecido, dejando de ser una secta menor para convertirse en la fe oficial de la humanidad.

El padre capitán Federico de Soya mira al Papa —un hombre pálido y flaco— mientras el Santo Padre alza la Eucaristía sobre el altar, y la comandante de Pax tiembla de emoción. El padre Baggio ha explicado que la abrumadora sensación de novedad y maravilla que es efecto lateral de la Santa Resurrección se gastará al cabo de unas semanas, pero que esa sensación esencial de bienestar permanecerá siempre, fortaleciéndose con cada renacimiento en Cristo. De Soya entiende por qué la Iglesia considera el suicidio como uno de los pecados más mortales —punible con la excomunión inmediata—, ya que el fulgor de la cercanía de Dios es mucho más fuerte después de saborear las cenizas de la muerte. La resurrección sería adictiva si el castigo por el suicidio no fuera tan terrible. Agobiado por el dolor de la muerte y el renacimiento, el padre capitán De Soya es presa de un vértigo mental y sensorial. La misa papal se aproxima al clímax de la Comunión, la basílica de San Pedro se llena con el mismo estallido de sonido y gloria con que se inició la ceremonia. Sabiendo que pronto probará el Cuerpo y la Sangre de Cristo, transustanciados por el Santo Padre en persona, el guerrero llora como un niño.

Después de la misa, en el fresco atardecer, mientras el cielo de San Pedro cobra el color de la porcelana, el padre capitán De Soya camina con sus nuevos amigos a la sombra de los jardines del Vaticano.

—Federico —dice el padre Baggio—, la reunión que tendremos ahora es muy importante. Sumamente importante. ¿Tu mente está lúcida para comprender la importancia de las cosas que se dirán?

—Sí —dice De Soya—. Mi mente está muy lúcida.

El monseñor Lucas Oddi toca el hombro del oficial de Pax.

—Federico, hijo mío, ¿estás seguro? Podemos esperar otro día, si es necesario.

De Soya sacude la cabeza. Su mente gira con la belleza y solemnidad de la misa que acaba de presenciar, su lengua aún saborea la perfección de la Eucaristía y el Vino. Siente que Cristo le susurra en ese preciso instante, pero sus pensamientos son diáfanos.

—Estoy preparado —dice.

La capitana Wu es una sombra silenciosa detrás de Oddi.

—Muy bien —dice el monseñor, y le hace una seña al padre Baggio—. Ya no necesitaremos sus servicios, padre. Gracias.

Baggio asiente, se inclina y se marcha sin decir palabra. En su perfecta lucidez, De Soya comprende que nunca más verá a su amable capellán de resurrección, y un borbotón de amor puro le arranca nuevas lágrimas. Agradece que la oscuridad oculte esas lágrimas; sabe que en estas circunstancias debe dominarse. Se pregunta dónde se celebrará esta importante reunión. ¿En el famoso Apartamento Borgia? ¿En la Capilla Sixtina? ¿En las oficinas de la Santa Sede? Tal vez en las oficinas de enlace de Pax, en lo que antaño se llamaba la Torre Borgia.

Monseñor Lucas Oddi se detiene en un extremo del jardín, señala a los demás un banco de piedra cerca del cual espera otro hombre, y el padre De Soya comprende que el hombre sentado es el cardenal Lourdusamy y que la reunión se celebrará allí, en los perfumados jardines. El sacerdote se arrodilla en la grava frente al monseñor y le besa el anillo.

—Levántate —dice el cardenal Lourdusamy. Es un hombre corpulento de rostro redondo y gruesa papada, y su voz profunda parece la voz de Dios—. Siéntate.

De Soya se sienta en el banco de piedra mientras los demás permanecen de pie.

A la izquierda del cardenal, hay otro hombre en las sombras. De Soya distingue un uniforme de Pax en la luz tenue, pero no las insignias. Advierte que hay otras personas —por lo menos una sentada y varias de pie— en las sombras más profundas de una pérgola, a la izquierda.

—Padre De Soya —comienza el cardenal Simon Augustino Lourdusamy, haciendo con la cabeza gestos de asentimiento al hombre sentado de la izquierda—, te presento al almirante William Lee Marusyn.

De Soya se pone de pie al instante, cuadrándose rígidamente.

—Mis disculpas, almirante —logra tartamudear—. No lo había reconocido, señor.

—Descanso —dice Marusyn—. Siéntese, capitán.

De Soya se sienta de nuevo, pero con lentitud. La conciencia de la compañía en que se encuentra atraviesa como un sol tórrido la jubilosa niebla de la resurrección.

—Estamos complacidos con usted, capitán —dice el almirante Marusyn.

—Gracias, señor —murmura el sacerdote, escrutando nuevamente las sombras. Sin duda hay más personas mirando desde la pérgola.

—También nosotros —afirma el cardenal Lourdusamy—. Por eso lo hemos escogido para esta misión.

—¿Misión, excelencia? —pregunta De Soya, mareado de tensión y confusión.

—Como de costumbre, servirá a Pax y la Iglesia —dice el almirante, aproximándose.

El mundo de Pacem no tiene luna, pero el resplandor de las estrellas es muy intenso. Los ojos de De Soya se adaptan a la pálida luz. A lo lejos una campanilla llama a los monjes a las vísperas. Las luces de los edificios del Vaticano bañan la cúpula de San Pedro con un fulgor suave.

—Como de costumbre —continúa el cardenal—, responderás tanto ante la Iglesia como ante las autoridades militares. —El corpulento hombre hace una pausa y mira de soslayo al almirante.

—¿Cuál es mi misión... excelencia, almirante? —pregunta De Soya, sin saber a quién interpelar. Marusyn es su máximo superior, pero los oficiales de Pax habitualmente responden ante los funcionarios supremos de la Iglesia.

Ninguno de ambos contesta, pero Marusyn señala a la capitana Marget Wu, que se encuentra a varios metros, cerca de un seto. La oficial de Pax se aproxima y entrega un holocubo a De Soya.

—Actívelo —dice el almirante Marusyn.

De Soya toca la parte inferior del pequeño bloque de cerámica. La imagen de una niña cobra brumosa existencia encima del cubo. De Soya hace rotar la imagen, reparando en el cabello oscuro, los grandes ojos y la intensa mirada de la niña. La cabeza sin cuerpo de la niña es el objeto más brillante en la oscuridad de los jardines del Vaticano. El padre De Soya ve el fulgor del holo en los ojos del cardenal y el almirante.

—Ella se llama... en fin, no sabemos bien cómo se llama —dice el cardenal Lourdusamy—. ¿Qué edad representa para usted, padre?

De Soya mira la imagen, calcula, convierte los años a estándar.

—¿Doce? —aventura. Ha pasado poco tiempo con niños desde su infancia—. ¿Once años estándar?

El cardenal Lourdusamy asiente.

—Tenía once años estándar en Hyperion, cuando desapareció hace más de doscientos sesenta años estándar.

El padre De Soya vuelve a mirar el holo. Es probable que la niña esté muerta... no recuerda si Pax llevó el Sacramento de la Resurrección a Hyperion hace doscientos setenta y siete años. Sin duda ha crecido y renacido.

Se pregunta por qué le muestran un holo de esta persona en su infancia de hace siglos. Espera.

—Esta niña es la hija de una mujer llamada Brawne Lamia —dice el almirante Marusyn—. ¿El nombre significa algo para usted, padre?

El nombre significa algo, pero De Soya no recuerda qué. Luego evoca los versos de los
Cantos
, y recuerda a la peregrina de la historia.

—Sí. Recuerdo el nombre. Era una de las personas que acompañó a Su Santidad durante la peregrinación final, antes de la Caída.

El cardenal Lourdusamy se inclina y junta las manos rechonchas sobre la rodilla. Su manto rojo relumbra a la luz del holo.

—Brawne Lamia tuvo relaciones sexuales con una abominación —dice el cardenal—. Un cíbrido. Un humano clonado cuya mente era una inteligencia artificial que residía en el TecnoNúcleo. ¿Recuerdas la historia y el poema prohibido?

El padre De Soya parpadea. ¿Es posible que lo hayan traído al Vaticano para castigarlo por leer los
Cantos
cuando era niño? Confesó ese pecado veinte años atrás, hizo penitencia y nunca releyó la obra prohibida. Se sonroja.

El cardenal Lourdusamy ríe entre dientes.

—Está bien, hijo mío. Todos los miembros de la Iglesia han cometido ese pecadillo. La curiosidad es demasiado grande, la atracción de lo prohibido demasiado fuerte... Todos hemos leído el poema. ¿Recuerdas que Lamia tuvo relaciones carnales con el cíbrido de John Keats?

—Vagamente —dice De Soya, y se apresura a añadir—: Excelencia.

—¿Y sabes quién era John Keats, hijo mío?

—No, excelencia.

—Era un poeta pre-Hégira —dice el cardenal con su voz tonante.

En el cielo, las azules estelas de plasma de tres lanzaderas de Pax hienden el campo estelar. El padre capitán De Soya ni siquiera tiene que mirarlas para reconocer el modelo y el armamento de las naves. No le sorprende no recordar el nombre del poeta de los
Cantos
prohibidos; aun en su infancia, Federico de Soya leía más acerca de máquinas y grandes batallas espaciales que acerca de cosas anteriores a la Hégira.

—La mujer de ese poema blasfemo, Brawne Lamia, no solamente tuvo relaciones con el abominable cíbrido —continúa el cardenal— sino que dio a luz a la hija de esa criatura.

De Soya enarca las cejas.

—No sabía que los cíbridos... es decir. Pensé que eran... bien...

El cardenal Lourdusamy ríe entre dientes.

—¿Estériles? ¿Como los androides? No... las obscenas IAs habían clonado al hombre. Y el hombre fecundó a esta hija de Eva.

De Soya asiente, como si toda esta cháchara sobre cíbridos y androides fuera sobre grifos y unicornios. Estas cosas existían antes. Que él sepa, no existen hoy. El padre capitán De Soya trata de imaginar qué tiene que ver con él esta conversación sobre poetas muertos y mujeres encinta. Como respondiendo a la pregunta mental del capitán, el almirante Marusyn dice:

—La niña cuya imagen flota ante usted es aquella niña, capitán. Cuando el abominable cíbrido fue destruido, Brawne Lamia dio a luz a esta niña en el mundo de Hyperion.

—Ella no era del todo humana —susurra el cardenal Lourdusamy—. Aunque el cuerpo de su padre, el cíbrido Keats, fue destruido, su personalidad IA quedó almacenada en un empalme Schron.

El almirante Marusyn también se aproxima, como si esta información sólo estuviera destinada a ellos tres.

—Creemos que esta niña se comunicó con la personalidad Keats encerrada en ese bucle Schron aun antes de nacer —murmura—. Estamos casi seguros de que este... feto... trabó contacto con el TecnoNúcleo por intermedio de esa personalidad cíbrida.

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