Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (42 page)

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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

Tags: #Divulgación

BOOK: Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy
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Los experimentos alemanes con aeronaves a reacción comenzaron en secreto en los años treinta y a comienzos de los cuarenta los prototipos de aviones a reacción eran ya una realidad. Algunos llegaron a volar durante la guerra, como el Heinkel He-162
Salamander
o los conocidos Messerschmitt Me-262 y Me-I63, y de otros apenas hay pruebas sólidas de su existencia, como los platillos volantes
Kügelblitz
, pero hubo creaciones asombrosas, como el Bachem 8-349AI
Natter
, un caza cohete de «usar y tirar», que llegó a realizar un vuelo de prueba tripulado y que era una idea sobre cómo lograr un avión barato concebido para destruir las formaciones de bombarderos enemigos. Pesaba sólo 1.960 kilogramos, tenía una longitud de catorce metros y se ideó para ser construido con mil horas de trabajo-hombre. Otro artefacto destacable era el Focke-Wulf
Triebfluegel
un extraño coleóptero que fue uno de los primeros ejemplos de aeronaves VTOL —despegue y aterrizaje vertical—. Como éstos hubo diseños de bombarderos, cazas y cohetes, siendo estos últimos el primer paso de la astronáutica, entre los que destacó el Horten Ho-IX-A, un ala voladora a reacción. Pero era de los cohetes de donde los técnicos esperaban obtener un arma decisiva, y casi lo logran. Todavía hoy los Misiles Balísticos Intercontinentales —ICBM— siguen siendo el principal elemento de disuasión de las grandes potencias y todos, sin excepción, tienen su origen en los logros alemanes de la II Guerra Mundial, y más concretamente en los estudios de Tsiolkovsky, Goddard y Oberth, quien aprovechando los estudios del primero y las pruebas del segundo creó los primeros cohetes eficaces. Tras instalar un gran complejo en la isla báltica de Peenemünde, cientos de científicos, muchos sin saber qué finalidad tenían sus trabajos, crearon las bases de los primeros misiles teledirigidos del mundo; las bombas volantes V1 y V2. También construyeron y probaron el BV-143 y BV-246, misiles crucero contra la navegación que debían volar a ras de agua hasta alcanzar sus objetivos, o la terrible SD-1400, una bomba antiblindaje con alas que lanzada desde un avión podía ser un arma muy eficaz, como se demostró cuando una, lanzada desde un Dornier Do-217, hundió el acorazado
Roma
. Sin duda, de todas las armas antibuque las más conocidas fueron la HS-293 y sus sucesoras, que lanzadas desde aviones y guiadas por radio hundieron decenas de barcos aliados. Además, los resultados experimentales facilitaron la creación de cohetes susceptibles de ser usados en el campo de batalla, como apoyo a las tropas de tierra. El catálogo era realmente impresionante, desde el
Rheinbote
—«Mensajero del Rhin»—, un misil táctico tierra-tierra, lanzado por vez primera durante la ofensiva de las Ardenas en diciembre de 1944, hasta el desarrollo de los primeros misiles antiaéreos como el
Rheintochter
. La experiencia adquirida fue muy interesante, y si el fin de la guerra no lo hubiera impedido, las V9 y V10 que se preparaban en abril de 1945 en los complejos industriales subterráneos del macizo montañoso del Hartz hubieran permitido a los nazis bombardear Estados Unidos.

La mayor parte de las «armas secretas» nazis sirvieron para hacer más irracional la Segunda Guerra Mundial. Pero, afortunadamente, muchos de sus prototipos acabaron así…

Una parte considerable de los esfuerzos en investigación se dirigió hacia extraños y sorprendentes diseños que partían de una consideración romántica del inventor, el hombre de genio capaz, por sí solo, de alterar el rumbo del destino, como el «cañón sónico» del doctor Richard Wallauschek, formado por dos reflectores parabólicos conectados por varios tubos que formaban una cámara de disparo; o el «rayo torbellino», que se construyó en el Instituto Experimental de Lofer, en el Tirol austríaco. Diseñado por el doctor Zippermeyer, tenía como base un mortero de gran calibre que se hundía en el suelo y disparaba proyectiles cargados de carbón pulverizado y un explosivo de acción lenta. Al accionarse el explosivo, la mezcla que contenía debía crear un tifón artificial que derribaría cualquier avión que se encontrase en las proximidades. El prototipo, que tenía un radio de acción de 914 metros, nunca llegó a probarse, si bien un arma parecida se empleó en Varsovia en el 44 contra la resistencia polaca, usando cargas similares, pero con metano. Aún más original era el «cañón de viento». Feo y grotesco, era toda una maravilla de precisión química, pues actuaba con una mezcla crítica de oxígeno e hidrógeno en proporciones moleculares seleccionadas muy cuidadosamente. Lanzaba tras una violenta detonación un proyectil de «viento», una especie de taco de aire comprimido y vapor de agua con potencia suficiente para simular el efecto de una granada. En cualquier caso, el arma se construyó y un prototipo experimental se instaló en un puente sobre el Elba, poco antes de acabar la guerra, aunque nunca llegó a ser usado en combate.

Por último, se pueden mencionar otras extrañas ideas de los científicos alemanes que luego han tenido algún eco en la prensa más sensacionalista y conspiranoica, entre las que destaca, sin duda alguna, la «bomba endotérmica», sobre la cual hay muy pocas pistas más allá del hecho probado de que se investigó sobre ella. Se trataba de bombas que serían lanzadas por aviones de gran radio de acción y con capacidad para, al detonar, generar frío en lugar de calor, creando una zona de intenso frío que congelaría todo en un radio de un kilómetro, matando toda forma de vida, pero permitiendo la ocupación del lugar, con tan sólo esperar a que el tiempo acabase con sus efectos. Esta ingeniosa arma «ecológica», que no destruía el lugar ni las propiedades, era muy apreciada, pues a diferencia de las actuales bombas de neutrones, no generaba radiación.

Las armas secretas no fueron, por tanto, meros caprichos ni el eco de rumores, fueron creaciones sólidas, en ocasiones muy eficaces y con un poder aterrador, que hoy, en el siglo XXI, siguen despertando admiración, aun siendo la prueba viva de lo que el ingenio humano puede hacer cuando es conducido de manera fanática y cruel.

¿Nazis en la Antártida?

La detención en marzo de 2005 del nazi Paul Schäffer en Chile ha puesto de manifiesto algo que parecía olvidado, pero que se trata de una realidad incuestionable: muchos nazis emigraron al Cono Sur tras la Segunda Guerra Mundial, con objeto de esquivar las persecuciones que contra ellos iban a llevarse a cabo. Y es que, ciertamente, los nazis estaban muy interesados en las tierras situadas más al sur de América. De hecho, una investigación del estudioso argentino Carlos di Napoli, que ha sido dada a conocer en el año 2005, pone de manifiesto, sobre la base de infinidad de documentos oficiales de origen norteamericano, que los hombres de Hitler se mostraron muy interesados en esta región del globo. Una de las razones fue que, al parecer, consideraban que la zona podría convertirse para ellos en una importante fuente de petróleo.

Pero al margen de estos datos históricos, existe toda una tradición esotérica que tiene su origen en esta zona, en la cual los nazis pusieron toda su atención. Quienes la defienden están seguros de que Hitler logró que sus científicos desarrollaran una tecnología muy avanzada. Como consecuencia de ello, habrían fabricado aviones con aspecto de «platillo volante», capaces de maniobras asombrosas. Y, efectivamente, hoy sabemos que la empresa aeronáutica Luftwaffe desarrolló ese tipo de cazas. Ahora bien, se ha demostrado que aquellos prototipos no alcanzaron un mínimo de operatividad y fueron un auténtico fracaso. Pero hay personajes que no opinan así…

El más conocido de ellos es Miguel Serrano, un hombre de carrera diplomática que fue embajador de Chile en Pekín, pero que en la actualidad ha logrado reunir a una serie de fieles a su alrededor. Serrano, que trabajó para el dictador Augusto Pinochet, dice tener las pruebas de que aquellos «platillos volantes» sí lograron volar en condiciones óptimas. Para él —y para quienes defienden sus tesis— el hecho de que los ovnis comenzaran a aparecer en los cielos a partir de 1947 no es una cuestión difícil de solucionar: aquellos artefactos serían los desarrollados en la Alemania nazi pero que habrían encontrado la forma de seguir siendo operativos tras el final de la guerra.

Lógicamente, esos ovnis operan desde la clandestinidad y esperan a que llegue el momento de manifestarse abiertamente. Sería, en este caso, la parte visible del actual IV Reich. Para Miguel Serrano, esos hombres y esas máquinas se esconderían en el mejor escondrijo natural que existe en la Tierra: la Antártida.

Afortunadamente, no hay pruebas para defender esta tesis, aunque sí motivo de preocupación. Y es que la propia existencia de tipos como Miguel Serrano significa, en cierto modo, que sigue vivo cierto tipo de nazismo que, además, ha encontrado en lo esotérico un manto bajo el cual pasar desapercibido.

A este respecto, una cuestión importante a señalar sería que, de haber desarrollado esa tecnología, los nazis deberían haber ganado la guerra, ya que a buen seguro la habrían usado contra sus enemigos. Como respuesta a esta duda, los fieles a la teoría que aquí citamos sugieren que esos artefactos demostraron grandes capacidades aeronáuticas pero pocas aptitudes para el combate. Los hay que incluso creen que la derrota en la guerra fue premeditada y que Hitler provocó un repliegue para poder retornar en cuanto fuera factible una victoria rotunda gracias a sus «platillos volantes» escondidos en la Antártida. Ahora bien, afortunadamente, no hay una sola prueba de esas afirmaciones. Lo único cierto es que una suerte de nuevo nazismo ha encontrado en algunas cuestiones esotéricas una forma de seguir haciendo proselitismo. Y es que bicho malo nunca muere.

Capítulo XII
Enigmas históricos resueltos por el ADN
¿Tuvo un hijo secreto Thomas Jefferson?

Empieza este capítulo con una pregunta y seguimos con otra. ¿Saben que Jefferson obtuvo un éxito total vacunando contra la viruela a doscientos esclavos, ochenta de los cuales eran de su propiedad, después de lo cual la población blanca aceptó la vacunación que protegería contra la enfermedad a muchos soldados durante la guerra de la Independencia? No pongan cara de extrañeza, que aún hay más. ¿Saben que Jefferson fue un inventor muy activo que patentó, entre otras excelencias, el sillón giratorio y la cama empotrable?

Son aficiones que apenas se conocen del tercer presidente de Estados Unidos, al igual que tener hijos secretos… Hace pocos años el ADN desveló que Thomas Jefferson (1743-1826), ardiente defensor de la separación de las razas, mantuvo una relación sentimental con una esclava negra, veintiocho años más joven que él, llamada Sally Hemings, con la cual tuvo al menos un hijo. Tal cual.

Esto, que ya se sospechaba abiertamente en su época, no afectó mucho a su popularidad y nuevamente salió elegido presidente. Su defensa principal consistió en repetir que su vida privada no guardaba relación con su actividad profesional, por lo que no debería repercutir sobre su reputación pública. Al final, no se llegó a alcanzar ninguna resolución al respecto, y durante mucho tiempo se siguió discutiendo sobre los detalles del caso.

En cualquier caso, tiene el dudoso honor de ser, aun a su pesar, el primer presidente americano acusado de escándalo sexual. Las sospechas se publicaron, por primera vez, en 1802, en un periódico de Richmond, al año de su presidencia (1801-1809). Se le atribuían relaciones sexuales ilícitas con su esclava negra. Los hechos habían comenzado en 1786, en París, donde Jefferson desempeñaba el cargo de embajador en Francia, tras el fallecimiento de su mujer, Martha Wales Skelton, que moriría tempranamente en 1782 durante el parto de su segunda hija.

Viudo, desconsolado y con dos niñas pequeñas que cuidar, Jefferson parece que encontró en Sally Hemings, joven esclava de catorce años de edad, un «oscuro objeto de deseo». Sally había sido enviada a la capital de Francia para que acompañase a la hija menor de Jefferson y fue allí donde surgió la chispa. No se sabe lo que pudo ocurrir, pero lo cierto es que Hemings acompañó a Jefferson en su vuelta a Estados Unidos, en 1789, y permaneció a su servicio el resto de su vida. Con los años, Sally llegó a tener hasta cinco hijos, comenzando con Tom, nacido en 1790 y finalizando con Eston, en 1808.

¿Quién era el padre de esas criaturas? Algunos señalaron con su dedo acusador a Jefferson, aportando «pruebas». En primer lugar, su parecido físico con alguno de los niños. En segundo término, porque Jefferson residía en su mansión de Monticelello en Virginia, donde también se encontraba la esclava Sally, en las épocas en que cada niño debió de ser concebido. Y, en tercer lugar, el testimonio del cuarto hijo, Madison, quien, en su edad adulta, afirmó que su madre había reconocido que Jefferson era el padre de todos sus hijos.

Muchos historiadores han mantenido dudas respecto a esta interpretación y han indicado que la paternidad podría haber correspondido a Samuel o a Peter Carr, hijos de una hermana del presidente.

Por si hacía falta, el ADN ha dejado al descubierto la última trama oculta de Jefferson. Fue padre, pero jamás lo reconoció. Y es que hubo muchas cosas que se negó a admitir… de cara al público.

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