Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy (45 page)

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Authors: Bruno Cardeñosa Juan Antonio Cebrián

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BOOK: Enigma. De las pirámides de Egipto al asesinato de Kennedy
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Por otra parte, Pascal Kintz, del Instituto Médico-Legal de Estrasburgo, indicó en el año 2001 que «la concentración de arsénico en los cabellos de Napoleón era de 7 ppm (partes por millón), treinta y ocho veces superior a lo normal», lo que interpretó como un claro signo de «intoxicación».

Vistas así las cosas, parece que el asunto del envenenamiento está muy claro. Sin embargo, dicha afirmación queda en tela de juicio según un posterior estudio publicado por la revista francesa
Sciencie et Vie
en octubre de 2002.

El informe dice que Napoleón no murió por ingerir arsénico, como hasta la fecha se creía. Los tres científicos franceses que llevaron a cabo la investigación fueron el director del laboratorio toxicológico de la Prefectura de Policía de París (Ivan Ricordel), el investigador del Laboratorio para la Utilización del Rayo Electromagnético de Orsay (Pierre Chevallier) y el especialista del Departamento de Investigación sobre el Estado Condensado, los Átomos y las Moléculas de París (Georges Meyer). Trabajaron con pelos tomados de la cabellera del propio Napoleón en 1805, 1814 y 1821, sometiendo los diecinueve mechones a la prueba más sofisticada que existe, el rayo sincrotrón. El informe concluye que las altas concentraciones de arsénico detectadas en los mechones de pelo analizados, pertenecientes a Napoleón, no se deben a la ingestión de esta sustancia, sino que dichas concentraciones elevadas aparecen en todas las muestras del pelo del emperador, recogidas en un periodo de más de quince años.

De ser así, ¿cómo explicar entonces la presencia del veneno? La respuesta es sencilla. Aclaran que en el siglo XIX el arsénico era un remedio utilizado para el cuidado capilar, lo que puede explicar su elevada concentración en el pelo de Napoleón.

¿Se aclara definitivamente el enigma? Según la autopsia practicada al cadáver de Napoleón, su historial médico y las pruebas realizadas con el ADN, el ex emperador murió a los cincuenta y un años a causa de una complicación aguda del cáncer gástrico que padecía. Es decir, de la misma enfermedad que sufrió su padre.

Un largo camino para, al final, llegar al mismo punto inicial, es decir, al veredicto que dictaminaron los médicos en 1821.

¿Dónde están los restos de Colón?

En la catedral de Santo Domingo, en la República Dominicana, dos soldados ataviados con los ropajes de gala custodian una tumba que, según aseguran, guarda allí los restos del descubridor de América. Sorprendentemente, un catafalco habilitado en la catedral de Sevilla, España, también alberga la tumba de Cristóbal Colón. O unos u otros no tienen razón…

Ciertamente, la historia no nos resuelve las dudas. Sabemos, eso sí, que los restos mortales del genovés —o mallorquín, según otras fuentes, o gallego, o catalán, o ibicenco…— fueron enterrados en Santo Domingo, pero en el año 1795 España entregó a Francia parte de la isla de La Española y acordó también el traslado de los restos del navegante a La Habana (Cuba). Aparentemente, estuvieron allí hasta que España perdió el control de la isla en el año 1898, fecha en la que el cadáver fue enviado a España para ser «conservado» en Sevilla. El problema, sin embargo, llegó veintiún años antes de este último viaje, cuando en la catedral de Santo Domingo aparecen unos restos que se atribuyen a Colón en una inscripción. Al parecer, según se pensó, el traslado de los huesos no había sido tal…

Cuando en 2001 la empresa Celera anuncia el desciframiento del genoma humano se abrió de forma definitiva las puertas a un nuevo modo de investigación histórica basada en el análisis de restos de ADN. En este caso, además, las cosas eran mucho más sencillas, pues se conocía a la perfección quiénes eran los descendientes directos de Colón. Bastaba con comparar las trazas genéticas de los actuales Colón con las del hombre enterrado en Sevilla. Además, junto a él se encontraban los restos del hijo del almirante y los de su hermano. Si el ADN de todos ellos coincidía es que, sin lugar a dudas, el cuerpo sin vida del hombre que descubrió América se encontraba en Sevilla.

Así las cosas, en el año 2003 un equipo multidisciplinar de científicos capitaneados por el forense José Antonio Lorente se puso manos a la obra. Varias universidades españolas y extranjeras participaron en el examen de los restos. Se trataba de analizar el código genético de los tres miembros de la familia Colón fallecidos en el siglo XVI con muestras pertenecientes a los del siglo XXI. Pese al estado de los fósiles, fue posible llevar adelante el detectivesco experimento.

Los resultados fueron casi concluyentes: las líneas genéticas de los enterrados denotaban familiaridad entre sí y con los supervivientes del linaje. Con un elevado índice de probabilidad, se determinó que Colón está enterrado en Sevilla.

El único problema para hacer definitiva la tesis es que faltan dos elementos. El primero de ellos es que los restos del hermano de Colón no pertenecen a un ser humano, sino que los investigadores de la Universidad de Santiago encontraron ADN de rata. Aun así, aquello otorgaba a la teoría española un 80 por ciento de posibilidades. Para alcanzar un grado pleno de exactitud, sería necesario examinar los restos que se encuentran en Santo Domingo. Sin embargo, las autoridades dominicanas todavía no han dado su permiso y se niegan a colaborar con la ciencia en tan apasionante búsqueda. Uno puede imaginar cuáles son las razones de tal actitud…

Ya nadie lo duda: si de verdad es importante este detalle, Colón está enterrado en Sevilla. Se ha resuelto uno de los grandes misterios del almirante. Otro —su origen— no ha podido determinarse porque para ello sería necesario contar con los restos del hermano. Por otra parte, el último sería averiguar cuál fue la fuente de conocimiento que empleó para viajar con tanta seguridad a América. La verdad es que el descubridor parece que fue el último en llegar, pero ésa es otra historia que ya hemos abordado anteriormente…

¿A qué se debió la locura de Iván IV el Terrible?

El primero de los zares rusos ha pasado a la historia como un ser cruel y despiadado y sus muchos exegetas siempre se preguntaron por las causas que indujeron al gobernante a cometer tanta tropelía sobre su atemorizado pueblo. Si bien sus primeros años de mandato fueron estables y acertados en el plano económico, el tramo final de su vida se convirtió en un espanto de maldad y terror por el que pasó a la historia como uno de los seres infernales que poblaron la Tierra. No cabe duda de que Rusia alcanzó, en el tiempo de Iván IV una dimensión territorial desconocida hasta entonces por la anexión de algunos kanatos y, sobre todo, por la conquista de la inmensa Siberia. Pero ello no es óbice para que se siga destacando, hoy en día, la atormentada personalidad de este descendiente de vikingos suecos. Finalmente, en pleno siglo XX, se pudo averiguar el origen directo por el que El Terrible provocó tanto desasosiego entre los suyos. Por supuesto, nada que ver con el infierno y sí mucho con la química.

El zar Iván IV mantuvo siempre su locura, especialmente cuando llegó su último día, pero cayó fulminado cuando comenzaba a jugar su última partida de ajedrez.

Nacido en Moscú en agosto de 1530, fue proclamado zar de todas las Rusias en 1547. Hasta entonces, los únicos signos de agresividad mostrados por él habían sido el lanzamiento de perros desde las murallas del Kremlin y algunos asesinatos encargados sobre supuestos enemigos personales. En todo caso, nada que invitara a pensar en esa época que el llamado a ser máximo dirigente de la santa madre Rusia fuera un ser vil y ejecutor caprichoso de sus semejantes. Durante lustros se encargó a conciencia de que la opinión que sus súbditos tenían de él cambiara drásticamente. Su famosa guardia negra, que asesinaba impunemente por todo el país, y los famosos genocidios ordenados por su mano le convirtieron en uno de los personajes más odiados y temidos de su tiempo.

Los años finales de Iván IV no fueron menos dramáticos que los anteriores. En 1581 cometió filicidio, cuando dejándose llevar por la ira asestó un golpe con su bastón terminado en punta de hierro a su hijo Iván Ivanovich. El impacto fue tan certero como mortal y el zarevich cayó fulminado, sin que nada se pudiera hacer por él. Seguramente, Iván no pretendía matar a su heredero, pero una vez más fue incapaz de dominar la ira incontenible que había marcado toda su vida. Este hecho, no obstante, le sumió en una profunda depresión que le hizo abandonar su fe para entregarse a rituales paganos oficiados por brujas y magos llegados a Moscú desde los poco cristianizados territorios del norte. Cuentan que los alaridos de Iván IV eran tan tremendos que se podían escuchar en muchas calles de la ciudad moscovita. Parece ser que el último día de su vida se encontraba especialmente lúcido, y mostrando buena disposición se levantó de la cama para enfrentarse a un opíparo desayuno, mientras conversaba animadamente con la servidumbre. Más tarde, entonó algunos cánticos y pidió que le trajeran su tablero de ajedrez, pero, antes de iniciar el primer movimiento de peón, inesperadamente, el zar convulsionó y cayó de espaldas para no volver a levantarse jamás. Había muerto Iván IV el Terrible. Era el 18 de marzo de 1584 y tenía cincuenta y tres años.

La sucesión del zar supuso un grave problema, el primogénito había sido asesinado por su propio padre, y tras él sólo quedaban dos posibles aspirantes, los hijos menores de Iván IV: Fiodor y Dimitri. Este último apenas contaba por haber nacido fuera de los tres primeros matrimonios, ya que la ley rusa no contemplaba sucesores más allá de ese límite. Por tanto, sólo quedaba Fiodor y él fue el elegido a pesar de su incapacidad mental manifiesta.

Fiodor I fue el último representante de la dinastía varega. Su debilidad propició nuevas conspiraciones de los boyardos, sembrando de confusión todo el país hasta la llegada de los Romanov en el siglo XVII.

Siglos más tarde, los científicos intentaron reconstruir el rostro de Iván IV el Terrible. Tras analizar los restos óseos descubrieron la posible causa de su perturbada personalidad. Iván IV había contraído a lo largo de su vida numerosas enfermedades venéreas, en especial la sífilis. El tratamiento que los médicos del siglo XVI daban a estos males era el de suministrar grandes dosis de mercurio. Hoy sabemos que la ingesta abusiva de ese metal líquido crea alteraciones neurológicas que desembocan en accesos alternantes de ira y depresión. Por los análisis químicos efectuados en los restos del soberano, podemos deducir que aquella cantidad de mercurio era capaz de destrozar varias personalidades. Ése, entre otros, pudo ser el motivo que explique la desorbitada conducta de uno de los seres más abyectos y violentos que han poblado la Tierra.

Durante el tiempo de su existencia, Europa caminaba con paso firme hacia nuevos conceptos geográficos y políticos. España, tras el descubrimiento de América y otros avatares, se consolidaba como potencia hegemónica; los ejércitos de Carlos V y Felipe II no encontraban rival en los campos de batalla. Mientras para España el siglo XVI fue de oro y para Inglaterra supuso el comienzo de la gestación del futuro imperio, para Rusia el deterioro fue más que evidente, a pesar de la conquista siberiana.

Es curioso imaginar que otras potencias de la época luchaban por metales sólidos como el oro y la plata, al mismo tiempo que un insignificante metal líquido como el mercurio hacía estragos en la cada vez más aislada Rusia. En fin, son los misterios inescrutables de la química y de su influencia en las mentas humanas.

Epílogo
El enigma por desvelar

En esta obra, usted, querido lector, ha tenido la oportunidad de contactar con cien de los enigmas más habituales para
La Rosa de los Vientos
en su sección
Zona Cero
. A buen seguro que siente una tremenda inquietud por saber mucho más acerca de lo que aquí le hemos ofrecido y créanos que estas cuestiones son tan sólo una pequeña muestra de la inmensa cantidad de misterios que aún debemos desentrañar. El deseo de las 4C —artífices de éste libro— es que lo haya pasado francamente bien con su lectura y que muy pronto nos podamos encontrar en futuros trabajos literarios, bien sea en conjunto o por separado. Pero, en todo caso, le animamos a desencriptar el gran enigma que encierra esta obra, dado que los cuatro autores hemos trabajado en las materias más cercanas a nuestros gustos o intereses de investigación. Por tanto, cada uno de nosotros ha desarrollado veinticinco enigmas hasta completar el centenar que integra el volumen que tiene usted en las manos. Le sugerimos que intente escrutar en el texto hasta diferenciar por estilo, personalidad o narración quién es quién en cada tema. Seguro que le resulta un ejercicio entretenido y más de una sonrisa cómplice aflorará con los descubrimientos efectuados. Para finalizar, es nuestro deseo agradecer a los oyentes tantos años de fidelidad a la Tertulia de las 4C, así como dar la bienvenida a los lectores de nuevo cuño quienes van a conocer parte de nuestro trabajo gracias a este libro. Sólo nos resta decir que lo que hacemos en la Tierra encuentra su eco en la eternidad y que mientras tengamos la ilusión de los exploradores seguiremos avanzando como humanidad anhelante de los mejores sentimientos.

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