Entre nosotros (50 page)

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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

BOOK: Entre nosotros
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Aquella misma noche, mientras él y su guía planificaban las excursiones que George quería hacer a las ruinas de Éfeso y Sardis, el lord comentó que le parecía un poco exagerada la reacción de la gente del puerto cuando le confundieron con August Devrall.

—¿Exagerada, señor? —preguntó el guía—. No cabe duda, los ingleses son hombres valientes que no temen a nada.

—Considero que es exagerada porque en el juego como en el amor todo vale —contestó George— y a nadie obligan a jugar a las cartas. Devrall es un buen jugador, pero no un tramposo. De serlo, yo no tendría ahora este anillo y él se habría quedado con mi casa de Aberdeen.

—No entiendo nada de lo que me está diciendo —dijo el guía—, todo el mundo sabe por estas tierras que Devrall es un vampiro.

—¿Un vampiro? —preguntó George extrañado.

—Sí, un muerto que ha vuelto de la tumba y que se alimenta de la sangre de jóvenes doncellas.

—Ahora soy yo quien no entiende nada de lo que me estás diciendo.

El guía comenzó a relatar la leyenda que sobre August Devrall se contaba en aquellas tierras turcas. Al parecer, Devrall había llegado a Esmirna cinco años atrás y había abierto un pequeño despacho comercial en el puerto. Debido a unas extrañas fiebres, el joven murió a los pocos meses de instalarse en la ciudad y fue enterrado en un cementerio de las afueras. Poco tiempo después de la muerte de Devrall, comenzaron a sucederse una serie de extrañas muertes. Jóvenes de Esmirna aparecían muertas en sus camas, con apariencia de haber fallecido desangradas, pero sin que en sus habitaciones apareciesen restos de su sangre derramada. Sin embargo, eso no era lo más extraño, ya que en el cuello de todas y cada una de las víctimas aparecían dos orificios, como si un ser de afilados colmillos hubiera hundido estos en la carne de las muchachas. Nadie sabía explicar qué estaba ocurriendo en Esmirna y el miedo se adueñó de sus habitantes. Los padres hacían vigilias a los pies de las camas de sus hijas, esperando que aquel animal o lo que fuera hiciese acto de presencia y así acabar con él de una vez por todas. Fue precisamente en una de estas vigilias cuando un pescador, padre de dos jóvenes doncellas, pudo ver el rostro del vampiro. August Devrall entró por la ventana de la habitación de las muchachas y al hacerlo se encontró de frente con el pescador, armado con un hacha. Cuando el buen hombre se abalanzó sobre Devrall, este huyó saltando por la ventana por la que había entrado momentos antes. El pescador fue casa por casa, despertando a los vecinos y rogándoles que se reunieran con él frente al ayuntamiento. Ante un par de centenares de personas, narró lo que le había sucedido esa misma noche, y cuando acabó su relato, un grupo de hombres, provistos de antorchas, palas y armas, se dirigió al cementerio de las afueras. Una vez allí, cavaron en la tumba de Devrall y abrieron su ataúd. Ante la sorpresa de todos los presentes, el ataúd estaba vacío. El grupo de hombres salió en estampida del cementerio y se dirigió a la oficina comercial que Devrall había abierto en el puerto. En la puerta del local encontraron una nota en la que se podía leer: «Disfrutad cuanto podáis de la belleza y juventud de vuestras hijas, pero tened por seguro que un día volveré para arrebatároslas. A. D.».

George no podía creer la historia que acababa de escuchar de boca de su guía. Aquella historia solamente podía ser fruto de la ignorancia y el miedo a lo desconocido de gentes alejadas de la ciencia y la razón. El guía se sintió molesto por las palabras de George, pues las consideró altamente ofensivas y le conminó a que le acompañara esa misma noche al cementerio de Esmirna. Lord Byron se rió de su guía, pero aceptó ir al cementerio con él.

Una vez allí, el guía le llevó ante una tumba, alejada del resto de las del lugar y rodeada por un círculo de sal. George se agachó y alumbró con su antorcha la lápida. Conmocionado y asustado, pudo leer la siguiente inscripción: «Aquí yacen los restos mortales de August Devrall. 1782-1805. Descanse en paz». Al texto esculpido en piedra le acompañaba la silueta de un murciélago que lord Byron identificó con el que él portaba en el anillo que ganó a Devrall a las cartas y que se sacó en aquel preciso momento de su dedo, para lanzarlo con rabia lejos de él. No había duda de que la historia que le había contado el guía era cierta. Como tampoco había duda de que la próxima víctima de ese vampiro iba a ser la dulce Helen.

George decidió interrumpir su viaje aquella misma noche y regresar lo antes posible a Inglaterra.

Una vez en Londres, y sin haber siquiera deshecho su equipaje, se dirigió sin perder tiempo a la casa de Helen. Llamó a la puerta y un criado, con rostro apesadumbrado, le informó de que no había nadie en la casa, ya que todos sus habitantes, excepto él, se hallaban en el entierro de Helen.

—Ha sido un golpe muy duro —dijo el criado— . Hace un par de semanas celebramos una gran fiesta para festejar la boda de Helen con el señor Devrall y ahora la casa está de luto, y la familia y el servicio, destrozados.

—¿Cómo murió Helen? —preguntó George.

—Fue víctima de una extraña anemia —contestó el criado—: se fue debilitando poco a poco, como si cada noche fuera perdiendo sangre. Algo extraño a lo que los médicos no encontraron explicación.

George se dio cuenta de que había llegado demasiado tarde y se sintió culpable por haber hecho caso a Devrall y haberse ido de viaje, dejando a Helen a la merced de ese vampiro. Preguntó al criado dónde se estaba celebrando el funeral y este le dijo que seguramente ya habría finalizado, por lo que le sugirió que fuese directamente al cementerio del Este, donde iba a ser enterrada la señora Devrall. George subió a su carruaje y ordenó al cochero que le llevara a aquel cementerio. Al llegar allí, vio un nutrido grupo de personas formadas en fila, presentando sus respetos a la familia de Helen. George se puso al final de la fila, y al llegar a donde se encontraban los familiares de la difunta, dio el pésame al padre, a la madre y a la hermana pequeña, pero no dio el pésame al viudo de Helen. No, a este le apretó con fuerza la muñeca derecha y le susurró al oído:

—Sé quién sois realmente y, al lado de la tumba de esta inocente, juro que os destruiré.

—Si sabe quién soy —contestó Devrall—, debería saber también que no hay nada que pueda hacerme.

—No esté usted tan seguro —repuso George—.

—En serio, queridísimo Lord Byron, lo único que podría hacer usted es propagar a los cuatro vientos que soy un vampiro, y ambos sabemos que nadie le creería.

August Devrall tenía razón, nadie le creería y la muerte de Helen quedaría por siempre impune.

George pensó que lo que realmente hacia fuerte a un vampiro era el hecho de que nadie creyera en su existencia. Él mismo se había mofado de la historia del vampiro de Esmirna, y de él se reirían sin duda en Londres si intentase explicar a sus iguales que Devrall era un muerto viviente que había matado lentamente a su mujer bebiéndose su sangre. Era consciente de que no podía hacer nada para acabar con ese vampiro, a no ser que utilizase la fuerza bruta contra él, pero ¿cómo se podía matar a alguien que ya estaba muerto? Además, él era un simple escritor, las únicas verdaderas armas que poseía eran las palabras que le había donado su lengua materna. ¿Se puede destruir a un vampiro utilizando solamente palabras? Podía escribir algún libelo anónimo, acusando a Devrall del asesinato de su mujer, omitiendo que se trataba de un vampiro, y quizá con ello se abriera una investigación policial que descubriera la verdad de lo sucedido. El problema era que en cualquier investigación que se llevara a cabo no se encontrarían las pruebas necesarias para inculpar a Devrall, pues no había constancia de que Helen hubiese muerto desangrada, sino que simplemente su sangre fue desapareciendo poco a poco. A ningún investigador en su sano juicio se le ocurriría deducir que la sangre no desapareció sin más, sino que se la bebió un vampiro. No, el libelo no serviría porque no evitaría que la razón y la ciencia volvieran a aparecer como un obstáculo insalvable. La muerte de Helen era una historia de vampiros, y los vampiros no existen en el mundo real, solamente pueden existir en la ficción. Cualquier cosa que George escribiera sobre August Devrall tan solo sería leída como las fabulaciones de un loco celoso o como un relato de terror para asustar a jóvenes doncellas de familias acomodadas.

Entonces, al hacer esta reflexión, George se dio cuenta de que no estaba todo perdido, pues si pudiese hacer que al menos mentes cándidas e inocentes tuviesen miedo de un vampiro, quizá ese mismo miedo se viera plasmado en la vida real y sirviera para que esas jóvenes no se fiasen de alguien como Devrall. Sí, eso haría: escribiría un relato protagonizado por un vampiro al que llamaría August Darvell y que sería muy semejante al Devrall real, tanto que no solamente conseguiría advertir a sus futuras víctimas del peligro, sino que sembraría la duda sobre la muerte de Helen.

George tenía previsto escribir su relato a inicios de 1811, un año después de la muerte de Helen. De esa manera no sería tan evidente la relación entre su relato y el asesinato de Devrall y no podría ser acusado de denunciar veladamente al vampiro sin pruebas. Sin embargo, como si de una maldición se tratase, comenzaron a sucederse una serie de hechos que parecían confabularse contra George para que no pudiera centrarse en una misión.

El día en que comenzó a escribir el relato sobre Devrall, al que iba a titular
El entierro
, recibió la noticia de la muerte de su madre; curiosamente acaecida tras una rara anemia. Aún no se había repuesto de esta muerte, muy dolorosa para él, cuando dos amigos íntimos, compañeros de sus aventuras en Cambridge, también murieron en circunstancias extrañas. En uno de estos casos no solamente fue extraña la muerte, sino también lo que decía una nota encontrada al lado del cadáver: «A quien pueda interesar. Deja lo que estás haciendo, no te servirá de nada».

George comprendió enseguida que Devrall, quien tal vez poseía facultades extraordinarias que le habían permitido conocer sus intenciones, había sido el autor de ese mensaje. Un mensaje que no solamente le advertía de la aparente futilidad de su misión, sino que le dejaba claro que él había matado a su madre y a sus amigos y que seguiría matando a cualquiera a quien lord Byron estimase si no se olvidaba del juramento prestado junto a la tumba de Helen.

Tras ese aviso, y muy a su pesar, George decidió olvidarse del vampiro Devrall e intentar rehacer su vida. Volvió a cosechar grandes éxitos con sus obras y a participar activamente en la vida política de Inglaterra, ligado al Partido Liberal. Conoció a una hermosa mujer, Anna Isabella, con la que se prometió casi de inmediato, pues consideró que sería una compañera ideal en su madurez y vejez.

El día de la boda, mientras Anna Isabella se dirigía lentamente hacia el altar cogida del brazo de su padre, George se sintió melancólico. Se dio cuenta de que era feliz por primera vez en su vida, pero que esa felicidad era fruto de haber roto el juramento que había hecho sobre la tumba de Helen. Se sentía culpable de ser feliz y se dio cuenta de que ese sentimiento podría afectar a la vida que había soñado vivir junto a Anna Isabella. Por ello decidió que después de su luna de miel volvería a enfrentarse a Devrall, volvería a escribir
El entierro
.

Sin embargo, esa misma noche, cuando los recién casados entraron en el camarote del barco que les llevaría al continente, donde tenían pensado visitar varias ciudades alemanas en su viaje de novios, encontraron encima de la cama un hermoso ramo de rosas rojas y un libro envuelto en un lazo también rojo. Anna Isabella cogió el ramo, que no traía ninguna tarjeta, y salió del camarote para pedir a algún empleado que le llevara un jarrón con agua para poner en él las flores.

George se sentó en la cama y leyó el título del libro:
Misterios de la noche turca
. El título le devolvió de nuevo a Esmirna; no había duda de que se trataba de un regalo maldito, obra de Devrall. Abrió el libro y encontró una dedicatoria, firmada con las siglas A. D., que rezaba lo siguiente: «Toda nueva vida necesita mirar siempre al futuro o, por el contrario, perecer víctima de los fantasmas del pasado». El mensaje estaba claro para George: Anna Isabella sería la siguiente víctima del vampiro si él no se olvidaba de su juramento.

Cuando regresó Anna Isabella al camarote, encontró a su marido postrado en la cama y llorando, y al preguntarle qué le sucedía, él contestó: «Te arrepentirás de haberte casado con el diablo». El vampiro le había puesto en la tesitura de escoger entre vengar la muerte de Helen, su madre y sus amigos o perder a Anna Isabella, y George decidió que vivir junto a su amada con sentimientos de culpa sería como no vivir realmente. Había decidido seguir adelante con su relato, pero antes de hacerlo debería proteger a Anna Isabella de las perversas intenciones del vampiro y la única posibilidad de lograrlo era alejarla de su vida. Por esa razón, George comenzó a tratar a su esposa con desprecio, ofreciéndole en varias ocasiones la separación, pero ella estaba profundamente enamorada de él y pensó que el cambio radical experimentado por su esposo era una prueba de fidelidad.

El día en que Anna Isabella dio a luz a Ada Augusta, pensó que George se convertiría otra vez en el maravilloso ser del que se había enamorado. El día en que Anna Isabellla dio a luz a Ada Augusta, George pensó que debía tomar medidas drásticas para alejar definitivamente a su esposa, y también a su hija, de su lado. El mismo día del bautizo de la pequeña, George se dejó ver por varios locales de Londres de mala reputación, acompañado de una ex amante. Al día siguiente, Anna Isabella pidió la separación y se fue con la niña a la campiña, a la mansión de sus padres. George había conseguido lo que quería; ahora podía enfrentarse a August Devrall sin temer por Anna Isabella y su hija.

La tormenta parecía estar amainando cuando Percy Shelley se asomó por la puerta de la sala en la que se encontraba George para informarle de que la lectura de los relatos de fantasmas alemanes ya había concluido y los invitados tenían la intención de irse a dormir. George le pidió que no se fuera aún a la cama y le mandó decir a Lewis y a Polidori que tampoco se acostasen, pues quería comentarles un asunto importante y además necesitaba a su secretario para que tomase notas. Percy transmitió los deseos de George a los otros dos hombres y los cuatro se reunieron en la pequeña biblioteca de la villa, lugar que lord Byron utilizaba como despacho.

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