Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo (12 page)

BOOK: Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo
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EL FUMADOR OCASIONAL. Aquí tenemos dos clasificaciones básicas:

  1. El fumador que ha caído en la trampa y no se da cuenta. No le tengas envidia. Está en el primer peldaño de la escalera, y es muy probable que pronto sea fumador empedernido. Recuerda que tú también empezaste siendo un fumador ocasional.
  2. El fumador que antes fumaba mucho y cree que no lo puede dejar. Este es el que más lástima da. Hay varias categorías, que debemos examinar más detalladamente:

EL QUE SE LIMITA A CINCO CIGARRILLOS AL DÍA. Si le gusta fumar, ¿por qué se limita a cinco diarios? Si es capaz de tomarlo o dejarlo, ¿por qué se empeña en fumar? Recuerda que el hábito es como darte constantemente con la cabeza contra un muro para poder relajarte cuando dejas de hacerlo. El que fuma cinco cigarrillos al día, sólo alivia el
mono
durante menos de una hora cada día. El resto del día, aunque él no se dé cuenta, está dando cabezazos contra el muro, y sigue haciéndolo casi toda su vida. Sólo fuma cinco al día, porque no tiene dinero para más o porque le dan miedo los riesgos para su salud. Es fácil convencer al fumador empedernido de que en el fondo no le gusta fumar, pero es casi imposible convencer al que fuma muy poco. Todos los que hemos intentado alguna vez reducir nuestro consumo sabemos que es la peor tortura y casi garantiza que te quedes enganchado para siempre.

EL QUE FUMA SÓLO POR LA MAÑANA O POR LA TARDE. Se castiga a sí mismo, padeciendo el
mono
durante la mitad del día, y aliviándolo durante la otra mitad.

Pregúntale por qué, si le gusta fumar, no fuma todo el día, y por qué, si no le gusta, se empeña en seguir fumando.

EL DE «SEIS MESES SÍ, SEIS MESES NO». (También se le conoce por decir cosas como, «Puedo dejarlo cuando quiero, ya lo he hecho miles de veces.») Si le gusta fumar, ¿por qué lo deja durante seis meses? Si no le gusta, ¿por qué vuelve a empezar? La verdad es que sigue enganchado. Logra vencer la adicción física, pero le queda el problema principal; el lavado de cerebro. Espera cada vez dejarlo para siempre, pero pronto vuelve a caer en la trampa. Muchos fumadores envidian a estas personas que pueden dejarlo y empezarlo supuestamente cuando quieran. Piensan: «¡Qué suerte poder controlarlo así, fumar cuando quieras y empezar cuando quieras.» Lo que no llegan a comprender es que estas personas no lo controlan. Cuando son fumadores desearían no serlo; luego pasan por la agravación de dejarlo, empiezan a sentirse privados y vuelven a caer en la trampa de nuevo. En ese momento desearían no haberlo hecho. Reciben lo peor de los lados. Cuando son fumadores desean no serlo; cuando son no fumadores desean poder fumar. Si lo piensas, esta es la realidad, durante toda nuestra vida como fumadores: cuando se nos permite fumar o bien lo tomamos como hecho consumado o deseamos no fumar. Es sólo ante la prohibición de fumar cuando más valor damos a los cigarrillos. Este es el terrible dilema de los fumadores. Nunca pueden ganar porque están anhelando melancólicamente una ilusión. Sólo hay una manera en la que pueden ganar: dejar de fumar y dejar de anhelar los cigarrillos.

EL FUMADOR DE: «SÓLO FUMO EN CIERTAS OCASIONES ESPECIALES.» Sí, eso es algo que todos hemos hecho al principio, pero ¿no es increíble ver cómo el número de ocasiones especiales parece ir en aumento, y sin darnos cuenta estamos fumando en todas las ocasiones.

EL QUE DICE: «YA LO HE DEJADO, PERO DE VEZ EN CUANDO ME FUMO UN PURO O UN PITILLO.» En cierta manera, estos fumadores son los más patéticos de todos. O se pasan la vida sintiendo que les falla algo, o bien (y es lo más frecuente) ese purito de vez en cuando se convierte en dos. Están en una pendiente resbaladiza, y sólo pueden ir en un sentido, HACIA ABAJO. Antes o después vuelven a ser fumadores empedernidos. Han vuelto a caer en la misma trampa que les había atrapado al principio.

Existen otras dos categorías de fumadores ocasionales. La primera es la persona que sólo fuma un cigarrillo o puro de vez en cuando en ocasiones sociales. En realidad, estas personas son no fumadores. No disfrutan del fumar. Es sólo que sienten que están perdiendo algo. Quieren ser parte del grupo. Todos empezamos así. La próxima vez que se ofrezcan puros, observa cómo después de cierto tiempo los fumadores dejan de encender esos puros. Incluso los fumadores empedernidos no son capaces de acabarlos del todo. Preferirían estar fumando su propio tabaco. Cuanto más caro y grande el puro, tanto más frustrante es: parece ser que la «maldita cosa» dura toda la noche.

La segunda categoría se ve muy de vez en cuando. De hecho entre todos los miles de fumadores que han pedido mi ayuda, sólo puedo pensar en una docena de ejemplos. El caso siguiente sirve de buen ejemplo.

Una mujer me llamó pidiendo una sesión en privado. Es abogada, llevaba doce años fumando y nunca había fumado más de dos cigarrillos al día en su vida de fumadora. A propósito, era una señora de voluntad muy firme. Le expliqué que el porcentaje de éxito en sesiones de grupo era mayor que en sesiones individuales, y que de todos modos sólo estaba dispuesto a dar una sesión individual, si la cara de la persona fuera tan famosa que distrajera a otras personas en el grupo. Empezó a llorar y no fui capaz de resistir las lágrimas.

La sesión le costó mucho; de hecho la mayoría de los fumadores se preguntarán por qué quería dejar de fumar en primer lugar. Con mucho gusto pagarían lo que cobré a esta señora, para poder fumar sólo dos cigarrillos al día. Cometen el error de suponer que los fumadores ocasionales son más felices y tienen más control. Puede que tengan más control, pero felices, no lo son. En este caso los padres de esa mujer murieron del cáncer de pulmón antes de que se enganchara. Igual que yo, tenía mucho miedo antes de fumar el primer cigarrillo. Al igual que yo, al final cayó víctima de las presiones masivas y probó aquel primer cigarrillo. También como yo, aún puede recordar el asqueroso sabor. A diferencia de mí, que me rendí y me hice fumador compulsivo muy rápidamente, ella resistió.

Lo único que disfrutas del cigarrillo es el acabar con la ansiedad, bien sea la ansiedad física, casi imperceptible, por la nicotina, o la tortura mental causada por no poder «quitarse los picores». Los cigarrillos mismos son suciedad y veneno. Por eso es por lo que sólo padeces la ilusión de disfrutarlos al cabo de un período de abstinencia. Igual que el hambre y la sed, cuanto más tiempo lo sufres, tanto mayor es la sensación de placer cuando las alivias. Los fumadores cometen el error de creer que el fumar no es más que un hábito. Piensan: «si puedo mantenerlo a un nivel reducido o sólo fumar en ocasiones especiales, mi cerebro y mi cuerpo acabarán por aceptarlo. Por lo tanto, puedo seguir fumando así o incluso reducirlo si quiero». Grábalo en tu mente: el hábito ni siquiera existe. El fumar es una adicción a una droga. La tendencia natural es aliviar la ansiedad y no aguantarla. Incluso para mantener tu consumo en el nivel donde estás ahora, tendrías que emplear fuerza de voluntad y disciplina para el resto de tu vida; porque, a medida que tu cuerpo se hace inmune a la droga, pide más y más, no menos y menos. A medida que la droga empieza a destruirte no sólo física, sino mentalmente, también destruye tu sistema nervioso, tu valor y confianza, así cada vez eres menos capaz de reducir el intervalo entre cada cigarrillo. Esto es porque, al principio, podemos tomarlo o dejarlo. Si nos resfriamos, lo dejamos. También explica por qué alguien, como yo, quien incluso ni padecía la ilusión de disfrutarlos, tenía que seguir fumando compulsivamente aun cuando cada cigarrillo producía tortura física.

No envidies a esa mujer. Cuando sólo fumas un cigarrillo cada doce horas, parece ser la cosa más valiosa en la Tierra. Durante doce años esa pobre mujer había estado en medio de un tira y afloja. No había podido dejar de fumar. Sin embargo, tenía miedo de aumentar el consumo en caso de contraer el cáncer de pulmón como sus padres. Pero durante veintitrés horas y diez minutos de cada uno de estos días tenía que luchar contra la tentación. Se necesitaba una fuerza de voluntad tremenda para hacer lo que hacía ella, y, como he dicho, hay muy pocos casos así. Pero al final esto le hizo llorar. Míralo desde un punto de vista lógico; o bien sí existe un apoyo o placer auténtico en el fumar, o no existen. Si existen de verdad, ¿quién quiere esperar una hora, un día o una semana? ¿Por qué negarte el apoyo o el placer mientras tanto? Si no existe apoyo ni placer auténtico, ¿por qué tomar la molestia de fumar cualquier cigarrillo?

Recuerdo otro caso, el de un hombre que fumaba cinco al día. Empezó por teléfono. Me dijo, con voz ronca: «Señor Carr, lo único que quiero es dejar de fumar antes de morirme.» Me describió su vida:

«Tengo sesenta y un años. El tabaco me ha producido cáncer de garganta. Y no puedo físicamente con más de cinco cigarrillos al día. Antes dormía bien toda la noche, pero ahora me despierto a todas horas, y sólo pienso en el tabaco. Aun mientras duermo, sueño con fumar.»

«No puedo fumar antes de las diez de la mañana. Me levanto a las cinco y me hago un montón de tazas de té. Mi mujer se levanta sobre las ocho, y como siempre estoy de tan mal humor, no me deja estar en casa. Me voy a mi invernadero, e intento hacer cositas allí, pero mi mente está obsesionada por el fumar. A las nueve empiezo a liar el primer pitillo, y lo hago con mucho cuidado, hasta que lo tengo perfecto. No es que tenga que ser perfecto, pero me da algo que hacer. Espero hasta las diez. Cuando llega la hora, me tiemblan las manos incontrolablemente. No enciendo el cigarrillo en este momento, porque si lo enciendo tengo que esperar tres horas hasta el siguiente. Al final, lo enciendo, me tomo una sola calada, y lo apago inmediatamente. Haciéndola así consigo que el cigarrillo me dure una hora. Me lo fumo hasta el último centímetro, y luego espero el momento de poder fumar otro.»

Además de estos problemas, el hombre tenía los labios llenos de quemaduras por apurar tanto sus cigarrillos. Probablemente estás imaginándote a un pobre imbécil. No es así. Este hombre medía uno ochenta, y había sido sargento en los marines. Había sido deportista, y nunca había querido fumar. Pero, durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno creía que el tabaco proporcionaba valor, y suministraba cigarrillos gratis a la tropa. A este hombre prácticamente le ordenaron hacerse fumador. Se ha pasado el resto de la vida pagando un dineral, subvencionando los impuestos de los demás, y destruyéndose física y mentalmente. Si fuese un animal, nuestra sociedad lo hubiera matado para que no sufriera. ¡Y seguimos permitiendo que los jóvenes sanos, fuertes y equilibrados se enganchen!

A lo mejor crees que este caso es una exageración. En efecto, es extremo, pero no es único. Hay miles de historias parecidas. El hombre abrió su corazón y reveló todo esto; pero puedes tener la más absoluta seguridad de que muchos de sus amigos le envidiaban por sólo fumar cinco al día. Si piensas que esto no te puede ocurrir a ti:

DEJA DE ENGAÑARTE.

TE ESTÁ OCURRIENDO YA

De todas formas, todos los fumadores son unos mentirosos consumados. Se mienten incluso a ellos mismos; tienen que hacerlo. La mayoría de los fumadores ocasionales fuman bastante más de lo que dicen y en más ocasiones. He tenido muchas conversaciones con los fumadores que decían fumar sólo cinco al día, y estaban fumando más de cinco cigarrillos delante de mí. Observa a los fumadores ocasionales en las reuniones sociales, en las fiestas o en las bodas. Estarán fumando sin parar, como el mejor.

No tienes que envidiar a los fumadores ocasionales. No necesitas fumar. ¡La vida es infinitamente más dulce sin tabaco!

En general, es más difícil curar a los adolescentes, no porque les sea más difícil dejarlo, sino porque, o bien creen que no están enganchados, o están en la fase primaria de la enfermedad. Suponen equivocadamente que habrán dejado de fumar de una manera automática antes de llegar a la segunda fase.

En especial quisiera advertir a los padres de esos niños que odian el tabaco que no se confíen. Todos los niños odian el sabor y el olor del tabaco hasta que se enganchan. Tú también lo odiabas. No te engañen las campañas antitabaco del gobierno. La trampa sigue siendo la misma que antes, los niños saben que el tabaco mata, pero también saben que un cigarrillo no mata. Puede llegar un momento en que se dejen influir por la novia o el novio, algún compañero de colegio o de trabajo. Puede que creas que lo único que tienen que hacer es probar uno: les sabrá horrible, y quedarán convencidos de no engancharse. Advierte a tus hijos de todos los hechos.

26. El fumador secreto

Deberíamos incluir al fumador secreto entre los demás fumadores ocasionales; pero los efectos de fumar en secreto son tan nefastos que merecen un capítulo aparte. Puede llevar al colapso de relaciones personales. En mi propio caso, casi provocaron un divorcio.

Estaba en la tercera semana de uno de mis intentos fallidos de dejarlo. Lo que me había empujado a intentar dejarlo en esta ocasión era la preocupación de mi mujer ante mi continua tos y carraspeo. Le había dicho que yo no estaba preocupado por mi salud. Ella contestaba: «Ya lo sé, pero ¿cómo te sentirías tú si tuvieras que ver a alguien a quien quieres, destruirse sistemáticamente?» No pude resistir la tentativa de dejarlo ante este argumento. El propósito acabó al cabo de tres semanas, tras una discusión acalorada que tuve con un viejo amigo. No me di cuenta hasta varios años después de que mi propia mente perturbada había provocado la discusión. En el momento de la disputa me sentía realmente ofendido, pero ahora estoy seguro que no fue una simple coincidencia; no había discutido nunca con aquel amigo antes, ni he vuelto a discutir con él desde entonces. Está claro que era el «monstruito» haciendo de las suyas. De todas formas, ya tenía la excusa que buscaba. Necesitaba desesperadamente un cigarrillo, y empecé a fumar otra vez.

No podía afrontar la tremenda desilusión de mi mujer, y por eso no se lo dije. Me limitaba a fumar estando solo. Poco a poco empecé a fumar en compañía de amigos, hasta que llegó un momento en que todo el mundo sabía que fumaba menos mi mujer. Mientras duró la situación, estaba bastante satisfecho. «Al menos así fumo menos», me decía a mí mismo. Al final mi mujer me acusó de seguir fumando. Yo no me había dado cuenta, pero me describió las veces que yo había provocado una discusión, para poder salir de casa dando un portazo. En otras ocasiones había tardado un par de horas en ir a comprar cualquier tontería, y en ocasiones en las que normalmente le hubiera dicho que me acompañara, me había inventado cualquier excusa para ir solo.

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