Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo (9 page)

BOOK: Es fácil dejar de fumar, si sabes cómo
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Lo curioso es que muchos fumadores organizan pactos entre ellos diciendo: «El primero que vuelva a fumar paga diez mil pesetas a los demás», mientras que no dan importancia a los millones que se ahorrarían si lo dejaran. Es porque todavía piensan con el cerebro lavado del fumador.

Deja de esconder la cabeza por un momento. El fumar es una reacción en cadena, una cadena que es para toda la vida. Si no rompes la cadena, seguirás siendo fumador hasta que te mueras. La cantidad que se vaya a gastar en ese tiempo variará según la persona, pero vamos a suponer que es de dos millones de pesetas.

Dentro de poco tomarás la decisión de fumar tu último cigarrillo (todavía no, por favor, acuérdate de las instrucciones iniciales). Lo único que tendrás que hacer para seguir siendo no-fumador es no caer otra vez en la trampa, es decir, no fumar nunca ese primer cigarrillo. Si te lo fumas, ese cigarrillo te enganchará de nuevo y te costará dos millones.

Si crees que este argumento es un truco, te estás engañando a ti mismo. Sólo tienes que calcular cuánto te hubieras ahorrado si en tu juventud no hubieras fumado aquel primer cigarrillo.

Si aceptas mis argumentos, imagínate cómo te sentirías si en el correo de mañana te llegara un talón de la Lotería Nacional por valor de dos millones. ¡Bailarías de alegría! Entonces, empieza a bailar. Estás a punto de recibir ese premio, y es sólo uno de los muchos beneficios que estás a punto de obtener.

Durante el período de la retirada del tabaco, puede que tengas la tentación de fumarte otro «último cigarrillo». Te ayudará a resistir la tentación el pensar que ese cigarrillo te costará dos millones de pesetas, o cualquier otra cantidad que hayas calculado. Llevo años ofreciendo esto en programas de televisión y radio. Sigue asombrándome que ni un solo fumador haya aceptado mi oferta.

17. La salud

Aquí es donde los efectos del lavado de cerebro son mayores. Los fumadores creen ser conscientes de los peligros para su salud, pero no es así.

Incluso en mi propio caso, cuando esperaba que me reventase la cabeza en cualquier momento, al aceptar las consecuencias me engañaba a mí mismo.

Pienso qué hubiera ocurrido en aquellos tiempos si al sacar un cigarrillo del paquete, se hubiera encendido una luz roja y un avisador electrónico me hubiera dicho: «Ya está, Allen. Este es el cigarrillo. Afortunadamente, se te puede avisar, pero este es el único aviso. Hasta ahora te has salvado, pero si te fumas este cigarrillo se te reventarán las arterias del cerebro.»

¿Crees que hubiera encendido ese cigarrillo? Claro que no. Si tienes dudas en cuanto a la respuesta, acércate al bordillo de la acera con los ojos cerrados e imagínate que tienes la opción de dejar de fumar o de cruzar la calle con los ojos cerrados, antes de fumarte el próximo cigarrillo.

Sabes perfectamente lo que harías. Lo que yo había hecho durante tantos años era lo que hacen todos los fumadores: cerrar los ojos y esconder la cabeza, con la esperanza de despertar una buena mañana sin ganas de fumar. El fumador no puede permitirse el lujo ni siquiera de pensar en los riesgos para la salud; si piensa en ello, pierde hasta la ilusión de que le gusta fumar.

Esto explica por qué son tan ineficaces las tácticas de choque que emplean los medios de difusión en los días nacionales anti-tabaco. Sólo los no-fumadores aguantan escucharlos. También explica por qué los fumadores siempre sacan el ejemplo del famoso «tío Pepe» que fumaba dos paquetes diarios y vivió hasta los ochenta años, pero nunca piensan en los millones de personas que pierden la vida prematuramente a causa de este hierbajo venenoso.

Media docena de veces a la semana tengo esta conversación con los fumadores, normalmente personas jóvenes:

Yo.—¿Por qué quieres dejarlo?

Él.—No me puedo permitir gastar tanto en cigarrillos.

Yo.—¿No te preocupan los peligros para tu salud?

Él.—No, igual podría caerme delante de un autobús.

Yo.—¿Te tirarías deliberadamente delante de un autobús?

Él.—Claro que no.

Yo.—¿No te tomas la molestia de mirar a derecha y a izquierda antes de cruzar la calle?

Él.—Sí, claro.

Ahí lo tienes. El fumador se cuida mucho de que no le atropelle ningún autobús, aunque las posibilidades de que eso ocurra son muy remotas. Sin embargo, corre el riesgo (casi una cosa inevitable) de que el hierbajo le deje lisiado o le mate, y no parecen importarle los peligros. Tal es el poder del lavado de cerebro.

Me acuerdo de un famoso golfista británico que nunca acudió a las competiciones de golf en los Estados Unidos porque tenía miedo a los aviones. Pero, mientras jugaba, fumaba compulsivamente. Si creyéramos que iba a haber una avería en un avión, no subiríamos en él, aunque la probabilidad de un accidente mortal fuese de cientos de miles contra uno, pero aceptamos una probabilidad de muerte prematura de tres contra uno con el tabaco, aparentemente, sin pestañear. ¿Y que es lo que recibe el fumador a cambio? NADA EN ABSOLUTO.

Otro mito común es la tos de fumador. Muchos de los fumadores más jóvenes que vienen a mis sesiones no están preocupados por su salud porque no tosen. Los hechos reales demuestran lo contrario. La tos es un mecanismo automático de la naturaleza para expulsar los cuerpos extraños de los pulmones. La tos no es una enfermedad, es sólo un síntoma. Cuando un fumador tose es porque sus pulmones intentan expulsar los alquitranes y demás venenos que producen cáncer. Si no tose, esas porquerías se quedan en los pulmones, y serán estas las que causen el cáncer.

Míralo de la siguiente manera. Si tuvieras un coche bueno, sería una estupidez permitir que empezase a oxidarse, porque al cabo de cierto tiempo se convertiría en un montón de óxido y ya no te llevaría de un sitio a otro. Pero no sería el fin del mundo; no es más que dinero, siempre te puedes comprar otro. Pues tu cuerpo es el vehículo que te lleva de un extremo de la vida al otro. Todos decimos que la salud es nuestra posesión más importante, y cuánta razón tenemos. Todos los millonarios enfermos te dirán lo mismo. Muchos podemos recordar en alguna enfermedad o algún accidente, cómo rezábamos para mejorarnos (¡QUÉ POCA MEMORIA TENEMOS!). Si fumas, además de dejar que se oxide el vehículo que te lleva por la vida, estás destruyendo sistemáticamente el vehículo que necesitas para llevarte a través la vida, y sólo te dan uno.

Despierta. Nadie te obliga a fumar, y, recuerda, NO HACE NADA EN ABSOLUTO POR TI.

Sólo por un momento deja de esconder la cabeza y pregúntate: ¿Sabes con certeza si el próximo pitillo que fumes no será el que dispare el mecanismo del cáncer? ¿Te lo fumarías si lo supieras? Olvida la enfermedad porque es difícil imaginar cómo es. Imagínate que tienes que ir al hospital para que te hagan todas esas horribles pruebas, el tratamiento con sustancias radiactivas y demás. Ya no estás planificando el resto de tu vida. Ahora estás planificando tu propia muerte. ¿Qué les va a ocurrir a tus familiares y a tus seres queridos? ¿Qué va a ser de todos tus planes y tus sueños?

Muchas veces veo a personas en esta situación. Tampoco creyeron que les podía ocurrir a ellas, y lo peor no es la enfermedad en sí, sino el saber que se la han producido ellas mismas. Durante todos los años que fumamos nos decimos: «Lo dejaré mañana.» Intenta imaginar cómo se sienten estas personas que lo han dejado demasiado tarde. Para ellas se ha acabado el lavado de cerebro. Ellas ya ven la realidad del tabaco, pasan lo que les queda de vida diciéndose: «¿Por qué me engañé a mí mismo? ¡Ay, si pudiera volver a empezar!»

Deja de engañarte. Tú tienes la oportunidad de dejarlo. Es una reacción en cadena. Si fumas el próximo cigarrillo, te llevará a otro y a otro. Ya te está ocurriendo.

Al principio del libro prometí no usar tácticas atemorizantes. Si ya has decidido que vas a dejar de fumar, esto no es un tratamiento de choque para ti. Si todavía dudas, sáltate el resto de este capítulo y vuelve cuando hayas terminado el libro.

Se han publicado volúmenes enteros de estadísticas para demostrar que el tabaco perjudica la salud del fumador. Lo malo es que el fumador no quiere ver la evidencia hasta que decide dejar de fumar. Incluso ese aviso que ponen en el paquete no sirve para nada, porque el fumador cierra los ojos, y si por casualidad lo lee alguna vez, lo primero que hace es encender un cigarrillo.

Los fumadores tienden a ver este riesgo como una cosa de azar, un poco como atravesar un campo de minas. Hazte a la idea, ya te está ocurriendo. Con cada calada metes en tus pulmones esos alquitranes cancerígenos, y el cáncer no es la peor de las enfermedades que el tabaco puede causar o agravar. También contribuye de una manera decisoria al infarto, a la arteriosclerosis, al enfisema, a la angina de pecho, a la trombosis, a la bronquitis crónica y al asma.

Los fumadores también tienen la idea errónea de que se exageran los efectos nocivos del tabaco. En realidad es al revés. No hay duda alguna de que el tabaco es el principal causante de muertes en la sociedad occidental. Lo malo es que las estadísticas no reflejan la influencia del tabaco en muchos casos en los que es un factor importante.

Se han publicado datos que demuestran que el 44 por 100 de los incendios domésticos se deben a los cigarrillos, y yo me pregunto cuántos accidentes de carretera se producen en ese instante en que el conductor deja de mirar la carretera mientras enciende un cigarrillo.

Yo soy normalmente un conductor prudente, pero nunca he estado más cerca de la muerte (excepto por fumar) que en una ocasión cuando intentaba liar un cigarrillo mientras conducía. Tampoco me gustaría calcular el número de veces que se me ha caído un cigarrillo encendido en el coche. Siempre se las arreglaba para meterse entre los asientos. Estoy seguro de que hay muchísimos conductores que saben lo que es intentar localizar ese cigarrillo encendido con una mano, mientras tratan de conducir con la otra.

El lavado de cerebro nos hace pensar en aquel personaje famoso que se cayó desde lo alto de un edificio de cien pisos. Al pasar por delante de la ventana del piso cincuenta, se le oyó decir: «Hasta ahora no ha pasado nada.» Creemos que como no nos ha ocurrido nada aún, un cigarrillo más no nos va a hacer ningún daño.

Míralo de otra forma. El famoso hábito es una cadena continua para toda la vida, y cada cigarrillo crea la necesidad del siguiente. Cuando empiezas a fumar, enciendes una mecha. Lo que pasa es que NO SABES CUÁNTO VA A DURAR LA MECHA. Cada vez que enciendes un cigarrillo estás un poco más cerca de la explosión de la bomba. ¿CÓMO SABRÁS SI EL PRÓXIMO PITILLO ES EL FINAL DE LA MECHA?

18. La vitalidad

La mayoría de los fumadores se dan cuenta de que están obstruyendo sus vías respiratorias, pero no suelen darse cuenta del letargo general que el tabaco produce.

Además de congestionar los pulmones, el fumador también obstruye sus venas y sus arterias con venenos como la nicotina y el monóxido de carbono, entre otros.

Nuestros pulmones y todo nuestro sistema de riego sanguíneo están diseñados para llevar oxígeno y varias sustancias nutritivas a todos los órganos y músculos del cuerpo. Progresivamente el fumador está privando a cada músculo y órgano de oxígeno, lo cual hace que funcionen cada vez con menos eficacia. No sólo se vuelve más y más aletargado cada día, sino que también cada día se hace menos resistente a otras enfermedades.

Como es un proceso muy lento, el fumador no se da cuenta de qué está ocurriendo. Cada mañana no se encuentra diferente que la mañana anterior, y como no se encuentra realmente enfermo, tiende a pensar que este letargo continuo es simplemente el efecto del envejecimiento.

Después de haber estado en plena forma en mi juventud, estuve permanentemente cansado durante veinticinco años. Creía que la vitalidad era sólo cosa de niños y adolescentes. Uno de los maravillosos beneficios que encontré poco después de dejar de fumar, fue sentir de nuevo la sensación de vitalidad, de querer hacer ejercicio.

Este abuso del cuerpo y el letargo consiguiente llevan a otros males: el fumador tiende a evitar todo ejercicio o deporte, y a comer y a beber en exceso.

19. Me relaja y me da confianza

Esta es la peor falsedad de todas las relacionadas con el tabaco, y para mí está al mismo nivel que la esclavitud que produce el fumar. El mayor beneficio que recibes cuando dejas de fumar es el no tener que vivir con esa sensación de inseguridad permanente que padecen los fumadores.

A los fumadores les cuesta creer que es el mismo tabaco el que produce esa sensación de inseguridad que sienten por la noche, cuando se les acaban los cigarrillos. Los no-fumadores no padecen la sensación. Es el tabaco lo que la produce.

Me di cuenta de las grandes ventajas de no fumar al cabo de varios meses de haberlo dejado, tras muchas sesiones con otros fumadores.

Durante veinticinco años me negué a hacerme un chequeo médico. Si necesitaba un seguro de vida, insistía en que no debía haber un certificado médico, y, por lo tanto, pagaba primas más altas. Odiaba visitar los hospitales, a los médicos y a los dentistas. No reconocía que antes o después envejecería y que tendría que pensar en el retiro, la pensión y cosas así.

Nunca relacionaba estas cosas con el fumar, pero desde que lo dejé ha sido como despertarme de una pesadilla. Ahora espero cada día con ilusión. Por supuesto me siguen ocurriendo cosas desagradables, y tengo todos los problemas normales de la vida, pero es maravilloso tener confianza para enfrentarme a ellos. Además, disfruto más de las cosas buenas de la vida, debido a que ahora tengo mejor salud, más vitalidad y más confianza en mí mismo.

20. Esas siniestras sombras negras

Cuando dejas de fumar, también gozas de haberte liberado de esas siniestras sombras negras que merodean en el fondo de tu mente.

Todos los fumadores saben que están haciendo el primo, y esconden la cabeza para no ver los efectos nocivos del tabaco. A lo largo de nuestra vida de fumadores, sin embargo, hay momentos en que las sombras salen a la superficie: cuando vemos ese aviso en el paquete, en el Día Nacional antitabaco, en un ataque de tos violenta, cuando sentimos algún dolor en el pecho, en la mirada suplicante de algún familiar, al ser conscientes de que nos huele mal el aliento y de lo manchados que están nuestros dientes, cuando hablamos con un no-fumador.

Y, además de todo esto, la pérdida de respeto por uno mismo asociada con el ser fumador.

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