Espadas contra la Magia (22 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas contra la Magia
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Sin embargo, había otra puerta, que conducía a la fortaleza de Quarmall, y Gwaay miraba con frecuencia hacia aquella puerta oculta por un tapiz. Estaba seguro de que las noticias del horóscopo serían las de siempre, pero aquella noche le poseía cierta curiosidad; tenía el vago presagio de algún acontecimiento funesto, como los vientos impetuosos que soplan antes de una tempestad.

Aquel día los dioses habían concedido a Gwaay un augurio que ni sus nigromantes ni él mismo podían interpretar a su completa satisfacción, y por ello tenía la sensación de que lo más prudente era aguardar el desarrollo de los acontecimientos preparado y expectante.

Mientras contemplaba el tapiz tras el cual estaba la puerta por la que entraría Flindach para anunciar las consecuencias del horóscopo, aquella colgadura se hinchaba y temblaba como impulsada por una brisa, o como si una mano la empujara ligeramente.

Bruscamente, Hasjarl se recostó en su asiento y gritó con su voz estridente:

— Jaque con mi torre a tu rey y mate al tres!

Cerró uno de sus párpados y miró triunfante a Gwaay.

Su oponente, sin apartar los ojos del tapiz, que seguía moviéndose, replicó con palabras suaves y precisas:

—El caballo se interpone, hermano, impidiendo el jaque. En cuanto a mí, te hago jaque mate así. Vuelves a estar equivocado, camarada.

En aquel momento, el tapiz se agitó con más violencia. Dos esclavos lo separaron y sonó la áspera nota de gong que anunciaba la entrada de algún funcionario de alto rango.

La alta figura de Flindach penetró por la abertura y entró en el salón. Su rostro ensombrecido tenía una gran dignidad, a pesar de la cicatriz y las verrugas que lo desfiguraban. Y su falta de expresión, a la que contradecía curiosamente un brillo de astucia en las negras pupilas de sus ojos carmesí y de iris blanco, parecía presagiar alguna mala noticia.

Cesó todo movimiento en el largo salón, mientras Flindach, de pie ante la arcada adornada con ricos tapices, alzaba un brazo ~ pedía silencio con un gesto. Los esclavos bien adiestrados permanecieron en sus puestos, con las cabezas inclinadas sumisamente; Gwaay se quedó donde estaba, mirando con fijeza a Flindach, y Hasjarl, que se había vuelto a medias al oír el sonido del gong, esperaba también el anuncio. Sabían que al cabo de un momento su padre, Quarmall, saldría por detrás de Flindach y, con una sonrisa malévola, anunciaría su horóscopo. Tal había sido siempre el procedimiento, y siempre, desde que podían recordar, Gwaay y Hasjarl habían deseado en aquel momento la muerte de Quarmall.

Flindach, alzando un brazo en un gesto dramático, empezó a hablar:

—El horóscopo ha sido completado e interpretado. En el mismo momento en que los cielos vaticinan, se cumple el destino del hombre. Traigo estas nuevas a Hasjarl y Gwaay, los hijos de Quarmall.

Con un rápido movimiento, Flindach extrajo de su cinto un delgado tubo de pergamino, lo rompió y dejó caer los pedazos a sus pies. Casi con el mismo gesto, se llevó la mano por detrás de su hombro izquierdo y, apartándose de la penumbrosa arcada, se cubrió la cabeza con una capucha puntiaguda.

El jefe de los magos extendió ambos brazos y habló de nuevo. Su voz parecía venir de muy lejos.

—Quarmall, Señor de Quarmall, ya no gobierna. El horóscopo se ha cumplido. Que le lloren cuantos habitan dentro de los muros de Quarmall. Durante tres días el cargo del Señor de Quarmall estará vacante. Así lo exige la costumbre y así será. Mañana, cuando el sol entre en su patio, los restos del que fue grande y poderoso señor serán entregados a las llamas. Ahora voy a llorar a mi amo, supervisar las exequias y prepararme con ayunos y plegarias para su traspaso. Haced lo mismo.

Flindach se volvió lentamente y desapareció en la oscuridad, de la que había salido.

Durante diez latidos de corazón, Gwaay y Hasjarl permanecieron inmóviles. El anuncio había caído sobre ellos como un rayo. Por un instante Gwaay sintió el impulso de echarse a reír como un niño que se ha librado inesperadamente de un castigo n recibe en cambio una recompensa, pero en el fondo de su mente estaba convencido de que había sabido desde el principio el resultado del horóscopo. No obstante, dominó su júbilo infantil y permaneció en silencio, con la mirada fija.

Hasjarl, por su parte, reaccionó como podría esperarse de él. Hizo una serie de muecas extravagantes y terminó con una obscena risotada, que contuvo a medias. Entonces frunció el ceño y se dirigió a Gwaay:

—¿No has oído lo que ha dicho Flindach? ¡Debo ira prepararme!

Dicho esto se puso en pie, cruzó la habitación en silencio y salió por la ancha puerta arqueada.

Gwaay siguió sentado un poco más, cejijunto y con los ojos entrecerrados, como si se concentrara en algún abstruso problema cuya resolución exigía todos sus poderes. De súbito chasqueo los dedos e, indicando a sus esclavos que le siguieran, se preparó para regresar a los Niveles Inferiores, de los que había venido.

Apenas había abandonado el Salón Espectral cuando Fafhrd oyó el tenue rumor de hombres armados que se movían cautamente. Su embeleso por los encantos de Friska se desvaneció como si le hubieran arrojado encima un cubo de agua helada. Se ocultó en la oscuridad más profunda y aguzó el oído durante el tiempo suficiente para saber que se trataba de piquetes de Hasjarl, que vigilaban una posible invasión desde los Niveles Inferiores de Gwaay, y que perseguían a Friska y a él mismo, como al principio había temido. Entonces se dirigió rápidamente al Salón de Brujería de Hasjarl, y mientras caminaba se sentía sombríamente satisfecho de que su capacidad de recordar hitos y recodos funcionara tan bien en los túneles laberínticos como en las sendas de los bosques y las zigzagueantes escaladas de las montañas.

La grotesca escena que vio al llegar a su destino le hizo detenerse en el umbral. De pie en una bañera de mármol en forma de concha marina, con el agua humeante a la altura de las rodillas y totalmente desnudo, Hasjarl reprendía y arengaba a todos los reunidos en la gran sala. Y todos sin excepción —brujos, funcionarios, videntes, pajes porteadores de toallas, túnicas rojo oscuro y otras prendas— permanecían inmóviles, con expresión temerosa, excepto los esclavos que enjabonaban y lavaban a su señor con trémula destreza.

Fafhrd tuvo que admitir que Hasjarl desnudo era algo más consecuente —de una fealdad más uniforme—, como un duende de las minas parido por un manantial de aguas termales. Y aunque su grotesco torso rosado y sus brazos desiguales se contorsionaban en un frenesí de temor, era indudable que tenía cierta dignidad.

—Hablad —gruñía—. ¿Hay alguna precaución que haya olvidado, un rito omitido, un agujero de ratas descuidado que Gwaay pudiera utilizar para introducirse aquí? ¡Ah, que en esta noche en que los demonios acechan y yo he de ocuparme de mil cosas y vestirme para las exequias de mi padre, haya de ser servido por cornudos como vosotros! ¿Estáis todos sordos y mudos? ¿Dónde está mi gran campeón, el que debía protegerme ahora? ¿Dónde están mis arandelas escarlata? Menos jabón ahí... ¡Quita eso! Tú, Essem, ¿tenemos suficiente vigilancia arriba? No me fío de Flindach. ¿Y tenemos bastantes guardias abajo, Yissim? Gwaay es una serpiente que atacará a través de cualquier brecha. ¡Defendedme, dioses de la oscuridad! Ve a los cuarteles, Yissim, trae más hombres y refuerza nuestra guardia hacia abajo..., y ya que vas ahí, diles que sigan torturando a Friska. ¡Sonsacadle la verdad! Está confabulada con Gwaay...; esta noche he tenido la certeza. Gwaay sabía que la muerte de mi padre era inminente y preparó los planes de invasión hace semanas. ¡Cualquiera de vosotros puede ser espía suyo! Ah, ¿dónde está mi campeón? ¿Dónde están mis arandelas escarlata?

Fafhrd, que había empezado a entrar en la sala, apresuró sus pasos al oír la mención de Friska. Una simple indagación en la cámara de tortura revelaría su huida y la participación de Fafhrd en la misma. Debía crear diversiones. Así pues, se detuvo ante el rosado, mojado y humeante Hasjarl, y dijo audazmente:

—Aquí está tu campeón, Señor, y te aconseja un ataque rápido contra Gwaay en vez de una defensa lenta. Sin duda tu mente poderosa ha fraguado muchas astutas estratagemas de ataque. ¡Lánzate como un rayo!

Fafhrd tuvo que hacer un esfuerzo para hablar briosamente hasta el final y no dejar que distrajera su atención la extraña operación que en aquel momento tenía lugar. Mientras Hasjarl permanecía agachado, inmóvil como una estaca y la cabeza echada atrás, un pálido esclavo le había levantado un párpado e insertaba en el agujero practicado en él un pequeño anillo o arandela con reborde, no mucho más grande que una lenteja. La arandela estaba en el extremo de una varita de marfil, delgada como una paja, y el esclavo realizaba la operación con la inquietud de un hombre que vuelve a llenar las cápsulas venenosas de una serpiente de cascabel sin atar..., si es posible imaginar una acción semejante a fines de comparación.

No obstante, el proceso terminó en seguida y se repitió en el otro ojo... con evidente satisfacción de Hasjarl, pues éste no golpeó ni una sola vez al esclavo con el látigo húmedo y cubierto de jabón que seguía colgando de su muñeca. Cuando Hasjarl se enderezó, sonreía afablemente a Fafhrd.

—Me aconsejas bien, campeón. Estos necios sólo saben temblar. Hace tiempo planeé un ataque, de tal suerte que no pueden considerarlo una violación de las exequias, y ahora trataré de ponerlo en práctica. Essem, coge unos esclavos y ve a buscar el polvo..., ya sabes a qué me refiero... Luego reúnete conmigo en los ventiladores. Muchachas, quitadme estas jabonaduras con agua tibia. Paje, dame las zapatillas y la túnica de baño..., esas otras ropas pueden esperar. ¡Sígueme, Fafhrd!

Entonces, su mirada ribeteada por las arandelas escarlata se fijó en los veinticuatro magos barbudos y encapuchados, los cuales permanecían en pie, aprensivos, junto a sus asientos.

—¡Volved en seguida a vuestros encantamientos, zoquetes! —les rugió—. ¡No os he ordenado que os detuvierais mientras me bañaba! Volved a vuestros hechizos y enviad vuestras plagas a Gwaay, la peste roja, negra y verde, el moqueo crónico y la putrefacción de la sangre... ¡u os quemaré las barbas hasta las pestañas como preludio de torturas peores! ¡De prisa, Essem! ¡Vamos, Fafhrd!

En aquellos momentos, el Ratonero Gris regresaba de su cuarto con Ivivis, y al doblar un recodo se encontró de súbito con Gwaay, vestido con prendas de terciopelo y seguido por esclavos descalzos.

El joven Señor de los Niveles Inferiores daba una impresión de serenidad y dominio de sí mismo absolutos, pero se adivinaba que bajo aquella calma casi sobrehumana hervía de excitación... hasta tal punto que el Ratonero apenas se habría sorprendido si Gwaay hubiera emitido un aura de Esencia Azul de Rayo. Incluso notó un cosquilleo en la piel, como si esa influencia invisible emanara realmente de su patrono.

Gwaay echó un rápido vistazo al Ratonero y a la bella esclava.

—¡Vaya, amigo mío! —dijo en tono risueño—. Veo que has elegido tu recompensa antes de tiempo. Ah, la juventud, los retiros en la penumbra, las fantasías en el lecho y los cuidados amorosos... ¿qué otra cosa dora la vida o hace que merezca la pena el chisporroteo de la vela sebosa? ¿Ha sido hábil la muchacha? ¡Magnífico! Ivivis, querida, debo premiarte por tu fervor. Le di un collar a Divis... ¿Quieres tú otro? O quizá un broche en forma de escorpión, con rubíes por ojos...

El Ratonero notó que la mano de la muchacha se estremecía y enfriaba en la suya, e intervino rápidamente.

—Mi demonio me habla, Señor Gwaay, y me dice que esta noche deambula el Destino.

Gwaay se echó a reír.

—Tu demonio ha estado escuchando detrás del tapiz, y ha oído hablar de la veloz partida de mi padre. —Mientras hablaba se formó una gota en la punta de su nariz, entre las fosas nasales. El Ratonero vio cómo crecía, fascinado. Gwaay alzó una mano para limpiársela, pero se detuvo e hizo que el líquido se desprendiera con un brusco movimiento de cabeza. Frunció el ceño un momento, pero rió de nuevo—. Sí, el Destino anda suelto esta noche por la fortaleza de Quarmall.

Ahora su tono rápido y risueño tenía una nota de aspereza.

—Mi demonio me susurra además que esta noche pululan peligrosos poderes —siguió diciendo el Ratonero.

—Sí, como el amor fraterno, por ejemplo —replicó Gwaay, con la voz quebrada.

Una expresión de asombro invadió sus ojos. Se estremeció como si le recorriera un escalofrío y nuevas gotas se desprendieron de su nariz. Tres hebras de cabello se soltaron de su cuero cabelludo y se deslizaron ante sus ojos. Sus esclavos retrocedieron.

—Mi demonio me advierte que debemos usar en seguida mi gran hechizo contra esos poderes —dijo el Ratonero, recordando el hechizo de Sheelba que aún no había puesto a prueba—. Sólo destruye a los brujos del Segundo Rango e inferiores. Como los tuyos son del Primer Rango, estarán a salvo. Pero los de Hasjarl perecerán.

Gwaay abrió la boca para replicar, pero no salió de ella ninguna palabra, sino un penoso balbuceo, como si se hubiera vuelto mudo. Unas extrañas manchas aparecieron en sus mejillas, y al Ratonero le pareció que una erupción rojiza avanzaba por el lado derecho de su mentón, mientras que en el izquierdo se formaban unas manchas negras. Su cuerpo despedía un hedor atroz.

Gwaay retrocedió y sus ojos se cubrieron de un líquido verdusco. Al llevarse las manos a ellos, mostró los dorsos amarillentos, llenos de ronchas y fisuras rojizas.

—¡Los hechizos de Hasjarl! —susurró el Ratonero—. ¡Los brujos de Gwaay aún están durmiendo! ¡Les despertaré! ¡Sujétale, Ivivis!

El hombrecillo gris dio media vuelta y se deslizó con la rapidez del viento por el corredor y la rampa de ascenso, hasta llegar a la Sala de Brujería de Gwaay. Entró dando palmadas y estridentes silbidos, pues realmente los doce magos, sus flacos cuerpos sólo cubiertos por el taparrabos, seguían acurrucados y roncando en sus sillones de respaldo alto. El Ratonero fue de uno en uno, enderezándoles, sacudiéndoles bruscamente y gritándoles en el oído: «¡A vuestro trabajo! ¡El antiveneno! ¡Proteged a Gwaay! ».

Once de los magos se despertaron con bastante rapidez y pronto fijaron sus miradas en algún punto indefinido, aunque sus cuerpos se balancearon durante un rato a causa de las sacudidas del Ratonero, como once naves pequeñas que acabaran de ser agitadas por una tormenta.

Tenía más dificultades con el duodécimo, aunque ya se estaba despertando y no tardaría en reanudar su tarea, cuando de súbito apareció Gwaay en la arcada, con Ivivis a su lado, aunque no le sujetaba. El rostro del joven Señor brillaba en la penumbra con tanta claridad como su maciza máscara de plata en la hornacina por encima de la arcada.

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