Cerró los ojos de nuevo, como si se pusiera dos finas máscaras de piel..., pero los cerró con tanta firmeza que no podía haber duda de que veía a través de los párpados.
Fafhrd se recostó en su silla, un tanto sonrojado. Hasjarl había adivinado la repugnancia del nórdico por la tortura la primera noche de su estancia en los Niveles Superiores de Quarmall, y desde entonces nunca había perdido una oportunidad de recrearse con lo que seguramente consideraba una debilidad de Fafhrd.
Para disimular su azoramiento, Fafhrd sacó de un bolsillo interior de su túnica un librito de páginas de pergamino cosidas. Habría jurado que Hasjarl no había parpadeado ni una sola vez desde que cerró los ojos, pero ahora el repulsivo individuo comentó:
—El sello en la tapa de ese paquete me dice que es algo de Ningauble de los Siete Ojos. ¿De qué se trata, Fafhrd?
—Asuntos particulares —replicó con firmeza el interpelado.
A decir verdad, estaba algo alarmado. No se atrevía a permitir que Hasjarl viera el contenido del «paquete». Y como aquel villano sabía de algún modo misterioso, en el pergamino de la cubierta estaba estampada la figura de una mano de siete dedos, cada uno de los cuales tenía un ojo en vez de uña..., uno de los muchos signos del patrono brujeril de Fafhrd.
Hasjarl emitió una tos seca.
—Ningún servidor de Hasjarl tiene asuntos particulares —sentenció—, pero ya hablaremos de eso en otra ocasión. El deber me llama. —Se puso en pie de un salto y, mirando ferozmente a sus brujos, les dijo en tono desabrido—: ¡Si encuentro a alguno de vosotros dormitando cuando regrese, mejor habría sido para él, y para su madre también, haber nacido con cadenas de esclavo en los tobillos!
Hizo una pausa, se volvió para salir y, dirigiéndose de nuevo a Fafhrd, le dijo en tono persuasivo:
—La muchacha se llama Friska y sólo tiene diecisiete años. Sin duda participará en el juego con mucha destreza y abundancia de exclamaciones encantadoras. Voy a conversar largamente con ella. La interrogaré mientras hago girar la manivela, muy lentamente. Y ella responderá, comentará, describirá sus sentimientos, con sonidos si no con palabras. ¿De veras no quieres venir?
Riendo malignamente entre dientes, Hasjarl salió a grandes zancadas de la estancia. Las llamas rojizas de las antorchas en la arcada delinearon con el color de la sangre su monstruosa forma patizamba.
Fafhrd apretó las mandíbulas. Nada podía hacer en aquel momento. La cámara de tortura de Hasjarl era también el cuartel de su guardia. Pero el nórdico tomó nota mental de una intención, o quizá una obligación.
Para alejar de su mente las imaginaciones desagradables y debilitantes, empezó a releer el librito de pergamino que Ningauble le había dado como una especie de recompensa por servicios pasados, o para asegurarse los futuros, la noche en que el nórdico partió de Lankhmar.
No le preocupaba que los brujos de Hasjarl vieran lo que estaba leyendo. Tras la última amenaza de su amo, todos estaban tan atareados con sus hechizos como otras tantas hormigas barbudas.
He aquí lo que decía la diminuta caligrafía de Ningauble, que lo mismo podía haber sido trazada por una mano que por un tentáculo:
«Lo primero que llamó mi atención sobre Quarmall fue el informe de que algunos de sus pasadizos subterráneos se extendían bajo el Mar y llegaban a ciertas cavernas en las que podrían habitar algunos supervivientes de los Antiguos. Naturalmente, despaché agentes para que comprobaran la verdad del informe: fueron allá dos espías bien adiestrados y valiosos (y también otros dos para vigilarlos) a fin de descubrir los hechos reales y lo que sólo era chismorrería acumulada. Ninguna de las dos parejas regresó, ni tampoco enviaron mensajes o señales que explicaran su desaparición, ni palabra alguna. Yo estaba interesado, pero como por aquel entonces no podía destinar un material valioso a una indagación tan incierta y peligrosa, esperé mi oportunidad hasta que me facilitaran información (como suele suceder).
»Al cabo de veinte años recibí la recompensa por mi discreción. Un anciano, horriblemente desfigurado y de una palidez peculiar, vino a verme. Se llamaba Tamorg, y lo que me contó, a pesar de su incoherencia, era interesante de veras. Afirmaba haber sido capturado de pequeño, cuando viajaba en una caravana, y llevado como cautivo a Quarmall, donde sirvió como esclavo en los Niveles Inferiores, muy por debajo de la superficie. Allí no había luz natural, y el aire se impulsaba en las laberínticas cavernas mediante unos grandes ventiladores movidos por tracción humana. De ahí su palidez y su aspecto en general extraño.
»Tamorg estaba muy resentido con respecto a aquellos ventiladores, pues había estado encadenado a una de las cintas de tracción durante más tiempo del que podía recordar. (No sabía cuánto, pues no existía ninguna medida del tiempo en los Niveles Inferiores.) Finalmente le liberaron de aquella dura tarea, según pude deducir de su embrollado relato, gracias a la invención o crianza de un tipo de esclavo especializado que cumplía mejor aquel cometido.
»Esto permite conjeturar que los Amos de Quarmall están lo bastante interesados en la economía de sus posesiones para mejorarlas, lo cual constituye una rareza entre los grandes señores. Además, si a esos esclavos especializados se les criaba, la vida de los señores debía ser, por fuerza, más larga que de ordinario, o bien la cooperación entre padre e hijo es más perfecta que cualquier otra relación filial conocida.
»Tamorg relató entonces que le hicieron cavar, junto con otros ocho esclavos que, como él, habían sido separados de los ventiladores. Les obligaron a ampliar y extender determinados pasadizos y cámaras, y así, durante otro período, se dedicó a zapar y apuntalar. Este tiempo debió de haber sido largo, pues, tras un minucioso interrogatorio, me enteré de que Tamorg había cavado y amurallado él solo un pasadizo de mil veinte pasos de largo. Estos esclavos no estaban encadenados, a menos que fueran maníacos, ni era necesario vigilarles para que no escaparan, pues esos Niveles Inferiores parecen ser un laberinto dentro de otro laberinto, y un esclavo desdichado que se alejaba de los caminos conocidos, tenía muy pocas posibilidades de desandar sus pasos. No obstante, se rumorea, según dijo Tamorg, que los Señores de Quarmall hacen memorizar a ciertos esclavos una porción del laberinto cada vez más extenso, y así pueden recorrer los túneles con seguridad y comunicar un nivel con otro.
»Tamorg escapó al fin por el sencillo expediente de traspasar accidentalmente la pared mientras cavaba. Ensanchó la abertura con su mazo y se agachó para mirar. En aquel momento un compañero le empujó sin querer y Tamorg cayó de cabeza por la abertura que había practicado. Por suerte, en el fondo del abismo al que cayó había un rápido pero profundo arroyo subterráneo. Como nadar es un arte que no se olvida con facilidad, logró mantenerse a flote hasta llegar al mundo exterior. Durante varios días le cegaron los rayos del sol, y sólo se sentía cómodo a la luz mortecina de una antorcha.
»Le interrogué con detalle sobre los muchos fenómenos interesantes que debió de presentar constantemente durante su cautiverio, pero sus respuestas fueron muy insatisfactorias, pues ignoraba todos los métodos de observación. Le coloqué como guardián en el palacio de D... cuyas idas y vueltas deseaba controlar. Eso es todo lo que conseguí de esa fuente de información.
»Estos hechos escasos habían agudizado el interés que sentía por Quarmall, y me propuse conseguir más datos. A través de mi conexión con Sheelba, me puse en contacto con Eeack, el Señor de las Ratas. Mediante el señuelo de pasadizos secretos hasta los graneros de Lankhmar, le persuadí para que me visitara. Su visita fue tan estéril como embarazosa. Estéril porque resultó que en Quarmall las ratas son una exquisitez y las cazan con fines culinarios mediante comadrejas bien adiestradas. Naturalmente, en tales circunstancias, cualquier rata dentro de los límites de Quarmall tenía escasas posibilidades de llevar a cabo una labor de enlace, excepto desde su situación, dudosamente ventajosa, en una cacerola. La cohorte personal de Eeack, formada por innumerables ratas, consumió todos los comestibles al alcance de sus agudos dientes, y apesadumbrado por la penosa situación en que me dejaba, Eeack me hizo el favor de engatusar a Scraa para que despertara y hablase conmigo.
»Scraa es una de esas antiquísimas cucarachas que ya existían en la era de los reptiles monstruosos que en el pasado dominaron en el mundo, y cuya memoria racial se hunde en la nebulosidad del tiempo antes de que los Antiguos se retirasen de la superficie. Scraa me ofreció el siguiente resumen histórico de Quarmall, escrito en un peculiar pergamino compuesto por élitros aplanados, mañosamente soldados y alisados de la manera más sutil. Adjunto este documento y pido disculpas por su estilo más bien seco y tedioso.
»"La ciudad—estado de Quarmall alberga una civilización casi insólita en la esfera de la organización antropoide. Quizá la analogía más exacta que podría hacerse es la de las hormigas que utilizan esclavos. El dominio de Quarmall está actualmente limitado a la pequeña montaña, o gran colina, que lo señala, pero, como un rábano, su porción principal permanece enterrada bajo la superficie. Esto no siempre fue así.
»"En otro tiempo, los señores de Quarmall impusieron su ley sobre anchas praderas y vastos mares; sus innumerables naves navegaban entre todos los puertos conocidos y sus caravanas cubrían las rutas de un mar a otro. Lentamente, desde los valles fértiles y los yermos acantilados, desde las extensiones desérticas y el mar abierto, fue reduciéndose el poderío de Quarmall, cuyos señores fueron retirándose no voluntariamente, sino siempre obligados a hacerlo. Año tras año, generación tras generación, fueron perdiendo todas sus posesiones y derechos, hasta que, finalmente, se vieron confinados a esa última y sólida fortaleza, el invulnerable castillo de Quarmall. La causa de estos acontecimientos se pierde en la vaguedad de las fábulas, pero probablemente se debió a las horrendas prácticas que incluso hoy persuaden a la población de los campos circundantes de que Quarmall es un lugar sucio y maldito.
»"Cuando los Señores de Quarmall fueron despojados de sus posesiones, empujados a pesar de sus conocimientos de brujería y su valor, se escondieron en aquella última y vasta fortaleza, cada vez más profunda y más grande. Cada Señor sucesivo cavaba más profundamente en las entrañas de la pequeña montaña en cuya cima se alzaba el castillo de Quarmall. Finalmente, el recuerdo de las glorias pasadas se disipó, fue olvidado y los Señores de Quarmall se concentraron en su laberinto de túneles, que les separaba del mundo exterior, al cual habrían olvidado por completo de no ser por su constante necesidad de esclavos y el mantenimiento de los mismos."
» Los Señores de Quarmall son magos de gran reputación y adeptos de la práctica del Arte. Se dice que tienen la habilidad de encantar a los hombres para que sean sus esclavos en cuerpo y alma."
»Esto es lo que había escrito Scraa, en conjunto, una chismorrería muy insatisfactoria: apenas dice una sola palabra sobre esos intrigantes pasadizos que, en principio, despertaron mi interés, no dice nada sobre la conformación del reino y sus habitantes, ¡ni siquiera incluye un mapa! Pero hay que tener en cuenta que el pobre Scraa vive casi por entero en el pasado, y el presente no será importante para él hasta dentro de muchos siglos.
»Sin embargo, creo conocer a dos individuos a los que podría persuadir para que fueran allí... »
Así finalizaban las notas de Ningauble, para irritación, asombro y suspicacia de Fafhrd... así como incomodidad e inquietud, pues ahora debía pensar de nuevo en la desconocida muchacha a la que Hasjarl estaba torturando.
En el exterior del monte de Quarmall, el sol había rebasado el meridiano y empezaba a oscurecer. Los grandes bueyes blancos echaban su peso contra el yugo, sabedores de que no era la primera vez ni sería la última. Cada mes, cuando se aproximaban a aquel sucio trecho de la carretera, su amo les azotaba frenéticamente, intentando que avanzaran a una velocidad que ellos, dada su naturaleza, no podían alcanzar. Tirando del arnés hasta que crujía, obedecían en la medida de sus posibilidades, pues sabían que una vez rebasado aquel punto su amo les recompensaría con un poco de sal, una áspera caricia y una breve pausa en el trabajo. Era lamentable que aquel trecho del camino siguiera encharcado y sucio mucho después de que las lluvias hubieran cesado, casi de una estación a la siguiente, y que se tardara tanto en pasar por allí.
Su amo tenía motivos para azuzarles, pues se decía que aquellos contornos estaban malditos. Desde aquella eminente curva podían verse las torres de Quarmall, y, lo que era más importante, desde aquellas torres se dominaba perfectamente la carretera. No era saludable mirar hacia las torres de Quarmall, o que a uno le mirasen desde ellas, y esta sensación no era gratuita, sino que se fundamentaba en diversos motivos. El amo de los bueyes escupió disimuladamente, cruzó los dedos y miró temeroso por encima del hombro a las torres coronadas de pétreo encaje que se alzaban hacia el cielo, al tiempo que atravesaban el último charco enfangado. Aquel breve vistazo le bastó para captar un destello, una titilación en la torre más alta. Estremeciéndose, el hombre llegó a la agradable cobertura de los árboles y agradeció a los dioses de su credo que le hubieran permitido llegar hasta allí sano y salvo.
Aquella noche tendría mucho de qué hablar en la taberna. Los hombres le comprarían cuencos de vino para emborracharse y amarga cerveza de hierbas. Por una noche mandaría como un señor. Pero ¡ah!, si no fuera por su celeridad, en aquellos mismos momentos podría estar avanzando penosamente, con el alma en vilo, hacia las imponentes puertas de Quarmall, para servir allí hasta que su cuerpo desapareciera e incluso después, pues los viejos del lugar hablaban de tales encantamientos y de otras cosas, cuentos que no tenían moraleja pero a los que todos hacían caso. ¿No fue la última víspera de la Serpiente cuado el joven Twelm desapareció sin dejar rastro y nadie había vuelto a verle? ¿No se había burlado de aquellos mismos cuentos y un día, borracho, se atrevió a subir por los terraplenes de Quarmall? ¡Claro, así había sido! Y también era cierto que su compañero menos valiente le había visto pavonearse con jactancia en el terraplén más alto, casi en el foso; entonces, cuando Twelm, alarmado por alguna causa desconocida, se volvió para echar a correr, su cuerpo, a medias girado, fue absorbido de buen o mal grado por la oscuridad. No se oyó ni siquiera un grito que señalara la desaparición de Twelm de esta tierra y del conocimiento de sus semejantes. Juln, aquel compañero de Twelm menos valiente o temerario, había permanecido desde entonces en una especie de estupor beodo, y jamás salía de noche.