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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas contra la Magia (14 page)

BOOK: Espadas contra la Magia
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—De modo que eres el Ratonero Gris. Había esperado a un rufián cauteloso e insensible y encuentro a... un príncipe.

Las mismas joyas parecieron brillar más debido a la dulzura de la voz y la presencia de su portadora, arrancando destellos opalinos de sus iris claros.

— ¡No intentes tampoco halagarme! —le ordenó el Ratonero, al tiempo que cogía su estuche y lo sujetaba, abierto, a su lado—. Por si no lo sabías, soy inmune a los encantamientos de todas las coquetas y las ninfas del mundo.

—Sólo digo la verdad, como la he dicho sobre tus joyas —respondió ella en un tono de inequívoca sinceridad. Sus labios habían permanecido un poco separados y hablaba sin moverlos.

—¿Eres los Ojos de Ogo? —le preguntó el Ratonero bruscamente, aunque retiró a Garra de Gato de su seno.

Le inquietó algo, muy poco, que la finísima punta de su daga hubiera rasgado ligeramente la piel de la muchacha, haciendo brotar unas gotas de sangre que descendían como un hilo negro.

La muchacha asintió, sin que al parecer le preocupara lo más mínimo la minúscula herida.

—Puedo ver en tu interior, como en el de las joyas, y no descubro nada en ti más que nobleza y bondad, excepto ciertos pequeños y sutiles impulsos de violencia y crueldad, que podrían encantar a una muchacha como yo.

—En eso se equivocan por completo tus grandes ojos que lo penetran todo —replicó desdeñosamente el Ratonero, aunque en el fondo se sentía halagado—, porque lo cierto es que soy un gran villano.

Los ojos de la muchacha se ensancharon mientras miraba por encima del hombro del Ratonero con cierta aprensión, y entonces la voz apagada y áspera a la vez gruñó de nuevo:

—¡No te andes por las ramas! Sí, te pagaré en oro el precio que pides, una suma que no podré reunir hasta dentro de unas horas. Vuelve mañana a la misma hora y cerraremos el trato. Ahora cierra la caja.

El Ratonero se había dado la vuelta, todavía aferrando el estuche, cuando Ogo empezó a hablar. Tampoco esta vez pudo distinguir el lugar de donde procedía la voz, aunque escudriñó minuciosamente la estancia. La voz parecía surgir de la pared.

Vio entonces, con cierta decepción, que la muchacha desnuda había desaparecido. Miró debajo de la mesa, pero allí no había nada. Sin duda había utilizado alguna trampilla, o algún ardid hipnótico...

Tan suspicaz todavía como una serpiente, regresó por donde había venido. Visto de cerca, el almohadón no parecía ser más que eso. Entonces, cuando la puerta exterior se abrió silenciosamente, obedeció la última orden de Ogo, cerró el estuche y se marchó.

Fafhrd miró con ternura a Nemia, tendida a su lado en la penumbra perfumada, sin perder de vista su robusta muñeca y la bolsa que pendía de ella, mientras la mujer acariciaba a ambas ociosamente.

Para hacer justicia a Nemia, aun a riesgo de achacar cierta malicia al Ratonero, sus encantos no eran ni muy maduros ni excesivos, sino sólo... suficientes.

Fafhrd oyó un siseo detrás de su hombro izquierdo. Volvió rápidamente la cabeza y vio ante él el rostro de un gato blanco que estaba sobre la mesilla de noche, junto a un cuenco con crisantemos de bronce.

—¡lxy! —exclamó Nemia, en un tono de lánguida reconvención.

A pesar de su voz, Fafhrd oyó, en rápida sucesión, el chasquido de un brazalete al abrirse y un chasquido algo más fuerte al cerrarse.

Se volvió al instante y descubrió que Nemia le había colocado en la muñeca, junto al brazalete de hierro, otro de oro cubierto de zafiros y rubíes.

Mirándoles entre los mechones de su larga cabellera oscura, le dijo con voz ronca.

—Es sólo un pequeño obsequio que hago a quienes me satisfacen... mucho.

Fafhrd acercó la muñeca a sus ojos para admirar el premio, pero sobre todo para palpar su bolsa con los dedos de la otra mano y asegurarse de que estaba tan herméticamente cerrada como antes. Tras comprobar que así era, se sintió repentinamente generoso.

—Permíteme que te regale una de mis gemas por el mismo motivo —dijo a la mujer, y empezó a abrir la bolsa.

Nemia extendió una mano de largos dedos para impedírselo.

—No, no dejemos jamás que las gemas del negocio se mezclen con las del placer. Ahora bien, si mañana por la noche me traes algún pequeño regalo, cuando intercambies tus joyas por mi oro y mis cartas de crédito avaladas por Glipkerio y suscritas por Hisvin, el mercader de granos...

—De acuerdo —dijo Fafhrd secamente, ocultando el alivio que experimentaba.

Aquel gesto de regalar una gema a Nemia había sido una idiotez, pues durante el día ella habría tenido ocasión de descubrir las anormalidades de la piedra preciosa.

—Hasta mañana —le dijo Nemia, abriéndole los brazos.

—Hasta mañana entonces —respondió Fafhrd, y la abrazó con vehemencia, pero manteniendo la bolsa bien sujeta con la mano a la que estaba encadenada... y ya deseoso de marcharse.

Sólo la mitad de las mesas estaban ocupadas en La Anguila de Plata, había pocas velas encendidas y los escanciadores se adormilaban cuando Fafhrd y el Ratonero Gris entraron simultáneamente por puertas distintas y se dirigieron a uno de los reservados vacíos.

Sólo un ojo les observó atentamente, un ojo gris sobre un fragmento de mejilla pálida enmarcada en pelo negro, que miraba por un resquicio de la cortina en el reservado del fondo.

Cuando encendieron las gruesas velas y colocaron ante ellos unas copas y una jarra de fuerte vino, y después de que echaran unos carbones al brasero situado en el extremo de la mesa, el Ratonero colocó su estuche sobre ésta, y sonriendo, le dijo a su amigo:

—Todo arreglado. Las joyas superaron la prueba de los Ojos, una chiquilla atractiva... Ya hablaremos de ella más tarde. Recibiré el dinero mañana por la noche..., ¡exactamente el precio que pedí! En cuanto a ti, si te digo la verdad, no esperaba verte de nuevo con vida. ¡Bebamos por nuestra suerte! Veo que has escapado del diván de Nemia con todos tus órganos y miembros intactos... Pero ¿y las joyas?

—También las he colocado —respondió Fafhrd, sacándose de la manga un extremo de la bolsa para que su amigo lo viera, y volviendo a guardarlo con rapidez—. Y recibiré mi dinero mañana por la noche..., el total de lo que pedí, igual que tú.

Una expresión pensativa apareció en sus ojos mientras expresaba estas coincidencias. Tomó dos largos tragos de vino sin abandonar aquella expresión. El Ratonero le miraba con curiosidad.

—En un momento determinado —musitó finalmente el nórdico— pensé que iba a intentar el viejo truco de sustituir mi bolsa por otra idéntica pero con un contenido sin valor. Como había visto la bolsa durante nuestro primer encuentro, podría haber preparado una similar, con la cadena y el brazalete.

—Pero ¿lo hizo...?

—Oh, no, resultó ser algo totalmente distinto —dijo Fafhrd jovialmente, aunque algún pensamiento seguía manteniendo dos surcos profundos en su frente.

—Es curioso —observó el Ratonero—. También en cierto momento, aunque muy breve, los Ojos de Ogo, si hubiera sido rápida, diestra y silenciosa en extremo, podría haberme cambiado el estuche. —Fafhrd enarcó las cejas, y el Ratonero se apresuró a añadir—: Es decir, si hubiera tenido el estuche cerrado, pero estaba abierto, en la oscuridad, y no habría sido posible reproducir el centelleo multicolor de las gemas. ¿Fósforos de madera luminosa? Su luz habría sido demasiado mortecina. ¿Carbones ardientes? No, pues habría notado el calor. Además, ¿cómo obtener así el resplandor puro y blanco de un diamante? Habría sido imposible.

Fafhrd asintió, pero siguió mirando por encima del hombro de su compañero.

El Ratonero empezó a alargar la mano hacia su estuche, pero se retuvo y, desdeñando su propia reacción con una risita, cogió la jarra y empezó a servirse otra copa de vino.

Finalmente, Fafhrd se encogió de hombros, empujó su copa con el dorso de los dedos, para que su camarada volviera a llenarla, y bostezó, recostándose un poco y, al mismo tiempo, extendiendo las manos a los lados de la mesa, como si apartara de sí todas sus pequeñas dudas e incertidumbres.

Los dedos de su mano izquierda tocaron el estuche del Ratonero. Palideció y miró la caja. Entonces, con gran asombro del Ratonero, que había empezado a llenar de nuevo la copa de Fafhrd, éste se inclinó hacia adelante y aplicó el oído al estuche.

—Ratonero —le dijo en voz baja—, tu caja está vibrando.

La copa de Fafhrd estaba llena, pero su amigo siguió vertiendo vino en ella. El líquido, de fuerte fragancia, se derramó sobre la mesa y empezó a correr hacia el brasero ardiente.

—Al tocar el estuche he notado una vibración —siguió diciendo Fafhrd, perplejo—. Mira, todavía está vibrando.

Reprimiendo un juramento, el Ratonero dejó la jarra sobre la mesa y arrebató el estuche bajo la cabeza de Fafhrd. El vino alcanzó la base caliente del brasero y siseó. Abrió bruscamente el estuche y separó la tela metálica. Ambos se agacharon para examinar de cerca el contenido.

La luz de las velas reducía, pero de ningún modo extinguía, los destellos amarillo, violeta, rojizo y blanco que surgían de varios puntos sobre el fondo de terciopelo negro.

Pero la luz era lo bastante intensa para mostrar también, en cada uno de aquellos puntos, armonizando con los colores enumerados, un escarabajo de luz, una avispa luminosa, una abeja nocturna o una mosca diamantina, cada uno de los insectos vivo pero fijado delicadamente a la tela de terciopelo con un finísimo hilo de plata. De vez en cuando, las alas o los élitros de algunos de ellos vibraban.

Sin vacilación, Fafhrd se quitó el brazalete de hierro de la muñeca, desenganchó la bolsa y depositó su contenido sobre la mesa. Joyas de diversos tamaños, todas ellas bellamente cortadas, formaron un montoncito... Pero todas eran completamente negras.

Fafhrd cogió una grande, la rozó con una uña y luego sacó su cuchillo de caza y con su filo rayó fácilmente la gema. Entonces la arrojó con cuidado al centro ardiente del brasero. Al cabo de un rato, la gema desprendió unas llamas amarillas y azules.

—Carbón —dijo Fafhrd.

El Ratonero aferró el estuche que destellaba débilmente, como si se dispusiera a arrojarlo a través de la pared y por encima del Mar Interior. Pero soltó su presa y dejó que las manos le colgaran decorosamente a los lados.

—Me marcho —anunció en voz baja pero muy clara, y al instante se puso en pie y salió del local.

Fafhrd no alzó la vista. Estaba echando una segunda gema al brasero.

Se quitó el brazalete que Nemia le había dado y lo acercó a sus ojos.

—Latón y vidrio... —musitó, y extendió los dedos para dejarlo caer sobre el vino derramado.

Entonces tomó su copa, apuró la del Ratonero, la llenó de nuevo y siguió bebiendo, mientras iba arrojando una tras otra las negras piedras al brasero.

Nemia y los Ojos de Ogo estaban sentadas cómodamente en un lujoso diván. Se habían puesto saltos de cama. Las llamas de unas velas amarilleaban en la penumbra.

Sobre una mesa baja había delicados fiascos de vino y licores, copas de cristal tallado, bandejas de oro con dulces y aperitivos y, en el centro, dos montones iguales de gemas que brillaban con todos los colores del arcoiris.

—Qué pelmazos son los bárbaros —observó Nemia, reprimiendo delicadamente un bostezo—, aunque no están mal para pasar un buen rato en la cama de vez en cuando. Éste era algo más listo que la mayoría. Creo que podría haberse dado cuenta, pero hice que los dos chasquidos sonaran exactamente al mismo tiempo cuando le puse en la muñeca el brazalete con la bolsa falsa, y al mismo tiempo, mi regalo de latón. Es asombroso cómo el latón hipnotiza a los bárbaros, junto con los fragmentos de vidrio coloreados como rubíes y zafiros... Creo que los tres colores primarios paralizan sus cerebros primitivos.

—Ah, qué lista eres, Nemia —le dijo Ojos de Ogo, acariciándola tiernamente—. También mi hombrecillo estuvo a punto de darse cuenta cuando le di el cambiazo, pero entonces se interesó por amenazarme con su cuchillo, incluso me pinchó un poco entre los senos. Creo que tiene una mente sucia.

—Déjame que te bese la sangre, querida Ojos —sugirió Nemia—. Oh, es terrible... terrible.

Mientras se estremecía bajo su tratamiento, pues Nemia tenía una lengua ligeramente rasposa, Ojos le dijo:

—Por algún motivo, Ogo le ponía muy nervioso.

Fijó la mirada, su rostro sin ninguna expresión y entreabrió sus labios fruncidos.

En la pared opuesta, cubierta por ricas colgaduras, se produjo un movimiento apresurado, como de un animal que se escabullera, y entonces se oyó una voz pastosa y apagada: «Abre tu caja, Ratonero Gris. Ahora ciérrala. ¡Chicas, chicas! ¡Dejad vuestros juegos lascivos!».

Nemia y Ojos se abrazaron riendo. Ojos dijo con su voz natural, si la tenía:

—Y se marchó creyendo que existe un auténtico Ogo. Estoy segura de ello. A estas alturas deben de estar retorciéndose de rabia.

—Supongo que deberemos tomar precauciones especiales por si nos asaltan para recuperar sus joyas.

Ojos se encogió de hombros.

—Tengo a mis cinco espadachines mingoles.

—Y yo tengo a mis tres estranguladores kleshitas y medio.

—¿Medio?

—Contaba también a Ixy... Pero lo digo en serio.

Ojos frunció el ceño durante medio latido de corazón, pero entonces meneó la cabeza vigorosamente.

—No creo que deba preocuparnos la posibilidad de que Fafhrd y el Ratonero Gris nos ataquen. Como somos mujeres, se sentirán heridos en su orgullo, estarán enfurruñados durante algún tiempo y luego huirán a los confines de la tierra, para emprender alguna de esas aventuras suyas...

—¡Aventuras! —exclamó Nemia, como si dijera: «¡Letrinas y retretes!».

—¿Te das cuenta? En realidad son débiles —siguió diciendo Ojos—. No tienen impulso ni ambición ni una pasión verdadera por el dinero. Si la tuvieran, y si no pasaran tanto tiempo en lugares remotos, habrían sabido, por ejemplo, que el rey de Ilthmar tiene una manía por las gemas que son invisibles de día pero relucen de noche, y que ha ofrecido la mitad de su reino por un saco de joyas estelares. De haberlo sabido, no se les habría ocurrido la idiotez de recurrir a nosotras para vender su mercancía.

—¿Qué crees que hará con ellas? Me refiero al rey.

Ojos se encogió de hombros.

—No lo sé. Quizá construya un planetario..., o tal vez se las coma. —Se quedó un momento pensativa—. Bien mirado, quizá nos convenga irnos de Lankhmar por algún tiempo. Nos merecemos unas vacaciones.

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