Espadas entre la niebla (15 page)

Read Espadas entre la niebla Online

Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas entre la niebla
9.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

Sobre este amplio río de agua en el mar, el
Tesoro Negro
era llevado por la corriente, que se dirigía directamente hacia la roca en la que estaban refugiados.

Fafhrd maldijo supersticiosamente. Siempre podía aceptar que la hechicería actuara contra él, pero que la magia actuara en su favor era algo que sentía invariablemente como molesto.

A medida que se fue acercando el balandro hacia ellos, se introdujeron en el agua y con unas cuantas y enérgicas brazadas llegaron junto a él y subieron a bordo, dirigiéndolo después hacia el otro lado de la torre rocosa. Después, no perdieron tiempo en secarse y vestirse, pues estaban desnudos, preparando más tarde unas bebidas calientes. No tardaron en encontrarse el uno frente al otro, mirándose a través del vapor del grog.

—Ahora que hemos cambiado de océano —dijo Fafhrd—, no subiremos ninguna vela con este viento que sopla hacia el oeste.

El Ratonero asintió con un gesto de cabeza y después sonrió durante largo rato, mirando a su cama—rada. Finalmente dijo:

—Bueno, viejo amigo, ¿estás seguro de que eso es todo lo que tienes que decirme? Fafhrd frunció el ceño.

—Bueno, hay una cosa —admitió sintiéndose algo incómodo— Dime una cosa, Ratonero: ¿se quitó alguna vez la máscara la mujer que estuvo contigo?

—Y la tuya, ¿lo hizo? —preguntó el Ratonero sin contestar, y mirándole con una expresión burlona.

—Bueno, vayamos al asunto —dijo Fafhrd, volviendo a fruncir el ceño—. ¿Ha ocurrido todo esto en realidad? Hemos perdido nuestras espadas y prendas de vestir, pero no poseemos nada para demostrar lo ocurrido.

El Ratonero sonrió burlonamente y se quitó el palito negro que aún llevaba en la boca, tendiéndoselo a Fafhrd.

—Esta es la razón por la que, en un momento, hice marcha atrás —dijo, bebiéndose el grog—. Pensé que lo necesitaríamos para poder recuperar nuestra nave, y quizá por eso la hemos conseguido.

Era una réplica diminuta del
Tesoro Negro
en la que se notaban las señales de los dientes del Ratonero, que habían estado profundamente clavados cerca de donde se encontraba el timón.

La bifurcación errónea

Rumorean las ratas sagaces que se esconden en el subsuelo de la tierra, los gatos bien informados que acechan sus sombras, los listos murciélagos que aletean en la noche y los sabios zats que se remontan en el espacio sin aire, ladeando sus alas metálicas para que les impulsen los vientos luminosos, que esos dos espadachines y hermanos de sangre, Fafhrd y el Ratonero Gris, se han aventurado no sólo en el mundo de Nehwon con su gran imperio de Lankhmar, sino también en muchos otros mundos, tiempos y dimensiones, a los que llegaron a través de ciertas Puertas secretas en las profundas entrañas de las laberínticas cavernas donde mora Ningauble de los Siete Ojos. En este sentido, la gran cueva de ese ser mágico existe simultáneamente en muchos mundos y épocas; es una Puerta, mientras que Ningauble habla con fluidez los lenguajes de muchos mundos y universos, y le encanta el chismorreo de todos los tiempos y lugares.

Según ese rumor, en cada nuevo mundo, el Ratonero y Fafhrd despiertan con unos conocimientos, un dominio del lenguaje y unos recuerdos personales apropiados, y entonces Lankhmar les parece sólo un sueño e incluso desconocen sus idiomas, aunque sigue siendo su patria primigenia.

Incluso se susurra que en cierta ocasión vivieron en el más extraño de los mundos, que recibe los diversos nombres de Gaia, Midgard, Landa y Tierra, donde practicaron su habilidad de espadachines a lo largo de la costa oriental de un Mar Interior, en reinos que eran grandes fragmentos de un vasto imperio levantado un siglo antes por un hombre llamado Alejandro el Grande.

Eso es lo que nos dice Srith de los Pergaminos. Lo que sabemos por parte de informantes más próximos a las fuentes es lo que sigue:

Cuando Fafhrd y el Ratonero Gris se libraron de las iras del rey del mar, pusieron rumbo al gélido No—Ombrulsk, pero a medianoche el viento del oeste que les había sido favorable cedió el paso a un violento viento del noreste. Fafhrd opinó que ese impedimento era el principio de la venganza que el rey del mar desataba contra ellos, opinión de la que el Ratonero se rió burlonamente. Se vieron obligados a volver la cola (o la popa, como nos dirían los marinos remilgados) y avanzar hacia el sur sólo con el foque desplegado, manteniendo siempre a babor la sombría costa montañosa para no ir a parar al desierto acuático del Mar Exterior, que sólo habían cruzado una vez anteriormente, y en penosas circunstancias, mucho más al sur.

Al día siguiente entraron de nuevo en el Mar Interior por el nuevo estrecho que había creado la caída de la cortina rocosa. Pudieron realizar este paso, peligroso y sin cartografiar, sin producir un solo agujero en el casco del
Tesorero Negro,
ni siquiera un rasguño en la quilla, y el Ratonero lo consideró como una prueba de que el rey del mar les había olvidado o perdonado, si es que un ser tan formidable existía realmente. Pero Fafhrd le llevó la contraria y afirmó sombríamente que el consorte polígino y lleno de algas de la reina del mar sólo estaba jugando al gato y al ratón con ellos, dejándoles librarse de un peligro para alimentar sus esperanzas y luego frustrarlas aún más diabólicamente en un futuro desconocido.

Sus aventuras en el Mar Interior, que conocían casi tan bien como una reina oriental conoce su baño de oro y turquesas, tendían a corroborar cada vez más las hipótesis pesimistas de Fafhrd. En veinte ocasiones sufrieron una calma chicha, y las borrascas que les atacaron de repente triplicaron esa cantidad. En tres ocasiones tuvieron que largar todo el velamen para zafarse de los piratas, y una vez trabaron un sangriento combate cuerpo a cuerpo. Cuando quisieron repostar en Ool Hrusp, la patrulla portuaria del Duque Loco les acusó de piratería, y sólo la noche sin luna, una inteligente orientación de las velas y una generosa medida de suerte permitieron escapar al
Tesorero Negro,
con el casco y las velas erizados de flechas, en suficiente cantidad para darle el aspecto de un erizo acuático de ébano o un pez aguja negro.

Lograron repostar cerca de Kvarch Narch, aunque sólo con rudos alimentos y un agua fangosa de río. Poco después, las costuras de los tablones del barco estuvieron sometidas a fuertes presiones, y dos de ellas se abrieron al colisionar con un arrecife submarino que no debería estar donde estaba. El único lugar donde podrían carenar y reparar la nave era la pequeña playa al sudeste de las rocas del Dragón, y necesitaron dos días de difícil navegación, achicando agua constantemente, para llegar allí. Entonces, mientras uno de ellos se afanaba en cerrar las brechas de la quilla, el otro tenía que montar guardia para protegerse de los inquisitivos dragones de dos o tres cabezas, e incluso algún monocéfalo ocasional. Cuando hicieron hervir un caldero de brea para las reparaciones finales, todos los dragones se alejaron, ahuyentados por el hedor de la sustancia negra, circunstancia que irritó más que complació a los dos aventureros, puesto que no se les había ocurrido poner a hervir un recipiente de brea desde el principio. (Desde que se les había terminado la buena suerte, estaban de lo más irritables y quisquillosos.)

Zarparon de nuevo y el Ratonero convino finalmente en que estaban sufriendo, en efecto, la maldición del rey del mar y debían buscar ayuda mágica para eliminarla, pues si se limitaban a dejar el mar y proseguir su viaje por tierra, el rey del mar podría muy bien perseguirles por medio de sus aliados, los ríos y las tormentas, y seguirían bajo la maldición cuando volvieran a navegar.

Debatieron si debían consultar a Sheelba del Rostro Sin Ojos o Ningauble de los Siete ojos, pero como Sheelba tenía su guarida en el Pantano Salado, junto a la ciudad de Lankhmar, donde su reciente conexión con Pulg y el issekianismo podría acarrearles más contratiempos, decidieron consultar a Ningauble en las cavernas que habitaba en la sierra que se extendía detrás de Ilthmar.

Ni siquiera la travesía hasta Ilthmar estuvo exenta de peligros. Les atacaron calamares gigantes y peces voladores de la variedad que tiene espinas venenosas. También tuvieron que poner en juego toda su habilidad marinera y utilizar las flechas con que les habían obsequiado en Ool Hrusp, para defenderse de otro ataque pirata. No les quedaba ni una gota de aguardiente.

Cuando anclaban en el puerto de Ilthmar, el
Tesorero Negro
se partió literalmente como una caja sorpresa, la parte de babor cayó a un lado y la de estribor al otro, como dos pedazos cortados de un melón, mientras que el mástil y la cámara, arrastrados por el peso de la quilla, se hundieron con la misma rapidez que una roca.

Fafhrd y el Ratonero sólo pudieron salvar las ropas que llevaban puestas, sus espadas, una daga y un hacha, y fue una suerte que conservaran esta última, pues mientras nadaban hacia la orilla les atacaron unos tiburones, y cada uno tuvo que defender al otro y a sí mismo, dificultados por la necesidad de nadar a la vez. Los habitantes de Ilthmar, que se alineaban en los muelles y los espigones, vitoreaban imparcialmente a los héroes y a los tiburones, o más bien lo hacían según el carácter de sus apuestas: en general, por tres a uno contra la supervivencia de los héroes, y había varias apuestas menores sobre las posibilidades que tenían el marinero grande o el pequeño de salir del apuro.

Las gentes de Ilthmar son un tanto crueles y muy dadas al juego. Además, procuran atraer a su puerto a los tiburones porque así tienen una manera fácil de librarse de los criminales comunes, los forasteros desvalijados y borrachos y los esclavos que se han vuelto seniles o ya no son útiles por cualquier otro motivo, y también aseguran que las víctimas elegidas por el dios de los tiburones siempre serán espectacularmente recibidas.

Cuando Fafhrd y el Ratonero llegaron por fin a la orilla, tambaleantes y jadeando, los ilthmarianos que habían apostado por ellos les recibieron jubilosamente. Un número superior se afanaba en abuchear a los tiburones.

El dinero que obtuvieron por la venta de los restos del
Tesorero Negro
no les bastó para comprar o alquilar caballos, aunque fue suficiente para adquirir comida, vino y agua para emborracharse un día y mantenerse algunos más.

Mientras se emborrachaban, brindaron varias veces por la fiel nave que les había dado literalmente todo, que había sufrido los ataques de tormentas y piratas, y había sido roída por los seres marinos y otros fenómenos ocasionados por la ira del rey del mar. El Ratonero maldijo a éste mientras Fafhrd cruzaba los dedos. También tuvieron que rechazar con más o menos cortesía las atenciones de numerosas bailarinas, la mayoría de ellas gordas y retiradas.

En conjunto, no fue una buena borrachera. Ilthmar es una ciudad en la que incluso un hombre mínimamente prudente no se atreve a dormir en estado de embriaguez, mientras que las interminables repeticiones de su dios rata, mucho más poderoso que su dios tiburón, en esculturas, murales y decoraciones más pequeñas (y en grandes ratas vivientes silenciosas en las sombras o bailando en los callejones) producen un cierto nerviosismo en los recién llegados al cabo de unas horas.

Luego emprendieron el penoso viaje de dos días por sendas polvorientas hasta las cavernas de Ningauble, penoso sobre todo para unos hombres desacostumbrados a caminar, tras muchos meses en el mar, y cuando la parte final del recorrido es un desierto arenoso.

El frescor del túnel abierto en la roca, con la entrada oculta, que conduce a la profunda morada de Ningauble, fue un agradable respiro para los viajeros fatigados, sedientos y recubiertos de fina arena. Fafhrd iba delante, pues conocía mejor a Ningauble y su laberíntica madriguera, tanteando el camino y palpando por encima de su cabeza para evitar las estalactitas y los bordes afilados de las rocas que podrían golpearles la cabeza y producirles otras heridas. Ningauble no aprobaba el uso de antorchas o velas en su reino.

Tras evitar numerosos pasadizos laterales, llegaron a una bifurcación en forma de Y. Allí el Ratonero se adelantó y descubrió un pálido resplandor a lo largo del ramal a mano izquierda, e insistió en que exploraran aquel túnel.

—Al fin y al cabo, si vemos que nos hemos equivocado, siempre podemos retroceder.

—Pero el ramal a mano derecha es el que conduce a la cámara de Ningauble —protestó Fafhrd—. Bueno, estoy casi seguro de ello. Ese sol del desierto me ha recalentado los sesos.

—Así te ataque la peste por tener un flan en vez de cerebro y no estar seguro de lo que deberías saber —replicó el Ratonero, todavía irritable a causa del calor y la sed sufridos durante el viaje.

Echó a andar con resolución y un poco agachado por el ramal de la izquierda. Fafhrd permaneció inmóvil durante dos latidos de corazón, pero entonces se encogió de hombros y le siguió.

La fría luz se hizo más brillante a medida que avanzaban, y cada uno de ellos experimentó un ligero mareo y le pareció que la roca bajo sus pies perdía momentáneamente su firmeza, como si hubiera un temblor de tierra muy tenue.

—Regresemos —dijo Fafhrd.

—Veamos por lo menos qué hay ahí —replicó el Ratonero.

Dieron unos pasos más y se encontraron ante otra pendiente desierta. Ante el arco de la entrada aguardaba, con una calma que parecía sobrenatural, un caballo blanco ricamente enjaezado, otro más pequeño con arneses de plata y una robusta mula cargada con pellejos de agua, cazos y paquetes, los cuales parecían contener provisiones para hombres y animales de cuatro patas. De cada una de las sillas pendía un arco y una aljaba de flechas, y en la silla del caballo blanco estaba fijada una breve nota en un trozo de pergamino:

La maldición del rey del mar ha sido abolida. Ning.

Había algo muy extraño en la escritura, aunque ninguno de los dos amigos podría definir con exactitud en qué consistía la rareza. Quizá era que Ningauble había escrito Poseidón en vez de rey del mar, pero ésa parecía una alternativa muy aceptable. Y sin embargo...

Fafhrd habló entonces con una voz que, tanto al Ratonero como a él mismo, les pareció sutilmente extraña.

—Es muy propio de Ningauble hacer favores sin pedir mucha información, ni siquiera algún servicio a cambio.

—A caballo regalado no le mires los dientes —aconsejó el Ratonero a su amigo—, ni tampoco a una mula regalada.

Durante su estancia en los túneles, el viento había cambiado, de modo que ahora no soplaba tórrido desde el este, sino fresco desde poniente. Los dos hombres se sentían muy refrescados, y cuando descubrieron que uno de los pellejos que acarreaba la mula contenía algo más fuerte que agua, terminaron sus vacilaciones. Montaron, Fafhrd en el caballo blanco y el Ratonero en el negro, y se dirigieron confiadamente hacia el oeste, seguidos por la mula.

Other books

1: Chaos - Pack Alpha by Weldon, Carys
Murder in the CIA by Margaret Truman
The Yearbook by Peter Lerangis
Bridal Reconnaissance by Lisa Childs
Gamble With Hearts by Hilary Gilman
Post Office by Charles Bukowski
Selby Screams by Duncan Ball
.45-Caliber Deathtrap by Peter Brandvold
Aces by Ian Rogers