Espadas entre la niebla (14 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: Espadas entre la niebla
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Ahora, pareció verles a Fafhrd y a él por primera vez, porque, sin dejar de accionar sus látigos, avanzó su máscara de bronce hacia ellos, mostrando unas arrugas rojizas a lo largo de su frente manchada de verde, y les miró fijamente..., al parecer, con ansiedad. Sin embargo, no hizo ningún gesto de amenaza contra ellos sino que, tras haberlos escudriñado cuidadosamente, movió la cabeza hacia atrás por dos veces, con movimientos bruscos, como indicándoles que debían pasar a su lado, hacia el fondo de la gruta. Al mismo tiempo, las reinas verdosa y plateada les llamaron lánguidamente por señas.

Aquello despertó a Fafhrd y al Ratonero de su asombrada actitud observadora y expectante y los dos se apresuraron a pasar junto a la mesa, aunque, al hacerlo, el Ratonero olió a vino y se detuvo para coger las dos copas doradas, tendiéndole una a su compañero. Las vaciaron, a pesar del color verdoso de la bebida, pues el líquido olía bien y era bastante dulce, aunque algo agrio.

Mientras bebían, el Ratonero miró al interior del cuenco dorado. No contenía el menor rastro de vino, pero estaba lleno, casi hasta el borde, de un fluido cristalino que podría o no haber sido agua. Sobre el fluido flotaba un modelo del casco de un barco negro, de apenas un dedo de longitud. A partir de su proa, parecía descender un diminuto tubo de aire, que llegaba hasta el fondo del cuenco.

Pero no había tiempo para mirar aquello más atentamente, pues Fafhrd ya empezaba a moverse hacia adelante. El Ratonero subió a la zona de sombras que se encontraba en su lado, a la izquierda, del mismo modo que Fafhrd había subido a la de la derecha..., y, a medida que subía, surgieron de las sombras y ante él dos hombres de un color pálido azulado, armado cada uno de ellos con un par de cuchillos de hojas onduladas. Por las coletas y su forma de andar, arrastrando los pies, juzgó que eran marineros, aunque los dos estaban completamente desnudos y, sin duda alguna, muertos..., eso lo podía ver por el aspecto de su poco saludable color, por la capa de fango que les cubría, por el hecho de que sus abultados ojos únicamente mostraban un color blanquecino, por la media luna de sus iris, y por el hecho de que el pelo, las orejas y otras partes de su anatomía aparecían algo comidos por los peces. Detrás de ellos anadeaba un enano, que empuñaba una cimitarra, y que tenía unas piernas cortas y ahusadas y una monstruosa cabeza con agallas..., era un verdadero embrión andante. Sus grandes ojos de plato también estaban vueltos hacia arriba, como los de una cosa muerta, lo que no hizo que el Ratonero se sintiera más tranquilo, como lo demostró el hecho de que sacó de su vaina el Escalpelo y la Quijada de Gato, pues los tres seres convergieron sobre él y después giraron rápidamente para bloquear su camino cuando él trató de rodearles y pasar por detrás.

En aquellos momentos, el Ratonero no podía dedicar ninguna atención a las dificultades en que se encontraba su camarada. La zona de sombras de Fafhrd era tan negra como la tinta en dirección a la pared, y cuando el norteño avanzaba por el camino, pasó junto a una protuberancia rocosa en forma de hombre que se elevaba desde los escalones y estaba situada entre él y el Ratonero; fue entonces cuando, surgiendo de la oscuridad situada más allá, apareció la gruesa, sinuosa figura de un monstruoso pulpo, con los brazos llenos de cráteres y como si se tratara de ocho gigantescas serpientes que surgieran de su guarida. El movimiento de la bestia marina debía provocar chispas, pues emitía simultáneamente una iridiscencia purpúrea, moteada de amarillo, mostrando ante Fafhrd sus siniestros y enormes ojos de plato, su cruel pico, tan grande como la proa de un barco, así como el detalle, bastante desagradable, de que cada uno de sus poderosos tentáculos empuñaba una brillante espada de ancha hoja.

Sacando su propia espada y hacha, Fafhrd retrocedió ante el superarmado calamar, apretándose contra la protuberancia de la roca. Dos de las esquinas rocosas, que eran en realidad los bordes verticales de la concha de un molusco de casi dos metros de altura, se cerraron instantáneamente sobre su ondulante túnica de piel de nutria, manteniéndole firmemente sujeto donde se encontraba.

Sintiéndose muy intimidado, pero al mismo tiempo firmemente decidido a seguir viviendo, el norteño movió su espada, formando una gran figura en ocho sobre el aire cuya base inferior casi tocó en el suelo, mientras que el giro superior se elevaba por encima de su cabeza, como un elevado escudo protector. Esta hoja de acero, de doble filo, detuvo las cuatro hojas que el pulpo esgrimió contra él, al principio con bastante cautela, y cuando el monstruo marino retiró sus tentáculos para lanzar una nueva andanada de golpes, el brazo izquierdo de Fafhrd se lanzó hacía adelante con el hacha, cortando y destrozando el tentáculo que tenía más cerca.

Su adversario lanzó un rugido y se abalanzó repetidamente con todas sus espadas, en un espacio en el que todo parecía indicar que la desesperada defensa de Fafhrd sería hecha pedazos; pero el hacha volvió a brillar, partiendo del centro del escudo protector formado por el rápido movimiento en ocho de la espada, una y otra vez, y otros dos tentáculos cayeron, junto con las espadas que sostenían. Entonces, el pulpo se retiró, poniéndose fuera del alcance de Fafhrd y, a través de su tubo, lanzó una gran cantidad de tinta negra, con la probable intención de ocultarse a la vista; pero, cuando ya la tinta se dirigía hacia él para envolverle, Fafhrd lanzó el hacha con toda su fuerza contra la enorme cabeza central. Y aunque la nube negra casi ocultó el hacha en cuanto abandonó su mano, la pesada arma debió de alcanzar al monstruo en un punto vital, porque el octopus retiró inmediatamente las espadas que le quedaban, introduciéndose en la pequeña gruta lateral de donde había surgido (sin producir, afortunadamente, ningún daño a pesar de sus movimientos), mientras sus tentáculos se movían precipitadamente, en moribundas convulsiones.

Fafhrd sacó un pequeño cuchillo, cortó la túnica de piel de nutria por detrás de los hombros, haciendo un gesto desdeñoso hacia el molusco, como diciéndole: «¡Quédatela para cenar si quieres!» Después, se volvió a ver cómo le había ido a su camarada. El Ratonero, chorreando una sangre verdosa de dos heridas sin importancia que tenía en las costillas y en un hombro, acababa de cortar los tendones mayores de sus horribles contrincantes, habiendo comprobado que éste era el único medio de inmovilizarles después de que varias, heridas mortales no parecieran hacer mella en ellos, pues no sangraron ni una sola gota de sangre de ningún color.

Sonrió con una expresión de asco hacia Fafhrd y, junto con él, se volvió hacia las terrazas superiores. Sólo entonces se dieron cuenta de que las figuras verdes y plateadas debían de ser verdaderas reinas, al menos en un aspecto, pues no habían huido tras las prodigiosas batallas, como podían haber hecho las mujeres de los perdedores, sino que las observaron y ahora esperaban con los brazos ligeramente extendidos. Sus máscaras, dorada la una, plateada la otra, no podían sonreír, pero sus cuerpos sí que parecían hacerlo, y cuando los dos aventureros subieron hasta donde ellas se encontraban, abandonando la zona de sombras (las pequeñas heridas del Ratonero cambiaban de un color verde a otro rojo, mientras que la túnica azul de Fafhrd permanecía toda manchada de tinta negra), les pareció que las finísimas membranas de sus dedos y las ligeras entalladuras de sus cuellos eran como los más elevados atributos de la belleza femenina. Las luces se desvanecieron un poco en las terrazas superiores, aunque no en la inferior, donde la monótona música de los seis objetos se mantenía, aliviando sus recelos. Los dos héroes penetraron en el reino oscuro y lustroso en el que se olvidan todos los pensamientos sobre las heridas y todos los recuerdos, incluso sobre la más atractiva taberna de Lankhmar, y donde la mar, nuestra madre cruel y nuestra amorosa amante, paga todas sus deudas.

Una gran e insonora sacudida, como si la roca sólida de la tierra se estuviera moviendo, le recordó al Ratonero el lugar donde se encontraba. Casi al mismo tiempo, el giro de uno de los juguetes se convirtió en un gemido elevado, que terminó en un estruendo campanilleante. La luz plateada empezó a apagarse y encenderse rápidamente por toda la gruta. Levantándose y mirando escalones abajo, el Ratonero vio una imagen que se le quedó fuertemente grabada en la memoria: la bruja negra del mal golpeaba salvajemente sus rebeldes juguetes, que giraban y se retorcían por toda la mesa como enfurecidas comadrejas plateadas, mientras que en el aire que la rodeaba, pero sobre todo en el aire procedente del túnel, convergía una bandada en forma de flecha de peces voladores, rayas y anguilas, todas ellas entintadas de negro y con sus pequeñas mandíbulas abiertas.

En aquel instante, Fafhrd le cogió por el hombro y le hizo volverse, señalándole hacia los escalones. Un relámpago de luz plateada mostraba una puerta, dotada de un travesaño y llena de algas, situada en la cabecera de los escalones de roca. El Ratonero asintió con un gesto violento —demostrando comprender que aquella puerta se parecía y debía ser la misma que el día anterior vieran desde los riscos de la montaña—, y Fafhrd, satisfecho de saber que su camarada le seguiría, se abalanzó hacia ella, subiendo los escalones.

Pero el Ratonero pensaba de otro modo y miró en dirección opuesta, enfrentándose a un terrible viento húmedo. Después de que las luces parpadearan una docena de veces, pudo ver cómo las reinas verde y plateada desaparecían en las bocas de unos túneles redondos y negros abiertos en la roca y situados a ambos lados de la terraza.

Cuando poco después se unió a Fafhrd tratando de apartar los travesaños de la gran puerta recubierta de algas, para correr después los grandes cerrojos oxidados, la puerta se estremeció bajo un portentoso estruendo triple, como si alguien la hubiera golpeado por tres veces con unas largas cadenas. El agua empezó a introducirse por debajo de la puerta, así como por la hendidura inferior. Entonces, el Ratonero miró hacia atrás, pensando que tendrían que buscar otra vía de escape..., y vio una gran y espumeante columna de agua, que tenía ya la altura de la mitad de la caverna y que surgía de la boca del túnel que comunicaba con el mar Interior. Precisamente entonces, se apagó la luz plateada de la caverna, pero casi inmediatamente se encendió otra luz por encima. Fafhrd ya había conseguido casi abrir la mitad de la pesada puerta. Un agua verdosa producía espuma hasta la altura de sus rodillas. Consiguieron introducirse por entre la puerta semiabierta, y cuando ésta se cerró de un golpe tras ellos bajo la presión de una nueva arremetida del agua, se encontraron en una playa llena de espuma blanca, nadando con las olas, y subiendo a la superficie junto con unas grandes y planas rocas que parecían como huesos de gigante que de vez en cuando cubriera el oleaje. El Ratonero se volvió hacia la playa y miró desesperadamente hacia el cremoso acantilado que se encontraba a dos tiros de flecha, preguntándose si podrían llegar hasta él a pesar de la alta y espumeante marea, y escalarlo si lo conseguían.

Pero Fafhrd estaba mirando hacia el mar. El Ratonero volvió a sentirse cogido por los hombros, viéndose obligado a girar y, en esta ocasión, fue izado sobre un reborde curvado de la gran torre rocosa, en cuya base se encontraba la puerta por la que acababan de salir. Dio un traspié, haciéndose daño en las rodillas, pero, a pesar de todo, fue izado con rudeza. Llegó a la conclusión de que Fafhrd debía poseer una muy buena razón para elevarle con tanta brusquedad y prisa y, por lo tanto, hizo todo lo que pudo para subir con rapidez, sin la ayuda de Fafhrd, siguiéndole los talones, por el reborde en forma de espiral que iba hacia arriba. Al dar la segunda vuelta, pudo ver el mar en toda su amplitud; se quedó boquiabierto un instante y aumentó todo lo que pudo la velocidad de su apresurada subida.

La playa rocosa que había debajo estaba vaciándose y sólo de vez en cuando se veía cubierta por enormes cantidades de espuma; pero rugiendo hacia ellos y procedente del océano exterior avanzaba rápidamente una ola gigantesca que parecía el doble de alta del pilar rocoso al que estaban subiendo a toda prisa..., era como una enorme pared blanca de agua, orlada de verde y de marrón y sembrada de rocas; una ola como la que los maremotos distantes envían a través de la superficie del mar, como si se tratara de una masiva y monstruosa caballería. Detrás de la primera se veía una ola aún mayor, y por detrás de ésta una tercera mayor que las demás.

El Ratonero y Fafhrd estaban subiendo cada vez más alto por el reborde circular, cuando la rígida torre se estremeció ante el impacto estruendoso de la primera ola gigante. Al mismo tiempo, la puerta de la base se abrió de golpe desde el interior de la caverna y el agua procedente del mar Interior fue instantáneamente absorbida a través de la abertura. La cresta de la ola dio contra los muslos de Fafhrd y del Ratonero, sin aligerar ni detener por ello su rápido avance. Lo mismo sucedió con la segunda y la tercera, pues consiguieron recorrer otro círculo del reborde antes de producirse el impacto. Se produjeron después una cuarta y una quinta olas, pero éstas ya no fueron tan altas como la tercera. Los dos aventureros llegaron por fin a la cumbre y miraron desde ella hacia abajo, agarrándose a la roca, que aún se estremecía, y miraron hacia la orilla. Fafhrd se dio cuenta, con estupor, de que el Ratonero apretaba entre sus dientes un palito negro, situado en una esquina de su boca.

La cremosa cortina de roca se estremeció después ante el impacto de la primera ola y unas grandes rocas se desprendieron. La segunda ola dejó pequeña a la primera y cuando llegó la tercera, se produjo una verdadera explosión de agua rociada, desplazando tanta agua del mar que la ola de retorno casi inundó Ja torre por completo, con su sucia cresta tirando de los dedos del Ratonero y de Fafhrd y lamiéndoles por completo los costados. La torre rocosa volvía a estremecerse bajo ellos, pero no se derrumbó, y aquélla fue la última de las grandes olas producidas. Después, Fafhrd y el Ratonero volvieron a descender por el re» borde en espiral, .hasta que llegaron a la altura del mar, cuyo nivel ya había bajado mientras tanto, pero que aún seguía cubriendo la puerta situada en la base de la torre rocosa. Entonces, volvieron a mirar hacia tierra, donde se estaba disipando poco a poco la barahúnda creada por la catástrofe.

Unos buenos ochocientos metros de la cortina rocosa se habían desprendido, desde la base hasta la cresta y los fragmentos se desvanecían totalmente bajo las olas. A través de aquella abertura rocosa, las aguas altas del mar Interior se estaban convirtiendo en una marea repentinamente plana que iba eliminando suavemente las agitadas consecuencias de las olas del maremoto procedente del mar Exterior.

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