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Authors: Ernst Baltrusch

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Esparta: historia, sociedad y cultura (12 page)

BOOK: Esparta: historia, sociedad y cultura
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El punto culminante de la poesía y de la música espartanas se halla en el siglo VII a. C. El paralelismo en el tiempo con la formación del estado espartano no es casual, sino que ambas cosas están estrechamente relacionadas entre sí. Cuando «se congeló» el orden político, a partir del siglo V a. C., Esparta perdió también su fama como sede de la Musa. Aunque se seguían cantando canciones de Tirteo y de Alcmán en la guerra y en casa, Esparta ya había perdido el impulso de la inspiración.

Alcmán no era espartano, pero vivió en Esparta desde la segunda mitad del siglo VII. Sus canciones adornaban todos los festejos espartanos. De ahí se explica que, a pesar de ser forastero, utilizara el dialecto local lacónico, un poco tosco. Sus poemas trataban de dioses y de héroes, del amor y el agradecimiento, de la naturaleza, las comidas, los bailes y la belleza. Creados con ritmos y metros bien medidos, servían para adornar y engalanar los actos y festejos religiosos en honor a los dioses. Mucho más tarde, sus canciones fueron recopiladas en cinco libros, de los que hoy solo se conservan unos pocos fragmentos.

De manera muy distinta, pero no menos espartana, escribía Tirteo, que vivió en Esparta casi al mismo tiempo que Alcmán. Probablemente, tampoco él procediera de esta ciudad; corrían rumores de que su patria chica había sido Atenas. Tirteo, con un estilo poético elevado, hablaba a la conciencia de los hombres espartiatas, para que jamás rehuyeran la lucha y para que contemplaran como gloria suprema el morir por la patria. Pues esta patria era amada por los dioses y había sido creada por ellos; su fundación y su buen orden (eunomía) fueron cantados por Tirteo para infundir a los guerreros espartiatas amor por la patria y, al mismo tiempo, valor para luchar por ella. Tirteo, a diferencia de Alcmán, escribía en dialecto jónico, pues el lenguaje heroico de Homero, el hexámetro y el dialecto jónico respondían más a su intención que el lacónico, más tosco y de sonido menos heroico. Tirteo fue un poeta de la guerra y de la política.

Estos dos poetas espartanos más famosos y otros, como el mencionado Terpandro, llegaron a Esparta desde el «extranjero», de Lesbos, Creta o Jonia, y recibieron de las autoridades locales el encargo de apoyar musicalmente el orden religioso, político y militar. El hecho de que para el embellecimiento de las Gymnopaides se hiciera venir un colegio de músicos de todos los países, demuestra el elevado valor que se atribuía en Esparta a la música con fines públicos.

Hay otro ámbito de la cultura espartana, junto con la poesía y la música, que merece ser mencionado, porque en él obtuvieron éxitos notorios los artistas espartanos incluso en el «extranjero»: las artes plásticas. Aunque el arte espartano estaba un poco a la sombra del de Corinto o Atenas, sin embargo era muy independiente. Lo más llamativo es la amplia difusión que lograron en todo el mundo los productos artísticos espartanos a principios del siglo VI a. C. Cerámica pintada en vasijas, cántaros o copas, trabajos en bronce, tallas de marfil y figuras de terracota de origen espartano han sido hallados en Grecia, Italia, España, Francia, Suiza, Hungría, Ucrania, África y Asia Menor, lo que nos permite diferenciar el arte lacónico por sus tendencias estilísticas y emitir un juicio con respecto a su calidad.

Lo que seguramente extrañe más a simple vista es que el arte de Esparta en el siglo VI da testimonio de numerosos contactos con otras ciudades y regiones. En su creación artística se reflejan influencias extranjeras; sus productos artísticos se exportan a todo el mundo, y poetas de toda Grecia se miden con Esparta. Como ya ocurriera en el terreno de la música, también fueron traídos a Esparta artistas plásticos extranjeros. Las aportaciones de Alcmán, Terpandro y Tirteo a la poesía musical se corresponden con un Bathycles como escultor, o con un Teodoro de Samos como arquitecto; estos son solo unos pocos, aunque destacados, ejemplos de una política cultural espartana activa que sobrepasaba fronteras. Platón, basándose en este modelo espartano, decía que un estado ideal forzosamente debía hacer llegar a artistas extranjeros.

Todo esto no acaba de encajar con la imagen de una Esparta huraña, ocupada solo de sí misma y enemiga de lo extranjero, que generalmente se tiene de esta ciudad. ¿Se podría hablar entonces de «otra Esparta», una ciudad de la poesía y la música, del arte y la cultura? La expresión «otra Esparta» induce a error. Para juzgar la creación artística espartana durante la época arcaica y clásica de Grecia, hay que tener en cuenta dos cosas: 1) La cultura en Esparta estaba sujeta a una limitación muy considerable: debía redundar en provecho del Estado. Los artistas eran traídos a Esparta para que compusieran música para fiestas, y marchas y canciones que sirvieran de estímulo para la guerra, así como para que crearan estatuas para los templos, ofrendas y vasijas de cerámica para uso religioso. De modo que la cultura también tenía su hogar en Esparta, sin duda, pero tenía que ser, por utilizar una expresión moderna, socialmente relevante y estar al servicio del orden. 2) El pensamiento, la filosofía, la historiografía, la comedia, la tragedia y la retórica, en cambio, no hallaron cabida en Esparta; es inútil buscar allí un Platón o un Aristóteles, un Herodoto o un Tucídides, un Eurípides o un Sófocles, ni tampoco un Aristófanes. Y es que el afán por adquirir conocimientos más profundos, por entretener o por lograr el éxito como orador solo son provechosos para el individuo, pero no para un orden estatal firmemente cohesionado.

Así pues, la cultura espartana está entretejida en el orden social. No existen dos caras de Esparta ni una oposición entre la Esparta de la guerra y la de la cultura. Antes bien, las «dos» Espartas son partes de un mismo cosmos, partes del orden espartano. De ahí que las evoluciones de ambas también discurran en paralelo: cuando el orden espartano fue entumeciéndose cada vez más a partir del 500, y ya solo variaba de forma superficial pero no sustancial, concluyó también la creatividad cultural. A partir de entonces dejaron de crearse obras de arte nuevas, se acabó la producción para la exportación, así como la importación de arte y artistas, y solo se cantaban ya viejas canciones.

9
El instrumento de la hegemonía.
La Liga del Peloponeso

El nombre de «Liga del Peloponeso» es moderno. La denominación oficial era «los lacedemonios y sus aliados», pero en realidad los griegos hablaban casi siempre de «los peloponesios», porque el Peloponeso era la matriz de la Liga, aunque Esparta logró influir más allá de sus fronteras. La Liga alcanzó su mayor expansión durante y después de la Guerra del Peloponeso (431-404 a. C.), cuando Esparta ejerció el dominio sobre toda Grecia; su origen data de la segunda mitad del siglo VI a. C., y su final coincide con la derrota contra Tebas en Leuctra, en el año 371 a. C.

La designación moderna de Liga del Peloponeso no solo no es correcta, sino que objetivamente también induce a error, pues el sistema de alianzas de Esparta no era comparable a una alianza estatal de nuestros días, como por ejemplo la OTAN. No había órganos comunes a cuyas sesiones asistieran regularmente los representantes de todos los miembros de la alianza. Esparta firmaba acuerdos particulares con cada una de las ciudades, de modo que estas solo estaban aliadas con Esparta, pero no entre ellas. Cuando Esparta hubo dominado de este modo casi todo el Peloponeso —las principales ciudades eran Corinto, Megara y Élide—, la alianza entró en una nueva fase. Lo más acertado parecía ahora poner especial énfasis en las ambiciones de Esparta en materia de política exterior también fuera del Peloponeso. Con esta finalidad, Esparta instauró asambleas federales que se celebraban a intervalos irregulares —solo cuando las convocaba la capital—, y que tenían por objetivo deliberar sobre asuntos comunes. La primera vez que se celebró una de estas asambleas fue en el año 506 a. C., cuando el rey Cleómenes quiso asegurarse la aprobación de sus aliados para volver a instaurar al tirano Hipias en Atenas. A partir de ese momento, la asamblea de la Liga se celebraba cada vez que se avecinaba una gran guerra federal, como por ejemplo en el 481 contra los persas, o en el 432 contra Atenas.

La «estructura» de la Liga del Peloponeso se desprende de lo anteriormente dicho. La principal cláusula de los acuerdos entre los aliados decía que la ciudad X «debía tener los mismos amigos y enemigos que los lacedemonios». Con esta cláusula, los aliados quedaban vinculados, por ejemplo, también a la guerra de Esparta contra los ilotas, que era declarada todos los años por los éforos. Mientras durara esta guerra, los acuerdos entre los aliados, aunque no tuvieran un plazo determinado, seguirían vigentes. Una segunda cláusula entregaba el mando (en griego:
hegemonía
) de las unidades militares de esa guerra a Esparta; decía lo siguiente: «…seguir a los lacedemonios adonde los llevasen, tanto por tierra como por mar». Quedaban prohibidas, por supuesto, las conclusiones de paz unilaterales; tampoco se podía acoger a enemigos prófugos. Y, por último, desde la segunda mitad del siglo V a. C., este acuerdo «original» fue ampliado mediante otra cláusula más: a saber, mediante una declaración de asistencia recíproca por si se daba el caso de que el territorio de las dos ciudades aliadas era atacado por una tercera potencia.

De estas disposiciones se desprende que las ciudades aliadas tenían que ayudar a Esparta tanto en caso de rebelión de los ilotas como de un ataque exterior, mientras que Esparta únicamente tenía que ayudar a las ciudades aliadas en caso de un ataque exterior. Para la política de Esparta de inmiscuirse en los asuntos internos de las ciudades griegas —no solo de las pertenecientes a la Liga del Peloponeso, política que fue practicada cada vez más desde finales del siglo VI a. C.—, la estructura de una alianza no era la más apropiada. De ahí que Esparta introdujera —como un recurso acreditado— la ya mencionada asamblea federal, con cuya ayuda pudo ampliar considerablemente su radio de acción. El derecho de convocatoria solo lo tenían los espartanos. A los acuerdos adoptados por la mayoría les seguía la conclusión de un tratado. En el 431, por ejemplo, se firmó un acuerdo formal entre Esparta y sus aliados, según el cual la guerra que se había decidido declarar a Atenas no debía ejercer ninguna influencia en la situación territorial adquirida de los aliados.

Este marco jurídico de la Liga demostró ser muy apropiado como instrumento de los intereses espartanos en materia de política exterior. Pues, por una parte, los acuerdos obligaban a los aliados expresamente a prestar ayuda en caso de rebelión de los ilotas, de tal modo que estos quedaran aislados y desmoralizados y, por otra parte, las asambleas federales introducidas desde finales del siglo VI a. C. aseguraban a los espartanos posibilidades de influencia en toda Grecia. Todo esto tenía lugar dentro del marco de los habituales procedimientos de relación interestatal, y dejaba a los aliados en posesión de su autonomía. Por eso, cuando en el siglo V los atenienses dominaron la Liga Marítima Ática de una manera hasta entonces desconocida en Grecia, las ciudades griegas «libres» se sintieron en mejores manos ligadas a Esparta y colaboraron a que Esparta, pese a su debilidad interna, bajo el lema de «autonomía para todos», lograra la victoria sobre Atenas y la hegemonía sobre Grecia. En el siglo IV a. C., con motivo de unos cambios internos que se llevaron a cabo en la ciudad, Esparta reformó varias veces su sistema de alianzas. Ahora cada miembro, en lugar de poner tropas, podía pagar también con dinero, y todo el territorio federal fue dividido en diez departamentos militares. Estas reformas, sin embargo, no dieron lugar a una mejora en lo relativo a la posición de liderazgo de Esparta, ya que los verdaderos problemas no residían en la Liga, sino en Esparta. Cuando los tebanos vencieron a Esparta en Leuctra en el 371 a. C., se hundió el sistema, y en el 366 la política de la Corinto aliada disolvió prácticamente la Liga del Peloponeso.

Para terminar, abordemos la cuestión de por qué Esparta, a pesar de todos sus éxitos, no logró nunca unificar bajo su mando el Peloponeso de una forma duradera. ¿Por qué no hubo un «Imperio Peloponesio» como había un «Imperio Ático» en el Egeo bajo el mando de Atenas? La respuesta a esta pregunta hay que buscarla en la estructura de la Liga y en la divergencia de los intereses de ambas partes, de Esparta y de los aliados. El sentido y la finalidad de todo el sistema de acuerdos era la conjura del peligro que amenazaba a Esparta: los ilotas; es decir, estaba completamente orientado al provecho propio. Naturalmente, así no se podía crear un vínculo integrador entre la capital y los aliados. La idea de la Liga Marítima Ática, por el contrario, era el rechazo común de los persas, es decir, el bienestar común de todos los aliados. Esparta se mostró siempre egoísta, negligente y apática cuando se trataba de apoyar los intereses de los aliados. En los años treinta del siglo V a. C., Corinto y otras ciudades peloponesias vieron con claridad que solo podían obtener la ayuda espartana contra la prepotente Atenas bajo amenazas.

10
Poder y decadencia:
Esparta desde el 404 hasta el 244 a. C.

Como consecuencia de la victoria sobre Atenas en el 404 a. C., afluyeron a Esparta, como ya indicamos, riquezas considerables en forma de botín, pagos personales y tributos. Además de eso, los espartiatas se vieron confrontados en sus nuevos dominios con corrientes intelectuales que para ellos eran nuevas y que empezaron a reblandecer la vida espartana, hasta entonces tan sobria y temerosa de los dioses. Los dirigentes espartanos no vacilaban en cometer perjurio y estafa para conseguir ventajas políticas, e incluso se dieron casos de soborno. A ello se añadía que muchos espartiatas tuvieron que asumir tareas de mando en el extranjero para poder dominar directamente las ciudades recién conquistadas. A su regreso a la patria, resultaba difícil integrar de nuevo a estos hombres en la falange de los «iguales». Un ejemplo destacado del curso de esta evolución fue el general en jefe Lisandro, que en los años de la Guerra del Peloponeso había participado decisivamente en la victoria sobre Atenas y había organizado el dominio espartano en Tracia y en el Egeo. Luego se mostró poco partidario de atenerse a las reglas de la actuación política de la metrópoli. Como prefería que le dispensaran honores divinos en sus dominios de la isla de Samos, pensó en olvidar el tradicional —y legitimado por los dioses— orden espartano para que a los hombres como él se les reservara el lugar que merecían, y así lo expresó públicamente. Tales reflexiones llegaron a oídos de los éforos y provocaron enfrentamientos políticos muy conflictivos, cuyo objetivo era hallar el buen camino para el futuro. Junto al partido «imperialista» formado en torno a Lisandro, se creó en torno al rey Pausanias un contra movimiento conservador y fiel a la constitución, que temía por la amenaza del orden interno de Esparta. Por último, desde finales del siglo VI a. C. se llegó a un consenso general en el sentido de que el compromiso espartano debía limitarse a la metrópoli, pues de lo contrario cabía temer una extralimitación de las fuerzas… Y precisamente esos temores se hicieron realidad después de 404 a. C. Pero los espartanos no podían decidir ellos solos acerca de cómo afrontar el futuro. La victoria sobre Atenas había estado asociada a diferentes expectativas políticas por parte de los aliados, por parte de los persas, que habían puesto el dinero, por parte de las ciudades griegas neutrales y también por parte de las antiguos aliados atenienses. Al fin y al cabo, Esparta había ido a la guerra con el lema de «libertad y autonomía para todas las ciudades griegas», había prometido terminar con el imperialismo ateniense de una vez por todas, y había garantizado la seguridad para todos; además, había anunciado una política de paz y de bienestar, pero a la vez les había asegurado a los tesoreros persas no querer inmiscuirse en su dominio sobre los griegos del Asia Menor. Esparta no pudo satisfacer todas estas elevadas, y contradictorias, expectativas y esperanzas; de ahí que la discusión sobre cómo abordarlas incrementara las tensiones también en el interior.

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