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Authors: Ernst Baltrusch

Tags: #Historia

Esparta: historia, sociedad y cultura (8 page)

BOOK: Esparta: historia, sociedad y cultura
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Sobre la vida privada de una familia espartiata no se sabe casi nada. Esto no es de extrañar, ya que una de las características del mito de Esparta era que nadie vivía «privadamente», sino solo para el Estado. Así pues, una vida familiar «normal» prácticamente no existía, pues aparte de la ausencia permanente de los esposos, también la educación corría a cargo del Estado. Los recién nacidos eran examinados por una comisión de ancianos en lo relativo a sus aptitudes físicas y, en caso de que la resolución fuera positiva, eran acogidos por la comunidad de espartiatas y agraciados con un lote de tierra. Por el contrario, los niños débiles y calificados como no aptos para la vida eran enviados a un lugar inaccesible del Taigeto. Los chicos y las chicas pasaban sus primeros años de vida en casa de sus padres, donde debían ser iniciados en los rudimentos de la vida espartana. El objetivo de esta educación no era que los niños espartanos llegaran a ser ciudadanos del Estado críticos y emancipados, ni tampoco que adquirieran una cultura general que los preparara para ejercer un oficio. La educación, al menos la de los muchachos, se centraba más bien en el fortalecimiento físico y en la resistencia y capacidad para soportar el frío, el calor, el hambre, la sed, los golpes y los dolores. La filosofía educativa espartana exigía de los niños pequeños una obediencia incondicional; solo así, se creía, podía adquirirse la futura capacidad de dominio. Este modelo de educación estaba exclusivamente orientado hacia el Estado y solo fomentaba las virtudes provechosas para el Estado. En los siete primeros años, la labor educativa y la preparación de los niños pequeños para sus futuros cometidos corría a cargo de los padres y de unas niñeras especialmente cualificadas que eran famosas en toda Grecia por sus métodos educativos.

Tras estos primeros siete años, los caminos de los niños y las niñas se separaban, pero no porque a los chicos se les diera una educación más esmerada que a las chicas, sino porque hombres y mujeres tenían que desempeñar funciones diferentes en el Estado espartano, y la educación de chicos y chicas debía preparar para esta división de tareas. Así pues, mientras las niñas recibían una formación esmerada bajo la vigilancia de la madre, los chicos eran educados en «entidades» públicas. Unas y otros eran preparados de este modo para su «oficio»: las chicas para su futuro papel de gobernantas de la
oikos
, y los chicos para la guerra.

Dejemos por el momento la casa y sigamos primero el rastro del muchacho, acompañándolo desde su infancia, su pubertad y su juventud hasta la vejez y la muerte. De la educación de las chicas y de la vida de las mujeres nos ocuparemos en el siguiente capítulo.

La educación estatal de los muchachos, que más tarde fue llamada
agoge
, comenzaba a la edad de ocho años. Al igual que los hombres y los soldados, también los chicos eran divididos en «tropas», es decir, en clases que, bajo la dirección de un supervisor joven (
eiren
), comían, dormían y recibían la formación elemental en comunidad. Esta formación elemental, que consistía, por ejemplo, en correr descalzos o en torneos, debía servir para fortalecer los cuerpos e inculcar la obediencia y el ascetismo. También se aprendía a leer y escribir, pero la educación intelectual estaba relegada a un segundo plano, tras la física. En cualquier caso, los chicos eran aleccionados desde muy temprano en «instrucción cívica», con el objeto de que se familiarizaran con las virtudes de un buen espartano. Figuraba entre estas virtudes el modo de expresión «lacónico»; los muchachos debían aprender a dar respuestas breves y concisas. Algunos castigos especiales, como un mordisco en el dedo pulgar del delincuente, dado por el supervisor, servían para disuadir de la vana charlatanería. La educación estaba dirigida por un funcionario del Estado, el legislador de muchachos (
paidonomos
), que era apoyado por jóvenes portadores de látigos (
mastigophoroi
). Discusiones acerca del sentido o el sinsentido del castigo corporal, como las que nos encontramos en Atenas, no nos han llegado de Esparta.

Una vez que el muchacho superaba esta educación elemental, a la edad de 14 años ingresaba en una clase superior. Aquí ejercitaba sistemáticamente los atributos y las virtudes que se requerían para llevar una vida de soldado: endurecimiento a base de dormir sobre cañas, no llevar más de un abrigo, pruebas de resistencia y técnicas de combate en numerosos torneos y competiciones. El principal cometido de estas competiciones era estimular la ambición entre los jóvenes y crear un espíritu competitivo. Tenían lugar en un marco religioso, pues en general la formación de los muchachos estaba estrechamente vinculada al culto a los héroes y a los dioses. Cuando luego los espartiatas, con una profunda convicción religiosa, se sentían ciudadanos de una ciudad elegida, esta religiosidad tenía sus raíces en su infancia y juventud. Algunos de estos juegos le pueden resultar extraños al observador de hoy día. Así, es muy conocido que a los chicos les estaba permitido robar comida; solo eran castigados si habían sido tan tontos o tan poco precavidos como para que los pillaran robando. Sin duda se trataba de juegos que suponían un buen entrenamiento para el oficio de soldado, pero al mismo tiempo también expresaban un estrecho vínculo con el culto a los dioses. Estos juegos de robos tenían lugar en honor a Artemisa, la diosa de la caza. Juegos similares nos han llegado también de otras regiones de Grecia, como por ejemplo de Samos. Los muchachos que triunfaban en estas competiciones eran venerados por la ciudad con una inscripción en uno de los santuarios.

En comparación con las instituciones pedagógicas de otras ciudades griegas, el modelo de educación espartano se diferenciaba, ante todo, en que estaba orientado a las necesidades del Estado y en que tenía lugar dentro de un marco sacrorreligioso. Combinaba elementos de aspecto arcaico (como, por ejemplo, la «competición de robo») con otros de aire moderno (por ejemplo, el deber de escolarización), y lo hacía de un modo —como lo demuestra su éxito— armonioso.

A los 18 años los chicos ya habían pasado lo peor, si bien hasta los 30 seguían siendo una comunidad de hombres acuartelados. Esto no lo alteraba ni siquiera la boda o la fundación de una familia. Durante esos años, los jóvenes tenían que poner en práctica los conocimientos adquiridos; a partir de ahora tenían que acreditarse como jefes de una tropa (
eiren
) o en la caza de ilotas (
krypteia
). Hasta los 30 no adquirían el derecho de plena ciudadanía.

De modo que el joven espartiata pasaba toda su juventud con otros de su misma edad y bajo la vigilancia de hombres mayores: un caldo de cultivo para la pederastia, que muchos observadores atribuían también al propio Licurgo. Según ellos, la pederastia tenía por objetivo hacer que el «enamorado» se responsabilizara del desarrollo del muchacho amado. Seguramente esta tradición está basada en que los espartanos mayores, comparables a tutores o a padrinos, tenían que asumir la responsabilidad de un solo muchacho cada uno, porque los padres habían quedado relegados a un segundo término en la educación. La insistencia en la formación física y en la «buena figura» sin duda contribuyó también a la pederastia. En vista de su propagación en el sistema educativo espartano, los autores posteriores dedujeron que se trataba de una instrucción de Licurgo. También se sabe que las chicas jóvenes mantenían relaciones especialmente estrechas con sus «profesoras».

A los treinta años los jóvenes dejaban de vivir y dormir con los de su misma edad y adquirían la plena ciudadanía con todos los derechos políticos. Sin embargo, tampoco a partir de ahora tenían una vida privada en el sentido genuino de la palabra. El servicio en el campo de batalla, las actividades y los cargos públicos, así como los banquetes de hombres ocupaban mucho tiempo en la vida del espartiata adulto. Ya entonces se hablaba de derechos y deberes políticos, por lo que nos ocuparemos en primer lugar de los banquetes de hombres, famosos desde la Antigüedad.

Las
sociedades gastronómicas
de hombres no eran por sí mismas nada extraordinario en Grecia. Las conocemos por las epopeyas de Homero y también en muchas ciudades de Creta. Pero en Esparta tenían una nota peculiar. A estas comidas de hombres se les han dado muchos nombres, pero el más corriente era
syssitia
, sociedades gastronómicas de hombres. La pertenencia a las sisitias era una de las condiciones fundamentales para obtener el derecho de ciudadanía espartano; pero solo se podía ser socio de ellas si se había pasado por la educación estatal y se disponía de suficientes bienes como para pagar las elevadas cuotas de las sociedades. Se ignora de dónde procede esta institución y qué finalidad tenía en origen; tal vez provenga de la época de las migraciones y tuviera como fin alimentar a los combatientes, o quizá sirviera para tomar alimento con la bendición y bajo la protección de un dios determinado. Sea como fuere, en la Esparta de la época arcaica y clásica, la participación en las sisitias era una obligación absoluta. Y a partir del siglo V a. C., se reforzó aún más esta obligación, a la que estaban sometidos incluso los reyes. De ahí podemos deducir que los crecientes requisitos que debía cumplir el Estado espartano, descritos en el capítulo anterior, abarcaban también a toda la sociedad.

Cada una de estas sociedades gastronómicas constaba de un mínimo de 15 socios, que tenían que ser una combinación armoniosa de jóvenes y mayores. En interés de esta armonía se aceptaban nuevos miembros, si bien con la aprobación de todos los comensales. Los distintos grupos se reunían a diario para comer en lugares fijados de antemano. Los muchachos también podían tomar parte ocasionalmente de tales comidas, con el fin de irse acostumbrando desde jóvenes al futuro entorno; lo mismo cabe decir de los
mothakes
y de algunos extranjeros especiales. La cuota de participación en las sisitias constaba de tributos en especie, como harina de cebada, vino, queso e higos, más una cantidad de dinero para los aditamentos de los platos. Esta cuota era la misma para todos, fueran pobres o ricos, y solía ser tan elevada que muchos espartiatas no podían permitírsela y eran reducidos a «inferiores» (
hypomeiones
), con lo que perdían el derecho de ciudadanía.

El menú de una
syssition
era, por regla general, más bien pobre. En él encontramos
maza
(pan de cebada), la famosa en toda Grecia sopa negra (sopa de sangre con carne de cerdo) y un postre a base de queso, higos o caza. A estos «entrantes» se les añadía con frecuencia algún que otro guiso más suculento. Todo ello se acompañaba con vino en grandes cantidades, como lo ilustran numerosas anécdotas contadas por espartanos sobrios.

A estas tertulias no se iba solo a comer. Una vez más, los comensales cultivaban la competición. Quien hubiera prestado especiales servicios al Estado recibía raciones de honor y un asiento de honor, como los que, por ejemplo, les correspondían a los reyes. Junto al principio de la igualdad social regía en las sisitias, como en todos los demás ámbitos del Estado espartano, el principio de la superioridad y la subordinación, del mandato y la obediencia, del respeto y el desprecio; en una palabra: de la desigualdad. Durante toda su vida, los jóvenes y los hombres de Esparta competían por asientos de honor y por raciones de honor, por resultar vencedores en las competiciones, por ser elegidos eirenes y por ascender de rango en las sisitias. Este ascenso había que conseguirlo a base de competir con los otros aspirantes y debía ser ratificado por los del propio rango. El procedimiento, habitual en otras ciudades como Atenas, de elegir las funciones y los cargos, no existía en Esparta.

Las sisitias pueden ser justamente calificadas como el fundamento del Estado espartano. En ellas se predeliberaban cuestiones políticas, de ellas salían importantes personalidades para la guerra, en ellas se cultivaba una vida social que redundaba en el sentimiento de solidaridad, en ellas desaparecían idealmente las diferencias sociales, y en ellas los espartanos aprendían a conocerse a sí mismos y a competir unos con otros amistosamente en beneficio del Estado.

Para que los espartiatas pudieran responder a las duras exigencias de su Estado en cualquier situación de la vida, se dictaron unas reglamentaciones legales que iban más allá de los banquetes y las prácticas deportivo-militares y que, desde una óptica moderna, se inmiscuían ampliamente en la esfera privada. Así, por ejemplo, se exigía, bajo amenaza de castigo, que cada espartiata contrajera matrimonio; había incentivos por tener muchos hijos, limitaciones en la libre disposición de los bienes, prohibición de viajar (para evitar que penetraran en Esparta influencias extranjeras perniciosas), prohibiciones laborales, prohibición de acuñar monedas de oro o de plata, y restricciones en el lujo. Estas regulaciones, desde el punto de vista del Estado, tenían mucho sentido, pues habían sido dictadas en la firme convicción de que la vida «espartana» era una condición previa indispensable para que Esparta pudiera convertirse en potencia hegemónica de Grecia. De ahí que esa vida tuviera que ser necesariamente objeto de supervisión y de legislación. Esta necesidad de asegurar el orden tradicional mediante leyes normativas era tanto mayor cuanto más amenazadas estaban la sobriedad y la disciplina de la vida espartana. La mayor amenaza la supuso la victoria de Esparta sobre Atenas en el año 404 a. C. Todos los factores desintegradores que casi forzosamente acarrea la expansión del poder, tuvieron entonces ocasión de desplegarse. La permanente ausencia de muchos espartiatas de su ciudad natal, la necesidad de enviar a ciudadanos como funcionarios administrativos a las ciudades jonias, la afluencia de bienes materiales y espirituales desde las comarcas recién conquistadas… Todo eso repercutió negativamente, como sucedería en la Roma del siglo II a. C., en la cohesión y en el consenso de los espartiatas. Las leyes, pese a ser promulgadas en gran número, a duras penas podían contener esta evolución.

El orden militar espartano se caracterizaba esencialmente por la desproporción entre el escaso número de soldados y la enorme explotación a que dichos soldados estaban sometidos. De ahí que la base de la organización militar la constituyeran el entrenamiento, el trabajo, la disciplina, severos castigos contra los «temblones», es decir, los desertores y los cobardes, y la sumisión del ejército a la tutela de los dioses. Los espartiatas por sí solos no habrían podido cubrir la demanda de soldados y jinetes de armamento pesado y ligero bien preparados. A principios del siglo V todavía había 8.000 hoplitas espartiatas capacitados para llevar armas, pero su número descendió a comienzos del siglo IV a. C. a 2.000 o 3.000. Así pues, se requería la ayuda de periecos, ilotas puestos en libertad (
neodamodas
), ciudades aliadas y, finalmente, desde el siglo IV, incluso de mercenarios. La creciente demanda de soldados y el consiguiente desequilibrio entre espartiatas y hoplitas extranjeros fueron regulados por diferentes reformas militares. El control del ejército, sin embargo, no lo soltaron los espartiatas de las manos en ningún momento.

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