Montañas de la Superstición
9 de julio, 10.00 horas
Tras estrecharse la mano y ponerse un poco al día, Jack le explicó a Fielding en qué consistía su misión. Aceptó bastante bien el hecho de estar allí en una misión no oficial, como «consejero» y a las órdenes de un comandante. Tampoco se inmutó cuando Jack lo condujo hasta una mesa para que firmara un extensísimo documento que regulaba la confidencialidad y la revelación de secretos.
Fielding se quedó mirando a Jack y se frotó su calva cabeza con una mano.
—¿Para quién demonios trabajas, Jack?
Collins se quedó mirando también al coronel; una respuesta silenciosa pareció fluir entre los dos oficiales.
—Para la misma persona para la que trabajas tú —dijo al fin.
—Entiendo, nada de preguntas.
Jack asintió con la cabeza.
Collins entró en la tienda de campaña seguido del coronel Sam Fielding. Este había escuchado sin inmutarse todas las instrucciones de Jack.
—Tenía que haber sabido que el gobierno ocultaba algo en Roswell —comentó.
El grupo de Sam de la 101 se desplegaría para, siguiendo con la historia de la cuarentena, establecer la seguridad en el pueblo y también en el Escenario Uno. Eso permitiría al personal del Grupo Evento tener las manos libres para, junto con el contingente Delta-Ranger, formar los equipos de túneles. Jack hizo que todas las tropas que llegaban firmaran las órdenes referentes a la confidencialidad y a la no revelación de secretos, en las que básicamente le garantizaban al gobierno que mantendrían la boca cerrada para siempre.
Los dos hombres se pusieron mascarillas y entraron en la improvisada zona de autopsias. Allí se encontraron con un médico que los condujo hacia la zona de análisis dentro la espaciosa tienda de campaña del Ejército. Allí se encontraban varias de las extrañas cajas metálicas halladas en el lugar del accidente. Los equipos estaban usando herramientas de pequeño tamaño, cepillos e hisopos de algodón para extraer diminutas muestras de los contenedores. A mano izquierda, en una de las paredes había un gran vidrio transparente a través del cual se veían los equipos trabajando con material de alta tecnología, aunque justo en ese momento la mayoría estaban ocupados mirando a través de los microscopios.
—Hola, Jack —saludó Denise Gilliam mientras se les acercaba y se quitaba los guantes quirúrgicos.
—Denise, este es el coronel Sam Fielding. Los dos servimos juntos en el golfo Pérsico hace un millón de años. Coronel, la doctora Denise Gilliam, nuestra responsable en patología forense.
El coronel y la doctora se dieron la mano.
—¿Qué han descubierto por el momento, doctora? —preguntó Collins.
Gilliam se dio la vuelta y señaló la escena que tenían delante.
—Hemos recogido muestras de ADN de esos veintisiete contenedores pertenecientes a más de trescientas especies alienígenas —dijo, y se dio cuenta de la confusión que habían producido sus palabras—. Creemos que esos contenedores son como cubos de basura que son usados una y otra vez. Sabemos que en este viaje en particular estaban vacíos, ya que en ninguno de ellos hemos encontrado ninguna muestra de vida reciente. Hemos enviado algunas muestras de especímenes en un caza a Helicos BioSciences en Cambridge. Pero, como les decía, las jaulas estaban vacías.
—¿Todas? —preguntó el coronel.
Ella se quedó mirando a Jack, quien le hizo un gesto para que continuara.
—No, señor, una de ellas estaba ocupada en el momento del impacto. —Señaló uno de los recipientes, que estaba hecho trizas—. Hemos conseguido recoger el ADN de una criatura desconocida en este planeta. —Puso una mano en la parte del contenedor que había quedado destrozada—. Hemos encontrado pelo, o lo que nosotros consideramos que es pelo. En realidad, se parece más a las púas de un puercoespín. Creemos que juegan un papel importante en la mecánica del sistema sensorial de este animal en concreto, ya que los nervios llegan hasta el extremo de los folículos. Estamos analizando las muestras otra vez para estar seguros de los resultados, pero parece que, desde el punto de vista anatómico, lo que había dentro de ese contenedor es diferente a cualquier forma de vida que conozcamos.
—¿A qué se refiere? —preguntó Jack.
Denise se volvió, miró por la ventana y fijó su atención en el resto de patólogos, que, en colaboración con los paleontólogos, no dejaban de trabajar ni un solo instante.
—Su estructura molecular no tiene sentido —dijo mirando la zona en la que trabajaba su equipo—. No debería de poder existir —dijo con la voz temblorosa.
—No le sigo —dijo Fielding.
—Lo que quiero decir es que su cuerpo debería hundirse contra el núcleo de este planeta. Tiene una estructura tan densa que no debería ser capaz de vivir en este mundo, o en ninguno a los que hasta ahora han llegado nuestras sondas espaciales.
—¿Puede extenderse más al respecto? —dijo Collins.
—Lo intentaré, caballeros. ¿Alguna vez han tirado una piedra a un lago y la han visto hundirse en el agua?
Los dos asintieron.
—Pues eso mismo es lo que esa criatura debe de poder hacer en este mundo. Para ella, la tierra firme es igual que el agua para nosotros. Debe de ser capaz de nadar literalmente a través de nuestro suelo.
—¿Quiere decir que puede hacer túneles o excavar? —preguntó el coronel.
Gilliam lo miró un momento y se quedó pensando.
—La estructura atómica de ese animal no tiene nada que ver con la nuestra o con nada de lo que nos rodea. Nosotros estamos formados de átomos, y lo mismo pasa con el suelo que pisamos o los muebles sobre los que nos sentamos, y esos átomos están siempre en movimiento. Un átomo gira en torno a otro que gira en torno a otro, y este otro en torno a otro más, y ninguno de ellos se toca, pero a nuestros ojos dan la impresión de formar un objeto sólido. Este animal está compuesto de átomos que están unidos en grupos de ocho o diez, no de átomos individuales como los nuestros, así que su estructura es mucho más sólida que la nuestra. Así que no, no es que haga túneles o excave, coronel. Simplemente es capaz de correr, o de hacer lo que sea, por el interior de la tierra a mucha más velocidad de lo que nosotros podemos andar o correr en nuestra atmósfera. He puesto el ejemplo del agua porque no se me ocurría uno mejor. En nuestro aire, o en la superficie de la tierra si prefiere, se desplazaría ocho veces más rápido de lo que nos movemos nosotros, o quizá más de ocho. Todo esto no son más que conjeturas, porque el hecho de que esté aquí y de que permanezca con vida, es aún, desde nuestra perspectiva de la ciencia y del universo, una imposibilidad.
—Eso significa que si nos encuentra primero, puede suponer una amenaza para mis hombres —dijo Fielding, a quien, como todo buen comandante, lo que más le importaba por encima de todo era el bienestar de sus soldados.
—Está bien, ¿y qué hay de los otros? —preguntó apresuradamente Jack.
—Bueno, no son tan distintos a nosotros. Murieron debido al impacto, eso está claro. Las heridas que tiene uno de ellos son tan profundas que suponemos que debió de morir en el acto. El otro parecía estar dormido. Los dos estaban llenos de cicatrices, como si hubieran tenido una existencia repleta de violencia. Algunos de mis hombres piensan que se trata de cicatrices producidas en el combate, ya que muchas parecen provocadas por garras, o uñas si lo prefieren, mientras que otras son claramente marcas de dentaduras. Puede que estos seres provengan de una sociedad violenta o combativa, o quizá estuvieran subyugados por otros.
—Doctora, centrémonos ahora mismo en esa criatura que parte el acero alienígena como si fueran hojas de papel —dijo Jack, palpando las zonas rasgadas de la jaula—. Creo que tenemos que…
Gritos de alarma procedentes del exterior interrumpieron a Jack.
Los tres se giraron y se quedaron escuchando mientras el griterío invadía el campamento y la zona del accidente. Luego, se dirigieron hacia la portezuela de la tienda de campaña, pero antes de llegar, Mendenhall, que acababa de regresar del pueblo acompañando al coronel Fielding, les salió al paso.
—Comandante, tenemos un visitante aquí fuera y dice que quiere ver a la persona que esté al mando del choque del platillo volante; esas han sido sus palabras, señor.
—Menos mal que se iba a establecer una zona de seguridad antes de que la noticia falsa ocupara todas las portadas —dijo Collins.
Tras quitarse las mascarillas salieron al exterior. El sol brillaba con fuerza y hacía que les llorasen los ojos. Se quedaron allí de pie y vieron cómo dos hombres armados del equipo de seguridad escoltaban al viejo hasta el lugar en el que se encontraban. El viejo llevaba un sombrero de fieltro marrón, unos vaqueros que parecían bastante nuevos y unas gastadas botas de vaquero. Daba la impresión de que se acababa de afeitar: llevaba como mínimo tres pedazos de papel higiénico pegados en distintos puntos de las mejillas y la barbilla para contener la hemorragia de las heridas que él mismo se había provocado tras hacerlo a toda prisa con una maquinilla poco afilada.
—Este hombre acaba de subir por la montaña, señor. Ha venido directamente al lugar donde estábamos ocultos y ha pedido hablar con la persona al mando —dijo uno de los hombres—. Íbamos a decirle que se largara, pero nos ha exigido hablar con el tipo que estuviera a cargo del accidente del platillo. Es como si supiese perfectamente que estábamos allí, señor.
Collins se acercó hacia el hombre más viejo y alto. Se le quedó mirando, luego le extendió la mano.
—Soy el comandante Jack Collins, del Ejército de los Estados Unidos. ¿Ustedes…?
El tipo se quedó mirando a Collins, luego dirigió la vista a la zona del accidente que tenían alrededor y a todas las tiendas de campaña que habían surgido durante la noche.
—Gus Tilly. Busco oro en esta parte de la montaña —dijo sin darle la mano al comandante. En vez de eso, se quedó mirando el extraño uniforme Nomex de color negro—. No se parece mucho al que llevábamos en Corea.
—Ejército de Estados Unidos, señor, eso lo que somos y quienes somos —dijo Collins, señalando a los hombres y mujeres que tenía alrededor. Siguió con la mano derecha tendida y con la otra se quitó un parche de velero adherido al hombro derecho que ocultaba una pequeña bandera estadounidense.
El viejo la miró con alivio y luego tomó la mano de Jack y la estrechó fuertemente.
—¿Por qué piensa que se trata de un platillo volante? Aún no sabemos muy bien lo que es.
El hombre se dio la vuelta y se protegió del sol con la mano. Luego, con sus viejos ojos grises, miró fijamente a Jack.
—¿No irá a decirme que fue un avión lo que se estrelló ni ninguna gilipollez parecida? Porque si es así, tendré que afirmar que es usted un mentiroso.
—Bueno, tranquilo, señor Tilly. Lo único que decimos es que no estamos seguros de lo que es. ¿Por qué cree usted que es un platillo volante? —preguntó Jack.
—Porque, muchacho, tengo al tipo… al piloto, o como quiera llamarlo, que condujo aquí esa maldita nave —dijo Gus mirando a Collins, y luego al coronel Fielding—. Y os voy a contar otra cosa. Será mejor que escuchéis lo que os tiene que decir, porque estamos metidos en algo muy gordo.
La parte superior del valle rocoso se había transformado en un campamento militar, mientras que las carreteras de la parte inferior eran ahora un lugar de confinamiento de civiles. Periodistas llegados desde puntos tan lejanos como Los Ángeles habían acudido tras enterarse de los rumores acerca del ganado mutilado y los dos agentes desaparecidos, y ahora circulaba también una historia de la posible implicación en los hechos de una banda de salvajes motoristas.
Los efectivos de la 101 iban reuniendo a cada equipo de informativos conforme llegaban a la pequeña población de Chato's Crawl, sin hacer caso de los gritos e insultos con los que reivindicaban sus derechos. En cuanto vio cómo el Ejército aparecía y acorralaba a su equipo de noticias, Ken Kashihara supo que aquello no tenía nada que ver con ninguna banda de motoristas. Tres autobuses llenos de periodistas y de chiflados aficionados a las teorías conspiratorias habían sido ya desalojados del pueblo, y eso le preocupaba. No se creía en absoluto esa historia de la enfermedad del ganado; su instinto le decía que algo estaba pasando y que era muy grave.
Ken cogió a su cámara y se lo llevó a la parte trasera de la zona acordonada. Por lo menos, quería ser de los últimos periodistas en ser desalojados.
Complejo del Grupo Evento
10.15 horas
Sarah recorrió la línea de logística haciendo acopio del material que necesitaba para la misión. Había recogido unas gafas de visión nocturna, un cinturón, una cantimplora, un RDV portátil, con el que se había entrenado en la localización de ríos subterráneos, y un uniforme de batalla Nomex. Le sorprendió que le dieran después un arma que solo había disparado en una ocasión en el tiempo que llevaba en el Grupo; pensó que debía de estar en fase experimental. El intendente del Grupo Evento le proporcionó un XM8, el nuevo fusil de asalto desarrollado por el Ejército de los Estados Unidos. Venía en un armazón de SMG/PDW, lo cual significaba que llevaba incorporada la culata y que los cargadores que usaba eran pequeños. Aquello era excelente para el trabajo que tenía que desempeñar Sarah en túneles y otros lugares con muy poco espacio disponible. El intendente le entregó trescientas balas perforantes de calibre 5.56 mm repartidas en treinta cargadores.
—Dios mío, ¿cómo carajo hemos conseguido estas armas? —preguntó Steve Hanson.
—Las armas son cortesía del comandante Collins. No sé cómo lo hizo, pero movió algunos hilos y hace solo una hora recibimos cien de estas.
Sarah aceptó su fusil y firmó el recibo. No podía evitar preguntarse dónde iban y qué demonios era lo que había allí para necesitar algo como esto.
—Sargento…
—Nada de preguntas, jovencita, recibiréis instrucciones al llegar allí. Ahora, al piso de traslados —ordenó el bronco intendente.
—Bueno, Sarah, tú estabas deseando participar en una misión, espero que estés contenta —dijo Steve mientras recogía su equipo.
—Sí, pero también un poco preocupada —dijo mientras lo seguía hacia los montacargas, acelerando el paso para poder ser una de las primeras en subir en el helicóptero.
Mando de transporte aéreo militar, Vuelo 241 Bravo, sobrevolando Taos, Nuevo México
9 de julio, 10.25 horas