Los cuatro motores a reacción del enorme C-5 A Galaxy aullaban una nana para que los cien soldados que transportaba en su profunda y oscura barriga se durmieran. A diferencia de los vuelos chárter habituales del Ejército, en que los asientos eran iguales que los de los aviones comerciales, en esta ocasión iban sentados en asientos hechos de lona y sujetos con correas a los lados y a la parte central de la nave.
Treinta efectivos de la unidad Delta, la unidad secreta de élite del Ejército de los Estados Unidos, también conocida como Luz Azul, observaban al grupo más bullicioso de setenta soldados derivado de las compañías B y C del Tercer Batallón de los Ranger de los Estados Unidos, que no paraban de hablar de chicas o del lugar del que provenía cada uno. Los miembros de la Fuerza Delta revisaban sus armas y se comunicaban mediante susurros. Se habían quitado los cascos de color negro y se habían ajustado las correas que iban bajo barbilla antes de volver a ponérselos. Al abandonar Fort Bragg, donde habían entrenado durante los últimos meses junto con esos mismos Ranger para ejecutar una misión en África, que de pronto se había desbaratado, les habían proporcionado pequeños cilindros de oxígeno y unas gafas de visión nocturna. También habían recibido los nuevos rastreadores direccionales de vibración, o RDV, del mismo tipo que los que usan los geólogos para detectar temblores diminutos u otras anomalías y determinar en qué dirección se producen.
—¿Para qué demonios necesitamos estas cosas? —preguntó un joven soldado ranger de primera clase.
—¿Quién sabe? A lo mejor quieren que nos metamos en un volcán esta vez —susurró su sargento, mientras comprobaba las balas de calibre 5.56 mm de uno de los cargadores.
—¿Te has enterado de la última? —gritó por encima del ruido del motor el soldado de primera clase, acaparando la atención del resto de la Fuerza Delta y Ranger—. He oído que nuestro objetivo está en algún lugar del desierto.
—¿Dónde? ¿Aquí en los Estados Unidos?
—Eso es lo que he oído; seguramente se trata de más entrenamientos para lo de Libia o algo de eso.
—Bueno —dijo el sargento, dándole unas palmaditas a la culata del rifle Barrett de fabricación especial de calibre 50—, sea lo que sea, espero que no le guste mucho respirar.
Chato's Crawl, Arizona
11.20 horas
Farbeaux observó complacido cómo sus hombres se preparaban. Todos habían formado parte de comandos del Ejército francés y habían participado en todo tipo de operaciones: desde ofensivas en África hasta acciones clandestinas en Sudamérica.
Estaban colocados alrededor del ascensor hidráulico en la gasolinera Texaco de Phil. La gasolinera estaba cerrada y Farbeaux suponía que el dueño estaba fuera junto con el resto de la gente del pueblo, intentando ver qué era lo que ocurría. Farbeaux había tenido un golpe de suerte con el localizador que había rociado sobre la mano de Mendenhall y que le había traído directamente hasta aquí. Él y sus hombres habían esquivado dos veces a un grupo que iba en busca de rezagados para llevarlos hasta el bar-asador y retenerlos allí. Él y sus hombres habían llegado esa mañana, poco después de la aparición del primer American C-130, en uno de los helicópteros que habían sido ahora declarados en cuarentena.
Farbeaux, que iba vestido de manera informal, estaba esperando a que su teléfono sonase; sabía que lo iba a hacer y en esta ocasión había decidido contestar. Tan solo tuvo que dejar pasar un minuto. Miró cuál era el número que llamaba y luego metió el móvil en el codificador portátil.
—Legión —fue lo único que dijo.
—Si se me permite el atrevimiento, ¿se puede saber qué estás haciendo?
La persona que llamaba era la que el francés estaba esperando: Hendrix en persona.
—Eres un imbécil. Si tratas de trabajar sin el respaldo de los expertos de Centauro, tú y los idiotas que te acompañan vais a acabar hechos pedazos. Has eliminado a dos de mis equipos, y puedo perdonarte por eso, pero si no haces lo que te pido con este asunto, no habrá sitio en el mundo donde puedas estar a salvo. Cumple tus compromisos con Centauro inmediatamente.
—Creo que no habría vivido lo suficiente para darte las gracias por la bala que queríais meterme en la cabeza. Voy a hacer acopio de toda la tecnología que pueda y…
—Estúpido hijo de puta, ¿te crees que nos interesan los avances tecnológicos? Ya tenemos todo lo que necesitamos —se burló Hendrix—. Lo que puede que haya ahí es algo mucho más importante que esas tonterías por las que vas por ahí regateando. Si consigues salir de esta sin ser devorado, voy a quemar delante de ti cada objeto de tu colección privada y luego te meteré yo en persona esa bala de la que hablas, ¿entien…?
Farbeaux pulsó un botón del codificador y la llamada terminó.
No, amigo mío, no vas a hacer eso. ¿Y cómo que «ser devorado»? Además, he descubierto lo suficiente acerca de ti y de los secretos que guardas en tu sótano: seguro que a cierto senador le resultan muy interesantes
, pensó mientras cogía un ordenador portátil y empezaba a escribir aquello que le iba a servir de salvoconducto.
13 kilómetros al sur de Chato's Crawl, Arizona
9 de julio, 13.00 horas
Billy apagó el
quad
y recorrió, con el motor apagado, los últimos tres metros. El vehículo de cuatro ruedas llevaba la suficiente inercia como para desplazarse por el patio abandonado y a punto estuvo de chocar con las tablas de madera podrida del porche delantero antes de detenerse por completo. El chico se quitó el casco y miró a su alrededor. El gallinero estaba lleno de gallinas, pero a diferencia de otras ocasiones, ahora estaban amontonadas en un rincón del corral, con un gran gallo rojo haciendo guardia delante de ellas. Buck no estaba metido en el establo: eso quería decir que Gus continuaba aún en las montañas.
Ya estaba a punto de volver a ponerse el casco cuando, por el rabillo del ojo, vio moverse algo en la ventana de la cocina. Tragó saliva y se quedó pensando en quién o qué era aquello que lo estaba vigilando. El chico no tuvo ninguna duda de que estaba siendo observado: los pelos del cogote se le habían erizado. Gus le había dicho una vez que eso, para un hombre acostumbrado al desierto, era una señal de peligro. Billy intentó ponerse el casco, pero sintió que sus brazos no le respondían. Se giró lentamente y miró en dirección a la ventana. Allí no había nadie.
Negó con la cabeza, tratando aún de reunir el valor necesario como para salir de allí. Por cosas como esta, su madre nunca le dejaba ver esas películas de terror que ella se quedaba viendo hasta tarde en televisión. Le decía que, a la hora de asustarse, los chicos de ahora no tenían la paciencia necesaria que ella tenía cuando era joven. A Billy aquella le parecía la declaración más estúpida que había escuchado en su vida. Volvió a mover la cabeza hacia los lados, incapaz de creerse lo asustado que estaba; lo cual seguramente quería decir que por fin había aprendido a tener paciencia.
En vez de intentar ponerse el casco, lo que hizo fue respirar hondo y tranquilizarse. No iba a dejar que el miedo a algo que no se encontraba allí delante lo asustara. ¿Qué iba a pensar Gus? Seguramente diría que Billy no estaba preparado para acompañarlo a las montañas; sí, seguro que decía eso.
Billy dejó el casco sobre el manillar y se quedó mirando a la casa. Todo parecía normal.
—¡Eh! —gritó con valentía en dirección a la cabaña.
Sus ojos recorrieron las ventanas delanteras buscando alguna señal de movimiento. Volvió a respirar profundamente. No percibió ninguna actividad, pero notó otra vez que estaba siendo observado. De pronto, le asaltó un pensamiento espantoso: ¿Y si Gus estaba herido? Podía ser que Buck siguiese en las montañas y que Gus hubiera vuelto y hubiese sufrido un infarto o algo parecido.
Esa idea lo ayudó a hacer acopio de valor. Saltó desde el
quad
y fue corriendo hasta el porche. Una vez allí, vio a través de la vieja puerta mosquitera que la puerta delantera había sido reparada. Había varios clavos apuntando en distintas direcciones, algunos estaban completamente doblados. Billy se detuvo y volvió a examinar la situación.
—Eh, sé que estás ahí dentro.
Siguió sin haber respuesta. Dio un paso, y luego otro. Puso un pie en el primer escalón y a continuación el otro. Tragó saliva otra vez y se quedó mirando la puerta. Luego, volvió la mirada hacia la ventana que había en la esquina, encima del catre de Gus. ¿Se había movido la persiana? Empezó a retroceder, luego volvió a pensar en Gus. Subió el siguiente escalón y llegó frente a la puerta. Puso la mano sobre la puerta mosquitera y la abrió con facilidad hacia sí, notando un estremecimiento cada vez que el muelle hacía ruido. Luego posó su temblorosa mano sobre el pomo de vidrio y cerró los ojos. Hizo girar el pomo, pero se paró un momento y pensó que era un imbécil. Le había tomado el pelo una vez a su madre, y había visto demasiadas películas en que una puerta era lo único que separaba a un chico estúpido de los horrores de un asesino que esperaba justo al otro lado. Mientras pensaba todo esto se dio cuenta de que en la parte central de la puerta no habían puesto todos los clavos y que una de las esquinas estaba suelta.
Billy tragó saliva, dio un paso atrás y examinó la reparación. Estaba claro que había sido Gus. Bob Vila no había sido. Con una mano sostuvo la puerta mosquitera, se inclinó hacia delante y miró a través de la grieta. No vio más que oscuridad. Sabía que todo aquello era una tontería, pero aun así era incapaz de decidirse a abrir la puerta. Miró a su espalda para cerciorarse de que no había nada que lo acechara por ese lado, luego se apoyó sobre una rodilla e insistió en mirar. Esta vez el interior le pareció todavía más oscuro. Así que Billy se agachó aún más… y vio un inmenso ojo negro parpadear. Billy se puso en pie y la puerta mosquitera se cerró golpeándole en el trasero y tirándolo al suelo. Se quedó completamente quieto y oyó cómo algo se movía al otro lado de la puerta.
De pronto, la puerta tembló y las ventanas empezaron a vibrar. La mosquitera ondeaba como las alas de un pájaro, y en uno de los vaivenes, Billy estuvo a punto de arrancarla de las viejas bisagras a las que estaba fijada. El muchacho avanzó unos pasos a tientas y cayó de espaldas, rodando por las escaleras del porche: un huracán de viento, polvo y hierbas secas empezó a impactar contra él. El ruido provenía de la parte trasera de la casa, luego se quedó estancado y empezó a avanzar, como si se aproximara por encima del techo. Billy gritó, pero no consiguió que su garganta emitiese ningún sonido: todo alrededor se convirtió en un gigantesco torbellino de arena del desierto y de viento. Finalmente, una de las ventanas delanteras de la cabaña de Gus se rompió y los cristales se esparcieron por todas partes. Luego, una sombra descendió sobre el porche y el patio delantero, al mismo tiempo que el ruido espantoso y la vibración no solo no se acallaban, sino que aumentaban enormemente su intensidad. De pronto tuvo la sensación de que el mal estaba ahí fuera, y no dentro la casa, así que intentó ponerse en pie, pero le pasó como en esos sueños horribles donde intentas caminar pero tus zapatos se quedan pegados al suelo, como si este estuviese hecho de sirope o de algo igual de denso y pegajoso. Finalmente consiguió abrir la puerta mosquitera, pero esta se cerró enseguida golpeando contra la casa y haciendo que saltaran las bisagras. Luego, vio aterrorizado cómo la puerta salía volando del porche.
—¡Dios mío, Dios mío, Dios mío! —gritó mientras giraba el pomo de la puerta, conseguía abrirla y se metía dentro a toda prisa.
Estaba en medio de la cocina cuando vio cómo algo destrozaba la puerta de atrás de la cabaña y una figura agazapada, oscura e imponente aparecía de pronto, y se quedaba allí quieta. Volvió a abrir la boca para gritar, pero de nuevo fue incapaz. Para acabar ya de arreglarlo, descubrió una cosa que trepaba por la pared y que chillaba mientras trataba de alejarse de la figura oscura. Era una cosa pequeña y llevaba una camisa blanca que el viento que entraba por la puerta agitaba como si se tratara de una capa.
Billy consiguió por fin gritar mientras la pequeña criatura de color verde corría hacia él y la figura más alta y oscura comenzaba a avanzar hacia el interior de la casa. Billy se dio la vuelta enseguida, dando la espalda a sus dos perseguidores. El más pequeño de los dos chocó con él por detrás y los dos se dieron de bruces en el porche con otra figura que era mucho más alta que ellos. Billy gritó primero y Palillo lo hizo después, al tiempo que los dos caían al suelo del porche tras rebotar con aquella cosa que tenían delante.
—Eh, tranquilos, tranquilos —dijo la alta figura mientras se destapaba la negra cabeza.
—¡Aaaaaah! —volvió a gritar Billy.
—¡Aaaaaaaah! —gritó Palillo después.
Billy se giró al lugar de donde venía el grito y los ojos se le abrieron como platos al contemplar lo que había allí. Palillo miró primero a Billy, luego a la figura más alta y luego otra vez a Billy, y los dos gritaron al mismo tiempo.
—¡Eh! —dijo una voz en medio del viento y de los escombros—, ¿Billy? ¿Palillo?
Billy dejó de gritar y vio por fin la primera cosa con sentido desde que había llegado allí. Gus venía corriendo desde el helicóptero de color negro que acababa de aterrizar; Billy levantó la vista y vio a un hombre moreno que guardaba una máscara de nailon negro dentro del casco que sujetaba en la mano. El hombre le sonrió mientras lo ponía en pie. Luego extendió el brazo de forma vacilante hacia la cosa que había detrás de él, pero prefirió esperar.
—Todo despejado —gritó el sargento Mendenhall desde el interior de la casa.
—Despejado aquí también —dijo Jack, sin dejar de mirar a Billy y al pequeño alienígena, y apartándose después para dejar sitio a Gus.
El viejo cogió a Billy y lo levantó del suelo del porche, luego extendió la mano hacia Palillo, que parecía estar tremendamente impresionado y que temblaba tan fuertemente como Billy.
—Veo que ya os habéis conocido —dijo mientras se giraba y le guiñaba un ojo a Collins.
Sentado en la cama, el alienígena observaba nervioso todo cuanto le rodeaba. Los visitantes se apelotonaban en la pequeña casa de una sola estancia. Palillo iba mirando y escuchando a cada uno de los hombres conforme estos hablaban, inclinando un poco la cabeza de vez en cuando y, con pulso tembloroso, bebiendo un poco de agua del vaso que Gus le había dado.