—¿Lo estás grabando? —preguntó.
—¿Tú qué crees?
Ken escuchó un ruido detrás de él.
—Gracias, señora, enseguida volvemos con…
No llegó a decir nada más. Mientras se giraba vio cómo la señora decía algo sin sentido mientras una garra inmensa la atrapaba. Kashihara supo que aquello no tenía nada que ver con la brucelosis. La bestia aplastó a la anciana y se quedó mirando fijamente a Ken, que no apartaba la vista de la criatura mientras le daba golpes con el brazo a su cámara para que se girase. Cuando lo hizo, la cámara a punto estuvo de caérsele de las manos, mientras contemplaba espantado lo que tenía delante de los ojos.
El animal dio un alarido, elevó a la señora en el aire y se la pasó a la otra garra, como si quisiera proteger su presa de aquellos dos hombres aterrorizados.
Kashihara se aferraba a su cámara con todas sus fuerzas; por el rabillo del ojo, vio a varios hombres y mujeres que se dirigían hacia los helicópteros que había en el exterior.
—¡Creo que ya hemos grabado bastante! —gritó mientras salía corriendo por la puerta, seguido de cerca por el cámara, que llevaba la Minicam colgando de la correa.
—¡Más vale, porque yo paso desde ahora mismo de este trabajo!
Ryan y los veinte agentes que tenía alrededor vieron cómo la tierra se tragaba tanto a soldados como a civiles. Cuando la primera criatura hizo su aparición, todos se quedaron boquiabiertos.
La bestia saltó desde su agujero y aterrizó a escasos metros de los sorprendidos hombres. El animal parpadeó varias veces mientras agitaba la cola como si fuera una serpiente de cascabel. Después tomó impulso y volvió a saltar en el aire. El grupo de hombres vio horrorizado cómo se alzaba unos cuarenta metros y caía justo en medio de los helicópteros.
Los gritos se volvieron incesantes mientras la bestia comenzó a atacar a la gente. Las entrañas de las víctimas caían desparramadas por el suelo después de que las afiladas garras del animal los abrieran en canal. También empezaron a escucharse disparos de pistola, pero casi tan rápido como había comenzado, el ataque terminó en el momento en que el animal volvió aullando a meterse en el agujero del que había salido, llevándose consigo a uno de los agentes de policía.
—¡Ese bicho es el que atacó a mi hermano! —gritó Dills.
Por un momento, la atención de todos se fijó en un helicóptero con un gran número cuatro de color azul pintado en los lados que comenzaba a despegar desde uno de los descampados que había a las afueras del pueblo. Dos hombres y una mujer iban colgando de los patines de aterrizaje del Bell Ranger.
El helicóptero se alzó lentamente en el aire y comenzó a girar hacia el noroeste, en dirección Phoenix. El Bell Ranger había ascendido unos setenta metros y parecía que iba a conseguir huir cuando de pronto, delante de Ryan y de los agentes, se produjo una explosión. Tres de las extrañas criaturas surgieron de la tierra como si hubieran sido disparadas por un cañón.
El temblor en el suelo estuvo a punto de hacer perder el equilibrio a Ryan y a los demás. Sobrecogidos, vieron cómo las criaturas salían catapultadas hacia el cielo dejando un rastro de tierra y arena parecido a los gases que liberan los cohetes al ser disparados. Una de ellas golpeó contra la parte inferior del helicóptero y se agarró al patín derecho, provocando la caída de una mujer bien vestida cuyos gritos se extinguieron al impactar contra el suelo. La segunda criatura rompió la ventanilla lateral y se metió en el interior. La última de las tres se lanzó contra los motores, destruyéndolos como si estuviesen hechos de cristal y haciendo que las piezas cayeran sobre el pueblo. El helicóptero comenzó a girar sobre sí mismo, pero no de la forma ordenada para la que había sido diseñado, sino obligado por la falta de potencia, y acabó precipitándose como un peso muerto en medio de la calle principal del pueblo y siendo devorado rápidamente por las llamas. Los agentes de policía y los soldados vieron horrorizados cómo el animal que se había metido en el interior del helicóptero salía ahora de él llevándose en las garras a un hombre en llamas que no dejaba de gritar. La bestia emitió un alarido de dolor y de sorpresa al sentir cómo su armadura ardía y saltó dentro de uno de los agujeros, llevándose consigo a su víctima.
En distintos puntos de la población se escuchaban las detonaciones de las armas automáticas de los soldados de la 101 Aerotransportada, pero el sonido que más se oía era el de los gritos de las personas que intentaban zafarse de los ataques.
—¡Vamos! —gritó Ryan a los agentes—. Tenemos que sacar a esta gente de aquí y organizar algún tipo de defensa.
—¿Cómo hostias vamos a luchar contra esas cosas? —le contestó Dills.
Ryan miró a su alrededor y de pronto, en un momento de lucidez, una idea le vino a la cabeza.
—¡A los tejados! —gritó—. ¡Llevad a la gente a los tejados de los edificios!
Tan solo dos minutos después de que Ryan hubiera dado su desesperado aviso, el Blackhawk ya estaba en el aire. Otros helicópteros militares venían del lugar del accidente con más tropas de refuerzo.
—¿Qué es lo que ha dicho el teniente, comandante? —preguntó Mendenhall en voz lo suficientemente alta como para que se le escuchara pese al ruido del motor.
—Que aquello es un infierno; hay muchas bajas, tanto civiles como militares —informó Collins mirando al sargento, luego volvió la vista hacia Sam Fielding—. Dicen que se han visto completamente desbordados.
Palilo y Gus se miraron el uno al otro. El pequeño alienígena se sentó al lado de Billy, que tenía la vista fija en la ventanilla.
—Tu madre estará bien —dijo Gus, mirando al muchacho.
El chico se giró y miró al viejo, y luego a Palillo. En sus ojos se podía percibir toda la inquietud por la situación de su madre. El pequeño alienígena cerró los ojos, con aspecto de sentirse responsable de la pesadilla en la que se hallaban inmersos.
Conforme el helicóptero se acercaba a la ciudad, se le unieron seis Blackhawk enviados por el Batallón 103 de Aviación Especial desde Fort Hood, en Texas. Que los acompañaran algunas tropas venidas del lugar del accidente los tranquilizaba un poco, si bien a Collins no le gustaba la idea de dejar tan pocos hombres de seguridad guardando el campamento.
—Fijaos en eso —dijo Fielding, señalando por la ventana.
Lo que vieron los dejó a todos sobrecogidos. Ryan había conseguido reunir a los supervivientes y ponerlos a salvo en los tejados de los edificios del pueblo. La gente del pueblo, tres o cuatro periodistas, los agentes de policía y unos pocos soldados estaban repartidos entre la enorme marquesina de la gasolinera, lo poco que quedaba en pie del almacén y el tejado de la fachada del Cactus Roto. Encima de la heladería había algunos soldados más, que disparaban contra las zanjas que había abiertas en torno a los edificios.
—¡Dios mío, parece la última batalla de Custer! —gritó Fielding.
Dejaron de escucharse disparos, todo el pueblo permanecía en silencio. Las tropas se habían desplegado alrededor de los edificios, pero la actividad de los animales había cesado. Durante los últimos diez minutos no había habido ningún ataque. Collins tenía colocadas ametralladoras M60 en cada una de las casas, por si reaparecían.
—Informe, Ryan —dijo Collins nada más llegar al tejado del Cactus Roto.
Ryan guardó su pistola de 9 mm y dio un paso al frente; estaba cubierto de sangre y de polvo, y aparentaba mucha más edad que la última vez que lo habían visto esa misma mañana.
—Hemos perdido al menos a diez agentes de policía. —Se aclaró la garganta, piró a su alrededor y bajó un poco el tono de voz—. Veinticinco o treinta de los hombres de la división aérea, aún no hemos tenido oportunidad de hacer un recuento, pero yo solo he podido ver a unos diez. —Se quedó mirando a Fielding, que tenía los dientes apretados—. Lucharon hasta el final, coronel, intentando poner a salvo a esta gente. Y lo mismo los agentes de policía, no murieron porque sí. Dios mío, Jack, unos veinte o veinticinco civiles cayeron en la primera embestida, la mayoría de los periodistas que quedaban… Ha sido espantoso.
Fielding se quitó las gafas y se frotó fuertemente los ojos. Se giró hacia Ryan y le dio unas palmadas en el hombro.
—Esto no es como la Marina, ¿verdad, hijo?
Ryan bajó la vista y dijo que no con la cabeza.
Billy estaba de pie detrás de Collins, moviéndose un poco para ver las caras de los supervivientes; de pronto, avistó a su madre socorriendo a uno de los soldados, que estaba apoyado contra la falsa fachada del edificio.
—¡Mamá! —gritó, mientras corría hacia ella.
Julie reaccionó inmediatamente al oír su voz: apoyó con cuidado la cabeza del soldado contra la pared y corrió al encuentro de su hijo.
—Dios mío, estaba tan preocupada por ti, cariño, ¿estás bien? —preguntó mientras lo apretaba contra su pecho.
Gus, que llevaba en brazos a Palilo, escondido bajo una de las sábanas de su catre, sonrió. El pequeño pudo sentir mentalmente el mismo alivio que sentía el anciano.
—¿Y qué hay de esos animales? —preguntó Collins, abriendo las cremalleras del peto que llevaba adherido al pecho y dejando que entrara un poco de aire.
Ryan miró a su jefe y luego a Sam Fielding; alargó la mano y le dio unas palmadas en la cabeza a Billy. A continuación miró a Julie un momento y se dio cuenta del alivio que parecía ahora reflejarse en su rostro, después de haber estado al borde de un ataque de nervios durante la operación en la que todos habían subido a los tejados. Ryan volvió a mirar a Collins.
—Parecen salidos de una puta pesadilla, comandante. Son rápidos y fuertes; han tenido ustedes suerte de que esos hijos de puta se retiraran, porque esos cabrones pueden saltar. Han derribado uno de los helicópteros de los noticiarios que volaba a casi setenta metros. —Ryan se acercó a Collins y a Fielding para que Billy no pudiese escucharle—. Se comen a la gente que se llevan, comandante, todos lo hemos visto.
Casa Blanca. Washington D. C.
9 de julio, 15.00 horas
La conexión entre Washington, el Grupo Evento y Chato's Crawl no había cesado ni un momento durante los últimos diez minutos. Niles estaba manteniendo su propio enfrentamiento con los más altos líderes militares del país, defendiendo las acciones de la 101 y de sus equipos sobre el terreno.
—Tal y como he declarado, señor presidente, no hubiese sido posible hacer nada para cambiar el resultado de este primer enfrentamiento. Los animales nos atacaron mientras los equipos sobre el terreno estaban todavía inmersos en el proceso de evaluación de la situación. —Niles hizo una pequeña pausa—. Los efectivos de acción ofensiva en los túneles se están organizando en estos momentos.
El presidente se giró para mirar al director de la CIA y general de las Fuerzas Aéreas, Max Hardesty, actual jefe del Estado Mayor.
—Muy bien, estoy con Compton y su equipo en cuanto a las recomendaciones de cómo se debe combatir a esos bichos. Una cosa muy importante que quiero que quede clara: la operación Orión solo se llevará a cabo como último recurso. El uso de armas nucleares requerirá de mi autorización específica.
Los distintos directores del equipo de Seguridad Nacional expresaron su conformidad.
—Ahora bien, debemos aclarar qué necesita el comandante Collins para… —comenzó a decir el presidente mientras levantaba uno de sus dedos—. Uno: rescatar a todos los civiles que hay en ese pueblo. —Levantó otro dedo—. Dos: ¿qué equipo podemos trasladar a la zona para combatir esas malditas cosas? —Levantó un tercer dedo—. Y número tres: ¿qué otras armas, que no sean nucleares, podemos utilizar para contener el avance de esos bichos si salen del valle?
El general Hardesty se puso de pie y se acercó a un gran mapa de la parte occidental de los Estados Unidos que había proyectado sobre la pared.
—Señor presidente, hemos trasladado efectivos del Séptimo Batallón de Aviación desde Fort Carson, en Colorado. Acaban de aterrizar. —Hardesty trazó una línea desde Colorado hasta Arizona. Al contacto con el dedo, una línea roja recorrió la pantalla de plasma desde Colorado hasta las montañas de la Superstición—. Tendremos a diez helicópteros Apache listos dentro de una hora. Con ellos podremos cubrir a los cuatro MH-53J Pave Low III que acaban de llegar desde MacDill, en Florida. Servirán para sacar del pueblo a los civiles. Collins y Sam han diseñado un plan para evacuarlos directamente desde los tejados de los edificios. El helicóptero Pave Low es una enorme plataforma volante con gran capacidad de carga. Creemos que con cuatro será suficiente para evacuar a todo el personal colateral fuera del pueblo.
—¿Y para llevar a cabo operaciones de contención? —preguntó el presidente.
—Estamos reuniendo a un grupo de F-15 Strike Eagles y de F-16 Fighting Falcon para apoyar las operaciones terrestres. Llevarán destructoras de búnkeres y munición de racimo estándar que hará que esos putos roedores tengan algo sobre lo que escribir a sus mamás. Si es necesario, podemos sembrar de bombas todo el valle. Estamos acumulando todo lo que podemos, señor presidente, y en cuanto lo despachemos habrá muchas más cosas disponibles. Estamos llevando también por aire un escuadrón de tanques Paladin para que sirvan de apoyo a los equipos cuando entren en los túneles.
—¿Qué hay de las tropas especiales que ha solicitado el señor Compton?
—Han aterrizado a las afueras de la población y los Blackhawk los están transportando al lugar del accidente. Son los mejores hombres que tenemos, señor. El comandante Collins dispondrá de un potente efectivo de unidades de los Delta y del Tercer Batallón de los Ranger para que se unan a los equipos de minas y de túneles del Grupo.
El presidente se giró hacia la cámara.
—Compton, sé que no es una pregunta fácil de responder, pero ¿qué informaciones hemos obtenido del tripulante de la nave?
Niles se colocó bien las gafas y miró directamente a la cámara.
—Tras conseguir herir o matar a dos o tres de las crías, sabemos que aproximadamente quedan unas noventa en perfecto estado, eso sin contar a la madre, que por las noticias que tenemos no ha estado presente en el ataque. El tripulante que ha sobrevivido al accidente asegura que si somos capaces de matar a todas las crías y luego a la madre en las próximas —miró un momento el reloj que había en la pared— nueve horas, podremos evitar tener que enfrentarnos a otro ciclo de cría todavía más numeroso, ya que cada animal que sobreviva dará a luz a otra centena de especímenes.