—¡Esa hija de puta va a saltar! —gritó Collins, apuntando con su rifle.
El animal se puso en cuclillas, preparando sus músculos para alcanzar el tejado. La enorme cola se enrollaba a su espalda, lista para ayudar a sus piernas a la hora de propulsar a la criatura hacia su próxima presa.
Los hombres se agruparon, apuntando con sus armas, y algunos le quitaron la anilla a sus granadas.
—Preparaos para repeler el abordaje —dijo Ryan, haciendo referencia, medio en broma medio en serio, a la orden de la Marina.
El animal salió disparado.
A ojos de los espectadores, los acontecimientos más espantosos parecen a veces transcurrir como una sucesión de fotos fijas. Ninguno de los soldados allí presentes podrá recordar cómo fue posible que la camioneta se hubiese acercado tanto sin que ninguno la viese u oyese. Con una lentitud casi surrealista pudieron presenciar cómo el parachoques delantero del vehículo impactaba contra el animal en cuanto este empezaba a elevarse en el aire. La camioneta embistió a la criatura y se estrelló luego contra la heladería. La bestia salió despedida y cayó unos metros más allá, en medio de la calle principal. Estaba herida, pero seguía con vida. Se puso en pie muy despacio, se quedó mirando a su atacante, dio un alarido y empezó a avanzar lentamente hacia el conductor de la camioneta. Pero nunca llegó a su destino. Ninguna de las personas que había en el tejado del Cactus Roto vio o escuchó el ruido del Pave Low III de las Fuerzas Aéreas hasta que los cañones de 20 mm abrieron fuego desde su rampa trasera y más de dos mil balas impactaron contra la criatura. Una tolva gigante se encargaba de alimentar a la ametralladora y no parecía que esta fuera a quedarse sin munición en un buen rato. Los proyectiles alcanzaron al engendro y fueron empujándolo hacia delante hasta dejarlo atrapado contra la parte trasera de la camioneta. Una vez allí, la ametralladora Gatling del Pave Low acabó de hacerlo picadillo.
Cinco minutos después, varios hombres sonrientes sacaron a Tony, el borrachín, del asiento delantero de su abollada camioneta. Tras chocar contra el monstruo se había hecho un profundo corte en la frente, pero sonrió igualmente cuando Julie le pasó una botella fría que había cogido después de bajar del tejado. La dueña del Cactus Roto le dio un abrazo y le reprendió por desaparecer de pronto y por ser tan inconsciente y haberlos salvado a todos, pero Ryan la apartó hacia un lado, ya que todos los allí presentes querían expresarle su más sincero agradecimiento.
Tony no hizo ningún comentario hasta que no estuvieron todos montados en el enorme Pave Low.
—Ahora que me he quedado sin camioneta, ya podré beber todo lo que quiera, ¿verdad, señorita Dawes? —razonó mirando a los sonrientes ranger y delta.
Farbeaux esperó a que el gran helicóptero se alejara del tejado del bar-asador y salió luego de la gasolinera donde se había escondido mientras el pueblo era atacado. Era el único de su equipo que había salido con vida del túnel, así que sentía que había tenido mucha suerte. Llevaba una cantimplora llena de huevos de la criatura, pero si no conseguía salir de la ciudad, no podría venderlos.
Le dio los últimos tragos a una botella de Coca-Cola que no estaba fría y se dirigió sin prisa hacia uno de los seis helicópteros que había junto a la carretera que recorría el pueblo.
El AWACS detectó el despegue del francés, pero no le prestó atención, puesto que supuso que se trataba de un Kiowa del Ejército que colaboraba en la evacuación de las tropas desplegadas sobre el terreno.
Una vez más, el coronel Henri Farbeaux había conseguido sobrevivir a una situación imposible, solo que esta vez estaba solo y aún tenía que emprender un peligroso vuelo para poner a salvo su vida.
Jack, Everett, Ryan, Mendenhall y el resto de los supervivientes del equipo de túneles viajaban a bordo del Pave Low III que se había desviado hasta Chato's Crawl cuando iba camino de repostar combustible. Mientras los médicos trataban a los heridos y Ryan ayudaba a Julie, Billy y Tony a cuidar de Hal, que estaba en un rincón, Jack se sorprendió al ver allí a Virginia Pollock, de pie frente a él, con gesto muy serio.
—Hemos oído lo sucedido en el campamento base —dijo Jack, que miró a Virginia y luego a Carl, sin poder ocultar su cansancio.
—No se trata de eso —dijo ella, acercándose para que la pudiera oír pese al ruido de los motores—. Hemos finalizado los análisis del exoesqueleto de la criatura, Jack. Tu plan no funcionará. Da igual el tipo de armamento que usemos, no será capaz de penetrar en su armadura. El calor o los rayos X no conseguirán matarlos, a no ser que se encuentren justo encima o justo debajo del lugar donde se produzca la detonación.
Collins cerró los ojos, tenía la cara cubierta de suciedad y el cuerpo dolorido.
—¿No ha habido suerte con los análisis del producto químico que había en los tanques encima de la jaula, los que acabaron con la criatura en el año 1947?
—No, ni siquiera es un ácido que conozcamos. En el más grande de los tres tanques identificamos una cantidad minúscula de una sustancia que sí puede encontrarse aquí en la tierra. Es una sustancia alcalina, tiene una base alcalina, pero es una base, Jack, no un ácido —dijo Virginia mientras le daba una palmada en la pierna—. Ojalá tuviera mejores noticias. —Luego, se puso en pie, se quedó mirando a Everett y extendió una mano sobre su hombro—. Lisa… —empezó a decir Virginia, luego se detuvo, tocándose los temblorosos labios con los dedos—. Ella… me salvó la vida, Carl —dijo por fin antes de darse la vuelta y alejarse.
Everett miró a Jack y asintió con la cabeza tras recibir oficialmente la noticia.
—Espera un momento —dijo Jack poniéndose en pie—. Virginia, ¿qué tipo de sustancia es el potasio? ¿Se usa para plantar, no?
Virginia tragó saliva y se quedó mirando a Collins con gesto confundido.
—Pues sí: la cal, el potasio, ambas sustancias se usan para enriquecer el suelo, las dos son alcalinas…
—¿Habéis probado algún alcalino con el exoesqueleto? —preguntó Jack.
—No, solo hemos encontrado unas pequeñas muestras en una de las latas.
—Una de esas bestias estuvo a punto de matarme ahí abajo y de pronto se detuvo. No acabé de entender por qué no me había atacado; estábamos rodeados de los restos del almacén que se había derrumbado sobre el túnel. Debíamos de estar en la sección de jardinería, allí había fertilizantes, abonos… y potasio.
Virginia no respondió por el momento.
—Había un palé entero de potasio, Virginia. Los sacos de veinticinco kilos se habían abierto y el contenido estaba por todas partes. Por eso la bestia no se lanzó sobre mí, y cuando algo de ese material le cayó encima, se puso rabiosa y empezó a dar vueltas en el suelo y a golpearse contra las paredes; la abatí con unos pocos disparos. Pudieron atravesar su coraza porque estaba cubierta de ese material. Maldita sea, Virginia, es el potasio.
—Un alcalino —se dijo a sí misma—. El catalizador que hacía reaccionar al ácido en la jaula era un alcalino.
En la confluencia donde se unían los extremos de las montañas que formaban el pequeño valle donde se encontraba Chato's Crawl, la compañía militar de ingenieros venida de Fort Carson iniciaba la evacuación mientras los integrantes de la División Especial de Artillería colocaban los cables del disparador remoto y la antena portátil que enviaría la señal a la cabeza nuclear de neutrones, de cincuenta megatones de potencia, enterrada a cuatrocientos metros de profundidad. En el asiento trasero del Humvee asignado al ingeniero se encontraba la unidad de control remoto que sería puesta a disposición de Jack Collins, quien, después de la muerte del coronel Sam Fielding, era el que estaba al mando de toda la operación.
—Ya está, capitán —dijo el técnico de comunicaciones al capitán Reggie Davis—. La antena está lista. Lo único que tiene que hacer ahora es introducir su código para activar el dispositivo.
Davis lo había hecho cien veces en distintos simulacros y sabía de memoria el procedimiento que debía seguir. Pero cuando levantó el transmisor que emitiría la señal ahí abajo y dejaría preparada la bomba, fue consciente de que aquel era el primer dispositivo nuclear que activaba en su vida.
Davis tecleó «1178711 código 1T2» en el transmisor, que tenía el mismo tamaño que una calculadora y presionó luego la tecla «enter». La pequeña pantalla que había en la parte superior se quedó en blanco y apareció un mensaje en letras de color rojo: «Código aceptado. Dispositivo 4515 activado». Davis tragó saliva y contuvo el aliento, luego volvió a presionar la tecla «enter».
Activado
.
—Vámonos de aquí, ya podemos informar al campamento base de que tienen a su disposición un arma nuclear lista para explotar.
Cuando subieron al Humvee solo quedaban ellos dos, el resto del equipo se había marchado ya. Davis subió por el lado derecho y dejó que el técnico en comunicaciones tomara los mandos. Llevó la mano al asiento de atrás y sacó un estuche de color negro, con cuidado de no tocar la antena telescópica que había en unos de los lados. Abrió la caja y se aseguró de que el dispositivo de activación por control remoto funcionara correctamente. En la pantalla que había en el centro de la caja se podía leer la palabra «Activado». El teclado de la parte inferior estaba listo, lo único que había que hacer era introducir el código «1T3», levantar la tapa de plástico y apretar el botón rojo parpadeante. Después de eso, el mismísimo infierno se abriría paso por debajo de las arenas del valle. El capitán Davis cerró el estuche, volvió a comprobar la antena y la dejó otra vez con cuidado en el asiento de atrás.
—Muy bien, vámonos, y confiemos en que no tengan que usar este condenado trasto.
El técnico puso en marcha el motor y emprendió la marcha a través del valle en dirección al campamento base.
Escenario Uno, Campamento Base
El Pave Low III se posó sobre una de las colinas. Tendría que quedarse allí parado y que los otros helicópteros lo repostaran al regresar porque se había quedado prácticamente sin combustible. Jack fue corriendo hasta el lugar donde habían instalado varios transmisores de radio y comenzó a preguntar a todo el mundo, desde Washington hasta Nellis, dónde podían localizar grandes cantidades de materia alcalina.
—Niles, no estoy seguro del todo, pero es posible que los debilite lo suficiente como para permitir que los rayos X y los gamma que desprenda la bomba de neutrones puedan atravesar la coraza y acabar con ellos. En las circunstancias actuales, la bomba no les hará nada. La necesito antes de que consigan escaparse.
Nadie sabía qué hacer para conseguir en tan poco tiempo la cantidad que necesitaban. Jack estampó el micrófono contra la mesa y le dio unos cuantos golpes, presa de la frustración. Se pasó una mano por el pelo sucio y alzó la mirada lleno de ira.
—Vamos a formar un equipo y a recoger todo lo que podamos de los restos del almacén —le comunicó a Everett.
Billy, que estaba sentado a la sombra en compañía de Tony y de su madre después de haber acompañado a Hal a la tienda de primeros auxilios, escuchó lo que se estaba hablando en la mesa de comunicaciones. Se puso en pie, se soltó de la mano de su madre y se acercó a Jack.
—Co… co… comandante —dijo tirando de la armadura de Collins.
—¿Qué pasa, Billy? —dijo Ryan, tratando de interponerse entre Jack y el muchacho.
—¿Una sustancia alcalina puede dañar a esas cosas?
Jack se dio la vuelta, se quedó mirando al muchacho y enseguida lo levantó y lo puso encima de la mesa.
—Es exactamente lo que necesitamos. ¿Sabes dónde podemos conseguir?
Billy miró a Jack y luego a Ryan.
—Hay un lago entero. Pero Gus me dijo que nunca volviera allí. Me dijo que esa cosa podía hacerme mucho daño.
Jack se quedó sin habla, no sabía cómo continuar con las preguntas.
—¿Un lago? —preguntó Ryan.
—Se refiere al lecho seco de un antiguo lago, aquí la gente lo llama «las llanuras de sosa» —dijo Julie acercándose a la mesa y cogiendo a Billy de la mano—. Se suponía que no debía ir allí, ese lugar es muy peligroso.
Al oír la conversación, Virginia se acercó rápidamente y Everett le arrebató el mapa que llevaba en las manos y lo extendió sobre la mesa.
—Dinos, chaval, ¿dónde está ese lago?
Billy entrecerró los ojos, localizó Chato's Crawl y fue luego señalando con el dedo en dirección este.
—Aquí, justo aquí —dijo mientras dejaba el dedo marcado en el mapa.
—Dios mío, lo hemos tenido enfrente todo el tiempo, las llanuras de sosa, parece que tengan unos cinco kilómetros de diámetro —dijo Jack. Luego llevó el dedo desde el antiguo lecho del lago en dirección sur y lo apretó firmemente contra la confluencia de las colinas de menor altura que marcaban el final del valle con forma de embudo donde los ingenieros estaban colocando la bomba—. ¡Maldita sea!
—Joder, qué mala suerte tenemos —dijo Everett en voz alta—. Si a los animales les da miedo esa cosa, se irán directamente por la puerta de atrás y no se acercarán ni lo más mínimo al puto alcalino.
—El ganado, hay que cambiar de sitio el ganado —dijo Jack mientras cogía la radio.
—Valle Fragua, Valle Fragua, ¿alguna señal en los sensores GPS sobre el terreno? Cambio —articuló Ryan desde la ventanilla abierta del Pave Low III. Ryan no recibió ninguna señal, hasta que el AWACS informó por fin:
—Contacto en tierra negativo en este momento. Valle Fragua les informará de cualquier novedad, cambio.
Desde una roca situada a casi doscientos metros del recién destruido campamento base Escenario Uno, Collins y el resto de supervivientes de los equipos de túneles seguían las indicaciones de Everett acerca de la posición exacta de las llanuras de sosa. Ninguno de ellos se daba cuenta de que, desde un punto más alto entre las rocas, una criatura los observaba. Estaba gravemente herida. La sangre chorreaba por su espeso pelo, que con el efecto del sol iba quedándose cada vez más apelmazado. La madre saltó desde las rocas hacia el confiado grupo de soldados.
Sarah y su equipo acababan de trepar desde el inmenso agujero hasta el campo de batalla del escenario del accidente. La geóloga se quitó las gafas de visión nocturna y las lanzó a un lado, respirando el aire puro.
Sarah divisó a la criatura mientras saltaba. Sacó su arma y disparó, consciente de que ya era demasiado tarde.