De pronto, un rayo surcó el cielo y el primer Excálibur acertó de pleno y estalló exactamente sobre la criatura que había más a la izquierda, que saltó despedazada por los aires. La segunda criatura se alejó de la explosión y cambió el lugar desde el que embestir, pero solo llegó a avanzar diez metros más antes de que el segundo Excálibur también la alcanzara tras hacer un diminuto ajuste en el último momento gracias a los pequeños alerones en la cola, que, modificando el flujo de aire consiguieron variar la trayectoria un poco hacia la derecha, siguiendo las indicaciones del sistema de posicionamiento global. Ese proyectil impactó un metro delante de la bestia; la explosión la partió por la mitad, roció la superficie de carne y sangre e hizo que se desplomaran los veinte últimos metros de túnel que había abierto el animal.
Los soldados y los miembros del Grupo Evento miraban anonadados cómo el tercer Excálibur alcanzaba al otro animal, que provenía de una dirección distinta. Al principio se quedaron en silencio, luego se dejaron vencer por el agotamiento y cayeron contra el suelo. Los había salvado, al menos por el momento, algo que ninguno de ellos sabía que existía: un proyectil ligero de artillería de veinte kilos de peso dotado de un cerebro comparable al de Albert Einstein. Lo que no podían saber entonces es que el arsenal estadounidense solo contaba con trescientos de aquellos proyectiles. Y que en ese momento los tres Paladin solo disponían de cincuenta.
Fielding se quedó satisfecho al ver el ataque y supo que los pilotos de los Blackhawk estarían contentos ahora que descendían para evacuar al equipo que había sobre el terreno.
—Dios mío, ha sido impresionante —exclamó Virginia Pollock, que estaba al lado del coronel.
—Sí, es una lástima que solo tengamos cuarenta y siete proyectiles más, pero serán utilizados para salvar la vida a los demás supervivientes que pueda haber ahí abajo. —Se quedó mirando a Virginia—. Para salir de esta vamos a necesitar algo más que obuses en fase de experimentación.
—Bueno, los ingenieros que ha solicitado mi jefe ya están aquí, y también ha llegado el regalito especial del presidente. Ya se han puesto a perforar.
Fielding se quitó el casco y se frotó la frente.
—Dios mío, espero que esos hijos de puta cooperen y se dirijan todos hacia la puerta de salida.
Sarah observaba cómo dos miembros de la Fuerza Delta iluminaron la oscuridad que tenían delante con sus potentes linternas. El túnel era amplio, casi tanto como un colector de aguas pluviales. Sarah desconchó un trozo de pared y lo examinó mejor a la luz.
—Está compactada, por eso aquí no hay tierra sobrante del proceso de abrir un túnel, solo hay en la superficie. Comprime literalmente la tierra mientras atraviesa el suelo —dijo, dejando de mirar la muestra de tierra y fijando la atención en el hombre que tenía al lado.
La temperatura y la humedad del agujero eran altísimas y el olor a sudor y a carne podrida era repugnante. Llevaban dos horas y cuarenta y cinco minutos bajo tierra, y habían tenido que detenerse para respirar el aire puro que llevaban en sus tanques de oxígeno. Dos hombres punta les hicieron gestos de que avanzaran y una vez más se pusieron en marcha.
De pronto, uno de los hombres alzó la mano cerrada y luego la abrió e hizo el gesto de que se agacharan. Luego le hizo una señal a Sarah para que se adelantara.
—¿Qué pasa? —preguntó en voz baja.
—Escuche, suena igual que un tren de carga —dijo el sargento delta.
Sarah apoyó la mano, sin quitarse el guante, sobre la suave pared, luego con la otra mano se quitó el casco y se acercó a escuchar.
—Sea lo que sea, está viniendo hacia aquí —susurró el comando.
—Y viene a toda velocidad —añadió Sarah mientras daba un paso atrás, le quitaba el seguro al XM8 y dejaba la mortífera arma automática lista para disparar.
Los trece hombres que formaban el equipo hicieron lo mismo. Ocuparon varias posiciones de defensa siguiendo la táctica de grupos de a cuatro que habían estado entrenando. En lo que todos coincidieron fue en apuntar sus armas hacia la pared al tiempo que la vibración en el túnel se hacía cada vez más intensa. Del techo de la cueva artificial empezó a desprenderse algo de arena y polvo, hilillos al principio, pedazos enteros después.
—Tiene que ser la madre —dijo Sarah en voz muy baja, como si estuviera hablando sola—. Es demasiado grande para ser alguna de las pequeñas. Mira el RDV, es incapaz de registrar una vibración tan grande.
La vibración se detuvo con la misma velocidad que había comenzado. Fuera lo que fuera, lo que había al otro lado de la pared del túnel estaba a escasos palmos de donde ellos estaban. Sarah y los demás podían sentirlo, era algo que se podía palpar. La mayoría de los soldados se llevaron las armas automáticas a la altura de los ojos, con el cañón apuntando al mismo punto en la pared. La vibración y el ruido que hacía la tierra al desplazarse comenzaron de nuevo, esta vez más cerca. Parecía que se había girado hacia ellos y que avanzaba muy lentamente. Primero sintieron la vibración en sus pies, luego ascendió hasta los muslos. Luego se detuvo. Algunos trozos de la pared empezaron a caer mientras observaban. Todos estaban parados y en silencio.
—¿La habéis oído? —susurró Sarah—. Está justo ahí —dijo apuntando con el cañón de su arma hacia la derecha—. Es la madre, no hay duda.
De pronto, un bramido recorrió el aire y una avalancha de polvo y piedras cayó encima de ellos. Luego el ruido se fue haciendo más débil. Se estaba retirando, volviendo en dirección a la montaña.
—¿Qué demonios pasa? —preguntó el sargento delta—. ¿Por qué no ha atacado?
—No lo sé. Esa cosa tiene que haber podido percibir los latidos de nuestros corazones a través de la tierra. Debería haber atacado.
Mientras se quitaba de encima el polvo que llevaba adherido al cuerpo, a Sarah le vino a la cabeza un pensamiento espantoso que la dejó paralizada. Habían sido informados acerca de la capacidad de adaptación del animal. Aquello, junto con el hecho de que se alejara del desierto y que ascendiera hacia la montaña, hacía que la pregunta del sargento se le hubiera quedado marcada a fuego en la mente. No es que fuera en busca de un objetivo más grande, es que iba en busca del objetivo que estaba controlando la lucha que se llevaba a cabo contra ella y contra sus crías: el lugar del accidente y todo el personal de apoyo que había allí reunido. Enseguida pensó en Lisa, en Virginia y en todos los confiados equipos del Grupo Evento que estaban trabajando en la zona. Rápidamente accionó el transmisor de la radio que llevaba colgando de su uniforme.
—Escenario Uno, cambio. Escenario Uno, cambio —dijo en voz alta por el micrófono que tenía a pocos centímetros de la boca.
El resto de los miembros de su equipo se dieron cuenta enseguida de lo que estaba pensando. El sargento agarró a Sarah del brazo y tiró de ella bruscamente mientras echaban todos a correr por el mismo sitio por el que habían venido. Todos tenían claro que el enemigo era más astuto de lo que pensaban y que había decidido esquivarlos.
Montañas de la Superstición, Arizona
9 de julio, 16.10 horas
Lisa se sentó con Virginia en la tienda de comunicaciones. No habían escuchado casi nada en los últimos minutos y, por las informaciones que estaban recibiendo, era evidente que estaba teniendo lugar una matanza bajo la superficie. Lisa llevaba cuarenta minutos intentando contactar con todos los equipos de túneles después del primer ataque a la salida de uno de los agujeros de la localidad. Pero hasta ahora no había sido capaz de hacerse con ninguno de ellos. La profundidad a la que se encontraban estaba poniendo a prueba los sistemas que tenían en aquel momento. Como de costumbre, el Ejército había tardado más de la cuenta en enviar desde Fort Carson las radios M-2786, que eran mucho más seguras y que se estaban utilizando en cuevas y túneles de Afganistán. Lisa confiaba en que, al menos, hubiesen tenido tiempo para colocar las antenas de comunicaciones dentro de los túneles; las podrían haber dejado conforme se sumergían a mayor profundidad y utilizarlas como si fuesen migas de pan. Los radares del tamaño de una pelota de béisbol no suministraban ahora ninguna información acerca de los movimientos de los animales, ya que estos se habían dado cuenta de los ataques y habían descendido a mayor profundidad, inutilizando así los débiles receptores de señal de las pequeñas unidades.
—Es… rio… no. Es… Uno, cambio…
Las interferencias impedían escuchar el mensaje de quienquiera que estuviese llamando. Lisa probó suerte.
—Aquí Escenario Uno. Repito, aquí Escenario Uno, cambio.
—Largaos… d… de ahí, la madre… para… allá.
—Esa voz parece la de Sarah —dijo Virginia.
Lisa no esperó más, había entendido claramente el intermitente mensaje. Lanzó a un lado los auriculares y se fue corriendo hacia la parte delantera de la tienda. Antes de salir al exterior, pulsó un botón de color rojo que había instalado sobre el poste principal y una sirena comenzó a sonar por toda la zona donde había tenido lugar el accidente.
El coronel Sam Fielding se encontraba de pie sobre una roca observando la superficie del valle con los prismáticos cuando escuchó la alarma que sonaba. Rápidamente saltó desde su pedestal y volvió corriendo a organizar a los miembros del Grupo Evento, a los soldados Ranger y al personal de la Aerotransportada que había en la base.
Los agentes de policía, o más bien lo que quedaba de ellos, desenfundaron las pistolas calibre 9 mm y empezaron a otear el horizonte.
Gus cogió a Palilo por el brazo y pudo escuchar como este pronunciaba una única palabra, con tono asustado y los ojos más abiertos de lo habitual.
—Destructor.
Lisa tomó un M16 del lugar donde estaban las armas y volvió hacia la tienda desde la que se establecían las comunicaciones. Por el camino les gritó a los agentes de policía que quedaban:
—Venga, venid para acá y coged algo más potente que esas pistolitas de juguete.
En el acto, todos fueron corriendo hasta el lugar del que venía Lisa. El agente Dills, que fue el primero en llegar, se adueñó de una lanzadera de granadas M79. A continuación, esbozó una sonrisa mientras levantaba una pesada bandolera de granadas y se la ponía al hombro.
—¡La venganza va a ser muy puta! —dijo chillando.
Fielding entró corriendo en la tienda de comunicaciones y gritó:
—¡Quiero a esos malditos Apaches en el aire ahora mismo!
Lisa dejó su M16 junto al aparato de radio y empezó a pedir refuerzos. Todos, desde la sala de situación de la Casa Blanca, la base Nellis y el Centro Evento, hasta los maltrechos equipos de túneles que acababan de salir a la superficie, escucharon la petición de ayuda de Lisa.
Los integrantes del Grupo Evento que quedaban en la zona donde se había estrellado el platillo echaron a correr hacia el campamento. Antes de que la mayoría pudiese abandonar el terreno en el que se hallaban desperdigados los restos de la nave, el suelo empezó a agitarse bajo sus pies y se escuchó un pitido extremadamente agudo. Una repentina explosión se produjo en medio del campo y la inmensa y peluda silueta de la madre emergió desde el agujero en el suelo, mientras los pedazos del platillo estrellado saltaban en todas direcciones y alcanzaban, en algunos casos, a varios técnicos y los aplastaban contra el suelo. La inmensa bestia dio un alarido mientras el blindaje que llevaba en torno al cuello se hinchaba justo antes de empezar el ataque.
Virginia salió de la tienda y vio cómo el tremendo animal atrapaba y partía en dos al doctor Thorsen, integrante del departamento de Antropología. La bestia lo destripó como si fuese una muñeca de trapo y lo arrojó a uno de los lados, pese a eso, Virginia no pudo apartar la mirada en ningún momento. Aquella criatura era espantosa y brutal, pero al mismo tiempo resultaba totalmente fascinante desde el punto de vista científico.
La madre atrapó a otros dos miembros del equipo que intentaban esquivar a la descomunal bestia. La boca y las mandíbulas funcionaban a velocidad tal que era casi imperceptible. El animal arremetió con la cola contra una doctora que huía corriendo y le clavó el aguijón en la espalda. Cuando la punta dentada salió de su cuerpo, se llevó tras de sí buena parte del mono y unos veinte centímetros de carne. La mujer se desvaneció en el suelo y su piel se consumió de forma instantánea hasta que los huesos quedaron expuestos al aire mientras el veneno del alienígena convertía sus vísceras, incluidas los músculos, en una masa gelatinosa.
El monstruo acabó con la vida del miembro del equipo que llevaba en la garra derecha, dándole un mordisco en la cabeza y arrojándolo después a un lado. Al otro científico le rompió casi todos los huesos del cuerpo tras lanzarlo contra unas rocas que sobresalían.
Tras superar la impresión de ver por primera vez a la progenitora, el reducido grupo de ranger, soldados de la Aerotransportada y agentes del estado de Arizona comenzaron a abrir fuego contra el animal, que esquivó sin problemas muchas de las balas mientras que la mayoría de las que alcanzaban su objetivo rebotaban en la armadura que la bestia tenía alrededor del pecho. El talkhan esquivó las granadas de Dills dando un salto, zambulléndose en el suelo y volviendo a salir a la superficie en medio del grupo de policías y atrapando a tres agentes: a uno en sus fauces y a los otros dos en sendas garras. Los patrulleros no pararon de chillar hasta que desaparecieron junto con su captor en una nueva zambullida. El resto de los hombres no pudo hacer nada más que mirar. Algunos, presa de la frustración, dispararon contra la arena y las rocas por donde acababan de esfumarse.
Fielding se llevó consigo a unos cuantos miembros de la 101 Aerotransportada y estableció un perímetro alrededor de las tiendas de mando. El mismo coronel fue el primero en descubrirlo y en abrir fuego. Las balas rebotaron en la coraza del talkhan sin producirle ningún daño. Dills vio la posibilidad y, casi sin apuntar, disparó una de las granadas del M79. El proyectil explotó a los pies del animal, que se dio rápidamente la vuelta, se elevó en el aire y aterrizó frente al agente de policía derribándolo de un golpe en el pecho que le partió varias costillas y le rompió un brazo. Fielding presenció el asombroso salto del animal y echó a correr hacia él abriendo fuego con su M16. La criatura golpeó otra vez a Dills, que estaba tirado boca abajo en el suelo, pero sus garras tan solo le rasgaron la camisa. Virginia empezó a gritar al mismo tiempo que Fielding volvía a abrir fuego contra la espalda del animal. Dos de las balas acertaron en medio de las placas que protegían los acorazados hombros de la bestia, y esta, emitiendo un alarido de dolor, se olvidó de Dills, se dio la vuelta y arremetió contra Fielding, que estaba allí parado. Las enormes garras del animal se abrieron paso sin dificultad entre los músculos, tendones y vértebras del cuello del coronel y la cabeza de este salió volando a diez metros de altura y cayó juntó a la tienda forense. El talkhan se sumergió de nuevo bajo la superficie; una nube de polvo y tierra cubrió casi por entero el cuerpo del agonizante Dills. Luego, todos los presentes observaron cómo la ola se dirigía hacia la tienda de comunicaciones. El enfrentamiento continuaba, esta vez dentro del enorme recinto de mando y con Lisa, completamente sola, ante el Destructor de Mundos.