Gus tomó a Palillo en sus brazos y se dirigió hacia la puerta de la tienda de campaña. Lo que vieron sus ojos hizo que se detuviera en seco. Había cuerpos por todas partes, descuartizados, mutilados, aplastados, desperdigados con la misma ligereza con la que alguien tiraría por el suelo la ropa suda. Mientras observaba la masacre, el silbido de las balas le llegó a los oídos, haciéndole revivir su participación en Corea. A continuación, recordó lo que había querido hacer en aquel entonces y no pudo. Pero ahora sí que podría, pensó. Estuvo a punto de ser alcanzado por unas balas que impactaron en la portezuela de la tienda. Se agachó y echó a correr en dirección al lugar donde se había producido el accidente. Palilo, sintiendo lo que el viejo pensaba, dijo:
—Retirada, retirada, hay que correr.
El animal resurgió de la tierra atravesando el tablero de contrachapado que había en el interior de la tienda. Lisa salió volando por el aire mientras la madera crujía y se iba partiendo. La soldado cayó de espaldas contra el suelo y acabó de perder el aliento cuando se encontró cara a cara con la madre mientras esta lanzaba un alarido, agitaba la cabeza y arrojaba sus afiladas crines por las paredes de la tienda. La criatura bramó otra vez, despidiendo babas mezcladas con la sangre de los compañeros sobre la cara y el vestido de Lisa. El animal ladeó la enorme cabeza y miró con sus ojos llenos de odio a aquella débil criatura que lo miraba con gesto arrogante.
Lisa se quedó completamente inmóvil, observando fijamente al animal que tenía frente a ella. La criatura se acercó a la diminuta mujer; la baba le corría hasta el exterior de las abiertas fauces. Lisa tragó saliva mientras la criatura la examinaba de arriba abajo y probablemente la olisqueaba. La mano derecha de la mujer se movió lentamente hacia el M16 que se había quedado encajado entre una mesa boca arriba y unos de los postes de la tienda.
La criatura extendió los brazos de repente y la atrapó hábilmente entre sus garras, que se le fueron clavando en los costados y en la espalda, provocando que la mujer gritara a causa del dolor y de la rabia. La madre talkhan volvió a rugir y clavó sus ojos en la mujer que tenía a su merced. Lisa chilló a su vez, en parte a causa del miedo, pero sobre todo porque sabía que iba a morir y eso le ponía furiosa. A pesar del dolor, consiguió sacar un brazo y alcanzar la pistola de 9 mm que llevaba en el hombro. Al darse cuenta, el talkhan aumentó más aún la presión sobre su presa, perforando con sus garras uno de los pulmones de Lisa, mientras la acercaba a la enorme boca repleta de dientes en la que batían las dos inmensas mandíbulas.
Mientras un hilo de sangre le corría por el labio, Lisa consiguió a duras penas levantar la pistola y disparar tres veces contra la cara de la criatura. Sentía tal debilidad que el retroceso tras cada disparo estuvo a punto de hacer que la pistola se le cayera de las manos. Una de las balas de calibre 9 mm alcanzó el ojo derecho del furioso animal, que echó la cabeza hacia atrás y se llevó una de las garras a la cara herida. Las garras de la otra pezuña cortaron una arteria principal del estómago de Lisa, mientras la madre la dejaba caer al suelo. La bestia se cubrió el ojo herido y exhaló un enorme alarido que hizo temblar el suelo y agitarse la tienda como si una racha de viento surgiese de su interior. El Destructor movió la cabeza hacia los lados y alzó en el aire su potente cola; en vez de clavar su aguijón, golpeó con todo el peso de su cola el cráneo de Lisa. Luego siguió golpeando una y otra vez, hasta destrozar por completo a aquella pequeña criatura que tanto daño le había causado. Finalmente, clavó repetidamente el aguijón en el desfigurado cuerpo, hundiendo la recortada punta en lo que quedaba de la encargada de comunicaciones de la Marina.
Mientras el talkhan se quedaba observando el cuerpo de Lisa con un único ojo, la tienda saltó por los aires cuando cientos de proyectiles de 30 mm de calibre comenzaron a explosionar en su interior. Bastantes proyectiles perforantes alcanzaron su objetivo, abriendo orificios en el cuerpo de la madre. El animal gritó de dolor y se dirigió a trompicones hacia la salida. Otros dos proyectiles explotaron en el hombro y en la parte superior del pecho. Volvió a gritar llena de rabia mientras se elevaba en el aire y se zambullía en el suelo enfrente de la tienda de campaña, llevándose por delante buena parte de la lona delantera del recinto de mando y comunicaciones.
Los tres Apaches sobrevolaron el campamento sin encontrar nada más que cuerpos destrozados y ya sin vida. Los cañones de 30 mm giraron en dirección al lugar del accidente. Algunos hombres y mujeres comenzaban lentamente a ponerse de pie y a quitarse el polvo de encima. Las explosiones provocadas por el ataque de los helicópteros habían dejado medio sordos a la mayoría.
Sarah tenía un mal presentimiento. En la última media hora habían avanzado a toda prisa por el túnel que ascendía hacia las montañas, pero habían sido incapaces de llegar al lugar del accidente. Pese a todo, se estaban acercando a la superficie. De pronto, en su auricular se escuchó una señal de radio.
—Repito, todas las misiones de túneles canceladas, cambio.
Sarah se mordió el labio inferior al darse cuenta de que la voz que había hablado por radio no era la de Lisa. Pero aquel no era el momento de preguntarse por el estado de su amiga.
—¡Hay un movimiento! —gritó uno de los hombres punta, el que llevaba el RDV.
El equipo al completo se detuvo y empuñó las armas; las miras láser atravesaban la oscuridad hasta hundirse en la vacía negrura. Se quedaron esperando. Finalmente, vieron algo que se movía, pero lo que venía corriendo por el túnel era un anciano. No se dio cuenta de que lo estaban apuntando hasta que varias de las miras láser se posaron sobre los grandes ojos de Palilo.
—Hioeeeeeutaaaas, Gus, hioeeeeutaaaas, no dispareeeeis. Gus y Paaalilo —gritó el pequeño ser, cubriéndose la cabeza y hundiendo la cara en el pecho de Gus.
Gus adelantó el brazo que tenía libre en el aire y se volvió para proteger lo máximo posible a Palillo.
—Eh, apartad esos láseres de nosotros —gritó Gus casi sin aliento.
—Señor Tilly, ¿qué demonios hace aquí abajo? —preguntó Sarah mientras deponía la metralleta.
—Escapar, señorita. —Volvió a pasar su otro brazo alrededor de Palilo y lo levantó más contra su pecho—. Imagino que nadie le habrá contado. Nos acaban de dar una buena tunda ahí arriba —dijo Gus, mientras hacía un gesto señalando a la superficie.
Farbeaux había sentido que se acercaban mucho antes de que apareciesen. Pese a eso, los animales habían atacado con tanta velocidad que se habían llevado a cinco de sus hombres en los primeros segundos de la contienda. Eran muy similares a las monstruosidades que habían salido del Cactus Roto, solo que ahora habían crecido considerablemente. Cuando el humo de las armas automáticas se disolvió tras el fulminante ataque de las criaturas, el francés hizo un rápido recuento. Solo pudo contar dos cuerpos de esas bestias. Desde luego no era una buena proporción. Costaba mucho matar a esos animales y él sospechaba que cuanto más crecieran, más difícil resultaría acabar con ellos. Empezaba a hacerse una idea de por qué su exjefe en Centauro estaba interesado por este espécimen. Los avances que se podrían hacer ya solamente en biotecnología serían prácticamente infinitos. Y Hendrix era el hombre indicado para dirigir un proyecto que hiciese que una criatura así de agresiva pudiese ser utilizada en el futuro en un campo de batalla. Farbeaux fue consciente de las repercusiones que podía conllevar este animal. Por sí sola, la humanidad no podría hacer nada para combatir a un número elevado de estas criaturas.
Habían avanzado lentamente por el túnel, parando cada pocos minutos para hacer una prueba con el RDV y tomar un poco de oxígeno. No se habían dado cuenta de la presencia de las bestias. Algunas estaban medio enterradas en las paredes de la excavación y otras habían surgido del suelo. Una incluso les había atacado desde arriba. En esa trampa había perdido la vida de forma truculenta el tercero de sus hombres.
—Parece que nos enfrentamos a una especie que es capaz de tender emboscadas —dijo Farbeaux, mirando directamente a la cara a los hombres que quedaban. Se fijó en Julie, Billy y Tony—. Eh, tú, pásame esa botella —ordenó extendiendo la mano hacia Tony.
Tony dejó de mirar su botella de Jack Daniel's y se quedó mirando al francés. Le entregó la botella y observó con espanto cómo los mercenarios del francés se la iban pasando y usaban su contenido para desinfectarse las heridas. Eso puso a Tony mucho más furioso que el hecho de que los hubiesen secuestrado.
—¿Por qué no hacéis lo que hacen siempre los soldados franceses? —propuso con tono burlón Tony.
Farbeaux se quedó mirándolo un momento y luego preguntó:
—¿A qué te refieres exactamente, borrachín?
—A rendirse y esperar a que vengan los americanos y hagan el trabajo.
Billy no pudo evitar reírse mientras agachaba la cabeza y su madre trataba de acallarlo tapándole la boca con la mano.
—¿Entonces queréis seguir siendo los salvadores del mundo? Pues me parece que os habéis topado con un enemigo al que no es tan fácil amedrentar, parece…
—Lamento interrumpir, coronel, pero quizá sea mejor salir de este lugar. Acabo de oír que los estadounidenses se están retirando de los túneles para llevar a cabo una estrategia distinta —expuso el hombre con barba que se encargaba de las transmisiones por radio.
Farbeaux se quedó mirando un momento más a los tres estadounidenses.
—Creo que ya no nos queda nada más por aprender en esta excursión —dijo, bajando la mirada—. Si no, Hendrix haría que me mataran. —Desvió luego la mirada hacia sus hombres—. Vamos, no sirve de nada que muramos aquí. Ya elegiremos el sitio y el momento en el que lo queremos hacer, y lo haremos por dinero, no vamos a tener una muerte así, en medio de la oscuridad.
A Julie cada vez le costaba más respirar en el claustrofóbico túnel. Deseó con todas sus fuerzas que les dejaran marcharse.
Farbeaux estaba empezando a retirarse cuando reparó en uno de los animales muertos. Enfocó con la linterna a lo que parecían ser unas uvas pequeñas y redondas. Dentro se podía ver la sombra de algo que se sobresaltaba con la luz. El francés se quedó estupefacto al darse cuenta de qué era aquello que tenía frente a los ojos. Eran huevos. Eran de color púrpura y tenían la mitad de tamaño de una uva. Echó un vistazo rápido a su alrededor, luego sacó el cuchillo. Vació la cantimplora y clavó el cuchillo en la membrana que albergaba los cientos de huevos. Cogió una veintena en la punta del cuchillo y los metió en su cantimplora de plástico. Sin quitarse los guantes arrancó también una cierta cantidad de la membrana viscosa, la metió dentro de la cantimplora y se la volvió a colocar en el cinturón.
Cuando ya estaban casi listos para reemprender la marcha, los animales volvieron a atacar. Farbeaux se escapó por los pelos cuando el primero atrapó a uno de sus hombres y se lo llevó consigo. El coronel lanzó un grito, dejó caer el cuchillo y empezó a disparar al animal mientras este se retiraba. Se dio la vuelta y se abrió paso hacia delante. De pronto, la pared entera del túnel se derrumbó y aparecieron cuatro criaturas. A partir de ese momento, toda la lucha fue cuerpo a cuerpo.
Julie empujó a Billy y a Tony al frente.
—¡Corred! —les gritó mientras pudo sentir que uno de los animales se había girado y corría adonde estaban, chillando y moviendo su espantosa cabeza hacia los lados.
Mientras corrían todo lo rápido que la oscuridad les permitía, detrás de ellos los gritos se intensificaron más y más. Julie sintió de repente una punzada de dolor en la espalda: uno de los animales había saltado tras ella. Les gritó a los demás que corrieran; su blusa había sido partida en dos. Ella se detuvo, se dio la vuelta y se quedó frente a aquel monstruo, que parecía recién surgido de una pesadilla. El animal se puso de pie y emitió un alarido, pero su grito fue acallado por una lluvia de balas que hizo tambalearse a la criatura. Las balas trazadoras impactaron contra partes no blindadas de su pecho, haciendo saltar por los aires varios pedazos. Algunas balas pasaron zumbando a pocos centímetros de la cabeza de Julie, mientras vio los pequeños rayos de color rojo que cubrían el pecho y el torso del animal. Sorprendentemente, provenían del lugar hacia el que iban corriendo los tres. Todos los rayos de color rojo eran seguidos de una bala, que, o bien rebotaba sin causar daño, o bien se clavaba en la carne de color púrpura. Julie se echó al suelo y se cubrió la cabeza. El animal atravesó entonces la pared dejando tras de sí una cascada de polvo y arena que cayó sobre la mujer.
Después, los gritos y disparos en la zona del túnel por la que habían echado a correr se apaciguaron hasta detenerse.
Julie no podía parar de temblar mientras notaba que algo se movía a su alrededor, pero estaba demasiado asustada como para levantar la vista.
—¿Se encuentra bien, señorita Dawes? —le dijo entre el polvo y la tierra una voz cuyo tono le resultaba familiar.
—¡Mamá, mamá, son el comandante y el teniente Ryan! —gritó Billy.
Julie se dio la vuelta lentamente; las piedras y la tierra le caían por los lados mientras entrecerraba los ojos, dolorida, y alzaba la mano para protegerse los ojos del resplandor de las linternas.
—Ha faltado poco —dijo Ryan, poniéndose en cuclillas y ayudándola a levantarse.
—Demasiado poco —susurró ella con voz temblorosa.
Collins, Mendenhall y Everett se abrieron paso hasta donde estaba la mujer. Seguían con las armas preparadas, de los cañones todavía salía el humo.
—¿Quién está ahí detrás, señora? —preguntó Collins.
—Seguramente ahora ya no quedará nadie —contestó ella, abrazando a Billy y a Tony. Ryan le juntó las dos partes de la blusa rajada por la espalda—. Pero había unos soldados o mercenarios. Hablaban francés. —Julie se giró con cuidado hacia sus interlocutores—. El líder era un hombre que en el Cactus Roto se había hecho pasar por un miembro del departamento de Interior. Creo que sus hombres lo llamaban «coronel».
—Farbeaux, mamá, le llamaban Farbeaux.
—¡Ese hijo de puta! —exclamó Everett mientras se abría paso entre los demás y se adentraba en el túnel, en cuclillas y con el arma en alto.
Collins se dio la vuelta y lo siguió, iluminando con su potente foco la silueta de Everett, que se alejaba en dirección a la oscuridad. El comandante vio los restos de los cadáveres de los secuestradores. La mayor parte del grupo había caído en combate. Dirigió la vista hacia el suelo y pudo apreciar unas huellas que se dirigían en dirección contraria, de vuelta hacia el interior del túnel.