El presidente se giró y consultó con el general Maxwell Hardesty, jefe del Estado Mayor.
—¿Puede ocuparse de esa solicitud aérea, general?
El general de las Fuerzas Aéreas hizo un gesto de circunstancias.
—Sí, señor, no habrá problema. Una compañía de la 101 Aerotransportada mantendrá la seguridad en el pueblo. Controlarán también los accesos: estamos a punto de acordonar la zona después de hacer pública la falsa noticia. Tal y como ha declarado el comandante, los efectivos de la 101 no necesitan conocer la naturaleza de la agencia que dirige la operación. Todos ellos han firmado certificados de confidencialidad. Además, también tenemos un caza en el aire que patrullará el valle de forma provisional.
—Muy bien, es una forma de comenzar —dijo el presidente.
—¿Qué otro objeto ha aparecido en el lugar del accidente? —preguntó alguien que quedaba fuera del objetivo de la cámara.
—¿A quién tengo el placer de dirigirme?
—Soy el director Godlier, de la Central de Inteligencia.
—Verá, señor director, tenemos algunas huellas. Con toda probabilidad parecen pertenecer a un hombre que llegó después del accidente, ya que se trata de huellas recientes. Pensamos que posiblemente haya ayudado al tripulante superviviente, si es que este existe, a alejarse de la zona.
El presidente miró a su alrededor y se quedó mirando a Collins, que estaba a cuatro mil kilómetros de distancia.
—¿Entonces cabe la posibilidad de que hayamos tenido suerte en eso?
—Sí, señor, es posible que ese hombre haya ayudado al superviviente. Sospechamos que el tripulante pueda estar herido debido a la severidad del choque, pero desde luego cualquier cálculo acerca de la magnitud de esas heridas no son más que suposiciones.
—Muy bien, manténganos informados. —El presidente se quedó dudando un momento—. Comandante, por nuestra parte hemos previsto lo siguiente. Si nuestros equipos no son capaces de contener a ese animal, sospecho que entraremos en una guerra a gran escala que será imposible ocultar a la opinión pública estadounidense. La 82 Aerotransportada se encuentra en estado de alerta y de camino para posicionarse bien en Phoenix, o bien en El Paso, por si se da el caso de que ese animal escapa a las maniobras de contención. La cuarta fuerza expedicionaria de marines también se encuentra en estado de alerta por si tuviera que entrar en acción en Los Ángeles o en la zona sur de California. Fort Hood ya ha sido puesto sobre aviso y, mientras hablamos, vehículos de combate blindados están siendo cargados en trenes para bloquear cualquier movimiento hacia el norte, hacia Colorado. Me temo que eso es todo, comandante; como ha dicho el general, nuestro personal es muy escaso, así que trate de diseñar un plan para utilizar a todos los hombres que podamos llevar hasta ese valle, y por el amor de Dios, contengan a esa cosa, sea lo que sea. —La imagen del presidente y de la sala de situaciones desapareció y la pantalla se quedó en negro.
En la otra parte de la pantalla dividida por la mitad, el gesto de Niles era tremendamente serio.
—¿Cómo está el senador? —preguntó Jack mientras le lanzaba el casco a Everett, que había salido de la tienda de campaña principal.
—Alice está con él en la clínica del centro. Será trasladado arriba dentro de un rato, al hospital de la base de Nellis.
—¿No está bien entonces? —preguntó Jack.
—No, me temo que no.
—Niles, debemos conseguir que todo vaya más rápido. Además del material especial que he solicitado del sector privado… —Jack volvió a consultar sus notas—. La doctora Gilliam ha solicitado establecer una conexión desde aquí con Helicos BioSciences, en Cambridge. Han estado desarrollando un secuenciador automático de ADN que puede que sea justo lo que necesitamos para conocer las características de ese animal. La doctora opina que nuestro equipo portátil es un dispositivo prehistórico comparado con lo que tiene Helicos.
—Ahora mismo me pongo con ello.
Niles vio a Josh Crollmier acercarse desde un lado y tirar de la manga de Jack, de forma que el comandante salió del plano. Compton miró confundido a Alice mientras se escuchaban algunas voces apagadas al otro lado de la cámara, pero le dio la sensación de que podía distinguir la de Crollmier hablando en tono categórico. También pudo escuchar a otros miembros de la misión sobre el terreno elevar la voz y marcharse. Collins, con gesto lívido, volvió a aparecer frente a la cámara. Se pasó la mano por el pelo y miró directamente al objetivo.
—¿Qué ocurre, Jack? —preguntó Niles.
Jack fijó la vista en la cámara. Algunos de los allí presentes se quedaron mirando, tratando de escuchar cualquier información que pudieran conseguir. Collins extendió la mano, cogió algo que tenía Crollmier y lo mantuvo sujeto en el aire. Era una pieza de chatarra procedente del accidente.
—Según el doctor, tenemos un problema: asegura que no contamos con los restos de una nave, sino de dos. El misil Phoenix que lanzó Ryan debió de provocar un daño tremendo al otro aparato, suficiente como para hacer que se estrellara junto con la primera nave.
Niles se sentó sobre el borde de la mesa de reuniones.
Chato's Crawl, Arizona
9 de julio, 8.30 horas
Billy cogió la servilleta de la barra y la dejó a un lado, entretanto Julie le ponía delante un plato con huevos revueltos. El muchacho bostezó mientras miraba los huevos y el beicon sin demasiado entusiasmo.
—Qué buena pinta tiene eso, muchacho.
Billy se dio la vuelta y vio a dos hombres allí de pie. Juan y Carmella López, las dos personas que trabajaban limpiando para su madre, todavía estaban ocupados pasando la aspiradora y lavando los platos sucios del pasado sábado por la noche. Los dos se quedaron inmóviles, mirando a los recién llegados. Uno era pequeño y tenía el pelo oscuro, y el otro, de raza negra y muy corpulento, estaba tieso como un palo y sonreía. Iban vestidos completamente de negro, llevaban pistolas enfundadas junto al pecho y unos cascos de color negro debajo de los brazos.
—¿Les puedo ayudar en algo? —preguntó Julie con cierto recelo, mientras ponía un cuchillo y un tenedor ante su hijo.
—Pues sí, señora, si nos puede servir lo que está comiendo este jovencito, desde luego que sí —dijo el más bajito de los dos quitándose los guantes.
Julie miró de reojo a los dos hombres. Sus monos de nailon de color negro estaban bastante sucios. Sus ojos repararon en las botas negras y en los pantalones del mismo color. Mientras los observaba, el más pequeño de los dos se soltó el chaleco blindado que llevaba enganchado al pecho.
—Es domingo, no abrimos hasta el mediodía, lo siento.
El hombre más pequeño miró alrededor, vio a las dos personas que estaban limpiando y les guiñó un ojo.
—Sí, señora, eso es justo lo que dice en la puerta. Pero el sargento y yo le estaríamos eternamente agradecidos si nos pudiera dar algo que no esté liofilizado y lleno de arena.
—¿Son ustedes marines? —preguntó, tras reparar en el término «liofilizado» y en la ropa que llevaban.
—Por nada del mundo, señora —dijo con gesto muy serio el hombre más alto de raza negra.
—Grupo de Operaciones Especiales, ¿señora…? —preguntó el otro.
La mujer se quedó estudiando un momento a los dos hombres y comprobó que tenían toda la cara sucia, excepto la zona alrededor de los ojos, donde debían de haber ido puestas las gafas. Supo entonces que venían del desierto, porque su hijo llegaba siempre con la cara igual cuando volvía de dar vueltas con el
quad
.
—Ni señora ni nada, y a mí no me parecen para nada especiales.
El hombre se acercó, miró al muchacho y luego a su plato de comida.
—Hola, me llamo Ryan —dijo mirando al chico y luego a su madre—. Bueno, mi madre sí que me decía que era alguien especial —añadió, en contestación a la frase anterior—. ¿Cómo te llamas, muchacho?
—Bi… Bi… Billy —dijo tartamudeando.
—Es mi hijo, y le agradecería que se dirigiera a mí y no a él —soltó Julie.
Ryan se quedó impresionado. No estaba acostumbrado a que una mujer se pusiera tan borde con él así de rápido, al menos no sin conocerlo antes un poco.
—Lo siento, señora, no pretendía molestarla —dijo mientras se llevaba la mano derecha al pecho en señal de disculpa—. Soy el teniente Jason Ryan, de la Marina de los Estados Unidos. —Tras decir esto le tendió la mano a la mujer—. Y este orgulloso soldado detrás de mí es el sargento Mendenhall.
Julie se quedó mirando la mano tendida, se secó las suyas con el trapo que llevaba atado a la cintura y estrechó la mano del teniente mientras saludaba también con la cabeza a Mendenhall.
—Nunca había visto un uniforme de la Marina parecido; discúlpenme, estamos un poco nerviosos —dijo levantando la ceja izquierda.
Ryan se quedó mirando su mono de nailon cubierto de polvo y la pistola de 9 mm que llevaba enfundada.
—Está un poco viejo, sí. —Levantó la vista y miró a los verdes ojos de la mujer—. Estamos cumpliendo una misión sobre el terreno. —Hizo un gesto hacia la ventana, señalando el desierto—. Pero nosotros somos los buenos.
—¿Qué quieren tomar? —dijo Julie, cediendo ya del todo.
—¿Entonces no está cerrado?
—Sí, está cerrado, pero puedo prepararles algo porque la plancha aún está caliente. ¿Ese amigo suyo tan callado quiere algo? —preguntó mientras se dirigía hacia las puertas batientes que separaban el bar de la cocina.
—Sí, señora, unos huevos cocinados por los dos lados y una salchicha, y un poco de café también, si puede ser —contestó Mendenhall.
Ryan dejó el casco sobre la barra de caoba y se sentó en un taburete junto al muchacho. Oyó cómo Mendenhall hacía lo mismo a su izquierda. Jason saludó con la cabeza al chico.
—En diez minutos va a haber un poco de ruido por aquí —dijo Ryan tranquilamente mientras le guiñaba un ojo.
Billy se quedó con el tenedor camino de la boca y observó al hombre que iba tan extrañamente vestido.
—¿De verdad?
—De verdad. Unos cuantos aviones muy grandes van a aterrizar ahí al lado, en la autopista ochenta y ocho, a poco más de medio kilómetro del pueblo. —Ryan se quedó contemplando lo sucia que llevaba la cara en un espejo que había detrás de la barra.
Al cabo de una hora y media, el pueblo estaría en cuarentena. Nadie podría entrar, y de momento, nadie podría salir a no ser que fueran escoltados por un equipo militar y trasladados a un hotel seguro en Phoenix, muy lejos de allí.
—¿Todo esto es por eso que hay ahí fuera? —preguntó Billy, señalando hacia la ventana con el tenedor.
Ryan y Mendenhall se miraron el uno al otro, luego Ryan sonrió y miró al chico que tenía sentado a su derecha.
—¿Ahí fuera?
Billy echó un trago de la leche que le había puesto su madre. Cuando volvió a dejar el vaso en la mesa, su labio superior estaba cubierto por un bonito bigote blanco.
—Sí, eso que hay ahí fuera —dijo, aburrido ante la poca agilidad mental del marine.
—¿Piensas que hay alguna cosa en el desierto? —preguntó Jason.
Billy echó un vistazo a las puertas batientes y escuchó los ruidos que su madre hacía mientras cocinaba. Luego el muchacho se encogió de hombros y bajó del taburete.
—Me tengo que ir —dijo, cogiendo un casco de
quad
que había encima de la mesa que tenía a su espalda.
Ryan volvió a mirar al sargento y luego otra vez al chico.
—Venga, dinos, ¿has visto algo ahí fuera?
Billy se puso el casco, aplastándose las orejas contra la cabeza al hacerlo.
—Esa es la cuestión, señor, que no he visto nada.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Mendenhall, reclinándose en el taburete.
Billy se paró y se dio la vuelta.
—Ayer por la tarde, vi un montón de conejos y de coyotes huyendo de las montañas, y desde entonces no se ve nada, ni siquiera pájaros. Es como si hubiera algo que los asustara. —El muchacho se encogió de hombros y salió del comedor.
—Oye, no te alejes mucho, porque…
Pero el chico había cruzado el umbral de la puerta y ya no lo podía escuchar.
Los dos hombres se quedaron callados viendo cómo el muchacho se alejaba del bar-asador. Luego giraron y Mendenhall se encogió de hombros.
Julie cruzó la puerta con dos fuentes. Las dejó delante de los dos hombres y, junto a los enormes platos, les colocó los cubiertos dentro de su correspondiente servilleta. Luego, se secó las manos y miró por el ventanal cómo Billy se alejaba con el
quad
.
—Qué buena pinta tiene esto —dijo Jason.
—No me dijo cómo quería los huevos, así que se los he hecho igual que al sargento —le dijo Julie a Ryan mientas sacaba la cafetera de debajo de la barra.
—Pues ha acertado —contestó Jason mientras mojaba pan en sus huevos.
Mientras los dos soldados se comían el desayuno, Jason reparó en el hombre que aparecía en la televisión encendida y sin sonido que había encima de la barra. Llevaba un micrófono en la mano y debajo de él había un letrero que decía: «Capitolio, Phoenix, Arizona».
—¿Puede darle voz, señora? —le preguntó Ryan a Julie.
Julie se irguió y subió el volumen del televisor.
—… declaró que la desaparición de los dos agentes ha puesto en estado de alerta a todas las agencias que operan en el estado. El programa
Testigo directo
ha tenido noticia de un posible despliegue militar en las montañas al nordeste de la pequeña población de Chato's Crawl. Nadie sabe exactamente el motivo, pero algunos rumores procedentes de fuentes gubernamentales hablan de un posible brote epidémico que se ha extendido entre el ganado de la zona. Ken Kashihara, Canal 7,
Testigo directo
, desde el Capitolio de Phoenix. Devolvemos la conexión.
—Bueno, eso tiene que satisfacer a todo el mundo del presidente para abajo —dijo Mendenhall.
—¿Qué hacen ustedes aquí? ¿Están ayudando a buscar a los agentes y a los motoristas? —preguntó Julie, con las manos apoyadas en las caderas.
Antes de que Ryan o Mendenhall pudieran pensar en qué responderle, un ruido atronador inundó el interior del establecimiento. Los espejos y los cristales retumbaron mientras Juan y Carmella, que estaban quitándole el polvo al tapete verde de las mesas de billar, fueron y aseguraron los viejos quinqués. A continuación, los dos limpiadores se santiguaron y se acurrucaron en el rincón que había junto a la pista de baile.