Farbeaux había hecho algunas averiguaciones de camino a Las Vegas y había descubierto algo de información sobre la operación Salvia Purpúrea en internet. Había averiguado que ese extraño título respondía al nombre en clave que se utilizó en la década de los cuarenta para hablar del incidente Roswell, y que era bastante popular entre los aficionados a los ovnis.
Reese sintió entumecerse los brazos y las piernas al ver cómo tres hombres aparecidos de la nada estaban ahora de pie junto al reservado. Tenían aspecto de tipos duros y le sonaba haberlos visto alguna vez trabajando de gorilas en el club. Reese se dio cuenta enseguida de que eran gente peligrosa.
La música fue subiendo de volumen progresivamente, al mismo tiempo que la bailarina que había sobre el escenario se bajaba el tanga, metía la cara de un cliente entre sus piernas y se movía al ritmo de la música, mientras los hombres que había alrededor aclamaban a su afortunado compañero, sin prestar atención al hombre del traje blanco que se ponía de pie, seguido rápidamente por otros tres que ayudaban a su vez a levantarse a otro hombre, que parecía asustado y nervioso.
—Si trabaja para la Corporación Centauro, debería saberlo —dijo Reese.
—Venga, hágame el favor, señor Reese —exigió Farbeaux, mientras le apretaba el hombro con más fuerza.
—Mire —dijo Reese, luego bajó un poco la voz—, en ciertos círculos se asegura que Centauro acabó quedándose con la tecnología que apareció tras el accidente de 1947, que llegaron a matar a algunos estadounidenses para conseguirlo y que están como locos por cualquier cosa relacionada con los ovnis o con incidentes como el que ha ocurrido hoy.
Farbeaux apartó la mano, miró a los tres hombres y les hizo un gesto señalando a Reese, tras el cual lo sacaron del reservado. Farbeaux se volvió a sentar y se quedó pensando mientras se lo llevaban.
Reese miró a su alrededor, confiado en que alguno de los clientes vería lo que pasaba, pero todos estaban gritándole y silbándole a la bailarina, que estaba haciendo un número fuera de lo habitual y acababa de lanzar el tanga a la multitud de hombres que saltaba.
Farbeaux estaba calculando cuánto valdría esta información para otros que no pertenecieran a Centauro. Decidió que precisaba más información. Necesitaba saber exactamente qué sabía la corporación, y Reese podría decírselo, una vez se le persuadiera adecuadamente.
Si el Grupo Evento y Centauro querían esa información, Farbeaux sabía que él tenía que conseguirla primero.
Base de la Fuerza Aérea de Nellis, Nevada
7 de julio, 23.55 horas
El senador estaba tumbado en el sofá de su despacho. Estaba bajo control médico a causa de su corazón, y en repetidas ocasiones le habían advertido que evitara situaciones de estrés; así que después de hablar con el presidente, incluso medicado, se había sentido más débil de lo normal a su edad. Niles daba vueltas alrededor de su enorme escritorio y de vez en cuanto miraba a su mentor y amigo y hacía gestos de desolación. Finalmente se acercó al senador.
—No puedes hacer este tipo de esfuerzos, Garrison, te lo digo muy en serio. No puedo quedarme a controlarte para que descanses. —Niles negó también con la cabeza—. He pedido prestados todos los satélites disponibles; hemos agotado la lista de todos los aparatos no tripulados y estamos analizando Nuevo México como nunca antes se había hecho.
Lee levantó una de sus débiles manos.
—Cállate, Niles.
—Maldita sea, soy el director de este Grupo y lo único que nos falta es que te nos mueras en medio de todo esto. ¿Cómo ibas a probar entonces tu teoría de que se trata de un ataque? —Niles empezó otra vez a dar vueltas, con los brazos cruzados y nuevos gestos de desazón.
El viejo se incorporó y se quedó sentado.
—No voy a ser yo quien lo pruebe, vas a ser tú.
Niles se detuvo y se dio la vuelta, su tez rojiza estaba más lustrosa que nunca, las gafas se escurrieron un poco por su nariz pero no hizo ningún amago de ponerlas en su sitio.
—¿Qué carajo dices? —contestó, alzando la cabeza para mirar por encima de sus gafas. Niles volvió hasta el sofá, se llevó las manos a las rodillas y se quedó mirando al viejo.
—Mira, Garrison, te necesito, no quiero que te desplomes en mis brazos.
Lee se quedó mirando a Compton y sonrió.
—Estaré aquí, pero quiero que seas consciente de que puede que te quedes solo al frente de esto muy pronto. Por si no te has dado cuenta, estoy muy enfermo. Mira, Niles, eres el hombre más brillante con el que he trabajado, podrás con todo.
Lee señaló una abultada carpeta que había en la mesita delante del sofá y se la ofreció. Era un expediente confidencial, con bordes rojos, y en la cubierta se podía leer: «Solo para uso exclusivo del director». Y debajo: «Evento n.° 2120-Roswell».
Niles no cogió aún el expediente y se quedó mirando a Lee.
—No os he contado ni a ti ni al Grupo la verdadera historia de lo que se encontró en 1947 en el lugar del accidente. Hacía tiempo que quería enseñarte este expediente, desde que fuiste nombrado director. No se lo he mostrado a los demás porque no necesitan saber que quizá estemos metidos en una guerra.
Compton tocó el expediente de bordes rojos pasando los dedos sobre las letras de tinta roja. Después volvió la vista hacia Lee, que estaba recostado en el sofá. Tragó saliva y tomó en sus manos el voluminoso expediente.
—Después de haber leído todo el expediente, podrás entender mejor la importancia del descubrimiento de ese accidente. Comparte la información con Virginia y con el comandante Collins. Jack te será de mucha ayuda cuando llegue el momento de pedir consejo a los militares. Si tenemos suerte, mi teoría es errónea y esa maldita cosa no se ha estrellado; pero si tengo razón y ha caído a tierra, tenéis que encontrarlo, por Dios, y deprisa —advirtió Lee lentamente mientras cerraba los ojos.
Niles vio, por vez primera desde que formaba parte del Grupo Evento, que Lee estaba no solo mortalmente enfermo, sino que también asustado. Dios santo, ¿qué podía haber en ese maldito platillo como para amedrentar a un hombre que había visto tantas cosas verdaderamente estremecedoras a lo largo de su vida?
Fort Platt, Arizona
8 de julio, 1.40 horas
Fort Platt se construyó en 1857 y sirvió como base para las patrullas de caballería del Ejército estadounidense destinadas a perseguir a las bandas de apaches lideradas por Jerónimo y Cochise.
El viejo fuerte fue abandonado en 1863, antes de que terminara la guerra civil, y después de que los indios llevaran a cabo uno de los ataques más audaces que se les recuerda y masacraran a sesenta y siete soldados. El constante e implacable viento y las repentinas tormentas del sudoeste de los Estados Unidos habían dejado el fuerte en el lamentable estado en el que se encontraba en la actualidad. Los muros de adobe, desgastados por la erosión, silbaban canciones de fantasmas provocadas por el viento que soplaba a través de los destruidos cimientos. La, una vez cuidadísima, plaza de armas era ahora una hondonada polvorienta que servía de refugio a monstruos de Gila y serpientes de cascabel.
Un siglo más tarde, un grupo de nómadas modernos provenientes de Los Ángeles volvían a ocupar el fuerte.
La botella de cerveza pasó rozando la cabeza de Jessie. Se había agachado en el último momento al ver el resplandor del vidrio sobre la luz de la hoguera que habían encendido. Aunque no le acertó, fragmentos de cristales y cerveza cayeron sobre él después de que la botella explotara contra los viejos cimientos de adobe.
—¡Eh, hijo de puta! —gritó—. Casi me arrancas la cabeza.
—¿Qué coño haces ahí? ¿No somos lo bastante buenos para que estés de fiesta con nosotros o qué? —preguntó un gigante barbudo desde el sitio donde estaba tumbado.
Los demás estaban tirados alrededor del fuego, bebiendo junto a sus motos. Las pocas chicas que habían recogido durante el trayecto estaban montadas en su regazo o tumbadas a su lado. Jessie se preguntó por qué había emprendido este viaje. Los tipos con los que hacía estas largas escapadas de fin de semana no le acababan de gustar, pero no se podía negar a estas ofertas de animación que le llegaban una vez cada mes. La parpadeante luz de las llamas iluminaba las siluetas de los «aspirantes a motoristas», tal y como él los llamaba.
Jessie se aproximó hasta la hoguera, se puso de rodillas, acercó las manos a las llamas y las frotó.
—Me he quedado pensando lo raro que es este sitio —dijo mirando los viejos muros de adobe—. No sé, tío, piénsalo, los que vinieron aquí a perseguir a esos apaches debían de ser unos hijos de puta de la hostia.
El grandullón abrió otra cerveza mientras miraba a Jesse.
—Seguro que no eran tan hijos de puta como yo —dijo en tono bravucón, golpeando con la cerveza contra su chaleco Levi's y derramándola por encima de sí mismo y del tipo que tenía tumbado al lado.
Jesse hizo un gesto de hartazgo con la cabeza. De los quince que había alrededor del fuego, con el que más odiaba hablar era con Frank. Intentar intercambiar alguna palabra con él sobre cualquier historia era como intentar convencer a un perro de que en realidad no es un perro. Cada vez que hablaba con él se imaginaba que veía cómo su marcador de coeficiente intelectual iba bajando.
—Yo entiendo a lo que te refieres —dijo una de las chicas. Era una de las pocas que habían recogido en Phoenix—. He vivido toda mi vida en Arizona y te puedo decir que aquí hay alguna movida muy rara.
—¿Qué sabrás tú lo que es raro? —bramó Frank, dándole una patada en la pierna a la chica.
—Estoy aquí con gente como tú, ¿no? —dijo ella, propinándole una palmada en el culo y continuando después con la historia—: Cosas extrañas relacionadas con los indios y así. La gente dice que el desierto está encantado. Mi padre decía que en este lugar murieron muchos colonos y soldados, y que de noche, cuando todo se halla en calma y en silencio, aún se les puede oír gritar. —Bajó el tono de voz, como compartiendo un gran secreto—. Hay muchos cadáveres enterrados justo debajo de nosotros. —Dio unas patadas en el suelo—. Y ahí también —dijo volviéndose hacia donde estaba Frank—. Pero ¿qué vais a saber unos capullos de Los Ángeles de todo esto?
—¿Y por qué se dice que hay fantasmas aquí? —preguntó Jessie, mirando a los alrededores, donde no llegaba ninguna luz.
La chica se puso contenta al ver que alguien le hacía caso, así que se incorporó y se puso a su lado en cuclillas cerca del fuego. Se fijó mejor en él y lo que vio le gustó.
Pues porque el Ejército tenía tropas en este lugar en el que estamos acampados, y mi padre decía que de noche se podía escuchar a los caballos relinchar y a los hombres haciendo guardia. Una vez que acampó aquí cerca, en los años setenta, él y sus amigos escucharon el sonido de unos caballos y dé hombres gritando y chillando mientras cabalgaban; según mi padre, aquí no había nadie más que ellos.
El hombre miró otra vez a la oscuridad que lo rodeaba.
—¿En serio?
—Sí, eso es lo que me contó mi padre.
—¿Y te dijo también que eras una idiota? —dijo Frank, poniéndose de pie tan bruscamente que la chica que se había quedado dormida en su regazo se estampó contra el suelo.
—Déjalo estar, Frank, ¿quieres? —dijo la chica, frotándose la cabeza.
—¿Vas a tragarte esa mierda, Jessie? ¿Alguno de vosotros se lo va a creer? preguntó Frank, alejándose de las viejas ruinas de adobe mientras se desabrochaba el pantalón.
—Ya podía aparecer un fantasma y joder a ese capullo —susurró la chica.
—No tendremos esa suerte —murmuró Jessie, y los dos se rieron.
Frank se quedó mirando las estrellas al entrar en la zona donde no llegaba la luz, luego miró al suelo. Se arrepentía de haber hecho este viaje. No estaba saliendo tal y como él se esperaba. Solo quedaba un día para volver otra vez al concesionario de Chevrolet en Pasadena. A cambiar el aceite, echar lubricante y a que se la chupara esa novia con el culo gordo que tenía. Se suponía que los viajes en moto tenían que ser un no parar de jaleo y folleteo. Joder, lo único que se habían encontrado en este viaje había sido seis guarras medio tontas de un bar de Phoenix, cerveza caliente y una montaña de aburrimiento.
Se detuvo en medio de la oscuridad y acabó de desabrocharse el último botón del pantalón.
Joder, no hay forma de encontrar nada de emoción en este puto país
, pensó. Mientras meaba, concentrándose en no salpicar sus nuevas botas de motorista, la luz de la luna le permitió ver cómo diez metros delante de él una nube de polvo se elevaba en el aire. El grandullón se asustó, el corazón le latía fuerte en el pecho; luego el firme volvió a quedarse quieto donde estaba. Intentó ver mejor en la oscuridad, luego dejó de prestar atención y meó salpicando sus botas nuevas.
—Dejad de dar por el culo —bramó—, o cuando os pille os voy a dar de hostias —gritó en dirección a la oscuridad.
Volvió a subirse los pantalones y se los abrochó. Empezó a caminar de vuelta, primero mirando hacia el campamento y luego hacia la zona donde el suelo se había movido de esa forma tan rara. Respiró profundamente para tranquilizarse y poder regresar hacia la hoguera.
La arena apelmazada y el polvo volvieron a saltar por el aire, pero ahora un par de metros más cerca. Se quedó paralizado haciendo todo lo posible por ver algo. Esta vez la arena no volvió a caer sino que arremetió contra él como si fuera una ola generada por un barco. El polvo arrojado hacia los lados alcanzó una altura de entre tres y cinco metros desde el suelo. Ahora podía sentir cómo la tierra se separaba entre sus botas, que estaban totalmente mojadas. Gritó, se dio la vuelta y echó a correr.
El estallido de tierra desapareció entonces tan rápido como había surgido.
El suelo se abrió bajo sus pies justo cuando estaba a punto de alcanzar el círculo iluminado por el fuego. Intentó desesperadamente agarrarse del borde, pero no lo consiguió, y sus uñas se partieron y se quedaron en carne viva. Cayó contra el fondo con un golpe que le fracturó varios huesos. Bufó de dolor, respiró profundamente y se dispuso a gritar pidiendo ayuda a los que estaban junto al fuego, pero dos gigantescas garras lo atraparon por la cintura, lo cortaron por la mitad e impidieron que pudiera proferir ningún grito. Pese a haber sido aplastado como un tubo de pasta de dientes, su cerebro continuó funcionando, y sus entrañas cayeron sobre el suelo en medio de los ruidos que hacían las costillas al romperse.