Evento (22 page)

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Authors: David Lynn Golemon

Tags: #Ciencia Ficción, Intriga

BOOK: Evento
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—Empecemos, ¿de acuerdo?

Capítulo 11

Montañas de la Superstición, Arizona

7.00 horas

Gus se quedó boquiabierto ante lo que encontró: de un lado al otro del rocoso valle se veía lo que parecían los restos de un avión, de un avión enorme. Amontonados aquí y allá, había pedazos de un material similar al papel de aluminio y que daban muestras de ser el resultado de un impacto descomunal. El viejo bajó lentamente por una pequeña pendiente, pasando por encima de unas voluminosas rocas y accedió al valle donde había estado cientos de veces a lo largo de su vida. No se dio cuenta enseguida, pero la sensación de soledad y de miedo se evaporó en cuanto pisó el campo sembrado de piedras y de chatarra. Una ligera brisa agitó algunos de los restos de metal, unos susurrantes silbidos surcaron el aire y el anciano sintió que penetraban en lo más profundo de su ser. La zona le recordaba a un pueblo fantasma, solo que no estaba hecho de casas y calles, sino de los restos de un avión siniestrado en una montaña que tenía fama de estar encantada.

—¡Hola! —gritó en medio del valle.

Un par de ojos observaban a Gus mientras estaba allí de pie esperando una respuesta. Los grandes ojos del menudo visitante se abrieron y cerraron rápidamente a causa del miedo cuando el hombre se acercó. El otro par de ojos, más pequeños, lo observaban con alevosía. No dejaron un momento de mirar al hombre mientras este examinaba los restos del accidente. Un gruñido sonó en su garganta. Las pequeñas garras amarillentas rascaron la roca contra la que se encaramaba.

Gus penetró en el campo de chatarra y con la punta de la bota empujó con sumo cuidado un trozo de metal retorcido. Debía de medir entre metro y metro y medio, y parecía extremadamente ligero. Se agachó y pasó un dedo por la superficie del material brillante y plateado. Estaba fresco al tacto, a pesar del sol de la mañana que se reflejaba en su superficie. Cuando Gus lo cogió entre sus dedos y lo levantó, supuso que solo uno de los lados se alzaría, pero toda la pieza se levantó al mismo tiempo. La sorpresa le hizo soltarla de inmediato, pero la pieza descendió lentamente hasta posarse flotando encima de su bota derecha. A Gus se le escapó un pequeño grito al tiempo que sacaba el pie de debajo. Nervioso, empezó a mirar algunos de los otros fragmentos de material que había alrededor, y se dio cuenta de que casi ninguno de los objetos que tenía a su alrededor habían salido indemnes del violento choque.

Unos grandes cubos con aspecto de contenedores parecían estar casi intactos en medio de la zona donde estaban esparcidos todos los restos del accidente. En la parte superior tenían unas pequeñas botellas que parecían cilindros de oxígeno. El viejo buscador de oro se acercó al que tenía más cerca para examinarlo mejor. La caja, o contenedor, o lo que fuera, tenía forma rectangular y mediría un metro de alto y casi dos de largo. La cara frontal, o la que Gus pensaba que sería la frontal, estaba hecha de un material parecido al plexiglás. Intentó mirar en el interior, como si se tratara de una ventana, tapándose del sol de la mañana que le daba en los ojos. Cuando su mano entró en contacto con el panel, este se deformó, ya que estaba hecho de una sustancia gelatinosa que primero se bamboleó y luego cayó a la arena que había debajo como si se tratara de agua. En el momento en que la sustancia se derramó, Gus sintió una pequeña descarga eléctrica que recorrió la mano que había entrado en contacto con el panel gelatinoso. Retrocedió rápidamente, asqueado ante aquello que había tocado. Entonces descubrió, en medio de la caja, otro material viscoso que apestaba como el mismo demonio. La parte trasera del contenedor estaba cubierta de este material oscuro de tono marrón que rodeaba, burbujeante, lo que parecían restos de huesos cubiertos de algunos pedazos de piel. Después de observarlos, Gus dirigió su atención hacia los pequeños tanques con aspecto de latas que había encima. De uno de los tres salía un líquido de color azul, que todavía goteaba sobre aquella cosa que cubría el suelo. Daba la sensación de que el contenido de los pequeños cilindros había acabado con la vida de lo que hubiera allí.

El viejo movió la cabeza hacia los lados, consciente de que estaba haciendo cábalas acerca de algo que no conocía en absoluto.
¿Qué demonios ha pasado en este lugar?
La brisa volvió a soplar, y aparte de refrescarle la piel, el viento trajo también un olor diferente a lo que Gus había olido hasta ese momento. Se quedó mirando una pieza bastante grande que había apoyada sobre una gran roca, unos diez metros delante de donde él se encontraba. Mientras se adentraba en el valle, le vino a la cabeza una idea curiosa e inquietante, que empezó a resultar cada vez más consistente. Alguien tenía que pilotar aquella cosa… fuera lo que fuera. Si no era dirigida de manera automática, tenía que haber una tripulación. Si alguno había sobrevivido, ¿cómo demonios iba a sacarlo de allí y a bajar la montaña? Buck había desaparecido, e incluso si estuviera, estaba demasiado viejo como para transportar a alguien hasta el pueblo. Doblemente preocupado, se quedó mirando los fragmentos de la nave que lo rodeaban.

Aceleró el paso en dirección a la pieza de metal que había sobre la roca. Puso la mano sobre la cara superior del objeto y se quedó un instante dudando. Gus pensó que vería aquello y luego se largaría, encontraría a Buck, se iría a la cabaña y se pasaría una semana borracho. Tocó ligeramente el extraño metal, pasando los dedos por encima de una inscripción, que se asemejaba a los jeroglíficos, grabada sobre la superficie. Tenía un recuerdo impreciso, pero había visto algo parecido una vez en un museo en Denver. Había invertido el sueldo de un mes en adquirir un poco de cultura, algo que no había hecho en años. Se fue al cine, vio una película sobre guerras en el espacio o algo así (que le pareció una chorrada) y luego se fue a ver una exposición sobre Egipto que había en el museo de historia natural. Allí, el guía explicó que los signos escritos que se habían encontrado en Egipto se llamaban jeroglíficos. Le pareció que lo que estaba mirando en aquel momento era lo mismo. Eran de color rosa y violeta, tenían un tono metálico y alrededor de un centímetro de profundidad. Pasó un dedo por los grabados y recibió una extraña descarga eléctrica que le recorrió la mano y le llegó hasta el hombro. La sensación le resultó familiar, e incluso un tanto agradable.

De pronto, el metal cayó hacia donde él estaba y tuvo que retroceder rápidamente para no cortarse con los afilados bordes de la pieza. Sus ojos se abrieron de par en par cuando vio lo que había al otro lado. Sujeta aún a algo similar a un asiento, había una cosa parecida a una persona, si bien era más pequeña y su esqueleto era más fino. Gus tragó saliva y lo miró más de cerca. El cadáver parecía medio aplastado y algunas partes habían sido seccionadas. Se fijó en que no llevaba ropa. Era de color verde, con algunas zonas más oscuras, y probablemente se había hinchado después de morir. El viejo fue consciente de que aquello que estaba mirando no pilotaba un avión como los que él conocía. Tragó saliva otra vez y dio varios pasos hacia atrás, sin apartar la vista del pequeño cuerpo que había muerto sujeto a su asiento.

Cuando estuvo en Corea, su escuadrón se encontró con un caza estadounidense Sabre F-84 que se había estrellado a poca distancia de su posición. Supusieron que el piloto había saltado en paracaídas y se había salvado, pero cuando inspeccionaron los restos del aeroplano, vieron lo que parecía ser el cuerpo del piloto fuertemente sujeto todavía a su asiento. Estaba tan aplastado y destrozado como el ser al que estaba mirando ahora.

Una de las partes de la cara se había quedado hundida tras el impacto, de forma que Gus no podía hacerse una idea de qué aspecto tenía aquella persona o cosa. Pudo ver que aquel ser no tenía nada de pelo en la cabeza. Las pequeñas manos estaban compuestas de tres largos dedos y de un pulgar. El pulgar era casi tan largo como los otros dedos. No parecía que tuviera uñas. El único ojo que poseía era bastante grande y la pupila tan negra como el carbón. Gus apartó la vista al ver su envejecida silueta reflejada en el ojo cubierto por el polvo.

Tragó saliva y cuando estaba empezando a darse la vuelta, su pie resbaló en un agujero que había en el suelo. Desesperado, consiguió agarrarse en el último momento a la pared de una gran roca y evitar caer en el enorme agujero. Rápidamente buscó un punto de apoyo y recuperó el equilibrio. Cuando miró al agujero que había estado a punto de tragárselo, al viejo le pareció ver unas inmensas fauces que se asemejaban a una boca. Algunas piedras y algo de polvo seguían cayendo hacia el fondo, fruto de su resbalón.

Cuando volvió a recuperar el aliento, se percató de que los límites del oscuro pozo estaban redondeados, como si hubieran sido cuidadosamente excavados. Era como si un tapón hubiese sido descorchado de la masa de la tierra. Gus se agachó y pasó los dedos por la abertura. No solo era suave al tacto, sino que estaba recubierta por una sustancia brillante que aún conservaba cierta humedad. Enseguida apartó la mano del extraño agujero, se frotó los dedos y los sintió pegajosos. Desprendían además una fragancia dulce, como a plátano recién pelado.

El viejo buscador de oro estaba al borde del ataque de pánico. Empezó a andar hacia atrás, pero luego recordó qué era lo que había a su espalda. El cuerpo destrozado seguiría allí sujeto al asiento. Se detuvo y se quedó completamente quieto, luego dio primero un paso, y luego otro, y luego fue caminando cada vez más deprisa.

Gus estaba casi llegando al lugar por donde había accedido al valle cuando cayó de rodillas sujetándose la cabeza entre las manos. El sonido no venía del interior de su cabeza, como había sucedido antes, y de la nariz o las orejas no le corría ningún reguero de sangre. El sonido provenía de algún lugar detrás de él en el valle. Los confusos sonidos rebotaron en las paredes de piedra en forma de eco. Gus tuvo la sensación, más confusa todavía, de que esos sonidos iban a atraer algo que él no quería ver.

Gus se dio la vuelta y avanzó lentamente en dirección al punto del que procedían los gritos. Rodeó con cuidado alguna de las piezas de metal que había de camino y se agachó, apoyando sus temblorosas manos en las rodillas, para poder ver más de cerca lo que se escondía debajo de una de las enormes rocas. Pensó primero que quizá el sonido saliese del interior del trozo de granito, luego comprendió que la idea era ridícula. Entonces se dio cuenta de que los sonidos brotaban de debajo de la gran roca. Advirtió que algo se movía en la base al mismo tiempo que el murmullo cesaba. Se apoyó en una de las rodillas y sintió una mezcla de horror y alivio.

Gus inclinó la cabeza y miró en el agujero, intentando desesperadamente vislumbrar algo en medio de la oscuridad. Acercó más la cabeza, mientras el miedo se apoderaba de él. Dios mío, esta cosa debe de estar más aterrorizada aún que yo. Se puso un poco tenso, un sentimiento de pánico lo inundó como si fuera una pequeña ola y se quedó dudando por un momento, pero el sentimiento duró tan solo un instante. En su interior, seguía percibiendo el peligro y un terror puramente animal, parecido al que sentiría un ciervo ante la visión de los faros de un coche. Al mirar en la oscuridad total del agujero, le pareció ver dos pequeños charcos de agua oscura. Luego desaparecieron. La confusión paralizó su mente mientras intentaba vislumbrar aquello que se intuía en la penumbra. De pronto algo se le reveló con la inmediatez de un rayo, los dos charcos idénticos reaparecieron: contemplaba los ojos de algo que había bajado a bordo de esa cosa, y esos ojos acababan de parpadear y lo miraban.

—Eh —dijo con tono suave—, no voy a hacerte daño.

Aquella cosa parpadeó y continuó farfullando en una jerga extraña que Gus no comprendía.

—¿Estás herido?

En cuanto hizo la pregunta supo sin ningún género de dudas que sí, que la cosa que había en aquel agujero estaba herida.

—¿Quieres salir de ahí? —preguntó, sin saber muy bien cómo hablar con esa cosa, o si podría llegar a entender lo que le decía—. Espero que entiendas mi idioma, muchacho.

Gus se puso en pie y miró a su alrededor. Sus ojos se dirigieron al agujero que había al otro lado del valle, allí donde había estado a punto de caerse. No fue confusión lo que sintió ahora, sino puro terror. El vacío oscuro que formaba el agujero parecía aproximarse, y el miedo que le provocaba lo que había allí dentro le impedía moverse. Luego paseó la vista por las rocas que había encima de él. Notaba que lo estaban vigilando. Había tenido esa sensación decenas de veces, en decenas de noches en Corea, y ahora sentía lo mismo. Pensó que fuera quien fuera, quien lo observaba no le deseaba ningún bien. De nuevo volvió la vista hacia el gran agujero. El miedo que sentía ahora era diferente. Los pelos de la nuca seguían erizados, así que movió la cabeza para intentar apartar la confusión que sentía por culpa de ese agujero en el suelo y de aquella cosa que había entre las rocas.

Se volvió hacia el ser que seguía encogido de miedo allí debajo.

—Venga, larguémonos de aquí —dijo con tono nervioso, mirando otra vez al agujero, y medio esperando que en cualquier momento algo saliera de su interior. Cuando se volvió a girar, sus ojos se quedaron paralizados. Una mano temblorosa de largos dedos salía tendida del agujero. Los delgados dedos eran de un color verde claro, igual que el cadáver destrozado que había encontrado entre los restos de la nave. En uno de los dedos extendidos había una mancha más, un líquido más oscuro, y Gus pudo ver que una pequeña gota de fluido caía del dedo y era tragada por la tierra arenosa que había alrededor del agujero. Luego volvió a mirar la mano y, casi sin darse cuenta, la estrechó con la suya. Notó cómo el otro ser temblaba, así que rebajó la presión. Alargó la mano que tenía libre hacia el agujero y encontró aquello que suponía que era el otro brazo de aquel ser. Gus tiró delicadamente primero, y con más fuerza después, se dio cuenta de que el pequeño cuerpo estaba metido a presión debajo la roca, como si se tratara de un tapón de corcho en una botella. Mientras tiraba, sintió cómo la criatura intentaba ayudar. Después de un minuto larguísimo lograron su empeño. En cuanto Gus consiguió liberar al extraño ser, este empezó a mirar a su alrededor. Sus grandes ojos no dejaban de parpadear en aquel mundo más luminoso fuera de la penumbra que había debajo de la piedra. El viejo se sentó en el suelo y se quedó mirando, entre sorprendido y maravillado, aquello que acababa de extraer de la roca.

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