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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

Favoritos de la fortuna (3 page)

BOOK: Favoritos de la fortuna
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Glaucia se suicidó, y Saturnino y el resto de sus partidarios más próximos quedaron presos en la sede del Senado para ser juzgados por traición, un juicio que los senadores no ignoraban haría tambalear el ya desvencijado marco constitucional de Roma. Sila resolvió el problema encabezando ocultamente a un grupo de jóvenes aristócratas que subieron a la techumbre de la Cámara y desde ella acabaron con Saturnino y sus seguidores lapidándoles con las tejas.

La ley frumentaria de Saturnino fue derogada, pero Mario —ya con cincuenta y siete años— tuvo que aceptar el hecho de que su carrera política estaba truncada. Seis veces cónsul, pensó que no se iba a cumplir el vaticinio de la adivinadora siria. Por otra parte, Sila, que esperaba ser elegido pretor al año siguiente, decidió que había de apartarse de Mario, ya en declive, para no enturbiar su propia carrera política.

Durante aquellos diez años, la vida privada y los amores de Mario y Sila habían seguido derroteros distintos.

El matrimonio de Mario con Julia era feliz. Habían tenido un único hijo en el 109 a. de J.C., el pequeño Mario; el anciano César había muerto, pero dejando a sus dos hijos bien situados para su futuro político y militar: el hijo menor, Cayo, casado con una rica y hermosa doncella, de la aristocrática familia de Aurelio Cotta. La pareja se había instalado en una casa de viviendas del Subura, un barrio romano de mala reputación; tuvieron dos hijas, y en el 100 a. de J.C., un hijo (el gran César) que fue, como inmediatamente reconoció Mario, el niño del vaticinio, el romano más famoso de la Historia. Pero Mario decidió frustrar esta parte del vaticinio.

El matrimonio de Sila con Julilla, la hija menor del anciano César, no fue feliz; en parte, debido al carácter vehemente y excesivamente dramático de la jovencita. Dos retoños nacieron de esta unión, una hija y un hijo. Julilla, con su obsesivo amor por Sila, era consciente de que no era dueña de su corazón, pese a no adivinar sus verdaderas inclinaciones sexuales. Su frustrado amor la indujo a la bebida, y con el tiempo llegó a convertirse en alcohólica. A tales circunstancias vino a sumarse un hecho insólito: el joven actor griego Metrobio visitó a Sila, y su inesperada presencia indujo a Sila a decidir que nunca más volvería a verle. Julilla observa a escondidas el acto sexual entre los dos y se suicida. Posteriormente, Sila contrae matrimonio con una encantadora viuda sin hijos de excelente familia, una Elia, para dar una madre a sus hijos.

El hijo de Escauro, príncipe del Senado, es convicto de cobardía durante su servicio en el ejército de Catulo César en el norte de Italia. Profundamente afectado por la conducta del joven, Escauro repudia al joven, y éste se suicida. Tras lo cual, Escauro, casi con sesenta años, se casa con la novia de su hijo, la joven de diecisiete años hija del hermano mayor de Metelo el Numídico, la llamada Dalmática, sin que nadie le pregunte a ella su parecer sobre tal matrimonio.

Por su parte, el joven Marco Livio Druso, aristocrático vástago de un hombre famoso, concierta en el 105 a. de J.C. una doble boda: él contrae matrimonio con la hermana de su mejor amigo, el patricio Quinto Servilio Cepio, y éste se casa con Livia Drusa, hermana de Druso; Druso no tiene hijos en su matrimonio, mientras que Cepio y Livia Drusa tienen dos hijas, la mayor de las cuales, Servilia, llegaría a ser la madre de Bruto y la amante del gran César.

CRONICA DE ACONTECIMIENTOS EN «LA CORONA DE HIERBA»

La acción se sitúa en el 98 a. de J.C., dos años después de los hechos de EL PRIMER HOMBRE DE ROMA, un período de acontecimientos apenas dignos de mención.

Sila se halla profundamente aburrido ante el encanto y la bondad de su segunda esposa, Elia, y atormentado por su deseo de otras dos personas, el joven actor griego Metrobio y Dalmática, la joven de diecinueve años, esposa de Marco Emilio Escauro, príncipe del Senado. Pero como la ambición y el convencimiento de estar llamado a un destino singular se imponen en él sobre cualquiera otra pasión, Sila decide no volver a ver a Metrobio ni iniciar una aventura con Dalmática.

Desgraciadamente, Dalmática no muestra igual entereza y hace una escena en público mostrando abiertamente su amor por Sila. Escauro, herido en su honor, exige que Sila abandone Roma para poner fin a las humillantes murmuraciones; pero Sila, que es inocente, considera irrazonable la imposición del príncipe del Senado y se niega a hacerlo, pues precisamente necesita estar en Roma para presentarse candidato al pretorado. El viejo Escauro, aun a sabiendas de que Sila es inocente, obstaculiza su elección como pretor y condena a Dalmática a no salir de casa.

Al ver frustrada su carrera, Sila decide marchar a la Hispania Citerior de legado del gobernador Tito Didio. Ha vencido Escauro. Pero antes de partir, Sila hace proposiciones a Aurelia, esposa de Cayo Julio César; proposiciones que ella rechaza. Furioso, va a casa de Metelo el Numídico (que acaba de regresar del destierro) y le asesina. Su hijo Metelo Pío, no sólo no reprocha a Sila la muerte de su padre, sino que le continúa admirando y confiando en él.

La familia César prospera: los dos hijos, Sexto y Cayo, han ido ascendiendo bajo el patrocinio de Mario, aunque ello suponga largas ausencias del hogar por parte de Cayo; pero su esposa Aurelia administra la casa de viviendas y se ocupa con gran eficacia de la educación de sus dos hijas y su precoz hijo, el pequeño César, que admira a todos por su inteligencia y habilidad. Lo único de Aurelia que despierta recelos en sus amistades y parientes es su amistad con Sila, que la visita por la admiración que siente por ella.

En pleno declive político, Cayo Mario parte con su esposa Julia y el pequeño Mario a unas largas vacaciones en Oriente, donde recorre varias regiones de Anatolia. Al llegar a Tarso de Cilicia le llegan noticias de que el rey Mitrídates del Ponto ha invadido Capadocia, asesinando al joven monarca para entronizar a uno de sus numerosos hijos. Mario deja mujer e hijo al cuidado de unos nómadas y se llega a caballo, casi sin compañía, hasta la capital de Capadocia para enfrentarse con entereza a Mitrídates en persona.

El rey del Ponto era un curioso personaje, sagaz y astuto, mezcla de héroe y de cobarde, bravucón y pusilánime a la vez. Con sus numerosas tropas había ensanchado su reino a expensas de los territorios vecinos, con excepción de las posesiones de Roma, y, mediante alianza matrimonial, había llegado a un acuerdo con Tigranes, rey de Armenia, para aliarse con él, enfrentarse a los romanos y repartirse el mundo.

Estos planes se frustran por la entrevista de Mitrídates con Mario, que, en solitario, sabe imponerse al rey del Ponto y de Capadocia, quien, en lugar de eliminar al romano, agacha la cabeza y regresa con su ejército al Ponto. Mario vuelve con su mujer e hijo y prosigue su periplo por Asia Menor.

La situación en Italia estaba al rojo vivo. Roma mantenía soberanía sobre las diversas naciones semiindependientes que formaban el mosaico de la península; sus aliados itálicos, como se denominaban, guardaban con ella una relación de desigualdad desde tiempos históricos, y lamentaban esa situación de inferioridad. Estaban obligados a aportar o pagar las tropas que Roma necesitaba para sus guerras exteriores, pero ésta no les concedía la ciudadanía romana y les negaba derechos equitativos de comercio y otros privilegios concedidos a los ciudadanos romanos de derecho. Los caudillos de los distintos pueblos itálicos reivindicaban cada vez con mayor energía y tesón un trato igualitario.

Marco Livio Druso tenía por amigo a Quinto Popedio Silo, un itálico prominente, caudillo de los marsos, decidido a que su pueblo adquiriese la plena ciudadanía romana. Silo contaba con las simpatías de Druso, un prominente y acaudalado aristócrata romano, de gran influencia política, que estaba convencido de que con su apoyo los itálicos lograrían sus ansiados derechos igualitarios.

Pero las circunstancias familiares de Druso echarían por tierra sus planes. Su hermana, Livia Drusa, estaba casada a disgusto con el mejor amigo de Druso, Quinto Servilio Cepio, que la infligía malos tratos, y la joven había conocido, ya casada, a Marco Porcio Catón, de quien se había enamorado, convirtiéndose en su amante. Livia Drusa, que ya tenía dos hijas, quedó embarazada de Catón y dio a luz un hijo, haciendo creer a Cepio que era suyo. Pero la hija mayor, Servilia, acusa a su madre de adulterio con Catón y desencadena la crisis familiar. Cepio se divorcia de Livia Drusa y repudia a los tres niños; Cepio y su esposa la acogen en su casa, tras lo cual Livia Drusa se casa con Catón y le da dos hijos más, Porcia y el pequeño Catón (futuro Catón de Atica). Entretanto, Druso no escatimaba esfuerzos por convencer al Senado de las justas aspiraciones de ciudadanía de los itálicos, pero tras el escándalo de Livia Drusa sus gestiones se vieron enormemente dificultadas al convertirse súbitamente Cepio en su más encarnizado adversario.

En el 96 a. de J.C., muere la esposa de Druso, y en el 93 a. de J.C., su hermana Livia Drusa, dejándole al cuidado sus cinco hijos. En el 92 a. de J.C. muere Catón, quedando agriamente enfrentados Cepio y Druso.

A pesar de considerarse demasiado viejo para el cargo, Druso no ve otra opción para lograr la igualdad de los itálicos que presentarse a las elecciones de tribuno de la plebe y lograr que la asamblea les conceda los derechos pese a la obstinada oposición del Senado. Druso, hombre extraordinariamente inteligente y tenaz, estuvo a punto de lograrlo, pero algunos senadores recalcitrantes (entre ellos Escauro, Catulo César y Cepio) estaban radicalmente decididos a que no triunfara su propuesta, y, cuando ésta estaba a punto de ser aprobada, Druso murió asesinado en el atrio de su mansión. Esto sucedía a finales del 92 a. de J.C.

Los cinco hijos de Livia Drusa más el hijo adoptivo del propio Druso, Druso Nerón, fueron testigos de su trágica y lenta agonía. Los niños no tenían a nadie en el mundo más que a Cepio, el padre que los había repudiado, pero éste no quiso hacerse cargo de ellos y tuvieron que ser recogidos por la madre de Druso y su joven hermano Mamerco Emilio Lépido Liviano. Cepio murió en el 90 a. de J.C., y la madre de Druso al año siguiente. No quedaba más que Mamerco, quien se vio obligado a llevarlos a casa de Druso, dejándoles en manos de una parienta solterona y de su arrogante madre.

Sila regresa de la Hispania Citerior a tiempo de ser elegido pretor en el 93 a. de J.C. Al año siguiente (mientras Druso se esfuerza por obtener el derecho de ciudadanía para todos los itálicos) se le encomienda el gobierno de la provincia oriental de Cilicia; allí descubre que Mitrídates, envalentonado por cinco años de inercia romana, ha vuelto a invadir Capadocia. Sila conduce dos legiones de tropas cilicias a la región, las acuartela en un campamento con extraordinarias fortificaciones y comienza a hacer alardes militares, pese a la superioridad militar de Mitrídates. El rey del Ponto se ve obligado por segunda vez a verse a solas con un romano cara a cara, y a oír que le mandan regresar a su territorio. Y, por segunda vez, Mitrídates vuelve al Ponto con el rabo entre piernas.

Pero el yerno de Mitrídates, el rey Tigranes de Armenia, no desistía de su empeño de hacer la guerra; Sila entra en Armenia con sus dos legiones, siendo el primer romano que cruza el Éufrates en misión militar. En el Tigris, cerca de Amida, da con Tigranes y le amonesta tajante, concertando en Zeugma, junto al éufrates, una entrevista entre los dos y los embajadores del rey de los partos. Se firma un tratado en virtud del cual las tierras al este del éufrates son responsabilidad de los partos, y las situadas al oeste del mismo caen bajo la potestad de Roma. Sila es objeto también del vaticinio de un quiromántico caldeo, que predice que ha de ser el hombre más famoso entre el océano Atlántico y el río Indo, y que morirá en la cúspide de su fama.

Acompañaba a Sila el hijo que había tenido con Julilla, un jovencito por el que el padre sentía adoración; pero tras el regreso de Sila a Roma (donde se encontró con un Senado indiferente a sus hazañas y al magnífico tratado obtenido), este hijo muere trágicamente. La pérdida del muchacho fue un golpe terrible para Sila, que representó el final de todo vestigio de relación con la familia de los César, con excepción de sus esporádicas visitas a Aurelia. En una de ellas conoce al pequeño hijo de ésta, César, que le impresiona profundamente.

La guerra civil en Italia se inició con una serie de sonadas derrotas para Roma. A principios del 90 a. de J.C., el cónsul Lucio César acude al frente sur de la lucha (Campania) con Sila de primer legado. El frente norte (Piceno y Etruria) queda bajo el mando sucesivo de varios generales que demuestran ser una nulidad.

Cayo Mario ansía el mando de esa zona norte, pero sus enemigos del Senado aún son irreductibles y se ve forzado a ir de simple legado y sufrir indignantes desplantes por parte de los generales. Pero uno de ellos sufre una derrota (y muere, como el propio Cepio) mientras Mario se dedica a adiestrar a las tropas bisoñas y temerosas, esperando una oportunidad; aprovechando la ocasión y secundado por Sila, que ha sido nombrado su lugarteniente, consigue para Roma la primera victoria importante de la guerra. Pero al día siguiente de esta victoria, Mario sufre un segundo infarto y se ve obligado a abandonar el campo de batalla; circunstancia que complace a Sila, dado que su superior apenas tomaba en serio sus dotes militares, a pesar de que él había sido el artífice de todas las victorias en la campaña del sur.

El 89 a. de J.C. la guerra adopta un giro favorable para Roma, en particular en la zona sur de la península. Sila recibe la más alta condecoración militar, la Corona de Hierba, de manos de sus tropas ante la ciudad de Nola; quedaban sometidas casi en su totalidad Campania y Apulia. Los cónsules del 89 a. de J.C., Pompeyo Estrabón y Catón, tienen destinos muy distintos: Catón es asesinado por el hijo de Mario para impedir una derrota, y Mario logra la libertad del muchacho sobornando al comandante Lucio Cornelio Cinna. Cinna, un hombre honorable a pesar del cohecho, sería a partir de ese momento fiel partidario de Mario y adversario de Sila.

El primer cónsul del 89 a. de J.C., Pompeyo Estrabón, tenía un hijo de diecisiete años, llamado también Pompeyo, que le adoraba y que quiso empecinadamente combatir a su lado. En el 91 a. de J.C. sitiaron la ciudad de Asculum Picenum, en la que había tenido lugar la primera atrocidad de la guerra. Les acompañaba el joven de diecisiete años Marco Tulio Cicerón, un recluta de lo más inepto y reticente al combate, a quien Pompeyo protege de las iras y desprecio de su padre. Cicerón no olvidaría jamás las deferencias del joven Pompeyo en tales circunstancias, y éstas orientarían en gran parte su carrera política. Al caer Asculum Picenum en el 89 a. de J.C., Pompeyo Estrabón mandó ejecutar a todos los varones y desterró a todas las mujeres y niños, llevando únicamente lo que tenían puesto. Fue un incidente destacado en los anales de la terrible guerra.

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