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Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

Favoritos de la fortuna (4 page)

BOOK: Favoritos de la fortuna
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En el 88 a. de J.C., cuando Sila fue por fin elegido cónsul junto con Quinto Pompeyo Rufo, Roma ganaba la guerra contra los aliados itálicos, pero a costa de conceder gran parte de lo que la había hecho emprenderla, pues nominalmente se dio a los itálicos la ciudadanía romana.

Cornelia Sila, la hija de Sila con Julilla, estaba muy enamorada de su primo el joven Mario, pero Sila la obligó a casarse con el hijo del otro cónsul, al que dio una hija, Pompeya (que posteriormente sería la segunda esposa del gran César) y un hijo.

Con diez años de edad, el pequeño César fue encargado por su madre de cuidar a su tío Cayo Mario para que se recuperase del paralizante segundo infarto; acompañando al veterano militar, el niño aprendió cuanto pudo del arte de la guerra. Por su parte, Mario, recordando la profecía, decidió impedir en lo posible el brillante futuro militar y político del niño.

Sila, incomodado por un comentario inocuo de su esposa Elia, decide de pronto divorciarse, alegando esterilidad. El anciano Escauro ha muerto, y Sila se casa con la viuda, Dalmática, sin importarle las censuras de sus conciudadanos por el trato dado a Elia, que era muy admirada.

Sabiendo que Roma se hallaba plenamente ocupada en la guerra contra la coalición de itálicos, el rey Mitrídates del Ponto invade la provincia romana de Asia en el 88 a. de J.C., aniquilando a todos los ciudadanos romanos e itálicos, mujeres y niños; matanza que alcanzó la cifra de ochenta mil muertos, más setenta mil esclavos.

Al llegar a Roma la noticia de esta matanza, el Senado se reunió para decidir quién ostentaría el mando del ejército que se enviase a Oriente para enfrentarse a Mitrídates. Mario, considerándose recuperado del infarto, exige de viva voz que se le conceda el mando, pero el Senado prudentemente hace caso omiso de sus exigencias y opta por encomendárselo al primer cónsul, Sila. Mario no olvidará esta afrenta, y Sila será a partir de este momento uno de sus enemigos declarados.

Sabiéndose capaz de vencer a Mitrídates, Sila acepta el cargo entusiasmado y se dispone a abandonar Italia. Pero el erario está vacío y Sila dispone de pocos fondos, a pesar de haberse vendido mucha tierra pública en torno al Foro para pagar al ejército; con el saqueo de los templos de Grecia y el Epiro se obtendría el dinero para aquel ejército relativamente modesto.

Aquel mismo año 88 a. de J.C. surgió otro tribuno de la plebe de recuerdo imborrable: Sulpicio. De ideología conservadora, Sulpicio se convirtió en radical ante la matanza llevada a cabo por Mitrídates en la provincia de Asia, por considerar que un rey extranjero no había hecho distingos entre romanos e itálicos a la hora de matarlos. Sulpicio estimaba que el Senado tenía la culpa de la resistencia que oponía Roma a conceder la ciudadanía a los itálicos, y decidió acabar con esta asamblea. Si un rey extranjero no veía diferencia alguna entre un romano y un itálico, ésta no podía existir. Sulpicio se dispuso, pues, a aprobar leyes en la asamblea plebeya para excluir del Senado a la mayor cantidad posible de sus miembros para que no pudiese haber quórum. Una vez reducido el Senado a la impotencia, Sulpicio procedió a incrementar el poder electoral y político de los nuevos ciudadanos romanos. Todo este proceso se produjo en medio de sangrientos disturbios en el Foro, en los que murió asesinado el joven esposo de la hija de Sila, Cornelia.

Sulpicio echó los restos y se alió con Mario, haciendo que la asamblea plebeya aprobase otra ley para despojar del mando de la guerra contra Mitrídates a Sila y concedérselo a Mario. Ya casi con setenta años y disminuido en sus facultades físicas por la enfermedad, el terco Mario no estaba dispuesto a que nadie que no fuese él se enfrentase a Mitrídates, y menos aún Sila.

Sila se encontraba en Campania organizando sus tropas cuando le llegó la noticia de la nueva legislación y de su cese; y adoptó una decisión crítica: marchar sobre Roma. En los seiscientos años de existencia de la ciudad, ningún romano se había atrevido a cosa semejante. Pero Sila era capaz de ello. Los oficiales, salvo su fiel cuestor Lucio Licinio Lúculo, se negaron a secundarle, pero la tropa se puso entusiásticamente de su lado.

En Roma nadie creía capaz a Sila de llevar la guerra contra su propia patria, y cuando apareció con su ejército ante las murallas, cundió el pánico. Al no disponer de soldados profesionales, Mario y Sulpicio tuvieron que recurrir a ex gladiadores y esclavos para enfrentarse a Sila, quien entró en la ciudad, aplastó a sus diversos adversarios y se apoderó de Roma, obligando a huir a Mario, a Sulpicio y al viejo Bruto, entre otros. Sulpicio fue capturado antes de abandonar Italia y murió decapitado; Mario, tras terribles vicisitudes en la ciudad de Minturnae, logró llegar a África con el joven Mario y los demás, y allí, tras incontables aventuras, hallaron refugio entre los veteranos que él había asentado en Cercina.

Virtual dueño de Roma, el acto más repudiable de Sila fue clavar la cabeza de Sulpicio en los rostra del Foro para conminar por terror a la obediencia a Cinna (y a otros muchos); derogó las leyes de Sulpicio y decretó las suyas propias. Unas leyes ultraconservadoras, destinadas totalmente a reinstaurar el Senado y a disuadir del radicalismo a los futuros tribunos de la plebe. Satisfecho de haber actuado del mejor modo posible para sostener el tradicional gobierno republicano, se dispuso finalmente a partir hacia Asia Menor e iniciar la guerra contra Mitrídates en el 87 a. de J.C., no sin antes casar a su hija recién enviudada con Mamerco, hermano del difunto Druso y custodio de los huérfanos.

El exilio de Mario, su hijo, el viejo Bruto y otros proscritos duró aproximadamente un año. Una sola medida faltaba para culminar la constitución apresuradamente redactada: lograr que para el 87 a. de J.C. eligiesen unos cónsules que le fuesen fieles. No halló dificultades en el caso del primer cónsul, Cneo Octavio Ruso, pero los puntillosos electores volvieron a votar segundo cónsul a Cinna, y Sila sabía que éste era partidario de Mario. Por ello, trató de ganarse su lealtad a la nueva constitución haciéndole jurar que la acataba, juramento que Cinna invalidó haciéndolo con un guijarro en el puño.

Nada más zarpar Sila para Asia en la primavera del año 87 a. de J.C., comenzaron los disturbios en Roma. Cinna derogó su inválido juramento y se opuso abiertamente a Cneo Octavio y a sus ultraconservadores partidarios, hombres como Catulo César, Publio Craso y Lucio César. Cinna fue expulsado de Roma y declarado proscrito, pero los ultraconservadores no supieron hacer preparativos militares, al contrario de Cinna, que reunió un ejército y sitió la ciudad. Mario se apresuró a regresar del destierro y desembarcó en Etruria, donde también reunió un ejército con el que marchó en ayuda de Cinna y sus aliados, Quinto Sertorio y Cneo Papirio Carbón.

Desesperados, los ultraconservadores van a ver a Pompeyo Estrabón a Picenum y le suplican que venga en su ayuda, dado que aún no ha disuelto su ejército de leales vasallos. Acompañado por su hijo, Pompeyo Estrabón acude a Roma; pero, una vez ante las murallas de la ciudad, no presenta batalla a Cinna, Mario, Carbón y Sertorio, limitándose a montar un inmenso campamento insalubre ante la puerta Colina, ganándose la animadversión de los vecinos de las colinas norte romanas al contaminar las aguas y causar una terrible epidemia de fiebres entéricas.

El asedio de Roma se prolonga, pero finalmente se da una batalla entre Pompeyo Estrabón y Sertorio sin resultados claros, ya que Pompeyo Estrabón cae enfermo, abandona el combate y muere poco después. Con la ayuda de su amigo Cicerón, el joven Pompeyo hijo se dispone a incinerar a su padre, pero el pueblo de los asolados barrios norte de Roma se apodera del cadáver, lo desvisten, lo atan a un asno y lo arrastran por las calles. Pompeyo y Cicerón lo recuperan tras una intensa búsqueda, y el ultrajado Pompeyo se retira a Picenum con las tropas y el cadáver paterno.

Sin el auxilio de Pompeyo Estrabón, la resistencia de Roma es inviable, y la ciudad se rinde a Cinna y Mario. Cinna se apresura a entrar en ella, pero Mario se niega, alegando que sigue siendo oficialmente un proscrito y que no piensa renunciar a la protección de sus tropas y su campamento hasta que Cinna derogue el decreto de proscripción. Anulación que Cinna lleva a cabo, logrando, además, que Mario sea elegido cónsul por séptima vez, según el vaticinio. También Sertorio se niega a entrar en la ciudad, pero por una circunstancia ajena a los acontecimientos, pues se ha percatado de que Mario ha enloquecido como consecuencia del segundo infarto.

Viendo que las tropas están claramente inclinadas de parte de Mario, Cinna no ve otra alternativa que lograr que tanto él como Mario sean «elegidos» cónsules para el año 86 a. de J.C., para el que sólo faltan unos días. El día de año nuevo, Mario entra en Roma, nombrado cónsul por séptima vez con arreglo al vaticinio. Le siguen cinco mil libertos fanáticos de su causa.

Se produce un baño de sangre sin precedentes en Roma. Totalmente trastornado, Mario manda a sus soldados asesinar a todos sus enemigos y a muchos de sus amigos, y los rostra se llenan de cabezas, entre ellas las de Catulo César, Lucio César, César Estrabón, Publio Craso y Cneo Octavio Ruso.

Cayo Julio César, padre del pequeño César, regresa a Roma en plena carnicería, y Mario le ordena acudir al Foro para informarle de que su vástago de trece años va a ser nombrado flamen dialis, o sacerdote exclusivo de Júpiter Optimus Maximus, patrón de Roma. Es la solución que el anciano demente ha hallado para impedir que el jovencito César figure por encima de él con su carrera política o militar en los anales de Roma. El flamen dialis tiene prohibido tocar hierro, montar a caballo, llevar armas y ser testigo de muerte (aparte de otros muchos tabúes), no puede combatir ni presentarse a elecciones de cargos curules. Como en el momento de su nombramiento y consagración el flamen dialis ha de contraer matrimonio con otra patricia, Mario ordena a Cinna que conceda a César por esposa a su hija Cinilla, de siete años. Los dos niños se casan, César es nombrado oficialmente flamen dialis, y su pequeña esposa flaminica dialis.

Pocos días después de su séptimo nombramiento consular, Mario sufre un tercer y último infarto, y muere el trece de enero. Su primo Sertorio aniquila a los desaforados libertos que ha traído Mario, poniendo fin a las matanzas. Cinna nombra a Valerio Flaco como colega consular en sustitución de Mario y Roma va recuperando la calma. Al joven César, flamen dialis y casado, le espera un triste y decepcionante futuro como servidor de por vida de Júpiter Optimus Maximus.

CRONICA DE ACONTECIMIENTOS ENTRE 86 A. DE J.C. Y 83 A. DE J.C.

Cinna, una vez afianzado, se hace con el control del reducido Senado, deroga algunas leyes de Sila y permite la existencia del Senado, que, a instancias suyas, despoja oficialmente a Sila del mando del ejército enviado contra Mitrídates, autorizando al otro cónsul, Flaco, a acudir a Asia Menor con cuatro legiones para relevar a Sila. El primer legado de Flaco es Fimbria, un hombre adusto e indisciplinado, pero que cuenta con el afecto de los soldados.

Pero Flaco y Fimbria al llegar a la Macedonia central deciden no continuar hacia el sur de Grecia, donde Sila ha concentrado su ejército, sino que prosiguen la marcha hacia el Helesponto y Asia Menor. Flaco se ve en seguida incapaz de imponerse a Fimbria y queda subordinado a su voluntad. Entre rencillas y distanciamientos, llegan a Bizancio, donde se produce el fatal desenlace. Flaco es asesinado y Fimbria asume el mando, alcanza Asia Menor e inicia con gran éxito la guerra contra Mitrídates.

Sila ha quedado empantanado en Grecia, que ha acogido a los generales de Mitrídates y cuantiosas tropas. La ciudad de Atenas se pasa al enemigo, y Sila la sitia, tomándola tras una encarnizada resistencia. A continuación obtiene dos resonantes victorias en Orcomenes, junto al lago Copais, en Beocia.

Su legado Lúculo había reunido una flota y logró también victorias frente al Ponto. Después, Fimbria sitió a Mitrídates en Pitane y pidió ayuda a Lúculo para que le ayudara a capturarle bloqueando el puerto. Pero Lúculo se negó altivamente a colaborar con un romano a quien consideraba nombrado ilegalmente, por lo que Mitrídates logró huir por mar.

En el verano del 85 a. de J.C., Sila había expulsado del continente europeo a los ejércitos del Ponto y había penetrado en Asia Menor. El 5 de agosto (sextilis) el rey del Ponto acuerda firmar el tratado de Dardanus por el que se avenía a replegarse dentro de sus fronteras. Sila se enfrentó a Fimbria, persiguiéndole hasta obligarle a suicidarse en su desesperación; Sila se negó a que las tropas de Fimbria regresaran a Italia y las estacionó para su utilización en las provincias de Asia y de Cilicia.

A pesar de haber obligado a retirarse a Mitrídates en virtud del tratado, Sila sabía que el rey del Ponto seguía siendo un peligro, pero tampoco ignoraba que si él prolongaba su estancia en Asia Menor perdería la ocasión de alcanzar el puesto que él consideraba merecer en Roma. Su esposa Dalmática y su hija Cornelia Sila se habían visto obligadas a huir, escoltadas por Mamerco, para unirse a él, su casa había sido saqueada e incendiada, y sus propiedades confiscadas (aunque Mamerco había logrado salvar la mayor parte). Ahora era un proscrito, despojado de la ciudadanía romana. Sus partidarios y muchos miembros del Senado también habían huido para unirse a él, descontentos con la administración de Cinna. Entre los fugitivos se hallaban Apio Claudio Pulcro, Publio Servilio Vatia y Marco Licinio Craso, este último de Hispania.

Así pues, a Sila no le quedaba otro remedio que volver la espalda a Mitrídates y regresar a Roma; se disponía a hacerlo en el 84 a. de J.C., pero una grave enfermedad le obligó a permanecer en Grecia, desesperándose porque su prolongada ausencia daba tiempo a Cinna y a sus partidarios para prepararse para el enfrentamiento, ya que la guerra era inevitable al no haber sitio en Italia para dos facciones tan opuestas y tan poco dispuestas a perdonar y olvidar.

La misma reflexión se hacía Cinna en Roma, pensando que la guerra era inevitable. Al enterarse de la muerte de su colega consular, Flaco, Cinna nombró como segundo cónsul a un hombre más resuelto, Cneo Papirio Carbón. Juntos, y con el manejable Senado, decidieron hacer frente a Sila antes de que llegase a Italia, y, con la idea de detenerle en Macedonia oriental antes de que pudiese cruzar el Adriático, Cinna y Carbón comenzaron a reclutar un cuantioso ejército que llevaron por mar a Illyricum, al norte de la Macedonia oriental.

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