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Authors: Irene Comins Mingol

Tags: #Filosofía, Ensayo

Filosofía del cuidar (2 page)

BOOK: Filosofía del cuidar
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Si el concepto de Cultura para la Paz saltó al estrellato gracias a la UNESCO, está también íntimamente conectado con los Derechos Humanos. Por primera vez en la historia se ha hablado del derecho humano a la paz, concretamente se ha incluido en la tercera generación de derechos humanos
[1]
. Hoy en día los problemas no se reducen a la estructura de países sino que son globales y no atienden a fronteras. Los derechos de la tercera generación responden a esta tesitura y cambio de situación. Son derechos colectivos, no sólo individuales: el derecho al desarrollo, a la paz, a la autodeterminación de los pueblos, a un medio ambiente digno. Estos derechos de la tercera generación además de ser de carácter colectivo también se caracterizan por su mayor apertura a la diversidad. No sólo tienen en cuenta la cultura occidental sino que consideran el peligro de etnocentrismo de los mismos derechos. También son conscientes de los sesgos de género que pueden esconder. Por ello tratan de recuperar la voz y experiencia de las mujeres, asumiendo cualidades que antes eran sólo rasgos de género para hacerlos rasgos humanos. Como nos señala Carmen Magallón los derechos humanos de la tercera generación apuntan a la revalorización para todos de aquello que hasta ahora había sido conceptualizado exclusivamente como femenino y que se expresa a través de lo que significa el cuidado de la vida (Magallón Portolés, 1999: 102).

Uno de los elementos principales en la construcción de la cultura es la educación. Por ello desde el interés por la construcción de una Cultura para la Paz debe tomar papel protagonista el nivel educativo. Como ya hemos indicado la propia UNESCO ofrece un papel primordial a la educación en la formación de una Cultura para la Paz. Antes de pasar a señalar las características básicas de una educación para la paz justificaré la posibilidad de una Educación para la Paz, denunciando el tópico de que el ser humano es violento y no puede hacer nada para remediarlo.

Es generalizada la idea de que la agresividad, la violencia y la guerra están tan arraigadas en las relaciones humanas que parece que no tienen remedio. Esta idea tiene consecuencias muy negativas para la construcción de una cultura para la paz. En primer lugar justifica la violencia y hace opaca la responsabilidad moral que tenemos los seres humanos para actuar de otra forma. En segundo lugar anula la necesidad de una educación para la paz, pues si la violencia no tiene remedio ¿para que perder tiempo educando para la paz?

En 1986 se reunieron en Sevilla un grupo de científicos para tratar el problema sobre si la agresividad humana o la propensión a la violencia forman parte de nuestra dotación genética. El producto fue la Declaración de Sevilla (Adams, 1992). En ella se declara que no somos violentos por naturaleza, la naturaleza no tiene por que ser nuestro sino. La cultura nos confiere la capacidad de moldear y transformar nuestra naturaleza de una generación a otra. La guerra y la violencia no son una fatalidad biológica.

Es importante que comprendamos la tensión entre lo que se ha considerado y podemos considerar natural. Históricamente y en nuestra época podemos comprobar que lo que consideremos natural depende de lo que los seres humanos nos hagamos (Martínez Guzmán, 1996a: 70). Durante una época fue natural la esclavitud, hoy en día ya no; durante una época fue natural considerar la tierra como el centro del universo, hoy en día ya no. Por tanto la violencia no es una fatalidad biológica, sabemos que podemos hacer las cosas de muchas maneras. Entonces es posible una educación para la paz, una educación en nuestras competencias para hacer las paces.

Si por un lado mi punto de partida en el análisis de la ética del cuidado es el concepto de culturas para las paces, por otro lado parto de un concepto de filosofía como compromiso público. Este compromiso público de la filosofía responde a una tendencia generalizada en la filosofía del siglo
XX
y
XXI
hacia un giro aplicado de la filosofía. Como dice el profesor Martínez Guzmán:

La filosofía ya no se puede hacer desde la vertiente académica en la que repetimos escolásticamente lo que han dicho unos filósofos u otros. Nos urge sacar la filosofía a la calle, al mundo distanciado del reconocimiento de los seres humanos como seres humanos (1995: 76).

En los últimos años también desde la filosofía moral se ha producido un giro aplicado, desde este punto de vista interpreto también la ética del cuidado. «Frente a la idea aristotélica de que un saber es más digno cuanto más inútil, la filosofía de nuestros días trata de resultar útil a la sociedad y a las personas, tal vez para gozar entre ellas de cierta legitimidad» (Cortina, 1996a: 119). En conclusión, el punto de partida es el compromiso público de la filosofía ante la puesta en práctica de nuevos tipos de cultura,
culturas para hacer las paces
.

El filósofo de ningún modo debe considerarse un ente extraño al mundo que le rodea; constituiría un error imperdonable plantear la reflexión alejado de su vida real y, en consecuencia, elaborar un sistema de interpretación racional desde la lejanía cultural de su tiempo y de su espacio existencial. En la actualidad, como en los tiempos de los primeros filósofos griegos, estamos llamados a colaborar mediante la reflexión filosófica al mejor funcionamiento posible de nuestra vida individual y social (Cabedo, 2006: 26).

El
marco teórico
en el que desarrollo este punto de partida es el de la Filosofía para la Paz, en la que venimos trabajando el grupo internacional de investigación de la Universitat Jaume I. Se trata de elaborar una reflexión filosófica no sólo sobre la paz sino también para la paz, «proponiendo la colaboración entre los estudios de la paz, como disciplina empírica y la filosofía de la paz, desde la reflexión filosófico-discursiva» (Martínez Guzmán, 1995: 79). En los últimos años se ha producido un giro epistemológico en la investigación para la paz desde la que consideramos como tarea de la Filosofía para la Paz la reconstrucción normativa de las competencias humanas para hacer las paces. En este marco teórico la paz es considerada como un proceso, una
paz imperfecta
(Muñoz, 2001; 2004) que debemos ir construyendo día a día entre todos.
[2]
La paz como proceso, y también como empoderamiento, como recuperación o reconstrucción de nuestras capacidades para la paz. Este libro también se enmarca dentro de un contexto más amplio, el de las humanidades. No quiere encasillarse en un solo ámbito del saber, sino que respondiendo al espíritu de las humanidades pretende tener un carácter interdisciplinar y humano en el más amplio sentido de la palabra.

La
metodología filosófica
en este contexto de la Filosofía para la Paz en la que venimos trabajando es la reconstrucción. Se trata de reconstruir las posibilidades o competencias humanas para la paz. En nuestro caso el propósito sería reconstruir la competencia humana para el cuidado y la preocupación por los otros como prácticas sociales de transformación pacífica de conflictos. En esta reconstrucción tendría un papel protagonista la función de la educación. Una de nuestras hipótesis es que una educación en el cuidado y la afectividad conduce a un mayor compromiso con los demás y con la sociedad.

Cuando hablamos de
estudios para la paz
, de
investigación para la paz
o, simplemente de
paz
nos vienen a la cabeza conceptos tales como: violencia, conflicto, terrorismo, guerra, genocidio o armamentismo entre otros. Parece que se haya convertido en una pauta general que «al pensar en la paz, pensamos inmediatamente en la guerra y en la violencia» (Martínez Guzmán, 1998b: 309). Este fenómeno se ha venido denominando
esquizofrenia cognitiva
[3]
. Todos estamos de acuerdo al desear la paz, todos abogamos positivamente por este valor, ya sean políticos, periodistas, educadores o ONGs. Sin embargo, nos fijamos, resaltamos, observamos y estudiamos factores especialmente cargados de violencia. La
esquizofrenia cognitiva
hace referencia a esa escisión entre lo que deseamos (la paz) y aquello que investigamos, vemos y contamos (la violencia).

En lugar de empezar este trabajo como violentóloga (fijándome sólo en los aspectos violentos) he creído oportuno emprenderlo como
pazóloga
(reconstruyendo los aspectos de paz) para así romper esa
esquizofrenia cognitiva
que parece dominarnos en Occidente (Muñoz, 2001: 24). A este cambio de perspectiva también se le ha denominado
giro epistemológico
(Martínez Guzmán, 2001d) y sigue un proceso paralelo a toda la
Investigación para la Paz
en general, se trata del paso de la
Vieja Agenda
a la
Nueva Agenda
. En la Vieja Agenda de la Investigación para la Paz los conceptos centrales eran la violencia, la guerra, la paz negativa y el armamentismo, de hecho, los primeros estudios se denominaron
polemología
, es decir, estudio de la guerra (Martínez Guzmán, 2001d: 63). Sin embargo, aunque en la Nueva Agenda de la Investigación para la Paz se siguen estudiando aspectos de paz negativa han ganado importancia las ideas de paz positiva
[4]
. En este marco se encuentra la idea de la Cultura para la Paz. Mi interés de investigación a largo plazo se enmarca en esta tradición y más concretamente en las aportaciones que desde el feminismo se hacen a la construcción de
culturas para hacer las paces
.

Desde la Filosofía para la Paz en la que venimos investigando en la Universitat Jaume I de Castellón, el profesor Vicent Martínez Guzmán propone este
giro epistemológico
en los estudios para la paz (2000; 2001d: 114-116). Aquello que nos interesa en los estudios para la paz no es sólo realizar análisis empíricos de lo mal que va todo sino también reconstruir nuestras competencias y capacidades para hacer las paces. Así con respecto a los objetivos de la investigación para la paz, podríamos resumirlos en dos objetivos mínimos. En primer lugar, la toma de conciencia, análisis y denuncia del sufrimiento que unos seres humanos generamos a otros seres humanos y también a la naturaleza. En segundo lugar, búsqueda e indagación de formas pacíficas de transformación de las relaciones humanas alternativas a las anteriores (Martínez Guzmán, 2005b: 77). Podríamos resumir el giro epistemológico diciendo que consiste en «no focalizar nuestras investigaciones sobre la guerra sino sobre la paz» (Martínez Guzmán, 2001b: 170). Si podemos denunciar la violencia que nos rodea es porque tenemos, en palabras de Kant, una
oscura metafísica moral
que nos indica lo que sería vivir en paz. Desde este giro epistemológico nos proponemos reconstruir las competencias que los seres humanos tenemos para hacer las paces. Estas capacidades servirían de ideal regulativo hacia el que dirigirnos y como criterio para pedirnos responsabilidades por lo que nos hacemos los unos a los otros. En su aplicación más práctica la reconstrucción de estas capacidades implica una propuesta educativa, tal y como se plantea en este libro. A continuación expongo algunas de las características de este giro epistemológico que tienen que ver con mi propuesta de ética del cuidado como educación para la paz:

a) «Frente a la objetividad,
intersubjetividad
e interpelación mutua» (Martínez Guzmán, 2001d: 114). La ética del cuidado es radicalmente intersubjetiva, toma como punto de partida las necesidades de los otros, su interpelación, aunque ésta sea silenciosa (Martínez Guzmán, 1999b). Para cuidarnos unos de otros debemos conocernos y así saber qué necesitamos. Al nivel más básico, el modelo de discusión filosófica que empieza desde la introspección del filósofo es un inapropiado lugar de comienzo para llegar a los juicios sobre el cuidado. Desde el primer momento uno necesita conocer sobre las necesidades de los otros; un conocimiento que viene de la mirada y la voz del otro. No es que la teoría moral contemporánea ignore las necesidades de los otros, pero en la mayoría de las discusiones morales las necesidades de los otros son tomadas para reflejar las necesidades que cree el sujeto pensante que tendría en el caso de estar en la situación del otro. En contraste, el cuidado descansa en un conocimiento completamente dedicado a la persona particular a la que se cuida. No hay una forma sencilla en la que uno pueda generalizar desde su propia experiencia lo que otro necesita (Tronto, 1998: 349).

b) «Sustituir la perspectiva del observador distante que adquiere conocimiento, por la del
participante
en procesos de reconstrucción de maneras de vivir en paz» (Martínez Guzmán, 2001d: 114). Desde la ética del cuidado, tratamos de reconstruir nuestra capacidad para el cuidado y la ternura desde nuestra experiencia como participantes. Concretamente desde la experiencia de las mujeres a las que históricamente se les han adjudicado las tareas de cuidado y atención. De su experiencia como participantes en el cuidado reconstruimos este valor para toda la humanidad.

c) «Superamos la unilateralización de la razón, para hablar de las razones, los
sentimientos
, las emociones, el cariño y la ternura» (Martínez Guzmán, 2001d: 114). No existe dicotomía entre razón y emoción, ni entre justicia y cuidado; unas son condición de posibilidad de las otras y se encuentran más radicalmente unidas de lo que hasta ahora nos habíamos imaginado.

d) «Reconstruimos como instrumento de análisis y estudio la
categoría de género
» (Martínez Guzmán, 2001d: 115). La categoría de género nos sirve, desde los estudios para la paz, tanto para denunciar la discriminación de las mujeres, como para reconceptualizar nuevas formas de ser femeninos y masculinos.

En conclusión, desde la Filosofía para la Paz, en la que venimos trabajando, se realiza una inversión epistemológica de los estudios para la paz. Ya no estudiamos la paz desde su negativo, la ausencia de guerra, sino la paz desde su positivo, los contenidos de una cultura para la paz, y en el caso concreto que nos ocupa los valores y prácticas del cuidar como un contenido primordial de una cultura de paz.

El libro se estructura en dos grandes bloques. En el primer bloque nos centraremos en las aportaciones de la ética del cuidado a una Cultura para la Paz, dentro del marco más general de las aportaciones feministas a la investigación para la paz. El punto de partida es la convicción de que excluir otras visiones (las mujeres, las culturas no occidentales, la naturaleza) es violencia. Para construir esas
culturas para hacer las paces
tenemos que oír las voces y experiencias de todos aquellos que no han sido escuchados ni tenidos en cuenta en la cultura predominante, en la cultura de la guerra, las voces silenciadas. Presentaremos la ética del cuidado como una de estas aportaciones. Tras una breve exposición y contextualización de la ética del cuidado se analizan las dos aportaciones que se consideran importantes de la ética del cuidado para la construcción de una Cultura para la Paz: la transformación pacífica de conflictos y la atención y preocupación por los otros. En este bloque he incluido un tema poco abordado desde el ámbito intelectual aunque mucho desde la vida cotidiana: el factor tiempo. Es necesario re-estructurar nuestra concepción del tiempo si queremos llegar a una Cultura para la Paz. El cuidado, el amor, la ternura, no pueden tener prisa. Necesitan momentos de tranquilidad, al igual que la paz. Es difícil imaginar una paz estresada. Aunque no hay todavía demasiado información sobre este punto, he encontrado ideas interesantes en libros como el de José Antonio Marina
El Laberinto Sentimental
(1996), en Regina Bayo-Borràs y otras editoras
El Món Laboral, la Vida Domèstica i la Criança dels Fills
(1999), en Jesusa Izquierdo y otras autoras
La desigualdad de las mujeres en el uso del tiempo
(1998) así como en el libro de Carl Honoré
Elogio de la lentitud
(2005) o el último de María Ángeles Durán
El valor del tiempo
(2007). Si bien hay abundante bibliografía sobre las diferencias de género en la distribución del tiempo, existen pocos trabajos sobre la importancia de dedicar más tiempo a las tareas de cuidado, y sobre la importancia de reestructurar la noción y experiencia del tiempo a la luz del interés por construir
culturas para la paz
.

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