A través de la puerta abierta podía ver la larga avenida que conducía a la puerta principal. Estaba muy oscuro allá lejos, bajo las linternas vacilantes, pero se percibía alguna conmoción. Se oyó un choque de metal, una voz se alzó dando órdenes, un ruido de pasos se acercó... y ante mi horrorizada vista, con el acero y el cuero brillando a la luz de las lámparas de la puerta principal, llegaba un piquete de guardias hovas.
Puede que no valga para gran cosa, pero si tengo un talento es el de encontrar la puerta de atrás cuando policías, acreedores y maridos ultrajados llegan por la de delante. Tenía la ventaja de llevar los pantalones subidos y las botas en su debido lugar, y aun con el estorbo de tener que arrastrar a Elspeth, me iba ya como una rata por una tubería antes de que el mayordomo hubiera abierto siquiera la boca. Elspeth dio un grito de asombro mientras yo tiraba de ella a través de un pasadizo debajo de las escaleras.
—¡Harry!¿Adónde vas? ¡Nos hemos dejado mi sombrerera!
—¡Al diablo con tu sombrerera! —exclamé—. ¡Calla y corre!
Volaba. Doblé una esquina. Había un corredor que obviamente conducía a la parte de atrás, y corrí a grandes zancadas por él, con mi protestona compañera sujetándose el sombrero y gritando aterrorizada. Una sorprendida cara negra apareció en una puerta lateral; la golpeé con miedo y Elspeth chilló. El corredor giró a la derecha, yo juré y me metí en una habitación vacía... Un vistazo a una larga mesa y sillas en la silenciosa oscuridad, y más allá, unas ventanas francesas. Corrí hacia ellas, arrastrándola, y las abrí. Salimos al jardín, oscuro a la luz de la luna; agucé el oído y... nada.
—¡Harry! —ella me chillaba al oído—. ¿Qué pasa? Déjame el brazo... No iré a empellones, ¿me oyes?
—¡Irás a empellones o muerta! —susurré—. ¡Silencio! Corremos un peligro de muerte... ¿Lo entiendes? Vienen a arrestarnos... ¡para matarnos! Si quieres conservar la vida, haz lo que te diga... ¡y cállate!
Había un sendero que corría entre dos grandes setos; fuimos por él, ella preguntando en susurros, sin aliento, qué demonios estaba pasando. Al final, conseguí mis propósitos: estábamos a un lado del edificio, en los arbustos, el camino principal giraba a nuestra izquierda, y desde la oculta puerta principal yo podía oír una áspera voz que se alzaba... desgraciadamente, en malgache, pero capté las suficientes palabras para que me helasen la sangre: «sargento general... arresto... buscar». Gruñí suavemente, y Elspeth empezó a balbucear de nuevo.
—¡Oh, se me ha roto el vestido! ¡Harry, esto es horrible! ¿Qué estás... por qué estamos...? ¡Ug! —le había puesto una mano encima de la boca.
—¡Cállate, gilipollas! —susurré—. ¡Estamos huyendo! ¡Los soldados nos persiguen! ¡La reina quiere matarme!
Ella hizo unos ruidos ahogados, y yo le dejé libre la boca.
—¿Cómo te atreves a llamarme esa horrible palabra? ¿Qué significa? ¡Déjame ir ahora mismo! ¡Me estás haciendo daño en la muñeca, Harry! ¿Qué es toda esa absurda tontería de que la rei...? —el impetuoso torrente se cortó de pronto cuando volví a taparle la boca.
—¡Por el amor de Dios, mujer... van a oírnos! —la empujé hasta cerca de la pared—. Baja la voz, ¿quieres? —quité de nuevo la mano, imprudentemente.
—¿Pero por qué? —al menos tuvo el sentido común de hablar bajito—. ¿Por qué tenemos que...? ¡Oh, creo que me estás tomando el pelo! Bueno, es una broma muy mala, Harry Flashman, y yo...
—Por favor, Elspeth —imploré, sacudiendo mi puño ante su cara—. ¡Es verdad, lo juro! ¡Si nos oyen... estamos muertos!
Mis frenéticas muecas parecían haberla medio convencido; al menos su bonita boca se abrió y se cerró de nuevo con un débil «¡oh!» Y entonces, mientras me agachaba, aguzando mis oídos para escuchar cualquier sonido de los perseguidores, llegó el leve susurro: «Pero Harry, mi sombrerera...».
La miré en silencio y aventuré una mirada por la esquina de la pared. Había un soldado hova en el porche, inclinando su lanza; podía oír débiles sonidos de charla desde el vestíbulo... Aquel maldito mayordomo largándolo todo, sin duda. De repente, de detrás de nosotros, en la oscuridad, hacia la parte trasera de la casa, llegó el estrépito de un postigo y una áspera voz que gritaba. Elspeth chilló, yo salté, y el hova del porche debió de oír también el grito, porque fue hacia el vestíbulo... Horrorizado, vi acercarse un suboficial, saltando rápidamente las escaleras del porche espada en mano y corriendo a lo largo de la parte frontal de la casa hacia nuestro rincón.
Sólo podíamos hacer una cosa. Agarré a Elspeth y la empujé hacia abajo con la cara en la espesa sombra, a los pies del muro, echándome encima de ella y susurrándole frenéticamente que se mantuviera callada y quieta. En ese instante... él giraba por la esquina de la casa y se detuvo casi encima de nosotros, sus botas pisando la grava a un metro de la cabeza de Elspeth. Durante un terrible instante pensé que nos había visto... la gran figura negra se alzaba por encima de nosotros, recortada contra el cielo nocturno, la espada brillante en la mano, pero él no se movió, y me di cuenta de que estaba mirando hacia la parte de atrás de la casa, escuchando. Podía sentir las palpitaciones de Elspeth debajo de mi cuerpo, su cara convertida en un débil borrón blanco debajo de mí... «Oh, Dios mío —rogué—, ¡que no mire hacia abajo!» De repente él aulló algo en malgache y dio medio paso hacia adelante... la sangre se me heló cuando su bota descendió a unas pulgadas de la cara de Elspeth... ¡Encima mismo de su mano!
Ella se sobresaltó violentamente debajo de mí... y él debió de cambiar el peso, porque como una pesadilla oí un pequeño crac, y todo el cuerpo de ella se estremeció. Paralizado, esperé su grito... ¡ahora él
tenía
que mirar hacia abajo! Pero una voz gritaba desde la parte de atrás de la casa, la suya contestaba encima de nosotros, él corrió hacia adelante, su pierna me rozó el pelo y luego se fue por el camino que estaba detrás de nosotros, en la oscuridad, y la respiración de Elspeth volvió a oírse con un pequeño y tembloroso quejido. Me puse en pie de un sello, tiré de ella hasta incorporarla, arrastrándola hacia los arbustos más espesos. Sabía que no teníamos un instante que perder, así que la empujé y esperé ardientemente que ella no se desmayara. Si podíamos meternos rápidamente por entre los arbustos sin ser observados, moviéndonos paralelos al sendero, y así llegar hasta la puerta... ¿habían dejado algún centinela allí?
Afortunadamente, los arbustos tapaban completamente nuestro torpe progreso; nos sumergimos en la vegetación y nos ocultamos jadeando bajo una gran masa de helechos a menos de diez metros de la puerta. Detrás, a nuestra izquierda, el hova estaba todavía en el porche de la casa bajo la lámpara; a través de los arbustos que tenía delante yo podía adivinar el débil brillo de la linterna de la cancela, pero ningún sonido, excepto allá lejos, por detrás de nosotros, donde se oían voces distantes en la parte trasera de la casa... ¿Se estarían acercando? Atisbé cautelosamente a través de la franja de arbustos hacia la cancela... Oh, Dios mío, allí había un enorme hova, a menos de cinco metros de distancia, con la lanza pegada al cuerpo, mirando hacia atrás, hacia la casa. La luz brillaba débilmente en sus macizos brazos y su pecho desnudo, iluminaba sus rasgos de gorila y su brillante lanza... Mis tripas se encogieron ante aquella visión. No podía esperar pasar delante de
aquello
, no con Elspeth detrás... En aquel momento mi amada decidió hablar otra vez.
—¡Harry! —me susurraba al oído—. Ese hombre... ¡ese hombre me ha pisado la mano! ¡Estoy segura de que me ha roto un dedo! —recuerdo haber notado que había más indignación que queja en su voz, porque añadió una palabra que, francamente, no sabía yo que conociera.
—¡Calla...! —puse mis labios junto a su oído—. ¡Ya lo sé! Ya lo arreglaremos. Hay un guardia en la cancela... ¡tenemos que pasar! —las voces en la parte trasera de la casa aumentaban de volumen... ahora o nunca—. ¿Puedes andar?
—¡Por supuesto que puedo andar! Es mi pobre dedo...
—¡Chitón, por el amor de Dios! Mira, nenita... debemos distraer la atención de ese tipo, ¿ves? ¡El de la cancela, maldita sea! —nunca hubiera imaginado que se pudiera gritar y susurrar al mismo tiempo... Pero tampoco imaginaba que iba a estar metido en unos arbustos de Madagascar intentando escapar con una rubia imbécil cuya mente, lo juro, estaba dividida a partes iguales entre su dedo herido y su sombrerera perdida—. ¡Sí, está ahí fuera! Ahora, escucha, debes contar hasta cinco... cinco, ya sabes... y ponerte de pie y caminar hacia el sendero. ¿Podrás hacerlo, querida? Sólo tienes que salir andando, como una buena chica. ¡Hazlo, maldita sea!
Vi que sus labios esbozaban un «¿por qué?» pero asintió... y súbitamente me besó en la mejilla. Me deslicé hacia la derecha, buscando la empuñadura debajo del manto... tres... cuatro... cinco. Hubo un susurro mientras ella se ponía de pie, pareció tambalearse durante un momento y luego se abrió paso entre los arbustos y se volvió de cara a la cancela.
El hova se movió un metro más o menos, se enderezó con los ojos como platos y dejó escapar un grito mientras se dirigía hacia ella. Dos pasos le pusieron a mi mismo nivel; yo agarré la empuñadura en un frenesí de pánico (si hubiera sido otra mujer creo que habría corrido derecho hacia la cancela, pero la propia esposa, ya saben...) y me lancé a través de los helechos a su flanco, atacándole mientras saltaba. No hubo tiempo para usar la punta; lancé un desesperado mandoble y mientras él daba la vuelta para encontrarse conmigo la hoja le dio de lleno en la cara con un fuerte ruido. Instantáneamente apareció la sangre, saliendo a chorros de la boca y la mejilla cortadas, y luego él trastabilló y cayó, gritando.
—¡Corre! —aullé yo, y ella pasó junto a él, con el sombrero torcido, las faldas remangadas. Me uní a ella, corriendo hacia la cancela... y fuera, desde las sombras de la caseta del vigilante, apareció otro de esos tipos y se interpuso en nuestro camino, empuñando su lanza y poniéndose en guardia. Me detuve en seco, pero por suerte Elspeth no lo hizo, y mientras él saltaba para esquivarla lancé un tajo a su pecho desnudo. Él lo paró, saltó a un lado y Elspeth pasó por la cancela, chillando, pero ahora él se lanzaba hacia mí, tambaleándose en su precipitación. Su punta pasó por encima de mi hombro, le pinché pero él volvió la hoja rápido como el rayo, y allí estábamos, cara a cara a través de la cancela, sus ojos girando mientras recuperaba el equilibrio y buscaba una abertura.
—¡Vete a los árboles! —grité yo, y vi a Elspeth correr, sujetándose el sombrero. Hubo gritos desde la casa y carreras... El hova lanzó una estocada, con la lanza apuntando a mi cara. Por puro instinto lo paré estirando el brazo en un golpe automático (¡Dios te bendiga, viejo y querido maestro de esgrima del Undécimo de Húsares!) y él gritó como un cochino cuando mi punta le dio en el pecho, y su propia precipitación la hundió en su cuerpo. Su caída arrancó la empuñadura de mi mano, y entonces corrí a toda prisa detrás de Elspeth, siguiéndola a través de los árboles, donde los caballos todavía pastaban pacientemente.
La levanté a peso poniéndola sobre uno de los caballos, con las faldas remangadas; salté al otro y con una mano para sujetarla, espoleé a los animales por el camino. Hubo un tumulto de voces junto a la cancela, pero yo sabía que teníamos vía libre si ella no se caía... Era una amazona bastante buena, y se agarraba a las crines con la mano buena. Salimos rodilla con rodilla, a un suave trote que nos llevó hasta el final de un camino y luego seguimos más allá, y empecé a tranquilizarme un poco. No se oía nada detrás, y si oíamos algo podíamos echarnos a galopar. Atraje a Elspeth hacia mí, jurando aliviado, y le pregunté cómo tenía la mano.
—¡Oh, es muy doloroso! —exclamó ella—. Pero Harry, ¿qué significa todo esto? Esa gente espantosa... ¡pensaba que iba a desmayarme! Y se me ha roto el vestido, y el dedo, y me tiemblan todos los huesos del cuerpo! ¡Oh! —Se estremeció violentamente—. ¡Esos espantosos soldados negros! ¿Los has... los has matado?
—Eso espero —dije, mirando hacia atrás temerosamente—. Y ahora... toma mi manto... tápate la cabeza también. ¡Si ven quién eres, estamos perdidos!
—¿Pero quién? ¿Por qué estamos corriendo? ¿Qué ha pasado? ¡Insisto en que me lo digas de una vez! ¿Adónde vamos...?
—¡Hay un barco inglés en la costa! Vamos a alcanzarlo, pero tenemos que salir de esta espantosa ciudad primero... Si las puertas están cerradas, no sé...
—¿Pero por qué? —gritó ella, como un condenado loro, chupándose el dedo y tratando de arreglarse las faldas, lo cual no era fácil, ya que estaba a horcajadas—. ¡Oh, esto es tan incómodo! ¿Por qué nos están persiguiendo?, ¿por qué tienen que...? ¡Oh! —sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Qué has hecho, Harry? ¿Por qué te están persiguiendo? ¿Has hecho algo malo? Oh, Harry, ¿has ofendido a la reina?
—¡Ni la mitad de lo que ella me ha ofendido a mí! —exclamé yo—. Ella es... un monstruo, y si nos pone las manos encima, estamos listos. ¡Venga, maldita sea!
—¡Pero no puedo creerlo! ¿Por qué, por qué este absurdo? Me han tratado tan amablemente... Estoy segura de que, sea lo que sea, si el príncipe pudiera hablar con ella...
No me tiré de los pelos, pero estuve a punto. La cogí por los hombros, y hablando tan amablemente como pude con los dientes castañeteando, conseguí fijar en ella la idea de que debíamos salir rápidamente de la ciudad, que debíamos dirigirnos tranquilamente, por calles secundarias, hacia las puertas, pero que allí tendríamos que correr como locos; se lo explicaría luego...
—Muy bien —dijo ella—. No tienes que levantarme la voz. Si tú lo dices, Harry..., pero es todo
extremadamente
raro.
Tengo que decir esto en su favor: una vez hubo comprendido la urgencia de la situación (e incluso una sesos de mosquito como ella tenía que haberse dado cuenta por entonces de que estaba pasando algo fuera de lo normal) se portó como una valiente. No se detuvo a temblar, ni a sollozar, ni siquiera me preguntó más cosas. He conocido a mujeres inteligentes, y muchas como Lakshmibai y La de Seda que eran mejores para cabalgatas duras y situaciones desesperadas, pero ninguna tan valiente como Elspeth cuando las cosas estaban al rojo vivo. Era la mujer de un soldado, ¿comprenden? Lástima que no se hubiera casado con un soldado.
Pero si ella actuaba con frialdad, yo estaba muy agitado mientras nos abríamos camino por callejuelas secundarias hacia las murallas de la ciudad, y las íbamos rodeando hasta encontrar las grandes puertas. Por entonces no había apenas gente, y aunque la vista de dos jinetes podía haber despertado alguna mirada curiosa, nadie nos molestó. Pero yo estaba seguro de que tenía que haber cundido la alarma por todas partes... Yo no sabía que tal como era la organización malgache, la última cosa en la que habrían pensado sería en cerrar las puertas. Nunca lo hacían, así que, ¿por qué preocuparse ahora? Casi grité de alivio cuando llegamos a la vista de las puertas, y vi el camino abierto. Sólo estaban allí los centinelas habituales y un grupo de gente ociosa en torno a una hoguera. Nos limitamos a seguir derechos hacia adelante, no dejándoles ver que yo era el sargento general. Ellos miraron los caballos, pero nada más, y con el corazón saltando en el pecho pasamos a través de las puertas, y luego trotamos hacia adelante entre las dispersas chozas de la llanura de Antan.