Callaba. Había introducido una mano bajo los armiños, a la altura del pecho. Para vencer la tentación a ponerse cachonda conmigo, se autoerotizaba.
—Cuando el Templo creció y necesitó dinero en cantidad decidiste hacerte con el control de la compañía. Necesitabas un detective que te desembarazara de Teo. Hablaste con tu vecino el general Sternwood y te envió a Marlowe. El muy cerdo, al saber que Teo era "gay" te dio mi nombre. No sé si el plan fue de él o tuyo. El caso es que salió a pedir de boca. Nos atrapasteis "in fraganti" en el invernadero como fatalmente había de ocurrir, y el desdichado no tuvo más cojones que entregarte fortuna e imperio.
Tatiana mantenía punto en boca. Ahora se estaba tocando la tripa.
—A estas alturas las Hijas de Cleis eran una máquina devoradora de millones. Si tu cuenta corriente era la única suministradora terminaría por llamar la atención de los bancos. Berenice, que estaba en el ajo, podía aportar una buena cantidad cuando heredase, y aún más si se trabajaba a Fatty Morningstar que estaba rondándola. Ella le dio carrete a base de tetas y
Gordo
se volvió loco. Digo yo que la niña le prometería casarse a cambio de una buena prueba de amor y el bandido hizo testamento nombrándola beneficiada universal. En Oak Knoll teníais dos sectarias: la doncella y la enfermera del coronel. Pero el asunto se complicó al enamorarse perdidamente la Kleinman de Berenice y cabrearse Azalea que hasta entonces la había tenido como coto privado de caza. Por otro lado el coronel se estaba mosqueando con la conducta irregular de la chiquilla desde que abandonó la C.O.C., y para más fastidio se presentaban las pretensiones incestuosas de Clyde, la persecución de Stephen y el chófer a la criada y las impaciencias de Fatty por casarse. Había que tomar medidas, sobre todo cuando el coronel te contó sus problemas, como amiga de la familia. Lo arreglaste metiéndome en el baile, porque en la otra ocasión Flower te había funcionado. Y, en efecto, salió de primera al fijarme yo en Azalea, porque un "gay" responde a las lesbianas con encanto, y no como tú. Azalea desempeñaría sobre mí el papel motivador de Teo en la nueva etapa de tus planes.
Triple M enlazó con las manos las rodillas, echándose hacia atrás.
—Te está saliendo muy bien. No te calles.
—La Kleinman estaba lanzada. Clyde estaba lanzado. Morny estaba lanzado. No quedaba nadie por lanzarse. Kristine trató de eliminar a Clyde, que no de ser por mí no habría fallado, con lo cual los beneficios de Berenice habrían sido mayores. No sé si eso os daría la idea de dejarla como única heredera, o venía de antes. Veinte millones son más que un tercio. Y le pusisteis a Stephen una bomba en el coche, para aumentar la herencia y para librar a Azalea de un pelma. ¿Es así?
Descubrió un hombro redondo y brillante. Se lo besó. Afirmó. Seguí:
—La bomba falló, que ahora las bombas ya no se fabrican como antes. Los acontecimientos se precipitaron. Entre Berenice, Kristine, Clyde, su secretaria, el chófer y la doncella se pulieron al "gángster". Por fortuna estaba Flower para echar la típica mano inconsciente. Pirrado por Virgopotens, trabajado por ella, no iba a dejar que la culparan. Cargó contra la enfermera, que os vino de perlas porque daba muestras de desviacionismo sáfico desde que conociera a Coxe, y os la saqué de la escena en plan gilipollas.
Triple M se mordió los labios.
—Falta el final. A ver si lo cuentas tan bien.
—Será un placer, intelectual, que no físico, como todos los tuyos, so pendona —exclamé con mala baba—. El Templo necesita dinero en cantidad para dentro de nada, que lo he visto en los libros. Lo de Morny no será suficiente, así que pasasteis a eliminar a los Stradivarius de modo diabólico: con un orgasmo interminable que acabara con sus existencias. El Vampiro debe ser un grupo. Probablemente tú con algunas de las sacerdotisas que están mejor. Conociendo como las gastas, y conociendo el material sacerdotístico, si os acostasteis con los tíos por relevos, los dejaríais más secos que una pasa. El primero fue Stephen. El segundo habría de ser su padre o su hermano. Pero se metió Dick Murdock que te odiaba desde que desplazaste al autor de sus días empujándole al suicidio. Debe haberte seguido en los ratos libres. Averiguaría algo, trataría de chantajearte y os lo cepillasteis por el procedimiento vampiresco. Lo de Haste sería parecido: habría visto más de lo conveniente y le aplicasteis el tratamiento desespermatizador. Todo eran ventajas: confundías a los polis, y manteníais a Berenice al margen, en su viaje europeo.
Mi interlocutora osciló una pierna, jugueteando con uno de los zapatos en equilibrio sobre los dedos de los pies.
—No es exactamente así como luego verás, pero vale. Me gustaría saber dónde ha estado el fallo...
—Es que el destino también ha jugado su baza, prenda. Metió el factor imponderable. Ocurrió lo que no nos podíamos figurar ninguno. Me encoñé con la criadita hasta las cachas. ¡Un "gay" pirrado por una tía! Vamos, que lo cuentas en el "Dorian Gray" y se mean. Pues así fue. A lo mejor era su "knack" macho de sáfica. A lo mejor resucitó mi Edipo adormecido. Pero el caso es que la naturaleza manda, y hasta me subí a su cuarto buscándola para hacer algo muy amoroso a pachas. No hallé a la nena, pero me tropecé con un número telefónico que me intrigó. El número me llevó al Templo. Me infiltré en una reunión para ver qué averiguaba de la criada que fuma cigarros y huele cosa divina. De allí volvía la noche en que vestido de señora con más garbo que muchas me dejaste K.O., en la oficina y abusaste por segunda vez de mi inocencia.
—¡Anda, la osa! —se asombró mi violadora habitual—. ¡Y yo sin sospecharlo!
—Luego, al darle gusto con la solución del caso Morny, no vino la muy cochina a casa a darme gusto como había jurado. Lo pasé horrible, lo prometo. Me arreó el trauma. Como el trauma es cosa mala y no me lo quitaba de encima, me he acercado a Santa Mónica a enterarme de más cosas de la tía buena, que me llevaba desquiciado. Y, mira, sin querer, he descubierto vuestro follón.
Se levantó. Hice otro tanto, empezando a ponerme nervioso. Alzó el labio superior descubriendo la dentadura.
—Bueno... —tragué saliva—; ahora querrás liquidarme porque he ido demasiado lejos.
Me soltó la correa, metió la mano por el pantalón y me rozó lo íntimo.
—¿Por qué te has entrometido? —dijo, con dolor—. ¿Por qué te has tenido que colar por una criada y no por mí que soy millonaria, estoy más buena y podría haberte retirado de tu estúpida profesión? ¡Los "gays" os creéis algo serio y no entendéis de lesbianas de carne ansiosa!
—Es la naturaleza.
—¡Es los cojones! —barbotó—. Has elegido tu destino, imbécil. No puedo hacer nada por ti.
No encontrando respuesta corporal por mi parte, me llevó afuera. Me llevó hacia las habitaciones del fondo, desfilando ante cuadros de precio y caballeros con armadura adquiridos en las mejores tiendas de antigüedades. Llegados a la cuarenta y pico, accionó el pomo.
—Ahí adentro está el Vampiro Seminal de Pasadena. Si eres valiente, entra y conoce la auténtica verdad. Hasta nunca, Míster Flowerrr...
Se marchó al cuarto que abandonáramos. Me dejó solo.
En aquel momento podía haber intentado la huida. Pero, ¿quién resiste a la Curiosidad? Empujé la puerta con las manos esposadas.
En la habitación iluminada por costosas lámparas, envuelta en su perfume inolvidable, con un brazo en jarras y jugueteando con la llave de mis grilletes en la otra mano, al aire los afilados dientes de loba, me esperaba Azalea Virgopotens.
Hizo tintinear las llaves como un sonajero para alegrar a un bebé. Me acerqué. Se cubría con una capa oscura cuyos bordes recordaban las membranas interdigitales de las alas de un murciélago. Introdujo la llave en la cerradura de las esposas que cayeron al suelo. Estaba libre.
Quise hablar y no pude. Traté de preguntarle por qué se encontraba en Alta Brea Crescent, West Hollywood, y no en el crucero con Berenice, y me fallaron las palabras. Intenté decirle si de verdad era el Vampiro Espermático de Pasadena, y no emití sonido alguno.
Desanudó los cordones de la capa bajo la garganta, de manera que se deslizara hacia el suelo blandamente. Quedó en su uniforme de satén negro, el de lujo, el que echara a faltar en su armario, ceñido a la figura alta y espléndida como una segunda epidermis. En lugar de cofia lucía una diadema de topacios. De las orejas pendían grandes aros de jade, y su delantal estaba hecho de hilos de plata y perlas. Los ojos ambarinos resplandecían como lámparas de incandescencia. Era, en una palabra, la Criada arquetípica, la Criada Fundamental que tantos ensueños eróticos ha protagonizado desde que el mundo es mundo.
Se dio la vuelta oscilando las caderas como una danzarina de las Hawai, dándome la espalda. La corta falda estaba ceñida al culo sensacional dibujando a la perfección los dos hemisferios. Bajo las medias de red las fabulosas piernas eran poesía.
Quise gritar: "¡Date presa en nombre de la Ley!", cuando me pegó el culo contra el pantalón, frotándolo en movimientos circulares. Muy bajito tarareaba
"Turkey in the straw".
La sangre se agolpó en las sienes con latidos insoportables, mientras los oídos me zumbaban como si bucease a gran profundidad. En vez de gritar:
"¡Date presa!"
me desabotoné la bragueta y aullé:
—¡Date prisa!
La apreté con toda mi alma, las manos en el trémulo vientre. Caímos en la cama.
Intentó darse la vuelta, pero se lo impedí. Le alcé las faldas como pude, que no crean que resultaba tarea fácil. No llevaba bragas. Le envié mi más representativo miembro por el corredor de los muslos bajo aquellas nalgas de las Mil y una Noches, agarrándome a los pequeños senos como un motorista al manillar de su motocicleta. No llevaba sujetador. En realidad no llevaba más que lo de fuera. Yo jadeaba. Ella jadeaba. Nosotros jadeábamos.
Busqué ciegamente su sexo, sabiendo del riesgo a que me exponía. Revolvió la cabeza como una pantera y me dio tal dentellada en el pabellón auditivo que me dejó el lóbulo colgando. La sangre salpicaba la almohada, pero yo acababa de conseguir la toma de contacto ansiada. Si Slim Hench o Lou Sommers me sorprenden entonces, seguro que me hacen un expediente.
Logré el contacto que quería y entonces supe como las gastaba el Vampiro de Pasadena. Fue como si cayera en un abismo cálido y maternal, sin fondo. Luchábamos a puñetazos, mordiscos y patadas, rodando una y otra vez por el lecho, pero muy amorosos.
Azalea trató de zafarse.
—¡Basta, Pretty! —gritó, perentoria.
—¡Y un cuerno! —la inmovilicé.
—¡Me niego a seguir! —volvió a gritar.
—¡Si te marchas ahora, te mato! —la cogí por la garganta.
—Es que si no, puedes morir, Gay mío. Ya ha sucedido otras veces. Soy algo único. No me conoces todavía.
—¡Me importa un rábano!
—No quiero responsabilidades. Firma aquí.
Se las arregló para tenderme una estilográfica y un papel impreso. Aún en el estado en que me encontraba le di una ojeada. Decía que el abajo firmante, en pleno uso de sus facultades mentales y previamente advertido del riesgo que implicaba la realización del acto sexual con la señorita Azalea Virgopotens, domiciliada en la residencia Stradivarius, en Dresden Avenue, barrio Oak Knoll, Pasadena, Los Ángeles, California, asumía libremente las consecuencias que de ello pudieran derivar, fueran cuales fuesen. Llevaba la rúbrica de dos testigos. Tracé mi garabato, tiré la pluma, le cogí los pechos y restablecí el contacto interrumpido.
Y actuó el virgopotens de Azalea. Fue como un cepo, como una torsión, como un estirón, como un aplastamiento, como una absorción intensísima que desembocó en un orgasmo que no se acababa. No duró pocos segundos, sino cinco minutos, reloj en mano. La amígdala cerebral vibraba dentro de mi cabeza como si fuera a explotar. Después de los cinco minutos gloriosos sufrí un ligero desvanecimiento.
No tardé en reponerme. Azalea respiraba trabajosamente junto a mí. La diadema colgaba de la lámpara. Las tetas pequeñas y duras estaban fuera del escote. La falda se le enrollaba en la cintura. Le temblaban los muslos bajo el liguero escarlata y me contemplaba sin creérselo. En la batalla campal había perdido un zapato.
—Hagámoslo de nuevo, Gay... —solicitó con vocecilla humilde.
Pero el fuego decrecía. El incendio se retiraba. La lucidez volvía. Después del polvo fantástico me dominaba la acre amargura.
—Antes hemos de hablar.
—Hablemos si lo deseas, pero no dejes que el virgo se me enfríe.
—Eso está hecho.
Le puse la chaqueta encima.
—¿Dónde está Berenice?
—En el barco, para quedar al margen de toda sospecha si sucedía lo que suponíamos que ocurriría.
—¿Qué suponíais?
—Que un día acabaría por acostarme con Stephen, que él moriría y que eso sería beneficioso para la herencia de Berenice.
—¿Por qué había de morir?
—Sabíamos que resulto mortífera.
—¿Cómo lo sabíais?
—Yo, debo confesártelo, no soy doncella...
—¿No lo eres?
—Soy doncella, pero no soy doncella. En mi adolescencia fui violada por mi padrastro, que pagó su culpa muriendo desmenuzado, allá en Texas. Jamás me atreví a juntarme con otro hombre. Por eso me apunté al movimiento de Tatiana Tereskova. Era la única manera de gozar sin terminar con un muerto en la cama.
—Sin embargo no fue obstáculo para que lo hicieras con Stephen...
—¡Él se lo buscó! No me dejaba ni de día ni de noche. Tatiana dijo que accediera pues convenía a los supremos intereses de Cleis. Le advertí y no hizo caso. Tengo un documento firmado de su puño y letra.
—¿Por qué hubo de morir Murdock?
—Espiaba a Tatiana, descubrió el Templo y la extorsionó. Entró allá chillando que si se la zumbaba, guardaría silencio. Entonces llegué yo, y en seguida cambió de idea. Exigió que fuera su pareja, en plan barroco, ante la estatua de Cleis. Se le advirtió, se rió, le pintamos dibujos rituales porque le ofrecíamos en sacrificio, y al minuto y medio había dejado de existir. Luego lo llevamos a la "Spain House" para no despertar sospechas.
—¿Y por qué Haste?
—Yo sabía que el coronel deseaba hacer el amor con el Vampiro, como ya empezaban a llamarme. Tatiana, que le aprecia mucho, me dio permiso. Me deslicé hacia la casa, pero Art me descubrió. Siempre había querido que nos acostáramos. Me llevó al garaje diciendo que si no me habría de piernas denunciaba mi presencia en Los Ángeles al teniente O'Mara. Le avisé que podía morir, no hizo caso y pagó su incredulidad con la vida.