Guardianas nazis (21 page)

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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

BOOK: Guardianas nazis
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El testimonio de la
Sádica de Stutthof
estuvo llena de contradicciones. Una de ellas aludía nuevamente a los agravios a los prisioneros en el campo de Bergen-Belsen. Si anteriormente negaba haber perpetrado actos de esta clase, ahora afirmaba haberlo hecho pero a modo de reprimenda.

«
P:
Cuando los presos eran sorprendidos robando, ellos generalmente recibían una paliza bastante severa, ¿no es así?

R:
Cuando los prisioneros trabajaban en mi Kommando y eran pillados robando, entonces los abofeteaba en la cara.

P:
¿No les golpeó de forma severa con un palo?

R:
Era muy raro que pillase a alguien. Los abofeteaba en sus caras. Generalmente uno hacía guardia y el otro robaba, y siempre que llegaba ellos ya se habían escapado».

A medida que Herta Bothe iba respondiendo a las preguntas del Tribunal, más se iban destapando algunas mentiras y se iban descubriendo muchas verdades. ¿Cómo era posible que esta mujer no hubiese visto los cuerpos depauperados de los internos al lado de las fosas? Según la vigilante nazi, nunca vio nada parecido. Todo lo contrario que el Ejército británico, que a su llegada a Belsen se topó con 10.000 cadáveres inertes apilados unos encima de los otros. Las alegaciones finales por parte de su abogado, el capitán Phillips, tenían que ser concluyentes si quería que su cliente se librase de una muerte segura. Aquel discurso logró convencer a la Corte.

JUSTIFICANDO LA BARBARIE

Dicen que el mejor ataque siempre es una buena defensa y en el caso de Herta Bothe así fue. El alegato final que su abogado expuso ante el Tribunal de Belsen corroboró lo que todos temían desde hacía días, que el Capitán Phillips conseguiría que la
Aufseherin
no muriese en la horca.

En un intento por disculparla de las supuestas acciones perpetradas durante sus años en los diferentes campos de concentración, el letrado quiso exculparla de toda responsabilidad argumentado lo siguiente:

«La pregunta, sin embargo, se rige por el principio fundamental de que los miembros de las fuerzas armadas están obligados a obedecer las órdenes legítimas y que por tanto, no pueden eludir su responsabilidad si, en obediencia a un mandato, ellos cometen actos en el que ambos violan las reglas impugnadas tanto de la guerra como de la indignación de la opinión general de la humanidad».

Pero, ¿por qué otros camaradas de Bothe sí eligieron contravenir las órdenes de sus superiores en pos del bien común? A este punto el capitán Phillips prefirió eludir tal grado de responsabilidad y echar esa carga a los altos cargos de la jerarquía nazi que dirigían los centros de internamiento donde la acusada estuvo destinada. Al fin y al cabo, cuando parece que no hay elección siempre hay una salida o un camino correcto. La historiadora Kathrin Kompisch así lo asegura: «Siempre ha habido opciones, incluso dentro del Tercer Reich, y las mujeres tomaban a menudo sus propias decisiones tanto como los hombres». Después de todo y como estamos viendo a lo largo de este libro, no solo el hombre tuvo una parte importante y destacada dentro del Nazismo, la mujer también participó de los delitos más infames y brutales de todas las esferas del gobierno alemán. El destacamento femenino supuso el brazo ejecutor e indispensable para que el mecanismo nazi siguiera adelante.

Después de aquella breve introducción y tras mencionar la defensa de otras compañeras de Bothe, llegó el turno de la
Sádica de Stutthof
. De ella dijo que lo único que probaba su culpabilidad eran las declaraciones juradas ante la Audiencia. Ciertamente, no se había encontrado evidencia alguna que la implicase en tales delitos. A partir de ahí el abogado afrontó un discurso implacable donde empezó por desmontar una a una las confesiones de los testigos. Mencionó primeramente a Wilhelm Grunwald, ya que cuando le tomaron declaración tan solo tenía 17 años, algo pertinente para tenerlo en cuenta en la evaluación. Respecto a la posesión de un arma, Phillips se apoyó en los testimonios de sus «buenas amigas» Charlotte Klein y Gertrud Rheinholdt, que ratificaron que nunca poseyó una pistola y que jamás se encontró prueba que lo demostrase.

Cuando mencionó el crimen de la joven húngara llamada Eva, el capitán se excusó en que ni las fechas ni el lugar donde se produjo coincidían con las presentadas por su defendida. Por tanto, aquel asesinato no pudo haberse cometido tal y como reveló la testigo. Esta acusación debió de hacerse por algún tipo de rencilla personal contra su carcelera. Por otro lado, Phillips incidió en la falsedad de los testimonios escuchados durante el proceso judicial, argumentando que si bien Bothe había reconocido haber abofeteado a algunas de sus internas por robar, la verdad era que jamás les provocó daños severos o la muerte. Aquí se amparó en la poca certeza que demostraron los atestiguantes cuando les pidieron que señalasen a la inculpada. Parece ser que nadie lograba identificar su cara. Finalmente, el alegato del abogado defensor concluyó diciendo:

«Ningún testigo de la acusación que había llegado a la Corte, tenía nada que decir en contra de Bothe; y sin embargo, sus tareas habían sido de carácter público. Sin duda, la deducción debe ser clara, ella no había hecho nada muy malo, ¿no?».

Ahora tocaba al Tribunal de Justicia determinar la culpabilidad o inocencia de la procesada, de quien no solo debía considerar la participación en la responsabilidad de sus acciones —tal y como acotaba el capitán Phillips—, sino también las condiciones generales por las que lo hizo. En conclusión, el abogado sugirió que lo importante era averiguar el grado de control que los encausados podían ejercer en aquellas condiciones, y no podían olvidar que Herta Bothe solamente estuvo a cargo del Kommando de madera. Por tanto, ¿qué dominio podía tener ella sobre esas circunstancias cuando llegó al campamento? «Todas ellas eran gente de pueblo, y era deber de la Corte limitar el castigo a los delincuentes reales», instó el letrado. Su defendida tenía derecho a ser absuelta.

LA RESPONSABILIDAD DE LA ACUSADA

El capitán Phillips ya se lo había pedido al Tribunal durante su discurso de clausura, que la sanción a la acusada fuese proporcional a su participación en la responsabilidad de los hechos. Si no ocupaba un cargo importante, no debía de ser sentenciada como tal.

Llegado el momento, el General de División Berney-Ficklin que presidía la Corte aquel 17 de noviembre de 1945, procedió a leer la sentencia.

La número 37, Herta Bothe, fue encontrada culpable del primer cargo. Es decir, de cometer crimen de guerra en Bergen-Belsen (Alemania) entre el 1 de octubre de 1942 y el 30 de abril de 1945, cuando violó las leyes y costumbres de la guerra al maltratar a algunos de los reos que tenía a su cargo causándoles incluso la muerte. Por ello, la
Aufseherin
fue condenada a pasar 10 años en prisión, una sentencia digamos menor, en comparación con las de sus homólogas que supuestamente habían cometido los mismos delitos que Bothe.

SU VIDA DESPUÉS DE LA GUERRA

Seis años tardó Herta Bothe en salir de la cárcel de Celle donde fue internada nada más terminar la vista judicial. Aún no había cumplido la pena completa, cuando el 22 de diciembre de 1951, y como acto de clemencia del Gobierno Británico fue puesta en libertad. Su buen comportamiento, además del buen hacer de los ingleses, le había servido para olvidarse de su pesadilla y germinar una nueva etapa al margen de los nazis.

Algunos datos apuntan a que la
Sádica de Stutthof
logró casarse y cambiar su apellido por el de Lange. Aquella fue una buena forma de poner tierra de por medio y desechar quien había sido hasta ese momento. De este modo nadie la reconocería, nadie sabría quién había sido, qué había hecho durante la guerra y por qué había salido de la cárcel. Podemos decir que consiguió su propósito, disminuir su responsabilidad diciendo que en verdad eran los hombres los únicos engranajes posibles del
Führer
. Los únicos que daban las órdenes.

Un conocido director de cine documental alemán llamado Maurice Philip Remy, aseguró en el 2009 que fue la última persona en entrevistar a Herta Bothe. Lo hizo para un reportaje llamado
Holokaust
en el año 2000. En declaraciones hechas al periódico
The Sun
, Remy espetó por ejemplo:

«Ella tenía recuerdos horribles de los campos de concentración pero no tenía capacidad de dar sentido a su papel en ellos. (…) Ella no tenía ningún remordimiento. Ella no podía entender que había hecho algo mal. Sentía que era una víctima».

A sus 79 años y desde su residencia en una comunidad modesta al noroeste de Alemania, Herta Bothe accedió a hablar para el equipo de Remy y el documental que estaban preparando sobre el Holocausto. Durante la entrevista hubo momentos donde la
Exaufseherin
se puso a la defensiva en lo que respecta a la cuestión de si debió entrar o no como guardiana en los campos de concentración. A pesar de los años transcurridos, aún se la veía nerviosa pero capaz de responder cosas tan espeluznantes como esta:

«Qué quiere decir, ¿que cometí un error?, no. No estoy segura de lo que debería responder, ¿cometí un error? No. El error fue el campo de concentración, pero yo tenía que hacerlo, de otra forma yo habría sido puesta ahí. Ese sí fue mi error».

En la actualidad nadie sabe de su paradero. Si aún sigue viva con más de 90 años, o si finalmente murió el 16 de marzo del 2000. Los expertos no logran ponerse de acuerdo.

De lo que sí podemos estar seguros es de que vivió apartada del mundo, en silencio, sin querer llamar la atención, ni para recordar. Y cuando lo hizo, con aquellas nefastas afirmaciones, la herida del Holocausto volvió a abrirse. Toda aquella pantomima sobreactuada durante el juicio le había servido para ser libre, pero no para arrepentirse.

Dorothéa Binz. La Binz

En el juicio, a la pregunta de su abogado sobre el

maltrato a las prisioneras, Dorothea Binz responde:

«Creo que prefieren eso a ser privadas

de su comida, o algo más.»

Basó toda su carrera en ser miembro de las SS en el campo de concentración de Ravensbrück donde desempeñó todo tipo de degeneraciones, martirios y humillaciones. Lejos de captar la atención de sus camaradas con respecto a sus «inusuales» hábitos, Dorothea Binz fue quizá, una de las guardianas del Nacionalsocialismo que pasaron más «desapercibidas» al no generar demasiados escándalos. Esto no quiere decir que no se convirtiera en una de las peores criaturas que ha tenido el equipo de supervisión de un campamento. Binz rebosó absoluta inclemencia como
Oberaufseherin
(supervisora).

Golpear y azotar sin piedad a los prisioneros era una de sus habituales costumbres, además de entrenar a sus alumnas más aventajadas en lo que pasó a definir como «placer malévolo». Una de sus pérfidas pupilas fue Irma Grese, ese
Ángel de Auschwitz
que antes de ser transferida pasó un tiempo en Ravensbrück bebiendo de la miel del crimen. Todo cuanto Grese aprendió sobre crueldad y sacrificios se lo debió a Mandel y a Binz. Esta última caminaba por el recinto con un látigo en la mano y siempre acompañada de un fiero pastor alemán. Los abusos y las torturas estaban a la orden del día, hasta que con el fin de la guerra decidió huir. Fue capturada en mayo de 1945 y condenada a morir en la horca el 2 de mayo de 1947 por incurrir en crímenes de guerra. Tenía 27 años.

Su nombre completo era Dorothea Theodora Binz y nació el 16 de Marzo de 1920, en la localidad alemana de Groß-Dölln (Forsthaus Düsterlake) en el seno de una familia de clase media. Precisamente, esta población se encuentra ubicada muy cerca del que sería su «hogar» años después: Ravensbrück.

Se sabe relativamente poco sobre su vida familiar temprana. Era la segunda hija del matrimonio formado por Walter Binz, un ayudante de técnico forestal, y la heredera de un vivero y de varias de tierras de cultivo de la zona. Se desconoce su nombre.

Cuando la niña tenía cuatro años, el clan Binz decide trasladarse a la localidad de Friedrichsfelde en Joachimsthal (Brandemburgo) donde el progenitor ejerce como ingeniero forestal. Durante este periodo Dorothea tiene una nueva hermana. Sin embargo, en diciembre de 1933 y tras la jubilación del padre, emprenden una nueva vida mudándose a Alt-Globsow muy próximo a Fürstenberg/Havel. En ese tiempo Dorothea asiste a un colegio de primaria y secundaria, así como a la Escuela Secundaria Superior, pero a los quince años abandona las clases.

En algún momento de su adolescencia trabajó como ama de llaves, empleo que desempeñaba con poco esmero y que aceptó debido a la necesidad económica por la que atravesaba su parentela. Según parece después recibió una especie de aprendizaje sobre el servicio de alimentos y tuvo una corta «carrera» en la industria alimentaria. De hecho, en su declaración durante el proceso de Ravensbrück celebrado en el barrio de Hamburgo, Rotherbaum, ella afirmó haberse formado como «directora de cocina». Aunque como veremos más adelante, la realidad fue bien distinta. Jamás llegó a aprender un oficio concreto y a lo sumo ejerció como
Tellerwäscherin
(fregaplatos) en algún momento puntual.

Imagino que como le ocurrió a otras guardianas, Dorothea Binz se dejó seducir por la radiante estela del nazismo que dejaba tras de sí una especie de inagotable fascinación. El enigmático encanto que desplegaba el
Führer
impregnaba cada uno de los símbolos del
Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei
(Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores), NSDAP, sobre todo los flamantes uniformes, vehículos, y por supuesto, los considerables «beneficios» económicos. De este modo la joven Dorothea decidió acudir a la oficina local de las SS en su localidad para ofrecerse como voluntaria en la cocina del campo de concentración de Ravensbrück. Lo consiguió.

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