Read Guardianas nazis Online

Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (16 page)

BOOK: Guardianas nazis
4.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

El terror se había extendido por todos los rincones de Birkenau y sus presas, judías principalmente húngaras, no conseguían vencer a la imparable máquina del nacionalsocialismo.

Otro de los testimonios que menciona sin tapujos lo acaecido allí, nos lleva a Stanislawy Marchwickiej, una de las damnificadas por la
Bestia
de quien decía que era un demonio en carne y hueso que se libraba de los bebés recién nacidos después del parto. Metía su pequeña cabeza dentro de un cubo de agua, en el horno crematorio, o bien los arrojaba al patio aún vivos para ser devorados por las ratas.

En otra ocasión la interna Janina Kosciuszko alegó haber visto a Mandel arrebatarle a una prisionera el bebé de cinco meses que había dado luz a escondidas, para inmediatamente después, lanzarlo a las llamas ante la dramática mirada de su madre.

Eran incomprensibles aquellas inicuas reacciones en la supervisora, ya que, como veremos, a veces mostraba especial ternura por los retoños de sus víctimas. Ahora bien, la ferocidad prevalecía por encima de la presunta bondad de aquella salvaje criminal.

El testimonio de la prisionera polaca Zofia Ulewicz número 30.700 durante la vista judicial por los crímenes de guerra perpetrados en Auschwitz, conmocionaron a la opinión pública al explicar la historia de un niño gitano en el campamento. Parece ser que su padre era el rey de los gitanos en Alemania, así que, como era de esperar, fue enviado junto a su esposa a morir en la cámara de gas. El pequeño que solo hablaba alemán se había quedado huérfano, pero la supervisora comenzó a cogerle cariño y a llevarle consigo montada a caballo. Al fin y al cabo, ella era la «cabecilla» de las mujeres.

En diciembre de 1943 Zofia vio a Mandel llevar en trineo al pequeño gitano, envuelto en mantas y atado a él. De forma intencionada la SS volcó el patín y el crío se cayó al suelo mientras la guardiana se reía a carcajadas. La bipolaridad en sus actuaciones la invitaban a seguir haciendo el mal pero a disfrutar de la ingenuidad del bien.

Esta historia también aparece en el libro
La orquesta de las mujeres de Auschwitz
de la pianista francesa Fania Fénelon, quien aseguraba haber visto a la
Lagerführerin
pasear con un niño en sus brazos a quien vestía con ropas caras, como si fuera un pequeño millonario.

«Vestía ropita azul, encantadores pantaloncitos y blusita. Era guapísimo. Dirigió a ella la mirada llena de confianza y enseñando las perlitas de dientes, gorjeaba. Ella engatusando, respondía: ¡nein, nein! (no, no).

—¿Bonito verdad? —pregunta. El Niño da vueltas, patea ágilmente, de nuevo sube encima de su muslo y a ella no le preocupa que sus pequeños zapatitos le ensucien la tan siempre cuidadosamente mantenida falda del uniforme oficial. El pequeño la abraza el cuello con sus manitas, la besa y sus pequeños labios están untados de chocolate. Por primera vez, llenas de desconfianza, vemos que Mandel sonríe.

Unos días después, por la tarde, cuando hacía viento y las gotas de lluvia golpeaban nuestras ventanas, entró Mandel cubierta por su gran capa gris. Anormalmente pálida, con los ojos hundidos y ojerosos, exigió que reprodujeran el dueto de
Madame Butterfly
de Puccini.

¿Lo estaba escuchando? Los labios apretados, la cara cerrada, parecía ausente. Al acabar el canto, se fue callada. Al día siguiente Renata entregó el mensaje que Mandel llevaba personalmente al niño a la cámara de gas. ¿Iba este afán a hacerla todavía más dura?».

Se cree que este asunto fue el único donde la supervisora mostró una verdadera humanidad, piedad y gran compasión. Por el que sufrió y lloró, e incluso, amó sanamente. Mas la
Bestia
seguía paseándose por el campo infundiendo pánico. Su cólera alimentaba la atrocidad de sus movimientos.

No obstante, era un tanto llamativo ver que las guardias femeninas podían desmoralizar a sus reclusas hasta límites insospechados, despojarlas de su dignidad y arrastrar sus vidas por el fango. Durante las sesiones de castigo muchas de las víctimas anhelaban que su campamento estuviese dirigido exclusivamente por hombres, quienes probablemente hubieran sido algo más piadosos. Si echamos un vistazo a los registros de la enfermería, sorprende que casi ningún director fuese tratado por enfermedades venéreas en época de epidemias. María Mandel la primera.

La líder del
Frauenkonzentrationslager
prefería que hubiese plagas de afecciones porque la servían como ayuda a la hora de liquidar al gran número de población que habitaba en Auschwitz-Birkenau. Sus órdenes eran expresas: maltratar, pegar, acuchillar y vejar hasta la extenuación a las internas. Una vez terminado el proceso, les pegaban un tiro o les llevaban a la cámara de gas. Muchas de las mujeres castigadas de ese modo, aún teniendo un hilo de vida, eran arrojadas sin contemplaciones al horno del crematorio. Los gritos y sollozos se escuchaban en todo el campamento. Hasta el personal de la enfermería llegó a quejarse ante sus superiores del comportamiento de Mandel sin éxito alguno.

El
modus operandi
de la
SS-Lagerführerin
en Auschwitz fue el mismo que empleó en Ravensbrük. Se impartían sanciones por las más ínfimas de las acciones, como fumar o tener las manos en los bolsillos. Respecto a fumar, la secretaria del que fuera el presidente de la antigua Checoslovaquia, Edvard Benes, se llevó una de las amonestaciones más sangrientas. La castigaron a permanecer de pie en el búnker durante tres semanas y fue salvajemente torturada.

Mandel propuso incluir a estas sesiones de extrema violencia a toda mujer que hubiese ajustado demasiado su pañuelo, usado cinturón, o no caminase en absoluto. No era de extrañar que todas las presas la temiesen.

LA ORQUESTA FEMENINA DE AUSCHWITZ

Otra de las pasiones de María Mandel era la música clásica. Su melomanía era tan fuerte que se convirtió en la creadora de la primera Orquesta de Mujeres de Auschwitz. Dicha agrupación constaba de prisioneras cualificadas con amplios conocimientos en instrumentología, cuya misión principal era amenizar la entrada de nuevas reclusas al campamento a modo de bienvenida. Pero no solo eso, estas féminas debían tocar cuando se realizaban las selecciones a la cámara de gas; cuando separaban a las personas sanas de las enfermas; durante el desfile de compañeras que eran desgraciadamente elegidas para tal fin; e incluso, como acompañamiento en discursos oficiales o en la llegada de cualquier transporte al emplazamiento. Aquellas piezas animaban el horror de Birkenau, el destino y la muerte de sus víctimas.

Auschwitz fue uno más de los centros de exterminio que dispuso de músicos propios como parte integral de la vida diaria. Aunque nos parezca sorprendente, durante el Tercer Reich los nazis concibieron el papel de la música y el canto como otra forma más de degradar, humillar y ultrajar a los reclusos, de menoscabar sus esperanzas. Fue una técnica más para estimular la atrocidad cotidiana y una fórmula para destruir un ansia de fortaleza. También es cierto que para los privados de libertad se trataba de un modo más alegre de luchar por la supervivencia y, en definitiva, por la vida.

Dejando a un lado la mera función lúdica y de entretenimiento en aspectos tan nimios como visitas o discursos oficiales, la música se empleaba diariamente para martirizar a los internos. Tanto en la realización de trabajos forzados como en las rutinarias marchas, se les obligaba a entonar cánticos que dejaban constancia del poder ejercido sobre ellos. Escuchaban melodías reproducidas a través de megafonía durante largas horas, pero si decidían de modo espontáneo tararear melodías propias se les castigaba severamente.

La música era escogida con sumo cuidado. Había cánticos concretos que sonaban durante la selección y otros cuando llegaban trenes al campamento. Esto les interesaba por dos razones: para enmascarar el verdadero fin de aquellos centros y para que se llevasen una impresión positiva de ellos. Cualquier estrategia servía para engañar y acabar con la vida de judíos, polacos, húngaros o presos políticos. Aunque también se sabe que la música les valía para tapar los escabrosos gritos de los reclusos introducidos en la cámara de gas. De hecho, la tasa de suicidio entre los concertistas fue superior a la de la mayoría de los trabajadores del campo. A diario veían con impotencia cómo sus amigos, familiares y compañeros morían de manera lacerante mientras ellos participaban de aquel espectáculo tan ruin.

La autora Krystyna Henke que entrevistó a Louis Bannet, el trompetista de Birkenau, escribió en un artículo:

«Por muy raro que parezca, y al contrario de un entorno cuya función es erradicar estilos más bajos de vida humana, así definido por los Nazis, incluyendo todas las formas de su expresión cultural, la música sí que se oía en muchos de los campos, aunque no en todos. Hay una importante fuente de la literatura, basada primeramente en los testimonios de los supervivientes, que ilustra la vida musical en los campamentos. Por ejemplo, nos encontramos con 'The Terezin Requiem' de Josef Bor, o 'Music in Terezin 1941-1945' por Joza Karas, ambos describen la rica vida musical en Theresienstadt, un guetto que a través de tergiversaciones y propaganda fue alzado como un campo modelo por los Nazis con el fin de mitigar con éxito cualquier duda que la Cruz Roja o cualquier otra autoridad internacional, pudiese haber tenido con respecto al trato humano de los prisioneros».

Volviendo de nuevo a Auschwitz y a su primera orquesta integrada por las mujeres del campo de Birkenau, hay que señalar que aunque fue creada por la
SS-Lagerführerin
María Mandel, el comandante Josep Kramer siempre dio el visto bueno.

La agrupación tenía el beneplácito tanto de la supervisora como del resto de camaradas de las
Waffen-SS
. Para ello contaban con un barracón especial, el número 12 y en otoño de 1943 el número 7. El cuartel tenía suelo de madera, algunos tableros y una estufa a fin de proteger de la humedad los instrumentos musicales. Allí podían dormir más cómodamente que el resto de sus compañeras, ya que recibían muchos más cuidados. Por ejemplo, una alimentación más abundante y de mejor calidad. De hecho, cuando alguna de las concertistas enfermaba recibía una atención más especial que el resto de reclusas.

Sin embargo, las exigencias de Mandel eran generalmente desmesuradas. Tenían que tocar durante horas y horas, independientemente de las condiciones meteorológicas que hubiese, haciendo que las prisioneras trabajasen al ritmo de la música. Si alguna de las componentes se atrevía a parar, era brutalmente castigada.

Mientras que las víctimas de trabajos forzados veían en la orquesta una salida agradable a la supervivencia, estas normalmente sentían haber caído en desgracia. No podían dejar de agradar a Mandel y los altos mandos de las SS porque si no lo hacían acabarían en la cámara de gas. Entre su público más fiel destacaban el doctor Josef Mengele, criminal donde los haya y gran amante de la música clásica; y el comandante Kramer al que le encantaban los conciertos orquestales que las mujeres de Birkenau realizaban todos los domingos para los SS.

Poco a poco el conjunto femenino fue acaparando la atención de verdugos y víctimas que escuchaban con atención cada una de las piezas interpretadas. Entre sus componentes caben mencionar algunas tan célebres como Anita Lasker-Wallfisch (cello), Alma Rosé (viola), Esther Béjarano (acordeón) y Fania Fénelon (piano y canto).

LA OBSESIÓN DE ALMA ROSÉ

La popularidad de la orquesta aumentó con la llegada de la judía Alma Rosé, violinista, sobrina del compositor Gustav Mahler y cuyo padre fue el director de la Filarmónica de Viena y fundador de la mundialmente conocida
Rosé Quartet
. Alma que continuó con la tradición familiar, se casó con un alemán y fue deportada desde Holanda hasta el campo de Auschwitz-Birkenau en julio de 1943. Aunque nada más llegar la joven violinista enfermó y estuvo a punto de morir, logró curarse y ganarse el favor de las guardianas del Bloque Experimental. Según parece durante la celebración del cumpleaños de un alto mando, Rosé se acercó y se ofreció a tocar para él. Su virtuosismo dejó tan impresionados a los allí presentes que decidieron trasladarla al campamento de Birkenau y más concretamente al cuartel de la orquesta dirigida por Mandel. Entonces, fue nombrada directora de la
Madchenorchester von Auschwitz
(Orquesta femenina de Auschwitz), que aunque ya existía gracias a los esfuerzos de Mandel y de la maestra polaca, Zofia Czajkowska, con la llegada de Alma se inició una etapa musical más profesional.

Siempre se ha dicho que Rosé moldeó la banda convirtiéndola en un conjunto excelente digna de tocar en recintos más apropiados. Con la venia de la supervisora, ella dirigió, organizó y a veces tocó solos de violín durante los conciertos. Con el tiempo y gracias a su magnífico talento, la joven judía se ganó la simpatía y el respeto de sus castigadores Kramer, Mengele y Mandel, algo muy inusual con esta clase de internos.

Además de ser la directora de la orquesta femenina, Rosé tenía el estatus de Kapo en el campamento, lo que la llevó a obtener determinados privilegios y comodidades, al contrario que el resto de sus compañeras. Entre ellos se incluía comida adicional de buena calidad y una habitación privada. Pese a que las otras miembros de la banda no tenían tantos lujos, sí gozaban de una ropa más adecuada y se libraban de los trabajos manuales más duros y pesados.

Alma Rosé era toda una artista. Inflexible en la organización de los conciertos, con una gran perseverancia a la hora de ensayar, siempre buscando nuevas partituras que interpretar para ganarse la admiración de Mandel y sus secuaces. Todas aquellas aptitudes y actitudes lograba trasladárselas a sus compañeras de agrupación, quienes la obedecían fervientemente.

El repertorio no era demasiado extenso, pero interpretaron piezas tan destacadas como fragmentos de óperas de Wagner, valses de la familia Strauss, el primer movimiento de la
Quinta
de Beethoven, fragmentos de la
Novena
de Dvorak y algo de Schumann, Verdi, Chopin y Tchaikovsky.

Para Rosé, la orquesta femenina se convirtió en prácticamente una obsesión, el único modo de no perder la cordura y la razón y de encadenarse a la vida. Si el horror terminaba por instalarse en su cabeza, las consecuencias serían nefastas. Así que se volcó al cien por cien en la música. Llegó incluso a amonestar a sus compañeras por equivocarse en alguna nota o a interrumpir uno de los conciertos porque un grupo de guardias conversaban en un tono más elevado. Alma exigía silencio y concentración como si se tratase de la Filarmónica de Viena ante un público de lo más exigente.

BOOK: Guardianas nazis
4.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Singing Hands by Delia Ray
Spellbound by Blake Charlton
Locker 13 by R.L. Stine
Easter City by iancrooks
Gryphon and His Thief by Nutt, Karen Michelle
The Angel by Mark Dawson
Shifter’s Surrender by Jennifer Dellerman
When It's Love by Lucy Kevin, Bella Andre