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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (11 page)

BOOK: Guardianas nazis
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Precisamente para esta circunstancia los ingenieros reales del Ejército Británico construyeron una cámara de ejecución en uno de los extremos del corredor de la cárcel, donde a su vez, permanecían los condenados en una fila de pequeñas celdas. Según aparece en la biografía de Albert Pierrepoint —el verdugo de la
Aufseherin
y de otros muchos procesados—, se decidió que fuese Irma Grese, la más joven de todos, la primera en ser ejecutada debido a que los presos podían escuchar el sonido de la trampilla cuando un reo moría en la horca. Si la ajusticiaban primero, la librarían de cualquier clase de trauma. Luego le siguieron Elisabeth Volkenrath y por último Juana Bormann. Los ocho hombres fueron colgados en parejas para ahorrar tiempo.

Una de las paradojas de dichas ejecuciones es que en el comunicado de prensa enviado a posteriori se dijo que en realidad la exfuncionaria fue la segunda en morir después de Volkenrath. La prensa nunca entendió el por qué de esta contradicción. Al fin y al cabo, se sabía de antemano que algunos funcionarios de prisiones podrían ser entrevistados y, como veremos, Pierrepoint tenía detalles escabrosos que comentar.

EL VERDUGO DE GRESE

Albert Pierrepoint, el que fuera ejecutor de la célebre
Perra de Belsen
y de tantos otros, era un verdugo profesional con gran experiencia que fue trasladado en avión desde Gran Bretaña a Alemania, para dar muerte a los once convictos.

La faena del verdugo consistió en lo siguiente: el 12 de diciembre de 1945 se procedió a pesar y medir a los reos. Gracias a este sistema se podía calcular el ajuste exacto que tenía que tener la horca para cada uno de ellos y de este modo soslayar fallos durante el ajusticiamiento.

A la mañana siguiente, Pierrepoint subió las escaleras hacia el corredor donde residían los condenados. Su primera ejecución: Irma Grese.

Un oficial alemán escoltaba la puerta de la celda. El Brigada Paton-Walsh miraba su reloj de pulsera para contabilizar el tiempo. El verdugo, que caminaba impacientemente a través del pasillo, dijo al llega
R:

«"Irma Grese…". (…) Una puerta se abrió, pero la entrada era demasiado baja para mí. "Sígame", dije en inglés, y O'Neil repitió la orden en alemán. Ella salió de su celda y se dirigió hacia nosotros sonriendo. Era una chica guapa, alguien con quien a uno le gustaría quedar para dar un paseo. Respondió a todas las preguntas de O'Neil, pero, cuando le preguntó su edad, ella hizo una pausa y sonrió. De repente, nos encontramos sonriendo con ella, mientras caíamos en la cuenta de lo inconveniente que resultaba siempre preguntar a una mujer joven acerca de su edad. Inmediatamente dijo: "Veintiuno", dato que sabíamos no era correcto (acababa de cumplir 22)»
[11]
.

A las 9:34 de la mañana Irma Grese se dirigió a la sala de ejecuciones en compañía de su verdugo. Al entrar, contempló durante unos instantes a los funcionarios que allí se encontraban y después subió los escalones hasta la trampilla tan rápido como pudo.

«Se situó justo en el centro de la plataforma, sobre la marca de tiza. Se quedó allí, muy firme. Cuando iba a colocarle el capuchón blanco, repitió, con voz lánguida: Schnell!! (rápido)»
[12]
.

Veinte minutos más tarde su cuerpo fue descolgado, puesto en una caja y conducido al cementerio de la prisión de Hamelín. El cálculo previo que hizo Pierrepoint para ajustar la horca de Grese fue de siete pies y cuatro pulgadas. Un golpe certero. A ella le siguieron la plana mayor del juicio de Belsen: Volkenrath, Bormann, el doctor Klein y el comandante Kramer. Era el 13 de diciembre de 1945.

Ahora bien, estudios recientes han revelado que algunos de estos prisioneros recibieron previamente inyecciones de pericárdico de cloroformo para detener su corazón. De esta forma obviaban la necesidad de mantenerlos colgados durante una hora para cerciorar su muerte, práctica muy habitual en Inglaterra por aquel entonces. A día de hoy sigue sin saberse a ciencia cierta si a Grese se le administró tal medicación. A juzgar por el procedimiento posterior a su muerte existen bastantes posibilidades. Algo que resulta llamativo es que unas pocas horas antes de que Irma Grese muriese en la horca, esta no quiso renegar de la ideología ultraderechista. Aunque intuía que estaba cerca del final, jamás repudió sus convicciones favorables al nacionalsocialismo, pero tampoco llegó a entonar los cantos marciales de las SS en la víspera de su ejecución. Nunca reconoció su culpa por los delitos que se le imputaban y, como hemos visto, se declaró inocente una y otra vez. Tampoco se pudo determinar la incumbencia de Grese en un número concreto de homicidios.

Para evitar que los alemanes la convirtieran en mártir, el Presidente del Tribunal que la condenó, ordenó que fuera enterrada no en el cementerio de la prisión de Hamelín, sino en el patio. Finalmente, fue en el año 1954 cuando sus restos fueron trasladados y se le dio sepultura en el cementerio de Am Wehl. Otra versión al respecto sitúa dicho acontecimiento en un río. Es decir, al parecer después de su ejecución, su cuerpo fue mutilado e incinerado para después arrojar las cenizas a un afluente de desagüe.

María Mandel. La bestia de Auschwitz

«Entiendo que usted sueña con una patria

pero recuerde que no hay vida para los que no se rinden.»

María Mandel

Esta «mujer» desempeñó un papel estelar, casi brillante y maquiavélico a la par que importante, dentro del holocausto. Supo ganarse el respeto de sus camaradas y el miedo de sus inferiores. A estos últimos, los reclusos que la vieron crecer en poder y sadismo, les puso el nombre de «mascotas judías», porque hacían todo lo posible por alegrar sus aburridas tardes en Auschwitz.

Su naturaleza atormentada y confusa hizo que María Mandel, así se llamaba la mayor
Bestia
de este campo de concentración, se comportase como dos personas diferentes, como si tuviera doble personalidad. Bien podía sumergirse en la música clásica interpretada por la banda del barracón, como golpear hasta la saciedad a un prisionero que se atrevía a importunarla con su mirada.

Atroz, repugnante y depravada fueron algunos de los calificativos que se escucharon durante su juicio y cuyo tribunal la condenó a muerte.

María Mandel, también deletreado Mandl, nació el 10 de enero de 1912 en la localidad austriaca de Münzkirchen, al norte del país, un municipio perteneciente al distrito de Scharding en la alta Austria y que resultaba ser un lugar casi idílico. Ubicado en un pequeño valle, rodeado de montañas y parajes verdosos, en la confluencia del Danubio entre Innu y la frontera austrobávara, allí creció María.

Procedente de una de las familias más queridas de la aldea, pasó su infancia rodeada de calzado y remendones. Su padre, Franz Mandl, era zapatero de profesión y se dedicaba a la venta de toda clase de zapatos y sandalias. Recorría los barrios no solo de Münzkirchen, sino de pueblos vecinos como Schardenberg, Wernstein am Inn y Rainbach im Innkreis.

Su madre se llamaba Anna y conoció al que sería su esposo tiempo después, Franz, en uno de los viajes que este realizó a la localidad donde ella residía en Strobl. Allí la familia de la joven se dedicaba a la herrería. Por desgracia, Anna murió en 1944 a los 63 años de edad en la población de Wassersucht tras una larga enfermedad. Padecía hidropesía, retención de líquidos en el peritoneo, es decir, en el vientre. Y aunque en sí misma no constituía una enfermedad independiente, sí provocó un mal funcionamiento del aparato digestivo y los riñones.

María fue la cuarta hija del matrimonio y también la pequeña, quizá por eso siempre fue una niña mimada y consentida que constantemente tuvo la atención de sus progenitores.

Pasó su infancia y pubertad en su pueblo natal donde se crió como cualquier otra niña de su edad, sana y entre algodones. Se convirtió en una persona muy popular no solo entre sus congéneres, sino incluso en la escuela, donde gracias a su atractivo físico se ganó el favor de sus compañeros. Su educación siempre fue exquisita, de ello se preocuparon bien Anna y Franz que intentaron contra viento y marea que estuviese siempre por encima de la media. La propia María escribió en su celda de la prisión de Montelupich que «mis años de infancia y de los 16 a los 17 de la juventud, son los más hermosos de mi vida».

La relación de María con sus hermanos siempre fue buena, por no decir que «demasiado buena». Ella sabía bien cómo ganarse el cariño de los suyos. Comprendía que siendo zalamera y aduladora llegaría lejos y, como veremos más adelante, ese talante le ayudó mucho en su emergente carrera dentro de las SS.

Los padres de María, de nacionalidad alemana aunque ciudadanía austriaca, eran creyentes y practicantes y como la mayoría de los habitantes de Münzkirchen, iban a la iglesia para los servicios dominicales. «Ellos eran religiosos, iban a la iglesia el domingo», explicó en una ocasión Mandel durante una investigación en 1947.

De los cuatro hermanos de la familia Mandel, el único que se preparaba para ejercer la profesión de zapatero del progenitor era el hermano mediano (el tercero). Practicaba en el garaje haciendo remendones. En cambio, la primogénita decidió marcharse del pueblo y casarse con un agricultor de la zona y, la segunda hermana, se trasladó a Suiza para contraer matrimonio con un conductor de tren. María seguía siendo la menor de todos y aunque en un principio le atrajo el mundo del calzado y los remiendos, sus padres fueron los que en realidad decidieron que ella podía llegar a algo más.

Después de terminar la escuela en Münzkirchen la muchacha se muda a la otra parte de Baviera, a varios kilómetros de su casa, para graduarse en el Colegio de Bürgerschule. Parece ser que estuvo allí cuatro años, aunque durante el primero también asistió a la escuela de negocios. No obstante, existen informaciones contradictorias respecto a esto último, aludiendo a que por tiempo y fechas, Mandel no hubiera podido concluir todos estos cursos en las fechas que se apunta. Por consiguiente, y para evitar errores, simplemente me limito a referenciar estos datos como meras anécdotas de la vida de la futura
SS-Lagerführerin
(Líder de Campo) de Auschwitz.

MALA RELACIÓN MATERNOFILIAL

Una vez finalizada su graduación María Mandel comienza a buscar trabajo sin éxito alguno. Tras este pequeño fracaso decide volver al hogar familiar en Münzkirchen y ayudar a su padre en la venta de calzado. Aunque en un principio los progenitores encontraron en la joven una ayuda incondicional, pronto su madre que por entonces comenzaba a notar los síntomas de la hidropesía, inició una batalla en contra de su propia hija. María se convirtió en una de sus peores enemigas. En este sentido no se sabe si debido al trastorno nervioso provocado por esta patología o por las diferencias subyacentes, María avivaba en su madre estados de exagerada tensión e ira. Cualquier cosa que esta hiciese activaba en ella una reacción extrema de explosiva violencia.

La situación llegó a ser tan insostenible entre ellas que María decidió,
motu propio
y con gran tristeza, abandonar el hogar familiar en 1929 y poner rumbo a Suiza. Una vez allí se dedicó a trabajar de cocinera en la casa de un doctor adinerado de la ciudad de Brig-Glis, en el cantón de Valais, a solo 60 kilómetros de su capital Sión, donde estuvo quince meses, pero acabó renunciando al empleo para regresar de nuevo a la casa de la familia. La única razón por la que María decidió volver a Münzkirchen, a pesar de los últimos acontecimientos, fue por el visible empeoramiento de la enfermedad de la madre. Este suceso hizo que Franz decidiese pedir ayuda a su hija preferida porque él no conseguía tirar adelante solo. Por tanto, María se convirtió en un gran apoyo no solo físico, sino también emocional, ese brazo indispensable para asistir a Anna en los cuidados que se requiriesen. Durante esta parte de su vida y hasta 1934 María se estableció en Münzkirchen.

Tras casi cuatro años al pie del cañón y, una vez que los síntomas de la enfermedad disminuyeron considerablemente, la joven volvió a abandonar el hogar familiar para trabajar como criada en una casa al oeste de Austria, en la localidad de Innsbruck.

Hasta ese momento su única ocupación real desde que se graduó había sido bregar en viviendas de personas adineradas y cuidar de su madre. La situación dio un giro radical en el verano de 1937, cuando consiguió un puesto como funcionaria administrativa en la oficina de correos de su localidad.

Tan solo un año después y tras la ocupación alemana de Austria María fue despedida. Durante la investigación que llevaron a cabo en Polonia, Mandel afirmó que la razón por la que la cesaron de su cargo, fue porque no era nacionalsocialista. Algo francamente curioso, porque tiempo después el destino «quiso» que esta mujer se convirtiera en una de las piezas claves dentro del Gran Reich Alemán. A este respecto, habría que destacar que otras de las hipótesis que barajan algunos historiadores, es que en realidad, María fue destituida no por ese motivo, sino porque el novio que tenía en Münzkirchen era un ferviente opositor del nazismo. Es evidente que de ser así, esa sería una de las mayores contribuciones.

AL SERVICIO DE LAS SS EN LICHTENBURG

Ese mismo año de 1938 y tras su catástrofe laboral María Mandel acudió a un tío suyo que vivía en Munich —del que jamás se supo si era hermano del padre o de la madre, siempre empleó este término indistintamente—, donde ocupaba una importante plaza como superintendente de la policía. Su obsesión era trabajar en la policía criminal, ya que conocía de buena mano el alcance de la faena que suponía aquello. Aparte de porque tenía entendido que los agentes cobraban un buen sueldo. Gracias al consejo y ayuda de este pariente el 15 de octubre de 1938 María logra entrar como
Aufseherin
(guardiana) en el centro de internamiento de Lichtenburg, uno de los primeros «campos salvajes» alemanes del Imperio Nazi situado en Prettin, cerca de Torgau (Alemania), y que en mayo de 1939 se convirtió en un subcampo del de Ravensbrück. Estas instalaciones se destinaron para encerrar a mujeres tanto judías como de la resistencia al régimen del canciller.

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