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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (9 page)

BOOK: Guardianas nazis
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Irma no conocía ni tenía límites. Su extremada inmoralidad la llevó a dar feroces palizas con un látigo trenzado hasta provocar la muerte de las víctimas. En este sentido, la joven guardia de Auschwitz solía buscar mujeres judías de buena figura con la intención de destrozarles los pechos. Después, eran llevadas a una reclusa doctora para ser objeto de una dolorosa operación. Dicho episodio era contemplado por Irma Grese bajo una gran excitación. Una interna anónima declaró:

«Ella la golpeó en la cara con los puños y, cuando la mujer cayó al suelo, se sentó sobre ella. Su cara se volvió azul…».

Cualquier pretexto era suficiente para desencadenar el castigo y en la mayoría de las veces la muerte. Las cautivas eran tratadas como meros conejillos de indias, cualquier ensayo médico valía si con ello se conseguía impartir un sufrimiento extremo. Todo era lícito, sobre todo si era para uso y disfrute de la furibunda nazi. «Llegó a sacar los ojos a una niña al pillarle hablando con un conocido a través de la alambrada», aseguraba un superviviente de Técsö.

Actualmente se sigue sin saber con exactitud el número concreto de asesinatos que la
Bestia
podría haber infligido en el galpón C del campo de Birkenau de Auschwitz, se dice que el promedio diario era de treinta crímenes y la capacidad de su pabellón era de 30.000 reclusas.

Pese a la crueldad de estos hechos la administración de Auschwitz jamás interfirió en las actividades de Grese y dicha pasividad estuvo a la orden del día en las SS respecto a acciones similares. Uno de sus lemas decía: «Tolerancia significa debilidad» y nadie se podía permitir el lujo de que los prisioneros les vieran ningún punto de flaqueza. Bien es cierto que excepcionalmente y a modo de reprimenda, algunos de estos guardianes sufrieron el traslado a otros campamentos por sus malas acciones, pero también que dichas decisiones se basaban más en un utilitarismo económico que en criterios de humanidad.

Auschwitz-Birkenau no fue el único campo de concentración que padeció el encarnizamiento de Irma Grese. Durante un breve lapso de tiempo —de enero a marzo de 1945—, la joven regresó nuevamente al campamento de Ravensbrück para después ser enviada a Bergen-Belsen, cerca de Hannover, Alemania.

LOS TESTIMONIOS

Podríamos describir a Irma Grese como una auténtica depravada sexual, sanguinaria, fría, atroz y sin escrúpulo alguno, carente de empatía y de bondad. Estos rasgos unidos al poder que se le otorgó fueron un cóctel explosivo que se materializó en cientos de muertes semanales en los centros de concentración que supervisaba.

«La hermosa Irma Grese se adelantaba hacia las prisioneras con su andar ondulante y sus caderas en movimiento. Los ojos de las cuarenta mil desventuradas mujeres, mudas e inmóviles, se clavaban en ella. Era de estatura mediana, estaba elegantemente ataviada y tenía el cabello impecablemente arreglado.

El terror mortal inspirado por su presencia la complacía indudablemente y la deleitaba. Porque aquella muchacha de veintidós años carecía en absoluto de entrañas. Con mano segura escogía a sus víctimas, no solo de entre las sanas, sino de entre las enfermas, débiles e incapacitadas. Las que, a pesar de su hambre y penalidades, seguían manifestando un poco de su belleza física anterior eran las primeras en ser seleccionadas. Constituían los blancos especiales de la atención de Irma Grese.

Durante las selecciones, el «ángel rubio de Belsen», como más adelante pasó a llamarla la prensa, manejaba con liberalidad su látigo. Sacudía fustazos adonde se le antojaba, y a nosotras no nos tocaba más que aguantar lo mejor que pudiésemos. Nuestras contorsiones de dolor y la sangre que derramábamos la hacían sonreír. ¡Qué dentadura más impecable tenía! ¡Sus dientes parecían perlas!

Cierto día de junio del año 1944, eran empujadas a los lavabos 315 mujeres seleccionadas. Ya las pobres desventuradas habían sido molidas a puntapiés y latigazos en el gran vestíbulo. Luego Irma Grese mandó a los guardianes de las S.S. que claveteasen la puerta. Así fue de sencillo.

Antes de ser enviadas a la cámara de gas debían pasar revista ante el doctor Klein. Pero él las hizo esperar tres días. Durante aquel tiempo, las mujeres condenadas tuvieron que vivir apretujadas y tiradas sobre el pavimento de cemento sin comida ni bebida ni excusados. Eran seres humanos, ¿pero a quién le importaban?»
[9]
.

Esta no fue la única historia vivida por una de sus reas. La rea rusa Luba Triszinska, por ejemplo, declaró que «cuando las mujeres caían, rendidas por el trabajo, Grese solía lanzarles los perros. Muchas no sobrevivían a estos ataques».

Gisella Pearl, médico de los prisioneros, observó lo siguiente:

«Grese gustaba de azotar con su fusta en los senos a jóvenes bien dotadas, con el objeto de que las heridas se infectaran. Cuando esto ocurría, yo tenía que ordenar la amputación del pecho, que se realizaba sin anestesia. Entonces ella se excitaba sexualmente con el sufrimiento de la mujer».

Isabella Leittner y Olga Lengyel informaron de que «Irma Grese tenía aventuras bisexuales y que en los últimos tiempos había mantenido romances homosexuales con algunas internadas, a las que después mandaba al crematorio».

Helene Klein explicó que «Grese 'hacía deporte' con los internos, obligándolos a hacer flexiones durante horas. Si alguien paraba, Grese le golpeaba con una fusta de equitación que siempre llevaba consigo».

Gitla Dunkleman y Dora Szafran testimoniaron «haber visto a Grese pegando a los internos». Szafran además ratificó que Ilse «era una de las pocas mujeres de las SS a las que se le permitía llevar un arma de fuego. En el Barracón 9 del Campo A, dos chicas fueron seleccionadas para la cámara de gas; ellas saltaron a través de la ventana y cuando yacían en el suelo Grese las disparó dos veces».

Klara Lebowitz declaró que «Grese obligaba a los internos a permanecer en formación, durante horas, sosteniendo grandes piedras sobre sus cabezas»; y Gertrude Diament sostuvo que «Grese era también responsable de la selección para las cámaras de gas en Auschwitz». Ilona Stein corroboró que en otra ocasión una madre estaba hablando con su hija en otro barracón cuando Irma lo vio.

«Ella entró en cólera y antes de que la madre pudiera escapar fue golpeada y pateada duramente por ella».

Y añade:

«En la selección de una mujer húngara intentó escapar para reunirse con su hija. Grese se dio cuenta y ordenó a uno de los guardias de las SS que la disparasen. No escuché la orden, pero vi a Grese hablar con el guardia y él disparó enseguida».

Helene Kopper contó que, durante su estancia en el comando de castigo, «Grese había sido responsable de, al menos, 30 muertes diarias».

Edith Trieger, una judía eslovaca espetó que «en Agosto de 1944 vio a Grese disparar al pecho izquierdo de una judía húngara de treinta años» y «golpear y dar patadas a los presos que estaban tratando de escapar de la cámara de gas».

Otro de los aterradores testimonios sobre la sádica conducta de la
Aufseherin
Irma Grese nos lo proporciona de nuevo Olga Lengyel, quien presenció cómo la supervisora de Auschwitz le propinaba una paliza a una joven prisionera en sus aposentos:

«Grese se acercó al sofá, arrastrando a una mujer desnuda por el pelo. Cuando llegó al diván, se sentó, pero no soltó la cabellera de la mujer, sino que fue tirando cada vez más de la mata espesa de pelo, mientras descargaba una y otra vez, la fusta sobre las caderas de la mujer. La víctima se veía obligada a acercarse más y más. Finalmente se quedó de rodillas ante su verdugo.

—Komm hier —gritó Irma, dirigiéndose a un rincón de la habitación que caía fuera de mi visión. De nuevo repitió:

—Ven acá. ¿Vienes o no?

Y blandió el látigo una vez más, obligando brutalmente a ponerse de pie a la mujer».

Ya lo dijo en una ocasión, el eminente periodista y escritor austríaco Karl Kraus: «ya no estamos en el país de los poetas y de los pensado res, sino en el país de los jueces y de los verdugos». Irma Grese había pasado de ser una joven aparentemente dulce y afable, a comportarse y sentir —que es aún peor— como una martirizadora. No había nada más terrible que ver procesiones de pellejos andantes caminando hacia la muerte, como muñecos sin vida. La esclavitud y total sumisión a la que sometieron la guardiana y sus ayudantes a una población asustada por los acontecimientos convirtieron a Irma Grese en una de las figuras más perversas del
Grossdeutsches Reich
, del Gran Reich Alemán.

Aquellos habitáculos denominados centros de reeducación política acabaron siendo campos de exterminio y destrucción, donde la violencia física y psíquica eran sus principales armas.

LAS FIERAS DE BELSEN

Durante la madrugada de la rendición, del 14 al 15 de abril de 1945, el comandante Josef Kramer negocia la rendición con los británicos. Mientras tanto y con el recinto de Bergen-Belsen aún en manos alemanas, el personal de vigilancia dispara contra varios prisioneros que intentaban escapar. A primer hora de la mañana llegan los aliados y se encuentran con un personal teutón en hilera, pulcramente uniformado, impecable e implacable y entre ellos a una glacial Irma Grese de mirada arrogante.

Tras los portones del campo de concentración les esperaba el tifus, la disentería, la lepra, el hambre, la miseria, la locura y sobre todo muertos, miles de muertos. La desgracia humana campaba a sus anchas en aquel recinto.

Los barracones repletos de cadáveres sembraban el horror de un ejército británico que no podía hacer otra cosa que amontonar los cuerpos en unas gigantescas fosas construidas al efecto. Aunque la mayor parte del personal del campamento se había escapado el día anterior, 80 de los miembros del personal se mantuvieron en sus puestos con el fin de ayudar a los británicos. Los alemanes acataron sus órdenes sin pestañear.

Entre toda esa ola de espanto y consternación Irma Grese seguía impertérrita. Los ingleses impresionados por su porte decidieron trasladarla a un calabozo donde fue interrogada durante dos días. Su talante daba a entender que tenía un cargo importante.

El 17 de abril por la mañana fue fotografiada aún en las instalaciones de Belsen junto a Kramer vistiendo sus pesadas botas altas. Su aspecto, aunque bastante desmejorado, aún irradiaba cierta altivez. Dichas improntas, que cruzaron el mundo a través de la prensa internacional, ocuparon las primeras páginas de todos los periódicos, siempre con el mismo titula
R:
Las Fieras de Belsen
.

De acuerdo a lo expuesto por Eberhard Kolb, el presidente del Consejo Académico Asesor para la Ampliación y Reconstrucción de la Memoria de Bergen-Belsen, de los 80 miembros de las SS que quedaron en el campo de concentración, veinte de ellos murieron después de que los ingleses tomaran el control. Kolb aseguró que la mayoría de ellos murieron de tifus, pero que otros lo hicieron por envenenamiento al comer alimentos en malas condiciones proporcionados por los británicos. Estos negaron tales acusaciones.

Con la caída del gobierno alemán, Irma Grese fue arrestada por los ingleses y juzgada en septiembre de 1945, junto con el comandante de Bergen-Belsen, Josef Kramer y otros cuarenta oficiales. Estaban acusados de cometer crímenes de guerra y tenían varios cargos de asesinato y malos tratos a los prisioneros de los campos de concentración de Bergen-Belsen y Auschwitz. Casi todos eran hombres e Irma fue una de las pocas mujeres enjuiciadas y condenadas por actos contra la humanidad.

JUICIO POLÉMICO

El 17 de septiembre de 1945 comienza en Lüneburg (Alemania) el juicio contra Grese y los otros 44 acusados. El proceso se caracterizó por imputar a los condenados por dos importantes cargos. El primero, donde todos —incluida Irma Grese— y excepto Starotska, fueron acusados de cometer un crimen de guerra. Así lo hace saber la corte presidida por el general de División Berney-Ficklin, alegando que según la Regla 4 del «Reglamento para el enjuiciamiento de criminales de guerra»:

«En Bergen-Belsen, Alemania, entre el 1 de octubre de 1942 y el 30 de abril de 1945, a pesar de ser el personal del campo de concentración de Bergen Belsen responsable del bienestar de las personas recluidas allí, en violación de la ley y de los acuerdos de guerra, cooperaron en el maltrato de dichas personas, causando la muerte de Keith Meyer (británico), Anna Kis, Sara Kohn (ambos de nacionalidad húngara), Heimech Glinovjechy y María Konatkevic (ambos de nacionalidad polaca) y Marcel Freson de Mon-tigny (de nacionalidad francesa), Maurice Van Eijnsbergen (de nacionalidad alemana), Maurice Van Mevlenaar (de nacionalidad belga), Jan Markowski and Georgej Ferenz (ambos de nacionalidad polaca), Salvatore Verdura (de nacionalidad italiana), y Therese Klee una ciudadana británica de Honduras), nacionales de los Países Aliados, y otros nacionales de los Países Aliados cuyos nombres son desconocidos, y causando sufrimiento físico a otras personas presas allí, nacionales de los Países Aliados y en particular a Harold Osmund le Druillenec (de nacionalidad británica), Benec Zuchermann, una interna llamada Korperova, una interna llamada Hoffmann, Luba Rormann, Isa Frydmann (todas de nacionalidad polaca) y Alexandra Siwidowa, de nacionalidad rusa y de otros Países Aliados cuyos nombres son desconocidos».

Y el segundo, donde los detenidos —Kramer, Grese, Bormann, Lothe y otros ocho más— eran acusados de cometer crimen de guerra en:

«Auschwitz, Polonia, entre el 1 de octubre de 1942 y el 30 de abril de 1945, a pesar de ser el personal del campo de concentración de Auschwitz responsable del bienestar de las personas recluidas allí, en violación de la ley y de los acuerdos de guerra, cooperaron en el maltrato de dichas personas, causando la muerte de Rachella Silberstein (de nacionalidad polaca), nacionales de los Países Aliados, y otros nacionales de los Países Aliados, cuyos nombres son desconocidos, y causando sufrimiento físico a otras personas presas allí, nacionales de los Países Aliados y en particular a Ewa Gryka and Hanka Rosenwayg (ambas de nacionalidad polaca) y de otros Países Aliados cuyos nombres son desconocidos».

Desde un primer momento la
Aufseherin
se convierte en la estrella indiscutible del proceso judicial. Cada día los niños corean su nombre al llegar al litigio, mientras ella sonríe de forma coqueta. La prensa sigue con entusiasmo la vista y centra toda su atención en la más joven de los acusados.

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